miércoles, 15 de enero de 2020

¿Y a ti cómo te gustan?


            Pues ya tenemos Gobierno, por si le echabais de menos. Gobierno del de verdad, no del que está en funciones y no se sabe qué es lo que puede hacer. Ni qué decir tiene que cada cual tendrá su opinión al respecto, cosas buenas, malas, vaticinios, deseos… Es una de esas cosas que no deja a nadie indiferente. En realidad, a mí es un tema que me da un poco igual ya que he retomado mi antigua fase en la que no acabo de verles las bondades a todos esos políticos que campan por Moncloa, por la Carrera de San Jerónimo, por las Cortes de Castilla y León o por donde sea. Estoy un poco anarquista, un poco inoculado por un sabio que conocí hace tiempo que decía que “¡Todo mentira!” no por saber cuál era la mentira, sino porque sabía que mentían siempre para, fundamentalmente, no decirnos la verdad, sea cual sea ésta.
            Y es que en esta vida hay verdades incuestionables, como por ejemplo que la realidad que vivimos cada uno es subjetiva. Es innegable, por supuesto, que hay hechos concretos que son perfectamente descriptibles por las matemáticas, la física y la química y que ante ellos no hay forma de resistirse. Sin ir más lejos, la ley de gravedad impone que si te tiras desde un edificio de nueve plantas acelerarás a un ritmo de nueve coma ocho metros por segundo por cada segundo transcurrido hasta llegar al suelo, donde el ritmo de desaceleración tenderá hacia infinito. Sin embargo, la forma en la que nos afectan los hechos es muy distinta: no es lo mismo que se caiga un desconocido a que lo haga tu hijo de seis años, por mucho que la muerte de un ser humano sea algo trágico.
            Hoy en día, esta circunstancia que sobre el papel es tan evidente, queda soslayada por una sociedad neurótica en búsqueda continua de unicornios de color rosa. Una costumbre muy divertida cuando lo hacen niñas de tres años, pero que resulta muy peligrosa cuando la llevan a cabo personas adultas. Estoy hablando de encontrar una realidad insoslayable dentro de las apreciaciones del ser humano que permita hablar de una objetividad absoluta. Y todo esto, por el unicornio de color rosa: seguridad absoluta de que las cosas nos van a ir razonablemente bien.
            Cada uno tenemos nuestras propias apreciaciones con respecto a las circunstancias sociales. En primer lugar, no todos tenemos las mismas querencias, ni los mismos gustos ni la misma sensibilidad o empatía con respecto a las cosas que nos rodean. No hay defectos en ello, aun teniendo en cuenta que entramos en territorios donde los calificativos y las definiciones pueden causar estragos. La misma noción de justicia social es endeble desde el primer momento en que no somos capaces de ponernos de acuerdo en dónde está en límite entre los mínimos que un Estado de Derecho debe garantizar y donde hay que empezar a considerar que un ciudadano se está aprovechando del sistema. Igualmente, no somos capaces de tener una idea unívoca sobre cuál es la responsabilidad social exigible a una persona que ha ganado mucho dinero gracias a las inversiones en investigación y desarrollo, infraestructuras, paz social, etcétera, que ha realizado la sociedad en su conjunto y que le ha proporcionado un entorno económico estable.
            Entender algo tan básico es muy sencillo si hablamos de la pareja. Y, por otro lado, es muy sencillo entender el problema que subyace si, igualmente, hablamos de la pareja. No habrá nadie en su sano juicio que se atreva a decirle a un amigo que la mujer que ha escogido para emparejarse –vale lo mismo para hombre con hombre, mujer con mujer o mujer con hombre– no es lo suficientemente guapa, delgada o mentalmente estable. Esa prueba de amor sólo puede resistirla cuando la dice un padre a su hijo –y todas sus variantes– y, además, el padre hace el firme propósito de decirlo una vez y no más, y que luego no se le note demasiado. ¿Por qué nos resulta tan complicado entenderlo en la política? Más allá de que las motivaciones de los líderes de los partidos políticos puedan suscitarnos ciertas dudas –a mí, como víctima ocasional del afán de poder de otros, me las suscitan todas– no es menos cierto que esto no sería un hecho diferencial entre todos ellos. Y que los diferentes criterios no son tanto un propósito diabólico de oprimir a nadie, sino una querencia como que a unos les gusten rubias, a otros morenas y a otros, de su mismo sexo. Lo único que pido a mi alrededor es poder tener una conversación amigable como tuve ocasión hace poco con dos muy buenos amigos que no opinamos lo mismo en materia de política.
            Dicho esto, cuestiones como lo de la nueva Fiscal General del Estado no me gustan, igual que no me han gustado nunca estos manejos los haga quien los haga. No me gustan las pretensiones de ERC, me gusta que Cs haya perdido su posición de partido bisagra, me asquean las miserias dialécticas de VOX y no me gusta cuando Pablo Iglesias utiliza retórica de guerra o habla de expropiaciones. Son cuestiones todas ellas que me dan mucha grima, que no ayudan a construir un edificio común y que producen que la ciudadanía acabe hasta los cojones de esa panda de necios. Por eso, lo de votar a cualquiera de ellos, ya si eso, para otro momento.

Alberto Martínez Urueña 14-01-2020