viernes, 27 de mayo de 2016

El progreso tecnológico


            Ya sabéis que no soy de ponerme técnico en estos textos. Sobre todo, porque no soy un entendido en la materia, sólo alguien que recuerda algunas nociones de una carrera universitaria y su licenciatura en Economía. Pero hay una cuestión que me lleva rondando la cabeza desde hace tiempo, no sé si meses o años, y quiero plantearla.

            Supongo que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos planteado la siguiente cuestión: si las máquinas sustituyen a las personas en los procesos productivos, ¿qué opciones nos quedan a las personas para poder trabajar? Habrá quien diga que en los trabajos de contenido intelectual, las personas son insustituibles, pero ya la recogida de los datos que se necesitan para esas tareas de contenido intelectual está mecanizada, así como el filtrado de los mismos se puede realizar con mucho menos, gracias a los ordenadores. Llegará un momento en que las decisiones se deriven directamente de los datos, y eso lo podrá hacer mucho más rápido un algoritmo matemático operado por un procesador de silicio. A este proceso le conocemos los economistas como proceso de sustitución de factor trabajo por factor capital gracias al progreso tecnológico dentro de las ecuaciones de producción.

            Este progreso tecnológico es la madre de todas las cuestiones. Estamos hablando, en la práctica, de las dos revoluciones industriales del vapor y del petróleo, de la revolución de la era digital, pero también del tremendo avance que supuso el descubrimiento de la rueda o del fuego, o la utilización de la brújula. Es un ente abstracto y resbaladizo, indefinible per se, e imposible de medir directamente de manera cuantitativa. Pero lo condiciona todo. Como el enamoramiento en la adolescencia. Por un lado es el creador de esas máquinas que nos quitan los puestos de trabajo –no hablo de marroquíes dispuestos a currar quince horas bajo los plásticos de Almería–; y sin embargo, por otro lado, es el que el permite que todas esas personas que se van al paro puedan ser recolocadas en nuevas tareas de producción de nuevos sectores, o en aplicaciones nuevas de sectores ya existentes. La aparición de la imprenta hizo que surgieran nuevas posibilidades de trabajar en un sector novedoso.

            Como veis, es una cuestión de equilibrio, pero que tiene muchas más implicaciones. Las máquinas, gracias a sus particularidades, son trabajadores mucho más baratos para las empresas que los seres humanos, no tienen bajas laborales y no necesitan de largos procesos de aprendizaje. Además, realizan tareas cada vez más delicadas y tecnológicas, que implican a productos con un valor añadido superior. Los seres humanos, por el contrario, se ven desplazados hacia trabajos con poco valor añadido. Esto afecta directamente al salario que reciben, cada vez más reducido. Esto se lo pone al ser humano cada vez más complicado, pero también afecta a las cotizaciones sociales, a los sistemas de pensiones y a los sistemas tributarios. Es una cuestión de una tremenda relevancia, y dependiendo de en qué punto del equilibrio del que hablaba antes nos situemos, tendremos un escenario u otro.

            Últimamente, he leído en diversos foros que este equilibrio había sido tremendamente positivo a nuestro favor durante los últimos siglos. Nos había permitido alcanzar unos estándares de consumo que habían supuesto una mejora evidentísima en la calidad de vida tanto en materia alimentaria, como de sanidad, como en la calidad de las viviendas, de la ropa… Los medios de transporte han convertido al planeta en un lugar más pequeño y las telecomunicaciones han democratizado el acceso a la información y a la capacidad de integración de las diferentes culturas.

            También indican en estos foros, que la batalla con respecto al trabajo la estamos perdiendo. El ser humano cada vez es menos necesario dentro del sistema económico tal y como está concebido hoy en día. Esto afecta a la estructura del mercado laboral, aumentando la brecha entre los trabajadores cualificados que todavía puedan ser utilizables dentro del sistema, y los trabajadores poco cualificados que son sustituidos por máquinas y que, en el mejor de los casos, han de optar por puestos de trabajo con unos salarios que rayan la subsistencia.

