lunes, 2 de agosto de 2021

Una pequeña píldora

  Hoy sí que me animo a escribiros un texto. En mitad de este verano tan extraño que cada diez o doce días parece querer abandonarnos, voy a hacer un pequeño comentario al respecto de las cosas que suceden a nuestro alrededor.

No voy a hablar de política porque hacerlo supone entrar en un terreno en el que, como todos, me muevo con más soltura de la que me gustaría: desacreditar es muy sencillo, sólo tienes que elegir al enemigo y tienes a tu alcance todos los posibles insultos y razonamientos para sostenerlos. Hay demasiada gente dispuesta a ir a la guerra en nombre de otros, siempre la ha habido, aunque luego nos preguntemos cómo se generan los conflictos. Basta con que alguien consiga que muchos hagan suya la causa que rebuzna para que se crean que esa causa ha nacido de sí mismos y no de estudiados análisis de mercadotecnia. Olvidamos con demasiada facilidad dos cuestiones primordiales: primero, que la democracia está pensada para el consenso y los acuerdos; y, segundo, que no pagamos a los políticos para que nos recuerden en qué nos diferenciamos, sino para que los costes de ponernos de acuerdo sean menores que si tuviéramos que hacerlo de forma directa los cuarenta y siete millones de españoles que somos. Democracia representativa, se llama.

Pero creo que el estado de cosas en que tenemos a la política y a la actualidad es un reflejo del estado de ánimo que nos genera la situación que nos ha tocado vivir: crisis económica, pandemia y un mar de fondo de difícil definición, pero de efectos más que notables. Un mar de fondo de frustración sin precedentes, de angustias, de desequilibrios existenciales… Una ristra de alteraciones emocionales y mentales que se meten dentro del saco de las enfermedades psicoemocionales, pero que difieren unas de otras en gran medida, aunque todas produzcan efectos parecidos. Dentro de los problemas, de todos, hay que diferenciar entre los síntomas y las causas. En el caso de las dolencias físicas, en muchas de éstas, las causas son sencillas de entender –si te rompes una pierna por caerte en la calle, la causa es clara–; en las otras, las causas son mucho más profundas y difíciles de comprender. Esto hace que la solución de los síntomas sea compleja, pero además nos obliga a buscar las causas para que, una vez superado un tratamiento de choque, no vuelvan a aparecer los trastornos.

No se me olvidará el día en que los hijos de la Gran Bretaña anunciaron la creación del ministerio de la soledad. Japón es otro país avanzado en que también tomaron hace tiempo medidas de este tipo. Hablamos de sociedades avanzadas en las que, en principio, la mayoría de la población tiene las necesidades materiales cubiertas. La lucha del ser humano durante toda su existencia como sociedad ha ido encaminada precisamente a eso: a cubrir las necesidades básicas. No todas las personas de nuestras sociedades lo consiguen, pero hay una gran masa social que, al menos durante el siglo veinte, logró apartar esos fantasmas de su camino. De alguna manera, podemos entender que nadie que pase hambre, sed, frío o miedo se va a poder preocupar de cualquier otra cuestión por muy relevante que, a nosotros, dentro de nuestro espejismo del primer mundo, nos pueda parecer.

Han surgido con fuerza, sin embargo, en las sociedades avanzadas, los trastornos derivados de la insatisfacción, la ansiedad, el miedo, la angustia, la sensación de indignidad, la falta de estabilidad vital… todos ellos, crecen cada vez más y más rápido. Antes, las sociedades no tenían tiempo para preocuparse de estas cuestiones. Al menos, la gran masa social que suficiente tenía con que no se les murieran los hijos. Pero ya en la actualidad, incluso antes de la pandemia, se hablaba en ciertos círculos numerosos, pero quizá poco conectados, del incremento del consumo de determinados medicamentos pensados para solucionar todos estos problemas. Ansiolíticos, antidepresivos, sedantes, somníferos… Píldoras de colores en pequeñas dosis que eliminan los síntomas. Formulaciones más o menos sencillas que eliminan de forma cómoda los efectos que han producido causas de orígenes, cuando menos, abstractos y difíciles de localizar y atacar.

Los síntomas han de ser tratados, sin duda. Como dato, decir que el suicidio ha pasado a ser la principal causa de mortalidad entre nuestros jóvenes. Entre los no tan jóvenes, la depresión y otros trastornos causan un nivel de sufrimiento que también lleva al suicidio, o sino, a la cronificación de situaciones que provocan que la existencia se convierta en una losa inasumible. Hay personas que consideran que estos problemas son causados por la falta de capacidad del enfermo; otros, les consideran poco fuertes; otros, les llaman vagos, o carentes de voluntad. Para todos ellos, les recomendaría una dosis extra de empatía y compasión, pero, por desgracia, no hemos encontrado la forma de introducirlas en píldoras que solucionen los síntomas de una desgracia humana semejante. Porque eso también es una desgracia…

Los síntomas han de ser tratados y, para ello, hay que tener la voluntad de abrir la mente, de expandir la visión y de renunciar a las estructuras personales que nos dan seguridad y que nos hacen pensar que nos protegen de daños aún peores. ¿Por qué digo esto? A sabiendas de que puedo pillarme los dedos con la afirmación que voy a verter en este texto, diré que, de hecho, son esas estructuras en las que confiamos, de forma muchas veces inconsciente, las causantes de nuestros problemas. Son la causa. Por desgracia, en gran parte, también son las definiciones que creemos, sin base cierta y de manera errónea, que configuran nuestra propia identidad, por lo que la solución muchas veces pasa por dejar de ser lo que creemos que somos, o lo que creemos que debemos ser. Y eso es muy duro. Pero merece la pena si queremos, simplemente, vivir mejor. Todo ello para que, dejándonos ser y observándonos, podamos lograr una mínima convergencia entre lo que verdaderamente somos y la vida que hemos de llevar.


Alberto Martínez Urueña 2-08-2021


P.D.: por desgracia para nosotros, la sociedad en la que vivimos está basada sobre varias premisas entre las cuáles está que podamos llevar a cabo este proceso. No obstante, es posible, y las pistas están ahí para quien quiera verlas.