jueves, 26 de marzo de 2009

Fluyendo

El anciano se tumbó sobre la cama. Había estado caminando toda la tarde por su barrio, como solía hacer, renqueante con su bastón de madera y marfil, observando a los chavales pasar por la calle con rumbo incierto: al parque, a casa desde el colegio, hacia algún campo de deporte que había cerca… Le había saludado algún amigo y había compartido con un par de vecinos una conversación interesante sobre cómo habían cambiado los tiempos desde que ellos eran niños, y lo poco que en realidad habían cambiado también. Los tres habían sonreído al ver a uno de los chavales reñir con su madre y como aquélla le había agarrado del brazo y le había llevado a casa por la fuerza, mientras el otro lloraba; después se habían despedido, y él se había vuelto a quedar solo, sentado en el banco de piedra que daba a un pequeño jardincito, tranquilo y apartado.

Desde allí había visto de nuevo la vida pasar como lo había hecho los últimos veinte años, desde que se jubilase de aquella empresa de comercio en la que había pasado los mejores años de su vida. No se había casado. No había ninguna razón aparente, simplemente no había sentido la necesidad de hacerlo, o quizá no había conocido a ninguna mujer que le hubiese llamado la atención lo suficiente como para entregarle su vida. Tampoco lo había echado de menos, no era de esos que decían que tenía que tener pareja, que la vida sin pareja era demasiado triste. Tenía sus pros y sus contras, como todo en esta vida. Aunque como no lo había probado, no sabía si aquello que pensaba era cierto; y se encogió de hombros, como hacía siempre ante tales pensamientos. Ahora volvía a ver pasar la vida delante de sus ojos, la misma vida que había visto en todos aquellos años, que él mismo había vivido en su cuerpo y en su mente, los excesos y las privaciones. Todo.

Fue a eso de las ocho cuando empezó a encontrarse mal. No sabía muy bien el porqué, pero había algo que le estaba produciendo gran malestar, así que con su paso cansino se levantó del banco y caminó trabajosamente hacia su casa, arrastrando los pies, preguntándose qué sería aquella sensación. Al subir una acera estuvo a punto de caer al suelo; sus pies se trastabillaron y casi dio con sus huesos contra el cemento, pero algo lo detuvo. Su corazón desbocado le indicaba el peligro que había pasado: una caída a su edad suponía no volver a levantarse en mucho tiempo de una cama de hospital, tal y como había visto a más de un amigo de sus años. Movió los pies y recuperó la vertical y se volvió a su derecha para ver qué era lo que había evitado que se diese contra el suelo.

Un chico joven le miraba con amabilidad, mientras le agarraba del brazo para ayudarle a incorporarse del todo. Era moreno, con el pelo negro azabache y una leve sonrisa que dejaba entrever una hilera de dientes blancos como perlas de un collar antiguo. Le preguntó si se encontraba bien, si necesitaba ayuda, y el estuvo a punto de echarse a llorar, entre el miedo por la caída y la emoción por la simple pregunta, sencilla y humana. Asintió, conmovido todavía, y le invitó a tomar un vaso en un bar de los de toda la vida de su calle; el chico trató de negarse, pero él no aceptó un no por respuesta, y casi como la madre anterior a su hijo, le arrastró hasta la barra, en donde le dijo a Fermín que pusiese dos chatos de vino del bueno. Se sentía extrañamente generoso, y aquella sensación le gustaba. Casi no recordaba la sensación anterior, la de malestar, que todavía aguardaba, queda en su rincón, dándole una tregua.

Fueron unos buenos quince minutos de charla entrecortada, de asentimientos amables y alguna palmada en la espalda. Quince minutos de sensaciones hace tiempo desplazadas a un pasado en que había amigos y compañerismo juvenil, quince minutos de una alegría calmada y tranquila, de sosiego sin pasado ni futuro, algo que había olvidado.

