viernes, 15 de noviembre de 2019

Capitalismo vs fascismo


            Planteaban en uno de los grupos de FaceBook a los que pertenezco cuál es la diferencia entre capitalismo y fascismo. No deja de resultarme curiosa esa pregunta, porque, para alguien que ha estudiado economía, las diferencias son claras. El capitalismo está basado en la libre elección del individuo en su participación en los mercados. Toma sus decisiones conforme a una función que describe, o bien sus deseos o necesidades, llamada función de utilidad; o bien, adopta un comportamiento productivo en base a una función de producción basada en los costes de fabricación y las características del mercado en el que participa. Es una definición bastante grotesca de la microeconomía que vi en la Universidad, pero nos vale. Sobre todo, porque en ninguna de las funciones mencionadas hay ningún tipo de referencia a criterios morales. Para la economía, los participantes son meras máquinas que responden de manera indeleble a sus características, matematizadas en una función. Es decir, nadie les obliga a ser egoístas o empáticos, a tener en sus funciones criterios humanistas o descarnados. Pueden tenerlos, o no tenerlos, cada uno lo suyo, pero la economía no entra. Lo único que exige la economía es maximizar utilidades o beneficios en base a esa función de utilidad o de producción. Pero cada uno elige, o tiene de manera inevitable, la suya.
            El fascismo es otra cosa muy distinta. Desde el punto de vista económico, todos los análisis realizados de manera científica desde la teoría pura, se llega a que las dictaduras se caracterizan por un intervencionismo estatal claramente marcado. Un estado dictatorial pretende controlar todos los aspectos de la vida de sus gobernados, por lo que establecer las directrices básicas de la economía, así como todos los aspectos que de estas se derivan es algo necesario. Pero no suficiente. Por eso, intervienen en todos los aspectos de la vida de las personas hasta el punto de arrebatarles en mayor o menor medida sus derechos fundamentales, y cuando hablamos de derechos fundamentales, podemos escoger cualquier tratado internacional que hable de ellos, o el titulo primero de nuestra Constitución. Ojo, siempre hay un razonamiento para coartarlos, siempre primará el interés público, las necesidades del colectivo por encima de las necesidades del individuo. Y siempre, en última instancia, habrá una persona o pequeño grupo de ellas encargadas de determinar cuáles son esas necesidades, independientemente de lo que puedan decir los miembros de esa colectividad. En definitiva, el Estado ha de tutelar a sus ciudadanos porque ellos son incapaces de determinar en base a la suma de sus necesidades, cuáles son las necesidades del colectivo del que forman parte. Pero es importante el detalle de los derechos fundamentales, porque todos los Estados avanzados intervienen de una manera u otra en esos derechos fundamentales, pero no todos les arrebatan en base a criterios genéricos, sino que se hace un estudio individualizado de los hechos o causas que puedan dar lugar a su restricción. Por ejemplo, no se puede meter en la cárcel a una persona por pertenecer a un grupo genérico como ocurre en los estados totalitarios en los que se persiga de manera sistemática a un colectivo para cortarles sus derechos por el simple hecho de pertenecer a ese colectivo. Es el caso de restringir los derechos de una persona por pertenecer al colectivo de los homosexuales, o por ser mujer, o por ser negro. Los derechos se conceden al individuo y sólo se restringen los casos previstos por las leyes. Claro, si una ley establece que los homosexuales han de ser perseguidos, o si una ley establece que no pueden casarse, estará restringiendo un derecho en base a la pertenencia a un colectivo. Por eso, en España los homosexuales se pueden casar y en Arabia Saudí se les decapita. No, lo siento, en España no somos fascistas. Si lo fuéramos, el simple hecho de tener unas ideas determinadas podría ser motivo de acabar en la cárcel. Otra cosa son las actuaciones que puedas acometer para llevarlas a cabo. Ojo, propagar tus ideas con la intención de impulsar a otras personas a cometer actos delictivos, también es un delito. Inducir a la comisión de un delito.
            ¿Qué tienen el fascismo y el capitalismo en común? Nada. Pero el fascismo tiene una esencia similar al agua. Busca las grietas y se filtra por ellas, y cuando llega la ocasión, se congela, se expande y resquebraja todo el sistema. Cuando en un Estado de Derecho como el nuestro colisionan dos o más derechos fundamentales, toca ponderarlos y determinar cuál es el grado de protección de uno u otro. Es necesaria la ponderación. Sin embargo, el fascismo altera las balanzas y le da mayor peso al plato que convenga a sus intereses. Cuando se altera la ponderación que se da al derecho a la propiedad privada y al derecho a la libertad de empresa por encima de otros derechos fundamentales, obtenemos la dictadura de los principios fundamentales capitalistas. Una dictadura con un dios y con sus seguidores. Un becerro de oro con su doctrina clara, el capitalismo, que a su favor tiene una masa amorfa e inclasificable de seguidores que actuarán fielmente y sin límites en favor de instaurar y defender el sistema en el que creen sin fisuras. Por encima de otros seres humanos y de sus derechos fundamentales. Y surge la dictadura del capital disfrazada con argumentos demócratas.

