martes, 28 de junio de 2016

Aquí estamos, ¿a dónde vamos?

            Pues no me voy a morder la lengua. No tengo ningún problema en felicitar al PP. Han hecho su jugada y les ha salido fetén. No es que hayan mantenido sus votos, es que han ganado votos y escaños. Más aún, felicito a los votantes del PP que han optado por esa opción en base a sus convicciones. Y digo esto por un motivo muy sencillo. Yo no busco enemigos entre los que consideran que el PP, y Mariano y sus adláteres, sean los mejores capitanes para llevar este barco. A lo mejor es cierto, son los mejores, y la izquierda debería plantearse donde elige a sus líderes, si en el mercado de verduras o entre los más preparados. Ojo, esto no implica que no considere una temeridad manifiesta dejar el timón a un partido político arrasado por la corrupción hasta las mismas raíces. No implica que siga pensando que ya sea por incompetencia o por complicidad, los dirigentes que seleccionaron a sus compañeros de viaje entre lo peorcito de cada puerto han demostrado eso, su absoluta negligencia. Esto implica que admito que haya quien no se crea esos casos de corrupción, y admito que haya quien considere más importantes las políticas llevadas a cabo por el PP que el hecho de castigar la corrupción ignorada o permitida por sus dirigentes.
            Pero además, no tengo ningún problema tampoco en criticar a los partidos de izquierdas, o de centroizquierdas, apelativo por el que se han enzarzado en bochornosas peleas. La realidad es que el PSOE está absolutamente perdido en mitad de la nada, como toda la socialdemocracia europea. Perdidos entre las reglas del mercado económico que dicen aceptar como un axioma ineludible y las políticas de redistribución de la renta y la riqueza que pretenden implementar gracias a los beneficios obtenidos de esos mercados. Los matices que pretenden introducir requieren de buena explicación, de análisis detallados para que la gente comprenda la compatibilidad de las leyes del mercado en su cuenta de producción y las posteriores redistribuciones de la renta primaria, secundaria y de capital. Sin embargo, hoy en día, los mensajes que busca la gente son más propios de titulares que mensajes de largo recorrido, algo que quepa en las redes sociales junto con otros muchos mensajes más que puedas leer en el trayecto al trabajo, o a la Universidad. Hablo de este problema, sin entrar a hablar de los EREs, o de municipios a los que les ronda la corruptela, que también tienen, aunque no esté tan integrada en las estructuras básicas. Que sepamos.
            ¿Y qué decir de PODEMOS? Supo entusiasmar a mucha gente, conectó con esa clase social a la que los poderosos han ninguneado, machacado y, además, culpabilizado durante la crisis con aquello de “vivir por encima de sus posibilidades”. A esos que engañaron los políticos como Rato que negaba el boom inmobiliario, o Zapatero que negaba la crisis, y banqueros que ofrecían hipotecas al 120% del precio de la vivienda “porque los sueldos y la situación económica son boyantes y lo serán siempre”. Esos de los que nos deberíamos fiar en una economía de mercado bien estructurada, no en ésta de caciques y piratas. Conectaron, digo, los de PODEMOS. Pero al día siguiente de las elecciones de diciembre antepusieron los problemas territoriales a los problemas sociales. Empezaron a hacer cálculos electorales. Empezaron a buscar votos y a perfilar el mensaje para ensanchar su espectro electoral. En el camino se olvidaron de aquello de la transversalidad, de la vieja política, de la casta y de los sillones. Plantearon unas condiciones inasumibles al PSOE para poder pactar un gobierno de izquierdas y además se negaron a un pacto transversal con políticos de centroderecha como Ciudadanos. Un pacto transversal ineludible si se miraba de frente a los resultados de las elecciones. Se olvidaron de que lo principal era solucionar la rabia que guardaban los españoles contra las políticas de intransigencia y despotismo, de falta de negociación y de imposición del PP, y se convirtieron en intransigentes y despóticos. Nuevamente, generaron problemas que no tienen que ver con la ideología, sino con la idiosincrasia ibérica de crear odio y división, de buscar enemigos y ansiar la venganza contra los opresores.
            Dentro de la derecha española hay una facción que es impositiva, es dictatorial, es despótica y además añora los viejos modos de la violencia y el terrorismo de Estado a través de la legitimación legislativa de usos y costumbres desterrados de la política moderna hace mucho tiempo –no tanto en España, sólo desde el setenta y cinco–. Además, añora la imposición y el despotismo económico a través de la dictadura del poder del dinero, según la cual quien tiene dinero tiene derecho plenipotenciario a hacer con él lo que le venga en gana. El problema que han tenido los partidos de izquierdas en este país desde hace tiempo es que, en lugar de crear algo nuevo, libre de odio y de deseo de venganza, han pretendido seguir jugando al juego de bandos y rencores, y se han convertido en el reflejo de sus enemigos. En lugar de plantear un nuevo modelo inclusivo para todos, quieren primero resarcirse y enseñar a su rival lo que significan las cicatrices de las que ellos hacen gala. Y eso, hay a gente de izquierdas a la que nos repulsa. Yo no defiendo la ideología del PP, ni tampoco la de Ciudadanos, pero defiendo menos la ideología de quiénes elevan la voz más allá de lo razonable y sonríen cuando la violencia hace acto de presencia –aunque sus palabras la condenen– y se ensaña contra cualquier ser humano de los que opinan diferente a mis ideas.
            El problema que tiene alguna gente de izquierdas –cada cual, que se analice– es que esos mensajes les ponen cachondos, les da vidilla. Y luego se jactan de cultura y de empatía sin darse cuenta de que eso ni es culto ni es humano. Eso supone caer en las mismas herramientas de marketing que utiliza la derecha, de mensajes sencillitos y fáciles de digerir. Que digan lo que estás esperando oír, en lugar de aquello que no te gusta, pero que no te queda más remedio que tragar si queremos construir una sociedad verdaderamente humana, de la que alardean tanto unos como otros que pretender perseguir.