El chico marchó con una sonrisa mientras él acababa su vino y daba cuenta de la tapita de chorizo. Se sentía como nuevo, rejuvenecido por dentro, y con aquella nueva sensación se volvió a casa. Y se tumbó en el colchón.

Fue entonces cuando volvió el malestar con más fuerza aún. Le recorrió el cuerpo como un escalofrío, como cuando de joven escuchó las sirenas en Madrid que anunciaban la llegada de algún bombardero alemán. Le recorrió y supo lo que era casi antes de que el brazo izquierdo se le quedase paralizado, antes de que el pánico le atenazase las entrañas y le dejase apabullado ante la certeza de que todo se aproximaba a su cambio más radical. Todo fluía de nuevo hacia algo nuevo, hacia algo cambiante, que le liberaría y le daría… Lo que fuese.

Miró un instante hacia atrás, hacia la luz de aquella vida, hacia lo que se quedaba atrás, todos aquellos recuerdos, las costumbres, las manías. Las dijo adiós sacudiendo ligeramente dos dedos de la mano derecha, que todavía respondían, con una leve sonrisa en los labios, agradecido de haber visto aquel atardecer de septiembre del cuarenta y siete en Ávila, o aquel prado verde frente al mar Cantábrico de Noviembre del setenta y cinco. Asintió, y después observó la oscuridad en frente suyo, la oscuridad que se cernía sobre él, y la saludó con valentía, con los ojos recios y la frente alta, con la humildad que debía a lo desconocido y con la amabilidad de la bienvenida al cambio que se aproximaba. “Ya necesitaba un cambio”, se dijo, “las cosas no pueden permanecer inmóviles”. No en vano, nunca lo hacen.

El anciano se miró en el espejo del armario a su izquierda, sólo unos momentos, en aquel espejo que le había visto despertarse cada mañana desde hacia cincuenta años, que le había visto sentarse con la cabeza entre las manos cuando sus padres le dejaron, que le había visto envejecer, jubilarse, y que en esos momentos le contemplaba. Y ahora, en aquella imagen tenue, marcada por la ligera claridad de la ventana, vio un niño que le sonreía.

Por último, cerró los ojos, sosegado, y se abandonó a sí mismo.

Alberto Martínez Urueña 26-03-2009

Desde Madrid con amor

Pues sí, resulta que al final, y después de todo, lo único que hice fue postergar mi llegada a la capital de España. No sé si será una de esas cosas que dices, “no quedaba más remedio”, o algo parecido, la cuestión es que aquí estoy, en la zona norte, viendo la sierra cubierta de nieve por la ventana. Podría parecer bucólico, desde luego; el problema es que si quiero llegar tengo que coger el coche y chuparme media hora de carretera, si no más. Y no tengo coche, ni ganas de cogerlo para eso.

Pero bueno, no todo es malo. Estoy empezando mi vida de funcionario por aquí, en el Instituto de Estudios Fiscales, una especie de agencia en la que un grupo de funcionarios te enseñan a ser funcionarios. No tiene nada que ver con lo del tema del café que estará pensando la mayoría (creo que eso es cuando tomas posesión del cargo), aunque si bien es cierto que entre clase y clase tenemos media hora de descanso. Nos dan clases de varias cosas, nos explican, nos tratan como a gente adulta… Esas cosas para las que hemos currando durante unos años y que ahora hay que pasar para que nos puedan mandar a donde ellos quieran. O donde puedas elegir, claro.

Pero bueno, la cuestión es que aquí estoy, ya os digo. Aquí ves cosas que seguramente en Valladolid quizá no haya nunca, o si las hay, quede tiempo para que podamos verlas. Me explico, son las zonas sin construir en mitad de pisos de varias alturas, son las chabolas al lado de los chalets, son los inmigrantes sin papeles paseando por las calles de los ejecutivos ricos. No me malinterpretéis, ya sabéis que no estoy en contra de los inmigrantes honrados, al igual que no estoy en contra de los españoles honrados. Es una ciudad donde no se ven las estrellas; al contrario, lo han cambiado por un resplandor naranja muy bonito. Como en todas las ciudades, diréis alguno, y es cierto, lo único que este resplandor será un poco más grande.