Alberto Martínez Urueña 15-11-2019

            PD: el diablo está en los detalles, por cierto: ¿cuál es la ponderación que se debe dar a cada uno de los derechos fundamentales que colisionan? Ése es el verdadero debate.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Dicen que sois gilipollas


            Ya estamos con las viejas costumbres. Todos han ganado. Todos, incluso los que no han ganado un carajo, como Ciudadanos, cuyo líder no encuentra motivos para dimitir, por lo que imagino que tener la casa como la tiene tendrá alguna justificación ajena a su liderazgo. Al menos en su cabeza. Lo de la neurosis. Lo mejor de todo es comprobar como los políticos que dirigen este barco sin rumbo consideran a sus rivales como verdaderos enemigos y, todo sea dicho, a sus votantes como completos retrasados mentales, analfabestias capaces de dejarse engañar por cualquier mercachifle que se les cruce. Ya sabéis que es lo que piensan de vosotros aquellos a los que no habéis votado. Que sois peleles necesitados de tutelaje. No sabéis votar. Gilipollas.
            Además, no sólo no sabéis votar, sino que queréis hundir a este país. No es que tengáis una receta alternativa para los retos que se nos presentan como sociedad. No es que no sepáis de economía, o de sociología, o cualquier otra –logía que se os ocurra. No, es que sois mala gente, pseudopersonas que queréis robar al resto sus posibles, que queréis aplastarles, degollarles, matarles. Y luego, orinar sobre tu tumba.
            No hay políticos dispuestos a gestionar la verdadera riqueza de este país, que es su pluriculturalidad, respetar sus características diversas y buscar sus puntos de cohesión para construir un país en el que quepamos todos. Lo dicen, pero hay tantas líneas rojas que parece un juego de cuatro en raya. Antes bien, crean bloques y trincheras desde donde se lanzan sus insultos. De ahí a mandar a sus peones a defender la verdad verdadera –“¡Defendeos, amigos!”, gritarán desde su poltrona– con las herramientas de que dispongan sólo hay un paso. Si llevamos años despojando a la ciudadanía de una mínima cultura, imaginaos cuáles son esas herramientas.
            Sí que he de decir que, con esto, hay unos claros ganadores de esta situación: son los humoristas gráficos, los creadores de memes y, por supuesto, los gaditanos y sus chirigotas. Ah, por supuesto, los artesanos de los ninots. Lo siento mucho por la judicatura; en concreto, por los magistrados del Tribunal Constitucional: si VOX cumple sus promesas, van a tener bastante trabajo, así que olvidaros de obtener respuesta si alguien os ha vulnerado los derechos fundamentales porque el retraso normal de las sentencias nos va a parecer incluso deseable.
            Más allá de todas las coñas que se me ocurren al respecto de la mierda de panorama político que se nos asoma por la ventana, el auge de partidos como VOX, y como sus partidos hermanos europeos tiene un significado básico que no admite discusión: si la gente les vota no es porque esas personas sean gilipollas –que quizá también– sino porque los partidos tradicionales les han abandonado. Estos partidos se ofenden cuando se lo echas en cara, pero la realidad es que, si no te quieren, será por algo; si no te votan, será porque no les convences, no porque el resto de partidos políticos te hayan robado algo. Votantes, verbigracia. Aunque usen datos falsos.