            España es un país con un tejido productivo intensivo en mano de obra. En factor trabajo, si hablamos de la ecuación de producción. Esto puede explicar el porqué el porcentaje de personas en riesgo de exclusión no mejora por mucho trabajo que se haya creado en la última legislatura. O porque el número de personas por debajo del umbral de la pobreza no hace más crecer. También explica por qué la economía española es incapaz de absorber a los trabajadores mejor cualificados, y estos tienen que emigrar a Alemania. En los años sesenta y setenta, y en la actualidad. Decía el señor De Guindos que es mejor tener un trabajo que no tenerlo, y claro, como en cualquier declaración grandilocuente, exenta de profundidad, el diablo está en los detalles. Porque trabajar por un salario de menos de quinientos euros puede ser una desgracia.

            Además, hay que tener en cuenta otra cuestión. La remuneración que se recibe por la producción sigue siendo la misma, pero con una distribución entre el factor trabajo y el factor capital diferente. Esta es la descripción del modelo, grosso modo. Otra cosa son las conclusiones, y también, las opciones que las naciones pueden aplicar para subsanar los efectos indeseables. Pero de eso hablaremos otro día. 

Alberto Martínez Urueña 27-05-2016

lunes, 23 de mayo de 2016

Muchas gracias


            He estado haciendo un pequeño ejercicio mental para intentar encontrar un país con determinadas características. Algún sitio, por recóndito que sea, que reúna unos requisitos específicos. Y largarme a vivir allí, con lo puesto. El problema es que mi conocimiento del mundo es muy limitado, no conozco apenas nada, y de lo que he visto, o se parece demasiado, o se va aún más al extremo. Y es que Europa se empecina en ser inhabitable, y con ella, en cierta medida, España, aunque aquí todavía seguimos conservamos algo del Mediterráneo antiguo que nos puede salvar.

            Cuando escucho a ciertos voceros de reino nombrar a los países centroeuropeos, o de los nórdicos, como ejemplo de algo, me entran ganas de cambiar de canal, se me ponen los pelos de punta, y llega un momento en que llego a pensar que es probable que aquí el que sobra soy yo. Ya, cuando son los políticos los que nos los ponen de modelo, me acuerdo de sus muertos más frescos y les agradezco con todo mi sarcasmo que sigan contribuyendo a esa especie de crisis de inferioridad perpetua que sufrimos los españoles desde que los Austrias, los Borbones y la puta que les parió a todos se repartieron el reino. Pretenden que me fije en Europa, pero no en lo que a mí me dé la gana. ¿Quieren que me fije? Está bien, lo haremos.

            A qué viene esta soflama incendiaria, os preguntaréis. Es fácil. Hablando de ejemplos, en Europa tenemos a un presidente de la Comisión luxemburgués que siendo primer ministro, ofrecía prebendas fiscales a las empresas que quisiesen establecerse en su país para evitar pagar impuestos en otros países de la misma Europa que ahora preside. Así se escribe la historia. Esa Europa que negocia con Turquía, famosa por su respeto a los derechos humanos, la forma de evitar que los refugiados de las guerras que provocamos lleguen a nuestras fronteras. A cambio de un estipendio razonable. Ésa es la Europa que nos vende las grandes inversiones que hace para el crecimiento de nuestros países –a veces son ciertas–, pero que al mismo tiempo es incapaz de informarnos qué negocios se traen entre manos con el amigo yanqui y toda la movida del TIPP. Que conocemos gracias a filtraciones de Greenpeace. Nos prometen que no cederán a las presiones, pero imagino que serán promesas como las de Rajoy en campaña electoral. Presidente que se esfuerza con ahínco en no decir nada de nada, pero que sale en la prensa, de tapadillo, con una periodicidad asombrosa, dejando su impronta, de paso, con cartas a sus colegas europeos en las que se compromete a seguir con los latigazos presupuestarios mientras que en España, esa que ya parece que ni cuenta, nos vuelve a prometer una nueva bajada de impuestos. Le diré, señor mío, que gracias a la última, nos hemos desviado de la previsión de déficit. ¿Que a favor de qué estoy yo? Pues de saltarnos esas previsiones y cumplir cuando se pueda, con rigor y con seriedad; pero sobre todo, y por encima de todo, estoy porque no tomen a los ciudadanos, a mí entre ellos, como a unos completos retrasados mentales que necesitan del tutelaje férreo que ejercen desde Moncloa.