Eso sí, en esta ciudad tienes de todo, y todo al alcance de la mano, como dice el anuncio del metro. Claro, para ir a alguna zona no te queda más remedio que tragarte una hora de metro, pero ¿qué es eso para el que iba en la línea siete a la Universidad? Aparte de un coñazo, vamos.

Que sí, que a todo se acostumbra uno. Muchos de los que vinimos lo hicimos porque no nos quedaba más remedio si querías tener algo más seguro que en tu tierra, y luego hubo quien le acabo cogiendo el gusto. No todos, por cierto. Pero bueno, veremos a ver qué pasa. Aunque para aquel que me conozca, sabrá que soy como un poco más de ciudad pequeña, o de no tener que moverme mucho, a no ser que sea para correr; aunque por otro lado, soy persona humana, sujeta a la mutabilidad propia de nuestra especie… Ya sabéis a lo que me refiero.

En fin, que no voy a empezar a quejarme antes de tiempo, vamos a dejar que pasen unos meses, y como en Julio acabo el curso, en lo que tomo posesión del cargo, y esas historias, veremos a ver qué es lo que nos depara el tiempo, si me acostumbré a Madrid o no. De momento, la habitación no está mal.

Además de esto, había pensado escribir sobre la ciudad, hablar de ella, la mayor parte mal, pero he descubierto que hay gente a la que le gusta, así que les concederé el beneficio de la duda y miraré a ver qué es lo que ofrece. Y trataré de hacerlo sin prejuicios, aunque no sé si seré capaz de hacerlo. Aparte de que esta ciudad es tan grande y tiene tantos lugares donde poder sentarte que imagino que habrá alguno que lleve almohadón de pluma de pato; todo sea que encuentre el sitio.

Pero al final creo que será una cuestión de preferencias y de gustos. Sin ánimo de ponerme trascendental, cada uno tenemos nuestras prioridades con estas cosas, las aficiones, por decirlo de algún modo, y la forma en la que concibes la existencia humana. Hay quien se encuentra como en casa rodeado de montes por cada lado, oliendo a estiércol de vaca y rodeado de pastizales en verano y nieve en invierno; otros prefieren otras montañas, las de cemento y cristal, no les importa la contaminación y les gusta lo de pasar las tardes o las noches en los bares. Cada uno lo suyo, es así; por mi parte veremos a ver cómo nos vamos adaptando yo a la ciudad y la ciudad a mí. Sí, ya sé que es demasiado pretencioso pensar que la ciudad se adapte a mí, sólo es una forma de hablar, ¿no?

Pues eso, dejaré que el tiempo pase, esperaré y observaré como me han aconsejado que haga, y veré a ver qué ocurre. Lo que seguro que pasa es que algo nuevo aprenderé, como ya lo estoy haciendo (no me refiero al curso de Técnicos de Auditoria y Contabilidad), y aprenderé algo sobre mí mismo, que al final es uno de mis principales objetivos. Eso seguro que me lo brindará la ciudad, y veremos a ver qué ocurre con todo. De momento, una de las cosas que sí que he aprendido es a echar de menos a mi ciudad y a mi gente más de lo que pensaba que pasaría. Supongo que eso es bueno, y cambia la valoración que haces de determinadas cosas.

Lo dicho, nos veremos dentro de unos días, o unos meses, y os contaré qué tal va todo por aquí, qué conclusiones saco y cuáles no. De momento, os escribo desde Madrid y así lo haré durante unas cuantas semanas más. Espero que no se me agrie el estilo.

