Se suele
decir, o al menos eso me enseñó mi madre, persona sabia donde las haya, que el
movimiento se demuestra andando. Las palabras bonitas se las lleva el viento,
eso es evidente, y aunque siempre hay que admitir la posibilidad de
equivocarnos y poder enmendar los errores, necesito hacer una distinción: una
cosa son los hechos puntuales, y otra muy distinta, las tendencias.
Hay quien
dice sentir respetar a la naturaleza, ser consciente de la necesidad de
conservar los equilibrios y la biodiversidad inherente, pero luego se va a los
toros porque es un arte, tradición y muy ibérico. Hay quien dice ser firme
defensor de las finanzas públicas, de las cuentas claras y de estar en contra
del fraude fiscal, pero no tiene problemas –reales, el movimiento se demuestra
andando– en que los clubes de fútbol tomen su deuda con las Administraciones
Públicas como una manera de financiarse. De todas formas, el ser humano es por
definición un ente sujeto a las contradicciones, y quien más quien menos, tiene
pecados de este tipo adornándole el traje de luces. Yo incluido, por supuesto.
Hay un tema
en la actualidad que me preocupa. Con esto de las contradicciones. Tiene que
ver con el sexo, y en esta sociedad repleta de complejos, de sanciones, de
culpabilidades y de adoctrinamientos, esa materia es la que más se ha visto
enredada en la madeja, por lo que hay que tratarla con sumo cuidado.
Ya digo de
antemano, que en principio, estoy a favor de las relaciones sexuales. Incluso
estoy a favor de las relaciones sexuales cuando no hay ningún tipo de
compromiso. Estoy a favor de las relaciones heterosexuales, de las homosexuales
y de las que impliquen cualquier otro tipo de modalidad que se me quede fuera.
El sexo es una de esas cosas absolutamente geniales y que, salvando la
imperiosa necesidad de protegerse contra virus y otras marranaditas, sale
gratis. Todavía no nos exigen contribuir al erario público por echar un polvo,
salvo que lo hagas en plena calle y te pillen las fuerzas de orden público.
Por supuesto,
estoy a favor del sexo en cualquiera de sus modalidades y posturas siempre que
ninguna de las partes, sean dos o sean varias, salgan perjudicadas por ello.
Para mí, es evidente que el sexo complementado por amor es mucho mejor que sin
él, pero si no puedes echarle nata a las fresas, no por ello dejan de estar
buenas– es una metáfora, a mí las fresas me gustan más a palo seco–. Pero
cuando una de las personas sale perjudicada, todo esto cruje y la cosa cambia.
No voy a
entrar en la cuestión del sexo con menores, porque para esos habilitaba medidas
drásticas, ya me entendéis. No porque esté a favor de usar la violencia, la
cual me repugna, pero por encima de mi repugnancia está la necesidad de
proteger a los débiles de la manera que sea. Y esto no es venganza.
Ya cuando
hablamos de prostitución y de trata de blancas, parece que todo está muy claro,
pero no tanto. Si nos movemos en la industria del porno, todo se difumina mucho
más. No sé si os ha pasado alguna vez, el cruzaros con una profesional del sexo
y que os sonría y se ofrezca. Es habitual entre hombres según la zona; no
conozco casos entre mujeres, aunque puede haberlos. Después de la sonrisa de la
meretriz, muchas veces van seguidas la sonrisa del macho y los comentarios de
sus amigos. He llegado incluso a oír comentarios del tipo: “esa quiere”, “ya
has ligado” o cuestiones parecidas. Al parecer, a esos retrasados mentales se
les olvida que, en la mayoría de los casos, lo que ella quiere es dar de comer
a su familia y las circunstancias le obligan a sonreír al más feo del grupo. Al
más fácil. Los prostíbulos se nutren de mujeres a las que maltratan, torturan,
roban, amenazan y extorsionan, y eso, al parecer, no es motivo para que los
aparcamientos estén llenos. Ojo, no estoy en contra de la prostitución per se, pero no puedo ignorar que en la
mayoría de los casos, ellas –oh, sorpresa–, no quieren.
Y con el tema
del porno, al parecer ocurre lo mismo. Lejos de la industria pornográfica de
toda la vida, a la sombra del crecimiento de Internet, han proliferado multitud
de empresarios y de páginas que ofrecen otras opciones. Son respetables siempre que no se aprovechen, como en los
casos anteriores, de la necesidad, de las taras mentales, o de lo que sea que
le ocurra a una de las partes. Por desgracia, nos enteramos de que en algunas
ocasiones esto no es así: preguntad por Torbe y compañía. Y si al final se
sustancian las sospechas contra personalidades del mundo del fútbol, a ver si a
nadie se le ocurre cometer la torpeza de echarse unas risas con lo bien que se
lo tuvieron que pasar esos supuestos
hijos de la gran puta humillando a esas pobres mujeres. Porque si en algo
necesitamos dejarnos de contradicciones es el respeto que le debemos a
cualquier ser humano, sea cual sea su tara: el mal gusto al vestir, o la
necesidad de comer. Esa actitud de macho malentendida en lo referente al sexo
–y en los restantes aspectos de la vida, lo mismo– es algo que denota muchos problemas mentales
que deberían tratarse; y mientras lo hacen, abstenerse de mantener ningún tipo
de contacto con otro ser humano. Por mucho que su compulsión le pueda producir
quemaduras en la palma de la mano.
Alberto Martínez Urueña
13-06-2016
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