Alberto Martínez Urueña 28-06-2016

domingo, 26 de junio de 2016

Un último apunte

Un ultimo apunte

Necesito hablar de esto, porque si no reviento. No sé si os habéis enterado, pero os pongo en antecedentes, los hechos concretos, sucesivos. Hay una página web que se llama El Mundo Today. De humor. Han creado páginas web con el nombre de los candidatos de los principales partidos políticos mofándose descaradamente de sus indigencias. Que todos tenemos alguna. El PP, que lo del sentido del humor lo utiliza únicamente para hacer coñas que les gusten a ellos –Pablo Casado ha hecho hace poco una al respecto de Valladolid–, les ha amenazado con meterles un paquete de cojones por andar haciendo coñas con lo que no se debe. A saber, ni vírgenes, ni santos, ni procesiones, ni Rajoys, entre otros.
Lo reconozco, tengo que darles las gracias. La reacción subsiguiente, con la creación de otra página web ha hecho que se me saltasen las lágrimas. El detalle del tuitbot y el Loading skynet program es de lo mejor que he visto en Internet desde que conozco el medio. Es innegable que tendríamos que preguntarnos que habría sido de ciertos genios del humor españoles sin la censura fascista. Quizá no tendríamos entre nosotros a Mortadelo y Filemón que satirizaban aspectos del régimen, desde los servicios secretos y sus usos y costumbres a personajes como Carpanta. Ojo, este análisis no le hago yo. Es tesis confirmada que la persecución de las ideas ha generado a lo largo de la Historia –el franquismo es historia– nuevas herramientas para la difusión de ideas “poco” digeriblespara los sociópatas. Una de ellas ha sido el humor. Hoy, tenemos que darles las gracias una vez más por sus actuaciones, porque sin ellos no tendríamos esto a lo que hago referencia. Por cierto, que una cosa no te haga gracia, no significa que no la tenga, y que un humorista no te caiga bien puede ser porque está utilizando ese humor para criticar algo en lo que crees. Deberían preguntarse los que se den por aludidos el porqué de esa piel tan fina.
Estamos todos de acuerdo en que al final lo importante es el mensaje. El contenido. Ése que se esfuerzan en hacer llegar como sea, y a veces han pagado con algo más que una reprimenda. Y para silenciar el mensaje se utilizan muchométodos, más o menos elaborados. Está la táctica de la cortina de humo, perfectamente explicada en una estupenda película de Robert deNiro y Dustin Hoffman, cuya traducción al español fue esa –y banda sonora de Mark Knopfler, por cierto–. Le das carnaza a los medios de comunicación apropiados, esos siempre dispuestos o bien al amarillo o bien a la colaboración con el régimen. Y tapas una mierda con otra.
También tenemos las medidas coercitivas más habituales, desde la cárcel hasta la tortura y la desaparición. Parece que hoy en día hay países que siguen adictos a estas actuaciones tan poco humanitarias. Hablan de Venezuela, y también Arabia Saudí, Marruecos, Afganistán… Según el momento, interesará mencionar a unos o a otros.