            A vueltas con Europa y sus dirigentes, he de agradecerles en esta ocasión dos puntos fundamentales. Nuevamente, he de darles fervorosamente las gracias por haber permitido a las grandes corporaciones jugar a la ruleta con nuestro dinero y provocar una crisis económica como la que estamos sufriendo. Gracias a la desregulación de los mercados y a la ausencia de controles de cumplimiento de la poca que dejaron. Es como un Código Penal sin jueces para administrar justicia. No tiene sentido. A mí, la teoría del libre mercado me gusta. Sobre el papel. Igual que sobre el papel me gustan el comunismo, las teorías platónicas del liderazgo de los sabios y Alicia en el País de las Maravillas. Pero como todas ellas, cuando entra de por medio el hombre, el ser humano, lo que me viene a la cabeza son los siete pecados capitales conviviendo en el mismo cuerpo con grandes directivos de empresas y fondos de inversión como Soros, Trump, Murdoch o Botín. Gente que ve con buenos ojos puestos de trabajo de subsistencia y regulaciones laborales esclavistas. Echadle un ojo a las últimas declaraciones del presidente de la patronal. El “señor” Rosell. Y luego echad la pota.

            En segundo lugar, he de darles las gracias a esos sujetos porque, gracias a su absoluta incompetencia –eso, suponiendo que no forman parte del grupo de los anteriores–, han vuelto a permitir que los lobos bajen del monte, ávidos de carnaza. Me refiero, por supuesto, a esa extrema derecha europea de la que ya sabemos sus usos y costumbres. Esa extrema derecha que gusta de incendiar los ánimos de los más estúpidos, manipulándoles con la herramienta más vieja que conoce el hombre: el miedo. El mismo que lleva conduciendo a los hombres de todos los siglos hacia la batalla de los pueblos y de las naciones. Llenando de odios y de inquinas, y por supuesto de sangre, vísceras y huérfanos nuestra Historia. Gracias, señores del partido liberal; gracias, señores del partido social demócrata. Una vez más, lo están consiguiendo. Y lo que más me entristece es ver en los ojos y en los comentarios de mis hermanos las consecuencias de sus desmanes. 

Alberto Martínez Urueña 23-05-2016

miércoles, 18 de mayo de 2016

¿De qué va esto?


            Hoy es uno de esos días tristes en que los españoles nos volveremos a dividir en posturas irreconciliables. Quizá no tanto en la forma como en el fondo, pero al final lo que queda es que habrá dos bandos, y ambos quedarán, una vez más, irreconciliables.

            Hay un hecho objetivo que no puede soslayarse: el día seis de junio de este año cientos de miles de causas judiciales abiertas quedaran sujetas a una difícil e inexorable decisión de trascendencia imposible de calcular a priori. El día seis de Diciembre, en vísperas de la campaña electoral y de una forma dudosa, el Gobierno aprobó la reforma de nuestro sistema judicial según la cual el periodo de instrucción no puede durar más de seis meses. Llegado ese punto, el fiscal debe decidir si llevar el caso a juicio, si sobreseerlo, o si se han de ampliar las actuaciones otros dieciocho meses. Habrá quien opine que entre esas opciones están perfectamente comprendidas todas las posibilidades y que es razonable que sean los expertos quienes decidan tales extremos. Pudiera ser. Pero hablamos de cientos de miles de causas para dos mil quinientos fiscales. Echad cuentas, y comprobaréis que lo que el papel soporta sin problemas, se convierte en un absoluto disparate únicamente digno de quien no entiende de qué hablan los expertos cuando hablan del colapso de la justicia.

