martes, 28 de junio de 2016

Aquí estamos, ¿a dónde vamos?

            Pues no me voy a morder la lengua. No tengo ningún problema en felicitar al PP. Han hecho su jugada y les ha salido fetén. No es que hayan mantenido sus votos, es que han ganado votos y escaños. Más aún, felicito a los votantes del PP que han optado por esa opción en base a sus convicciones. Y digo esto por un motivo muy sencillo. Yo no busco enemigos entre los que consideran que el PP, y Mariano y sus adláteres, sean los mejores capitanes para llevar este barco. A lo mejor es cierto, son los mejores, y la izquierda debería plantearse donde elige a sus líderes, si en el mercado de verduras o entre los más preparados. Ojo, esto no implica que no considere una temeridad manifiesta dejar el timón a un partido político arrasado por la corrupción hasta las mismas raíces. No implica que siga pensando que ya sea por incompetencia o por complicidad, los dirigentes que seleccionaron a sus compañeros de viaje entre lo peorcito de cada puerto han demostrado eso, su absoluta negligencia. Esto implica que admito que haya quien no se crea esos casos de corrupción, y admito que haya quien considere más importantes las políticas llevadas a cabo por el PP que el hecho de castigar la corrupción ignorada o permitida por sus dirigentes.
            Pero además, no tengo ningún problema tampoco en criticar a los partidos de izquierdas, o de centroizquierdas, apelativo por el que se han enzarzado en bochornosas peleas. La realidad es que el PSOE está absolutamente perdido en mitad de la nada, como toda la socialdemocracia europea. Perdidos entre las reglas del mercado económico que dicen aceptar como un axioma ineludible y las políticas de redistribución de la renta y la riqueza que pretenden implementar gracias a los beneficios obtenidos de esos mercados. Los matices que pretenden introducir requieren de buena explicación, de análisis detallados para que la gente comprenda la compatibilidad de las leyes del mercado en su cuenta de producción y las posteriores redistribuciones de la renta primaria, secundaria y de capital. Sin embargo, hoy en día, los mensajes que busca la gente son más propios de titulares que mensajes de largo recorrido, algo que quepa en las redes sociales junto con otros muchos mensajes más que puedas leer en el trayecto al trabajo, o a la Universidad. Hablo de este problema, sin entrar a hablar de los EREs, o de municipios a los que les ronda la corruptela, que también tienen, aunque no esté tan integrada en las estructuras básicas. Que sepamos.
            ¿Y qué decir de PODEMOS? Supo entusiasmar a mucha gente, conectó con esa clase social a la que los poderosos han ninguneado, machacado y, además, culpabilizado durante la crisis con aquello de “vivir por encima de sus posibilidades”. A esos que engañaron los políticos como Rato que negaba el boom inmobiliario, o Zapatero que negaba la crisis, y banqueros que ofrecían hipotecas al 120% del precio de la vivienda “porque los sueldos y la situación económica son boyantes y lo serán siempre”. Esos de los que nos deberíamos fiar en una economía de mercado bien estructurada, no en ésta de caciques y piratas. Conectaron, digo, los de PODEMOS. Pero al día siguiente de las elecciones de diciembre antepusieron los problemas territoriales a los problemas sociales. Empezaron a hacer cálculos electorales. Empezaron a buscar votos y a perfilar el mensaje para ensanchar su espectro electoral. En el camino se olvidaron de aquello de la transversalidad, de la vieja política, de la casta y de los sillones. Plantearon unas condiciones inasumibles al PSOE para poder pactar un gobierno de izquierdas y además se negaron a un pacto transversal con políticos de centroderecha como Ciudadanos. Un pacto transversal ineludible si se miraba de frente a los resultados de las elecciones. Se olvidaron de que lo principal era solucionar la rabia que guardaban los españoles contra las políticas de intransigencia y despotismo, de falta de negociación y de imposición del PP, y se convirtieron en intransigentes y despóticos. Nuevamente, generaron problemas que no tienen que ver con la ideología, sino con la idiosincrasia ibérica de crear odio y división, de buscar enemigos y ansiar la venganza contra los opresores.
            Dentro de la derecha española hay una facción que es impositiva, es dictatorial, es despótica y además añora los viejos modos de la violencia y el terrorismo de Estado a través de la legitimación legislativa de usos y costumbres desterrados de la política moderna hace mucho tiempo –no tanto en España, sólo desde el setenta y cinco–. Además, añora la imposición y el despotismo económico a través de la dictadura del poder del dinero, según la cual quien tiene dinero tiene derecho plenipotenciario a hacer con él lo que le venga en gana. El problema que han tenido los partidos de izquierdas en este país desde hace tiempo es que, en lugar de crear algo nuevo, libre de odio y de deseo de venganza, han pretendido seguir jugando al juego de bandos y rencores, y se han convertido en el reflejo de sus enemigos. En lugar de plantear un nuevo modelo inclusivo para todos, quieren primero resarcirse y enseñar a su rival lo que significan las cicatrices de las que ellos hacen gala. Y eso, hay a gente de izquierdas a la que nos repulsa. Yo no defiendo la ideología del PP, ni tampoco la de Ciudadanos, pero defiendo menos la ideología de quiénes elevan la voz más allá de lo razonable y sonríen cuando la violencia hace acto de presencia –aunque sus palabras la condenen– y se ensaña contra cualquier ser humano de los que opinan diferente a mis ideas.
            El problema que tiene alguna gente de izquierdas –cada cual, que se analice– es que esos mensajes les ponen cachondos, les da vidilla. Y luego se jactan de cultura y de empatía sin darse cuenta de que eso ni es culto ni es humano. Eso supone caer en las mismas herramientas de marketing que utiliza la derecha, de mensajes sencillitos y fáciles de digerir. Que digan lo que estás esperando oír, en lugar de aquello que no te gusta, pero que no te queda más remedio que tragar si queremos construir una sociedad verdaderamente humana, de la que alardean tanto unos como otros que pretender perseguir.


Alberto Martínez Urueña 28-06-2016

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