Y por supuesto, una de las que tiene más solera histórica ha sido y está siendo en nuestros días, la de matar al mensajero. A veces, literalmente, como sucedió desgraciadamente hace no demasiado tiempo con los periodistas de Charlie Hebdó. En otras ocasiones, más sutiles –lo cual es de agradecer, aunque no sé si a los perpetradores de la censura o a la justicia que les impide llevar a cabo otras prácticas–, se pone el acento en la forma en que se ha comunicado el mensaje. En el caso de la página web, amenazando con querellas penales que tenían pocos visos de tener recorrido judicial; aunque con sensatez y una gran actuación posterior, los autores de tal barbarie optaron por cerrarla. O por ejemplo, en el caso que mencionábamos ayer, el del pobre ministro espiado por facinerosos, la táctica ha sido desmentir la evidencia y preguntarse por quién ha realizado la escucha y por qué se ha aireado en estos momentos. El contenido, las barbaridades que vamos escuchando día tras día del señor ministro, eso no importa. Lo suyo es silenciar como sea, que la información no trascienda, y meter en chirona a quien lo haya difundido, convertirles en unos parias sociales y arrebatarles toda la credibilidad que pudieran tener. Que todo lo que digan sea no analizado o investigado, sino soslayado y eludido como si se tratase de algún tipo de enfermedad de la que había que protegerse.
¿Queréis, por cierto, nuevas raciones de esto? Esto es populismo, esto son los viejos métodos de los que consideran que el poder es suyo y son ellos los únicos legitimados para usarlo. Ellos son los únicos capaces, y por tanto, están legitimados para utilizar cualquier herramienta a su alcance para soportar esa verdad, esa noción superior a cualquier otra. Como si se tratase de defender la vida humana. ¿Queréis más raciones? Señor Margallo, ministro del Interior, argumenta que el Brexit que ayer se produjo –evidentemente, merecerá un análisis pormenorizado– es por culpa del surgimiento de los movimientos populistas en Europa. Por supuesto, según este razonamiento, los populismos serán los responsables de la desafección de los ciudadanos con la clase política, aunque gobernasen ellos, y los de la acera de enfrente y los nuevos partidos todavía no existieran. Ya puestos, podemos acusarles de la existencia de la prostitución, del tráfico de drogas, de la caída de Roma y de la muerte de Chanquete. Eso es el populismo, en resumen: mensajes facilitos, sin profundidad, a los que adherirte con facilidad sin necesidad de pensar en las variables internas. Y de eso, por desgracia, estamos llenos, y la creciente entronización de lo grotesco y de la incultura que cada vez más se propugna, no hace más que ahondar en el problema.

Alberto Martínez Urueña 24-06-2016

miércoles, 22 de junio de 2016

En resumen


            Hoy es uno de esos días en que el más-difícil-todavía se cumple. Esos días en que conoces un nuevo grado de estupor, un nuevo nivel de sorpresa, un nuevo nivel de acidez estomacal. Cuando crees que los políticos ya han llevado a nuestra democracia al nivel más bajo posible, un par de metros por debajo de tierra, dentro de una vetusta caja de pino, ves que esa fosa no tiene término. Digo todo esto, con esa tan necesaria palabra de “presunto”, porque al lado de la tumba de nuestra democracia, está, como un anexo dentro del bunker de las tragedias, la tumba de nuestras libertades individuales.