            El tema de la extrema derecha, tanto en España como en Europa, creo que denota el hartazgo de la gente. Gente hasta las pelotas de ver cómo los ricos se lo llevan crudo a sus paraísos, los fiscales, y, cuando no, nos lo detraen al resto mediante exenciones, reducciones, deducciones, reformas y, por último, amnistías. Gente normal con salario bien pillado, hipoteca bancaria y facturas de gas y luz al alza ve todo esto y a la vez no sabe qué va a ser de sus hijos, de sus pensiones o de sus trabajos. Cuando pidieron una respuesta, los partidos tradicionales les dijeron que, básicamente, los ricos son intocables. “Si les miras la cartera, se lo llevan a otro país”, les dicen con cara circunspecta y sosiego académico. Y cualquier destripaterrones mira con cara descompuesta y risa nerviosa, y piensa: “¡pero si el hijueputa ya se lo está llevando!”. Este es el primer paso del hartazgo: cuando alguien que te está reventando la bisectriz, y además lo hace con una sonrisa prepotente en la cara, la primera reacción es querer reventársela de una hostia. Y te dices “¡quieto, soooooo, ponte la correa!”. Y se vota sosegadamente, en función de unos criterios medianamente lógicos.
            Pero cuando has votado un par de veces a diferentes partidos y les ves hacer el gilipollas en el Congreso mientras el rico sigue con su sonrisa prepotente en la cara, ya te empiezas a cansar. Empiezas a pensar que aquí algo no funciona. Que esto no va de tal partido de izquierdas o tal otro de derechas. En casa no llegas a fin de mes, tus hijos te miran como si fueras un fracasado, si se te jode la lavadora y la caldera al mismo tiempo no tienes para irte vacaciones y te han dicho que el bultito que te ha salido te lo mirarán dentro de ocho meses, cuando el pecho se te esté cayendo a cachos y ya sepas el diagnostico sin necesidad de ecografía. Y un señor con cara circunspecta en una rueda de prensa sin preguntas te dice que están haciendo lo posible para solucionar el tema, que tienes que tener un poco de paciencia, que para el año que viene, o el siguiente, a lo mejor la cosa ya va mejor. Y claro, te planteas estar otros setecientos treinta días en las mismas condiciones y se te funden los plomos, y cantas el himno de la legión y después el paquito chocolatero. Poniendo la voz grave y a carcajada limpia. Luchando por ser el que más grita. Y luego la puta historia se repite, y el político con cara circunspecta y sus asesores de salón, a trescientos kilómetros de donde se estén repartiendo las hostias, sacan conclusiones sesudas de cómo hemos podido llegar a esto, sentados ante una chimenea mientras mueven una copa de buen brandi y se fuman un purazo de veinte centímetros, bien colocados, medio a oscuras, para no ver la sangre literal o figurada que les cubre la pechera.