            No quiero entrar en cuestiones superfluas con este tema. Además, de hacerlo, me iría a varias páginas de soflamas incendiarias contra este Gobierno al que, en todo caso, me cuidaré de definir más adelante en base a los hechos, y no únicamente a mis preferencias políticas o económicas. Llamo cuestiones superfluas a todos los escándalos de corrupción que embadurnan al mismo partido que dictó esta modificación. Si hablo de que son evidentes las intenciones, lo más sencillo será matar al mensajero, acusándole de demagogia. Y no estoy por la labor de ponerlo tan fácil.

            Más allá de la delincuencia rampante que ha caracterizado a muchos gobiernos populares, hay cuestiones muy preocupantes por otros motivos. Y es que determinadas medidas y orientaciones en las decisiones políticas son igualmente esperpénticas. Como lo de la reforma que os contaba en el primer párrafo. Es cierto que la justicia lenta y a destiempo no es justicia, pero hay otras formas de intentar solucionar el problema que no condenan a una mala instrucción los casos que, precisamente por su complejidad no son capaces de cumplir un plazo de seis meses, ridículo a toda vista. En España, estos y otros problemas relevantes siempre han seguido el mismo proceso. Primero se calcula si se van a poder solucionar en menos de cuatro años, y en caso de que la respuesta sea negativa, se olvida y punto. No sería justo ni decente que de los esfuerzos de un gobierno de una determinada orientación, se beneficiase otro partido político que llegase al cargo. Eso sí, mientras tanto, los ciudadanos seguiremos puteados durante siglos. Sin recursos para casos graves y flagrantes como es el de la Justicia, pero también sin ellos para las listas de espera sanitarias, la falta de efectivos en la lucha contra el fraude fiscal, la saturación de las aulas –al señor Wert cuarenta alumnos por clase le parecía razonable– o la falta de inversión en I+D+i.

            Pero en el caso de que el problema pueda solventarse en menos de cuatro años, la cosa se complica. Aquí, se verificarán parámetros tales como en qué momento se acabarán las obras para que el ciudadano vea las calles bonitas, en qué momento nos marcamos una rebaja fiscal que nos haga quedar como a los buenos –aunque desde Europa tengan la sensación de que alguien del Gobierno se haya tomado un ácido–, en qué momento aumentamos el gasto público para falsear las cifras del PIB y aumentamos el empleo o en qué momento aumentamos la oferta pública de empleo para que nos vean gente comprometida con el servicio público. Herramientas de marketing. Pero ninguna buena para el ciudadano. Nuevamente puteado.

            Pero no rompo ninguna lanza por nadie, porque luego estas herramientas cuelan. Por un lado suavizan la hostia que se llevarían los criminales en las urnas, y por otro, dan las suficientes excusas para que los votantes de la organización criminal puedan justificar el sentido de su voto. Cuando llegue el veintiséis de Junio, ninguno de ellos se acordará de que no ha sido ningún partido comunista el que no ha cumplido con el déficit, pero que además, adoptó medidas electoralistas que lo castraron. No fue un partido de los heterodoxos los que aprobaron una amnistía fiscal con la que flipamos todos, ni los que impusieron un impuesto al sol que nos ha convertido nuevamente en un hazmerreir internacional, además de condenarnos al ostracismo tecnológico en materia energética. Y se habrán olvidado de que no fue un antisistema el que se olvidó de que su obligación era dar cuentas de lo que hacía al único órgano en donde reside la soberanía nacional, las Cortes Generales.

            Cuando te empapas de las noticias de corrupción que empantanan el panorama nacional, y también de la escasez de recursos para luchar contra ella, comprendes muchas cosas. Que esto no es cuestión de la globalización, de un sistema económico injusto o del G-300. Esto va de organizaciones criminales que por un lado deciden las leyes y los euros dedicados a luchar contra ello, y por el otro aprovechan los huecos para drenar los recursos económicos de la ciudadanía para llevárselos a Suiza, a Panamá y a todos esos territorios que nada tienen que ver con el orgullo patrio que enarbolan. Y también va de los que se lo permiten.