            Esta noche, como jugaba España, se ve que a nuestro querido Mariano le han dado un poco de manga ancha. Los que le programan la campaña, los discursos y esas cosas. Y ha reconocido –por enésima vez– que su táctica para los días postelectorales será la misma. A saber, dejar que todo lo que le rodea se pudra, para poder emerger entre la mierda como salvador de propios y extraños. Se ve que no se mira el traje cada vez que ejecuta la jugada, porque, a tontas y a locas, le tiene cada vez más marrano.

            No era de su directa competencia lo del tema del partido, con su caja B, su tesorero enchironado, su Gurtel, el caso Palma-Arena, lo de Valencia, lo de Murcia, ahora lo de Castilla y León, el consejero al que le molan los yates de los narcos… No es cosa suya, porque lo suyo es gobernar. Nadie sabe nada, ni de quien era competencia, ni quienes son esos advenedizos. No recuerdan cuando se hacían fotos con ellos y les invitaban a las bodas de sus hijos. Lo suyo es gobernar, decía, y sacar a España del agujero en donde la habían metido los sociatas, y de paso, protegernos de esos antisistema que vienen dispuestos a robarnos lo nuestro. Defendernos de los ladrones…

            No era de su competencia lo del partido, lo suyo era gobernar. Y ahí vamos ahora. Ahí tuvimos a Mato. Esa a la que le crecían los coches de lujo en el garaje de casa. Y las explicaciones, de parvulario. Mientras, Mariano, en un perfecto ejercicio de sincronía plasmática en sus conferencias de prensa sin preguntas, iba haciendo músculo para su principal actuación: dejar que todo apeste a huevos pochos. ¿Qué decir de Soria y sus empresas, aderezado por las explicaciones que se iban cayendo según el reloj marcaba las horas? Y todo por lo de Panamá. O Cañete, no tenía cuentas panameñas, pero sí su mujer. Lo único definitivamente claro es que en las altas esferas españolas no se habla de finanzas dentro del matrimonio. Elena e Iñaki se han encargado de hacérnoslo saber.

            Y ahora, la última. Fernández-Díaz, adalid de las concertinas, campeador en la lucha contra los peligrosos yihadistas llegados en patera, azote de los perroflautas y medallista olímpico de vírgenes y santos. Esta vez se le ha olvidado lo que dice cierto librillo: “No cometerás actos impuros”., Quizá las manipulaciones políticas solicitando informaciones fiscales –amparadas por la Ley de Protección de Datos- al jefe de la oficina antifraude de Cataluña exceda esa prohibición divina. Él, que tanto se persigna, se ha bailando un tango con Satanás. Al margen de la coña del párrafo con la que no pretendo ofender a ningún católico, el escándalo no lo es menos aunque sospechásemos que en las cloacas de nuestro Estado de Derecho suceden estas cosas. Éste es el ejemplo de cómo en España se permiten determinadas licencias impropias de un país con una mínima noción de lo que es la democracia. Ni qué decir tiene que volveremos a ver a tertulianos, medios de comunicación y – lo más preocupante – ciudadanos de a pie, defendiendo tan gloriosas actuaciones.

            Mira, Mariano. Cuando dices que los compañeros del patio te hacen el vacío, y que por eso no vas a aceptar la encomienda de Felipe para formar gobierno, te debes pensar que el tema tiene gracia. Incluso puedes llegar a la conclusión de que el hecho de que te voten siete millones de personas te da derecho a reírte de las otras veintisiete. Millones. Pero estás equivocado. Ya no es sólo que durante cuatro años no hayas querido escuchar a quien opinaba distinto a tus criterios –lo de negociar damos por hecho que no sabes, y menos en una mayoría absoluta ibérica de las que maneja tu ideología–, es que después de cuatro años de vilezas democráticas, sigues teniendo esa falta de decoro de “no-saber, no-contestar” cuando alguno de tus adláteres, elegidos directamente por ti para la exclusiva tarea de gobernar, prepara un escándalo inasumible para cualquier cosa que pretenda parecerse a una democracia. Así, con esas actitudes, lo normal es que te toque jugar solo, en el rincón de los marginados. Lo mejor que podrías hacer es largarte al rincón de pensar.