Alberto Martínez Urueña 11-11-2019

jueves, 7 de noviembre de 2019

Colectivo e individuo


            Siempre que hacemos un juicio de valor en el que atribuimos a un grupo en general las características de una parte, nos equivocamos. Es lo que me explicaron en filosofía, con dieciséis años. Lo de hacer planteamientos sobre la generalidad de un grupo nos pone, hace que se nos salgan por la boca los exabruptos más graciosos. Salvo cuando nos golpean de lleno. Dicen que los funcionarios somos unos vagos con puesto fijo inmerecido; los maestros, unos jetas con demasiadas vacaciones; los autónomos, unos defraudadores llorones; los empresarios, unos ladrones sin escrúpulos; los curas, amantes de los niños; los heavys, unos guarros sin estilo; los pijos, unos niñatos con demasiada pasta; las señoras de más de sesenta, unas marujas conservadoras; los abogados, unos chupatintas siempre dispuestos a tergiversar los hechos; la policía, unos perros carniceros palmeros del sistema; los médicos, unos clasistas repletos de corporativismo… Así, un suma y sigue. Y, por supuesto, según la Europa Central y del Norte, los españoles somos unos vagos que montamos jaleo en sus países cuando vamos de turisteo. Por supuesto que nada de esto nos gusta; sobre todo, si pertenecemos a alguno de estos colectivos. Sin embargo, es bastante frecuente encontrarte con personas a las que no les gusta que les definan por su grupo, pero que después no tienen ningún reparo en catalogar al resto en función de sus más perniciosos prejuicios. Es el discurso ese de que todos los gitanos son ladrones, y yo no tengo nada en contra de la raza, pero la mayoría, ya sabemos… O el de que los negros que vienen de África nos quitan los puestos de trabajo, aunque en Huelva tengan problemas para encontrar jornaleros. O el de que los manteros nos joden el mercado audiovisual, aunque las descargas de música y cine las hiciéramos con el eMule desde casa. Y, por cierto: el soporte digital para las copias nunca salió de ninguna factoría sudanesa.
            Los prejuicios son basura por un motivo: no permiten ver la realidad tal cual es. Todos tenemos prejuicios, eso es cierto, pero hay dos tipos de ceguera al respeto. Está la ceguera con respecto a los prejuicios que tenemos; es decir, que no conocemos exactamente cuáles son, pero asumimos que están ahí. Y luego está la necedad del que cree que no les tiene o del que lo sabe, pero con la boca pequeña y no hace nada al respecto, que es otra clase de no saber algo bastante frecuente.
            Suelto toda esta retahíla porque en el debate del otro día, el de los candidatos, se soltaron varias mentiras, falsedades todas ellas. Yo me centraré en una concreta porque ésta es mi columna, y el que quiera puede escribir la suya. En este debate se destaparon un par de miserias del barbitas: si entramos al discurso, resulta curiosa la facilidad que tiene el sujeto para coger un grupo, el de los inmigrantes, o un subgrupo de estos, los menas, y tildarles de delincuentes. ¿Hay delincuentes entre los inmigrantes? Por supuesto que sí. ¿Existe una correlación entre delincuencia e inmigración? Por supuesto que no. Hay correlación entre miseria y delincuencia. Desde que el hombre es hombre, pero eso al rico le jode la conciencia.
            Resulta que la costa mediterránea está repleta de inmigrantes que se han venido a España a vivir y no se dedican a robar ni a violar ni a asesinar. Están los inmigrantes con mayor poder adquisitivo, los que tienen su negocio, los que cobran sus pensiones y los que no tienen ni para comer. De estos últimos, les hay que trabajan bajo plásticos en condiciones infrahumanas, están los que cuidan a nuestros mayores por cuatro perras, los que hacen las camas de los hoteles, los que limpian los negocios, los que tienen los suyos, los que trabajan en la construcción… Y luego están los que delinquen. Unos pocos. Este discurso de ir contra el inmigrante, además de ser estúpido, es contraproducente porque la economía española se beneficia de su aportación singular. Y para el que delinca, Código Legislativo. Pero restarnos todo lo que suman los inmigrantes buenos por los delitos de los malos, sería de gilipollas. Por cierto, los datos, los de verdad, no los que sacó Santi en la tele, me dan la razón. Basta con buscarlos.
            Es más, fijaos lo que os digo: si la solución para que en España dejara de haber robos, asesinatos, violaciones, etcétera, fuera ésa, lo me plantearía. Pero esta gente no se ha percatado de una gran verdad: estas medidas ya se han intentado a lo largo de los siglos y nadie ha conseguido nunca evitar los flujos migratorios ni evitar los delitos. Lo que sí que hemos conseguido han sido personajes que prometieron hacerlo por cualquier medio: echadle un vistazo al siglo veinte. Por supuesto que tiene que haber policía, jueces y cárceles para esta gente. Pero aplicarles pena de prejuicio a todos por los delitos de unos pocos pondría de mala leche a Sócrates y nos convertiría en estúpidos. Y esto, además, nos demuestra el poco respeto que tiene Santi por la Constitución Española. O el desconocimiento.
            El artículo 13 dice que los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas que garantiza el Titulo I en los términos que establezcan los tratados y la ley así que, en principio, eso del artículo 14 de que todos somos iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación de ningún tipo, hace que el discurso de nuestro amigo de VOX sea más propio de un antisistema que de un demócrata. Y para los que quieran hacer distinciones entre inmigración legal o ilegal, diré, por ejemplo, que el artículo 39.4 dice que los niños gozarán de la protección prevista en los acuerdos internacionales que velan por sus derechos, es decir, la declaración de los derechos del niño. Lo digo por lo de los menores extranjeros no acompañados. Una de las características del fascismo es esa retórica inflamada en contra de una colectividad social desfavorecida y desprotegida. Santi ya tiene otro punto para que, como individuo, y no como colectividad, podamos aplicarle la definición que se merece.