Alberto Martínez Urueña 19-03-2009

viernes, 6 de marzo de 2009

Complementos

Siento mucho el corto espacio entre textos, pero el de hoy era inevitable, por lo importante y por el tiempo que hace que se gesta en mi cabeza. No me voy a poner trascendental con temas políticos; en esos temas cada uno es de un padre o de una madre, y los ánimos se suelen calentar muy deprisa. Sobre todo en tiempos en que las listas del paro aumentan a ritmo desaforado, como ocurre en esta maravilla de primer mundo evolucionado y sabio. Pero no van por ahí los tiros, todavía no me encuentro con ganas de hablar de Economía, no me encuentro con ganas de empezar a tirarnos los trastos a la cabeza y salir magullado de la conversación. Sobre todo cuando quiera deshilarlo de la política y al final se convierta en una guerra de guerrillas entre ideologías que no se sabe muy bien dónde nacieron y dónde acabarán.

Resulta, benditas casualidades de la vida, que hacía cosa de casi un mes que no me ponía la televisión al desayuno, y me he enterado de que el día ocho de este mes de Marzo es el día internacional de la mujer. Sorprendido quédome al enterarme; no porque la mujer no merezca un día internacional, que por supuesto que sí, sino por lo aparentemente desconectado del mundo que me mantengo. No sé si la vida eremita será buena, pero a veces me sería aplicable con peligrosa fiabilidad.

Pero a lo que iba. Estaba sentado, con la tostada y el café a la mesa, y al oír esto me vino a la cabeza una frase de un tío famoso que se hace llamar The Edge y que para más reseñas es el guitarrista de U2, en la cual decía que era mejor que los hombres dejásemos el mundo a las mujeres, que nosotros ya lo habíamos jodido bastante. Prístina y clara idea. Creo sinceramente que, en algún momento, todos nos hemos preguntado que pasaría si un día este mundo de hombres cambiase y empezase a ser un mundo en el que la conciencia principal fuese más femenina. Y no me refiero ya sólo a que las mujeres ocupasen puestos de poder en tal o cual sitio, sino a una conciencia colectiva más allá incluso del mundo tal y como lo conocemos; es decir, no un mundo de hombres gobernado por mujeres, sino otra cosa preñada de conceptos femeninos en los que determinados atributos que ahora consideramos normales fuesen tildados de superchería, de absurdo, o simplemente antinatural; mientras que otros que ahora hay a quien le ponen los pelos de punta fuesen lo más habitual. Podría poner ejemplos, pero como estamos hablando de cosas que son casi de ciencia ficción, cada uno tendremos nuestra visión del planeta Arrakis (hablo de Dune, literatura fantástica, para los no entendidos) y los criterios serán distintos.

Sólo digo que no es que con los conceptos masculinos nos haya ido mal. Obviamente, cuando había que salir a cazar mamuts o tigres dientes-de-sable, o cuando había que pegarse de leches con la tribu vecina, un tortazo masculino hace bastante más daño que uno de una chica (en igualdad de condiciones, todos conocemos imágenes de alguna que se pasó haciendo pesas). Pero claro, en un mundo en el que la violencia y la resistencia física ya quizá sólo es necesaria para poner ladrillos más rápido en una obra (con todos mis respetos para quienes lo hacen), quizá aquellos criterios que se arrastran desde generaciones más allá de donde alcanzan los textos históricos se nos hayan quedado un poco obsoletos. Sé que más de uno al leer esto me llamará traidor, pero bueno, esto tiene poner en relieve de negro sobre blanco tus ideas.