            En resumen, que este domingo nos toca otra vez echar el papelito en la urna. Y es descorazonador, además de bochornoso, el espectáculo ofrecido durante estos seis meses, tanto por unos como por otros. Sin embargo, esto no puede hacernos olvidar que admitir presuntas –ojo, lo dicho– organizaciones criminales al mando de nuestra nación no es la mejor receta para hacer de ella algo que le sirva a sus ciudadanos. Es la mejor receta para seguir siendo, en lugar de ciudadanos, siervos de los que se consideran con derecho a ser nuestros señores feudales.

 

Alberto Martínez Urueña 22-06-2016

martes, 14 de junio de 2016

Sexo sí, pero del bueno


            Se suele decir, o al menos eso me enseñó mi madre, persona sabia donde las haya, que el movimiento se demuestra andando. Las palabras bonitas se las lleva el viento, eso es evidente, y aunque siempre hay que admitir la posibilidad de equivocarnos y poder enmendar los errores, necesito hacer una distinción: una cosa son los hechos puntuales, y otra muy distinta, las tendencias.

            Hay quien dice sentir respetar a la naturaleza, ser consciente de la necesidad de conservar los equilibrios y la biodiversidad inherente, pero luego se va a los toros porque es un arte, tradición y muy ibérico. Hay quien dice ser firme defensor de las finanzas públicas, de las cuentas claras y de estar en contra del fraude fiscal, pero no tiene problemas –reales, el movimiento se demuestra andando– en que los clubes de fútbol tomen su deuda con las Administraciones Públicas como una manera de financiarse. De todas formas, el ser humano es por definición un ente sujeto a las contradicciones, y quien más quien menos, tiene pecados de este tipo adornándole el traje de luces. Yo incluido, por supuesto.

            Hay un tema en la actualidad que me preocupa. Con esto de las contradicciones. Tiene que ver con el sexo, y en esta sociedad repleta de complejos, de sanciones, de culpabilidades y de adoctrinamientos, esa materia es la que más se ha visto enredada en la madeja, por lo que hay que tratarla con sumo cuidado.

            Ya digo de antemano, que en principio, estoy a favor de las relaciones sexuales. Incluso estoy a favor de las relaciones sexuales cuando no hay ningún tipo de compromiso. Estoy a favor de las relaciones heterosexuales, de las homosexuales y de las que impliquen cualquier otro tipo de modalidad que se me quede fuera. El sexo es una de esas cosas absolutamente geniales y que, salvando la imperiosa necesidad de protegerse contra virus y otras marranaditas, sale gratis. Todavía no nos exigen contribuir al erario público por echar un polvo, salvo que lo hagas en plena calle y te pillen las fuerzas de orden público.

            Por supuesto, estoy a favor del sexo en cualquiera de sus modalidades y posturas siempre que ninguna de las partes, sean dos o sean varias, salgan perjudicadas por ello. Para mí, es evidente que el sexo complementado por amor es mucho mejor que sin él, pero si no puedes echarle nata a las fresas, no por ello dejan de estar buenas– es una metáfora, a mí las fresas me gustan más a palo seco–. Pero cuando una de las personas sale perjudicada, todo esto cruje y la cosa cambia.

            No voy a entrar en la cuestión del sexo con menores, porque para esos habilitaba medidas drásticas, ya me entendéis. No porque esté a favor de usar la violencia, la cual me repugna, pero por encima de mi repugnancia está la necesidad de proteger a los débiles de la manera que sea. Y esto no es venganza.

            Ya cuando hablamos de prostitución y de trata de blancas, parece que todo está muy claro, pero no tanto. Si nos movemos en la industria del porno, todo se difumina mucho más. No sé si os ha pasado alguna vez, el cruzaros con una profesional del sexo y que os sonría y se ofrezca. Es habitual entre hombres según la zona; no conozco casos entre mujeres, aunque puede haberlos. Después de la sonrisa de la meretriz, muchas veces van seguidas la sonrisa del macho y los comentarios de sus amigos. He llegado incluso a oír comentarios del tipo: “esa quiere”, “ya has ligado” o cuestiones parecidas. Al parecer, a esos retrasados mentales se les olvida que, en la mayoría de los casos, lo que ella quiere es dar de comer a su familia y las circunstancias le obligan a sonreír al más feo del grupo. Al más fácil. Los prostíbulos se nutren de mujeres a las que maltratan, torturan, roban, amenazan y extorsionan, y eso, al parecer, no es motivo para que los aparcamientos estén llenos. Ojo, no estoy en contra de la prostitución per se, pero no puedo ignorar que en la mayoría de los casos, ellas –oh, sorpresa–, no quieren.