Alberto Martínez Urueña

P.D.: estáis en vuestro derecho de votar derechas, no faltaba más; pero no perdáis vuestra humanidad por miedos que no se sujetan.

martes, 5 de noviembre de 2019

Por qué no votaré a la derecha


            Por qué no votaré a la derecha

            ¿Por qué no voy a votar este domingo a la derecha? Es muy sencillo. De todo lo que se podía hablar en el debate de ayer –que, por supuesto, no me tragué entero porque llevo escuchándoles hablar demasiados meses como para hacer como el españolito desmemoriado que se traga las falacias de un discurso sin preguntas– únicamente me interesaban un par de temas. Para debatirlos en detalle. Hay otras que no debato porque las considero básicas. Estas cuestiones sobre la que sólo hay certezas intelectuales son, verbigracia, el marco legal en el que nos movemos todos, la inversión en I+D+i en Educación, en Pensiones o en Sanidad. También meto en este tema la eutanasia –a ver por qué va a tener que decirme nadie hasta cuándo estoy obligado seguir vivo–, el aborto –no estoy a favor del aborto, pero menos de decirle a nadie lo que hace con su vida– o la prostitución y la gestación subrogada –curiosamente a estos trabajos sólo se apuntan las que no pueden dedicarse a otra cosa–. El tema del machismo ni lo comento: yo puedo salir a correr al pinar a la hora que me da la gana, sin miedo, y las mujeres no pueden. ¿Hay un código penal que condenaría a un posible agresor de igual manera si me toca a mí sufrirle que si le toca, por poner un ejemplo, a vuestra madre? Sí, pero estadísticamente ella tiene más riesgos de que le pase. Por eso estoy a favor de buscar la forma de protegeros especialmente a vosotras, y no a mí. Además, y esto es tan evidente que no entiendo a quien lo niega, yo he vuelto borracho a casa algunas noches, y nunca me sentí en peligro; por lo que parece, si a una mujer que va borrachísima le asaltan por la noche, no es tan grave que si le ocurre de día estando sobria. Pero vamos al turrón.
            Los temas que me interesan, allí donde veo algo de interés más allá del zasca para deficientes mentales y palmeros, son en el tema económico y en el tema medioambiental. Si empiezo por este último, sin necesidad de hablar del cambio climático antropogénico–te puedes creer que es mentira o hacer caso a la práctica totalidad de los científicos que se encargan del tema–, tenemos la cuestión de las muertes causadas por la contaminación. Aquí hay un posicionamiento fundamental que hacer al inicio, antes de empezar a hablar de medidas: hasta qué punto es importante la salud con respecto al sistema económico. Y una vez que te posicionas con respecto a esto, se determina el esfuerzo que consideras necesario para cambiar de un modelo económico contaminante a uno menos contaminante. Es un esfuerzo económico, por supuesto. Puedes considerar que la salud no se ve afectada por la contaminación –y seguramente, tengas algún problema mental– y entonces serás un palmero de Trump, seguramente tus padres sean hermanos, o quizá primos, y estés convencido de que La Tierra es plana y de que las vacunas están pensadas para matarnos a todos. Puedes considerar que el esfuerzo económico a realizar tiene que sopesar las consecuencias sobre los mercados de trabajo y de