Ahora, ya de una manera más compleja, y siendo esto una continua fábula que seguro yo no conoceré (los cambios históricos requieren de muchos cientos de años, mal que les pese a los que querrían que todo el mundo fuera como lo que en Occidente conocemos) hay determinadas ideas que me atormentan desde hace tiempo. Si bien, todo es tergiversable, imaginen que las mujeres fuesen más conscientes de que quizá con el sistema energético que tenemos en el planeta, sus hijos quizá no pudieran respirar dentro de cincuenta años. A lo mejor les saldría ese instinto más fuerte que el propio de supervivencia por el que parece que nos regimos los hombres cuando nos damos de guantazos por las esquinas. Ese instinto maternal que hace que una mujer anteponga la vida de sus hijos a la propia y que creo que los del otro sexo no conseguiremos tener nunca (al margen de que la mayoría lo hiciese, por supuesto, hablo del instinto maternal). Puede que pensase que es más importante que sus hijos y nietos pudieran tener un mundo limpio y con oxígeno, a llenarse la bolsa de billetes verdes, o anteponer determinadas premisas que son pan para hoy y hambre para mañana. Y esto por poneros un ejemplo, que cada uno podríamos aportar el nuestro y llenaríamos páginas enteras. Claro, habrá quien diga que esto no lo sé, y es totalmente cierto: lo único que sé es que tal y como veo el mundo hay cosas que están empezando a oler a podrido, de viejas que se están quedando. Y que si no cambian, es por miedo.

Hubo hace miles de años sociedades que eran matriarcales, en las que el núcleo principal era lo femenino y después se lo arrebataron, y no me voy a poner a buscar culpables. No hablo de volver a aquello y caer en los contrarios pendulares, pero pienso que lo que tenemos está muerto. Creo que es momento de que las mentes adormecidas por la parálisis y el inmovilismo de los cimientos que nos impiden un nuevo amanecer humano rompan con los arbotantes de un templo masculino que adora a un dios que no es tal. No hace falta que llegue una persona famosa y nos lo diga, que sean dirigentes desde púlpitos extraños, o que sean revolucionarios desde estrados a los que la vista nunca alcanza. Sólo hace falta que cada uno tenga el convencimiento dentro de sí mismo, que actúe con naturalidad y que esté dispuesto a descubrir qué hay más allá de tanta columna de piedra fría, y de esta forma, encontrar al otro lado como los contrarios, hombre y mujer, aprenden a vivir auténticamente complementados.

Alberto Martínez Urueña 6-03-2009

miércoles, 4 de marzo de 2009

Cuadratura circular

Me encanta que haya elecciones, sean las que sean, porque siempre dan motivos más que sobrados para dar que pensar, reflexionar y hacer textos como churros. Os lo aseguro, con esto de las elecciones en Galicia y en el País Vasco, podría estar hablando y dando mi punto de vista durante varias décadas, o al menos hasta dentro de tres meses en que tendremos las elecciones al Parlamento Europeo y empecemos de nuevo a hacer las lecturas que a cada uno le convenga de un mismo resultado; y si no, tiempo al tiempo.

Pero claro, estas elecciones eran autonómicas, y no deja de resultar curioso la metralla que meten con el tema fuera de los propios territorios, cuando creo sinceramente que lo que ocurra en cada una de las Comunidades Autónomas tenía que importar mayormente a las personas que tengan la suerte o la desgracia de vivir en ellas. Es obvio, y no pretendo ser más papista que el Papa, que todo esto viene marcado por el tema nacionalista, del PNV a cuestas y el PP en mayoría o no mayoría absoluta en el otro lado, y todas gaitas y gaiteros celebrando lo que para unos es un triunfo porque gobiernan y un triunfo para los otros porque no gobiernan, pero siguen siendo famosos. O hacen aquello desconocido en España de dimitir, que pocas veces se ha visto, a fe mía.

La verdadera cuestión, y a la que me quería referir, es que el problema no está tanto en que en una Comunidad Autónoma con tan poca representación nacional a nivel de ciudadanos tenga la relevancia que tiene a nivel mediático. El principal problema de todo esto es que partidos que representan a minorías tan minoritarias como pueda ser el PNV, el BNG, CIU y todos los demás que se me olvidan, tengan la importancia que tienen en las Cortes Generales, y a eso es a lo que pretendía referirme desde el principio (ya sé que a veces doy demasiadas vueltas al tema).