            Y con el tema del porno, al parecer ocurre lo mismo. Lejos de la industria pornográfica de toda la vida, a la sombra del crecimiento de Internet, han proliferado multitud de empresarios y de páginas que ofrecen otras opciones. Son respetables siempre que no se aprovechen, como en los casos anteriores, de la necesidad, de las taras mentales, o de lo que sea que le ocurra a una de las partes. Por desgracia, nos enteramos de que en algunas ocasiones esto no es así: preguntad por Torbe y compañía. Y si al final se sustancian las sospechas contra personalidades del mundo del fútbol, a ver si a nadie se le ocurre cometer la torpeza de echarse unas risas con lo bien que se lo tuvieron que pasar esos supuestos hijos de la gran puta humillando a esas pobres mujeres. Porque si en algo necesitamos dejarnos de contradicciones es el respeto que le debemos a cualquier ser humano, sea cual sea su tara: el mal gusto al vestir, o la necesidad de comer. Esa actitud de macho malentendida en lo referente al sexo –y en los restantes aspectos de la vida, lo mismo–  es algo que denota muchos problemas mentales que deberían tratarse; y mientras lo hacen, abstenerse de mantener ningún tipo de contacto con otro ser humano. Por mucho que su compulsión le pueda producir quemaduras en la palma de la mano.
 

Alberto Martínez Urueña 13-06-2016

viernes, 10 de junio de 2016

Nadie sabía nada


            Es evidente que algo tengo que decir al respecto del tema fiscal, los papeles de Panamá y las personas implicadas. De refilón, hoy han destapado una exclusiva en uno de los diarios digitales de referencia sobre cómo los principales dueños de la sanidad privada, los hermanos Ballart, repatriaron su dinero negro gracias a la amnistía fiscal que tanto le costó reconocer a nuestro ministro Montoro. Otros más, por cierto.

            El tema del dinero negro, la evasión fiscal, y su hermana pequeña, la elusión –o como crear legislación fácilmente evitable– son cuestiones en donde no caben puntos grises. Evidentemente, caben cuando hablamos de instruir, investigar y juzgar una causa: es necesaria una correcta tipificación del delito que estemos hablando, como no podría ser menos en un estado como el que nos gustaría construir. Sin embargo, lo que son las nociones genéricas no escapan de la guillotina dialéctica que esgrimo. Y aquí sí que importan las cuantías, por la simple cuestión de que al contribuyente le hace más daño la evasión de cien millones en cuotas del Impuesto de sociedades de una gran multinacional que los doce euros de IVA que no te cobra el chapuzas de la reforma.

            Por otro lado, la desastrosa estructura del sistema fiscal impositivo español parece estar hecha a conciencia. Es imposible comprender de otra manera que año tras año nos adviertan de que somos uno de los peores países al respecto, en los múltiples aspectos comparados, y aquí nadie se inmute. Y esto sí que es una cuestión política, pues hablamos de legislar, de crear una serie de leyes tributarias eficaces.

            No puedo evitar mencionar nuevamente la escasa dotación de medios humanos de nuestras administraciones tributarias. Cualquier comparación con los países de nuestro entorno es bochornosa, y al que le parezca que esto no es cierto, le diré que los datos son los siguientes (aproximadamente): España, 23.000 funcionarios dedicados a tareas tributarias; Italia, 35.000; Francia, 75.000; y Alemania, nada sospechosa de comunismos ni de velezolanismos, 113.000. Y esto es así para la Agencia Tributaria, y también para el resto de cuerpos. La cuestión es que determinadas hienas mediáticas, sabedoras de lo poco que necesitamos en España para la envidia y el linchamiento en masa, utiliza determinados clichés –exceso de funcionarios en España– para enfervorizar al respetable. Suelen ser, por cierto, señores con traje y gomina que alardean de su seriedad y responsabilidad. Debe ser muy responsable dinamitar la honesta labor de varios millones de conciudadanos…