capitales, los costes para las empresas y cómo compensarlas, las distorsiones negativas para las familias… Entonces, estarás en la línea del PP y Cs, que abogan por advertir a las empresas de que dentro de unos años se limitarán las emisiones –plazos que luego suelen prorrogarse sine die–, por incentivar fiscalmente a las empresas que menos contaminen –que paguen menos impuestos, aunque el tipo efectivo ya sea ridículo–, y todo ello sin perjudicar a los empresarios que decidan seguir en el tren que nos ha traído hasta donde estamos. Respeto absoluto a esta opción, pero yo no la veo. No creo que las empresas vayan a realizar una reconversión industrial muto proprio, no creo que deban pagar menos impuestos por una reconversión que también beneficiaria a sus pulmones, y, además, considero que una reconversión industrial hacia economías menos contaminantes supondría un aumento de nuestra capacidad industrial y de nuestras potencialidades y eficiencias, así como a las productividades de la que tanto se hablan. Como no veo que el poder económico vaya a ser capaz de comportarse mínimamente con respecto a este tema –es muy útil para otras cuestiones–, prefiero empezar desde ya y establecer un marco legal claro que les meta en vereda y exigir un esfuerzo importante para levar a cabo esa reconversión hacia un modelo menos contaminante –sustentable ecológicamente– lo antes posible.
            Lo del tema económico, un par de apuntes. Cuando el PP y Cs hablan de bajar los impuestos, es necesario decir que Cs nunca lo ha hecho porque no ha gobernado y que el PP, gobernando, nunca les ha bajado los impuestos a las clases medias. Cualquiera interesado en el tema, que me lo diga, que le mando los datos. No lo digo yo, lo dicen economistas neoliberales que acusan al PP de decir ser neoliberal y luego aplicar medidas que nada tienen que ver con esas tesis. Además, añado una cuestión especialmente dirigida a cualquiera de vosotros que no ganéis más de ciento cincuenta mil euros al año. Cuando hablan de bajar los tipos del IRPF a los que benefician fundamentalmente es a los que ganan más. Cuando quieren quitar el impuesto de sucesiones o el de patrimonio, estos ya estaban bonificados y reducidos de tal manera que nosotros no lo pagábamos, lo pagaban los ricos. Cuando aplican todas esas medidas, les bajan los impuestos a los que ganan más de ciento cincuenta mil al año, pero luego lo compensan subiéndoles los impuestos a la clase media, a ti y a mí, y, en caso de que no lo hagan, no recortan para que el sector público sea más eficiente, lo recortan para que sea más pequeño, por lo que te recortan en Pensiones, Sanidad, en Educación –incluso el dinero que pagas si llevas a tu niño a un concertado– en infraestructuras y en I+D+i; es decir, cargándolo igualmente sobre las clases medias y, de paso, cargándose de un plumazo a las generaciones mayores, a los adultos y el futuro de nuestros hijos.
Alberto Martínez Urueña (4-11-2019)

            PD: no sé lo que voy a votar, y no soy palmero de nadie, y no soy enemigo ni de Rivera ni de Casado, ni de sus votantes; tengo mis ideas y mis tesis, y las confronto con las suyas. Por eso no considero que ningún español sea mi enemigo. Tampoco ningún extranjero. Ni ningún ser humano, por cierto.