He tenido la suerte y la desgracia, como en lo de los territorios patrios, de estudiar unas oposiciones como a las que me he enfrentado, y una de las cosas que he tenido que chaparme a sol y a sombra han sido los artículos que la Constitución dedica a las Cámaras Legislativas en su título tercero, del sesenta y seis al noventa y seis, para más referencias. Un poquito de Ley General Electoral y todo empieza a cobrar sentido del sinsentido, y comprendes muchas cosas, entre otras por qué un partido con novecientos mil votos a nivel nacional tiene dos diputados y otro que no pasa de cien mil puede tener seis o siete. Inherentemente absurdo pensaréis alguno, y aunque creo que ese pensamiento tiene común refugio en todas nuestras cabezas, existe hasta un respaldo matemático para conformarlo, gracias a un señor que se apellidaba como el sistema que ideó y que lleva su nombre: D’Ont; y de sus muertos nos acordamos muchos que consideramos una auténtica patraña la aplicación de tal método en el Congreso. No me pondré a explicaros ahora en qué consiste, porque en Internet podéis encontrar innumerables ejemplos de lo que quiere decir todo esto, pero el resumen se podría encontrar en la cuadratura del círculo, o cualquier otra metáfora que exprese lo absurdo llevado al extremo.

No pretendo encontrar responsables en aquellos doctos y sabios padres de la Constitución y en aquellos legisladores del año ochenta y cinco cuando se preocuparon en aplicar semejante farfullo ininteligible en nuestro sistema electoral para darle más gracia si cabe a un panorama ya de por sí complicado en nuestro país llamado España, mezcla de razas, ideas, culturas y demás parafernalias, pero país a fin de cuentas. Es probable que no haya en el mundo un cacho de tierra de este tamaño con tales desavenencias en su seno, pero eso es lo que tiene ser español, no estar de acuerdo con nada, estar a disgusto en tu tierra (eso es muy castellano sobre todo) y estar dispuesto a partirte antes la cara con tu vecino que con otra persona. Salid los fines de semana por discotecas y encontraréis palmarias demostraciones de esto, no hace falta ni mirar los periódicos.

Así pues, a una Constitución que no quiso resolver el problema territorial (o no pudo), se le añade un sistema de representación que, sinceramente, me parece un nuevo intento del más difícil todavía. Pero claro, en España hay dos partidos políticos que parecen encontrarle el gusto, y si nunca estarán de acuerdo en nada, mucho menos en hacer una reforma de la Ley Electoral; si no son capaces de salir en una fotografía sin que esta salga movida más que cuando no queda más remedio y entonces parecen maniquíes anudados a un poste, mucho menos en algo de tal calado e importancia. Y sencillo, porque simplemente debería ser un mero recuento de votos a nivel nacional para el Congreso, y devolver la importancia que debería tener el Senado como cámara de representación territorial, que para eso fue pensada allí por el año setenta y ocho.

Sé que este texto queda un poco extraño en una situación de crisis económica (de la que antes o después hablaré, os lo aseguro por la sangre de mis venas), pero creo que la crisis pasará, que antes o después volveremos al despilfarro de hace menos de dos años (cruel memoria humana) y la actual coyuntura será un mero pasatiempo para los estudiantes de Economía (he estudiado las crisis anteriores, y sé en lo que se convierten), pero el tema del que hablo aquí seguirá dando por donde está dando ahora: los que no tenemos partidos nacionalistas, marginados por los medios y por los únicos dos partidos (y digo los dos, doy para un lado y para otro exactamente igual, sin piedad ni compasión, como no tienen ellos con mi tierra) a los que nos empeñamos en votar sin exigir nada a cambio (manda cojones y lo siento por la expresión); y los que sí que los tienen, aburriéndonos a eso de las tres de la tarde en los telediarios.

Alberto Martínez Urueña 4-03-2009