            Como estamos viendo, gracias a las filtraciones de determinados organismos que se empeñan en ofrecernos la auténtica información relevante, y no esas proclamas de los medios de comunicación oficiales, participados por estas empresas que se lo llevan crudo a otros países, en esto de defraudar están metidos desde los más cazurros, analfabestias venidos a constructores, hasta los que alardean de prosapia y linaje, como la familia Borbona, la Casa de Alba y otras personalidades anacrónicas por las que algunos –os juro que no lo entiendo– beben los vientos cual enamoradizo mozuelo. Entre otros, como no podía ser menos, están los políticos de la comisión del tres por ciento de las ITV, los de la educación madrileña o los Eres andaluces. No se libra nadie: hay actores que no sabían nada, futbolistas que no sabían nada, ministras que no sabían nada, infantas que no sabían nada… Al final, tendremos que considerar que España no es una sociedad corrupta, es una sociedad de imbéciles que no sabían nada.

            La última que han sacado, que mencionaba al principio del artículo, hace referencia a los dueños de hospitales privados que funcionaban mediante concierto con la sanidad pública. El tema de lo concertado es un negocio sobre el que mis amigos neoliberales tendrán que darme su opinión, pero al margen de cuestiones filosóficas, estos sujetos, herederos de la más ortodoxa corriente histórica de los bucaneros con patente de corso, sabían perfectamente que si recibían dinero del contribuyente y se lo podían llevar a Suiza, o a donde fuera, harían un negocio redondo, pues sus resultados económicos falseados exigirían de más dinero del concierto y más dinero para sus abultadas cuentas numeradas. Otro sistema más de los ideados por la bellaquería ibérica.

            Tengo que afirmar nuevamente que todo esto se ha realizado con la connivencia de un sector concreto, el político, que si no sabía nada, era porque no quería mirar. Si de algo puede presumir la estructura administrativa española es de poder pedir cuentas a quien nos salga de la imaginación, sin más restricciones que las constitucionales. Y ya, cuando estamos hablando de dineros públicos, ni os cuento. Si esto se ha ido de madre ha sido porque a los gobiernos sucesivos de las Comunidades Autónomas implicadas, más los de los Ayuntamientos, más, por supuesto, los Estatales, no les ha dado la santa gana de levantar las alfombras. A ver cuántas pelusas había. Eso, si pensamos bien. Porque la otra opción es que ellos mismos sean una pieza interesada de la estructura criminal que nos ha estado robando desde tiempos muy remotos, y de ahí, las preguntas que me hacía yo –y que me sigo haciendo– en el último texto que os he mandado. 

Alberto Martínez Urueña 09-06-2016

miércoles, 8 de junio de 2016

Populismos


            Hoy quiero hablar de, de eso, de populismos, para que veáis que no me dedico única y exclusivamente a los fascismos encubiertos tras listas electorales azules. Cuando hablamos de populismos, hablamos de actitudes políticas, básicamente, de trileros. Charlatanes de feria. Personajes expertos en la venta, sin que importe demasiado el producto que te pongan delante de la cara. Claro, si es un producto fraudulento, tendrá que utilizar todas las aviesas herramientas que tenga a su alcance para que compres.

            No tengo ningún problema en admitir que las propuestas económicas del coletas y del Garzón pequeño –en adelante, Garzoncillo– no me convencen desde un punto de vista puramente teórico desde la perspectiva económica. Que pueden entrar, sin miedo a equivocarme, dentro de la definición de populismo. Hagamos el esfuerzo y planteemos la posibilidad de que el modelo propuesto por Marianico o por Pedro el Hermoso son mejores. Admitamos que no queda más remedio que seguir puteados en el plano económico durante otra legislatura, u otro par de ellas, que después de ocho años de miserias, los ciudadanos que queden en pie, vivirán en una nueva Babilonia donde todo será maravilloso. Sería idílico, pero me gustaría que alguien me respondiese a unas preguntas fundamentales, no muchas, y que determinan de manera decisiva la capacidad de votar o no a unos u otros.

            ¿Cuánto vale la palabra de un partido como el PP, empapado hasta los huesos por la corrupción? ¿Cuánto vale la palabra de un partido como el PP en donde sus líderes dicen haberse equivocado al elegir a sus personas de confianza en tantas ocasiones? ¿Realmente podemos fiarnos de que serán capaces de lo más cuando, de manera sistemática y tenaz, se empecinan en tomar decisiones equivocadas en lo menos? ¿Hemos de fiarnos de que no sabían nada de lo que sucedía en su partido? ¿Por qué van a saber lo que ocurre en un Gobierno? Todo esto podría verse modificado en caso de que todas las personas que han sido afectadas directamente por todos esos escándalos de corrupción se marchasen. Pero más allá de eso, más allá de cuestiones que al parecer son superfluas, relativas al pasado de unos individuos que se aprovecharon de la confianza depositada en ellos. Más allá de la responsabilidad de unos dirigentes a la hora de seleccionar a sus adláteres. El Partido Popular mintió durante la campaña electoral durante el año dos mil once, prometiendo cosas que no podían cumplir, como luego se demostró. Admitamos que ellos no sabían cómo estaban las cuentas públicas –es imposible, pero admitámoslo– y que al verlas, no les quedó más que hacer un ejercicio de responsabilidad y tomar las dolorosas decisiones que hemos estado sufriendo. ¿Qué sentido tiene que nos bajasen los impuestos en dos mil quince, cuando era evidente que no podríamos cumplir, una vez más, con los compromisos del déficit, elevados a sacramento vía modificación de la constitución? ¿Dónde se ha quedado la seriedad y la fiabilidad de la que presumían los miembros del ejecutivo? No lo digo yo, lo dicen sus colegas neoliberales de la Comisión Europea. No eran precisamente saltos de alegría lo que daban cuando veían la desviación de las cuentas públicas españolas. Nos han perdonado una multa de las de verdad hasta ver qué pasa con las elecciones del día veintiséis, quedando bajo sospecha de si lo han hecho por amiguismos con el PP o si lo habrían hecho igualmente de tener a Lenin en La Moncloa.

            Hasta aquí, los populismos del PP. ¿Y qué os parece lo del PSOE? ZP puso los clavos del ataúd de la socialdemocracia en España, así como el resto de líderes europeos lo hicieron en sus países. No hablo de no reconocer la crisis hasta que se nos llevó por delante, que también. Hablo de las bajadas de impuestos a las rentas del capital durante su mandato, hablo de la desregulación financiera en nuestro país. Hablo de la dejadez, cuando no negligencia, de los órganos controladores de la economía, que no fueron capaces de adoptar decisiones para rentabilizar aquel superávit público que era la envidia europea. Hablo de la ineptitud –igual que la del PP– a la hora de adoptar las reformas verdaderamente estructurales de la economía del país, esas reformas de las que se beneficiarán otros. Ninguno de ellos ha sido capaz de tomar decisiones de ese calado, salvo la construcción de líneas de tren de alta velocidad que ahora nadie es capaz de hacer rentables. Únicamente han mirado a cuatro años. Muchas gracias.

            Así que alguien me responda, por favor. Que alguien me diga de una puta vez por qué he de fiarme una vez más de toda esa gentuza que no han sido capaces de ganarse mi confianza, con todas las ocasiones que han tenido. Ah, por cierto, el que se la quiera dar, está en su derecho, faltaría más. Pero ha de saber que al hacerlo, al darse razones para defenderles, está obviando lo anterior, y está actuando de la manera menos patriótica posible. Está volviendo a dejar la dirección del país a personajes más próximos a Mortadelo y Filemón, pero sin gracia. O lo que es más preocupante, a personajes que cada vez se parecen más a don Vito, que a cambio de su protección contra las terribles consecuencias de dejar la llevanza de las cuentas públicas a unos supuestos incompetentes, te obligan a mirar para otro lado mientras ellos roban, manipulan y utilizan con la legitimidad de ciudadanos a los que ponen entre la espada y la pared con sus argumentos. Por favor, que alguien me responda a las preguntas que planteo, que me lo expliquen como si tuviera cuatro años, porque si no, me creeré que todo el mundo se ha vuelto loco, y que los populismos son la tónica habitual en nuestra sociedad y en nuestro Parlamento.

 

Alberto Martínez Urueña 08-06-2016