 

Alberto Martínez Urueña 18-05-2016

jueves, 5 de mayo de 2016

Reconocimientos


            Respeto a las personas, por encima de cualquier connotación. Creo que nadie puede ser despojado de su dignidad, pero además las respeto porque al no hacerlo perdería la mía. El ser humano, la vida que contiene, es lo único verdaderamente relevante en este mundo fugaz, repleto de espejismos y convertido en una especie de carrera de velocidad en que se ha convertido en las últimas décadas de capitalismo sostenido por un consumismo autojustificado.

            Sin embargo, no respeto cualquiera de sus ideas. Por un motivo muy sencillo: esas ideas pueden ir en contra del propio ser humano, y por lo tanto, de acuerdo a un razonamiento muy sencillo y la correspondiente jerarquía entre principios, hay postulados que son despreciables.

            Hace unos días, tuve la ocasión de hablar con una persona de ideología contraria a la mía. Una conversación muy interesante en la que tal persona expuso su forma de ver la realidad que nos circunda, y que yo escuché con suma atención, atento a los detalles que pudieran descubrirme perspectivas que no hubiese tenido en cuenta. Intentando enriquecerme. Y en algunas de ellas, he de reconocer que me amplió el horizonte en mayor o menor grado. Sin embargo, en algunas otras, he de posicionarme.

            Uno de sus comentarios fue al respecto de Zapatero. ZP para los amigos. Uno de esos políticos defenestrados hasta la saciedad y del que no pretendo hacer aquí ni un elogio, ni apuntalar su esquela. Tuvo sus aciertos y sus errores, como cualquiera, y no creo que sea tan incompetente como los últimos dos años de su mandato parecen demostrar. Es cierto que la crisis nos ha enseñado que del tema económico dependen muchas cosas, la mayoría importantes, pero no puede hacernos pensar que es lo único, ni tampoco olvidar determinados logros sociales como el matrimonio homosexual o el establecimiento de la violencia de pareja como problema de Estado.

            El comentario en cuestión tenía que ver con el tema de la memoria histórica. En una España como la nuestra, tan dada a partirnos la cara a las primeras de cambio, este fue un tema sorprendente. Y por supuesto, levantó muchas ampollas, porque en una España como la nuestra, todo está politizado, todo es de bandos de unos contra otros, sin entrar en los detalles. Si eres de una ideología, se supone que has de tragarte el ideario político de turno sin hacer preguntas, ofreciendo pleitesía ciega al tuerto del país de los ciegos. Como lo del derecho soberanista que hemos de defender los que en teoría somos rojos, o por ejemplo, el establecimiento de impuestos confiscatorios para los que tienen buenos ingresos. Ni me trago todas estas gilipolleces del “coletas”, ni entiendo que personas de orientación conservadora no sean capaces de ver que lo de Franco fue una absoluta barbaridad, que utilizó el nombre de España para beneficiarse tanto él como a sus acólitos y que permitió que los psicópatas de toda nuestra geografía se pusieran las botas a base de torturas, violaciones y asesinatos. Y que además, por culpa de esa moral tan mal entendida, lastró una vez más el progreso de una nación que ha sobrevivido a lo largo de los siglos muy a pesar de sus dirigentes.

            Alemania, Argentina, Francia, Italia… Son países que no han tenido ningún problema en honrar a las víctimas de sus dictadores particulares. Ya sabéis, esos chicos del siglo veinte tan traviesos. Hitler, Mussolini, Petain. Esos hijos de puta que consideraron que las vidas y destinos de los seres humanos que poblaban Europa eran suyas, igual que Manuel Fraga con las calles de España, y dispusieron de ellas hasta el punto de llevarse por delante cincuenta millones de personas. En España, la extrema derecha camuflada en el seno del Partido Popular sigue buscando las triquiñuelas para que jamás se cuele en el ideario de su partido el considerar a Paco como lo que fue: un auténtico hijo de puta cuyos actos vulneran cualquier consideración humanitaria. Y para evitar que las víctimas de las dictaduras del siglo veinte, tanto las que provocó el nazismo como las que llenaron nuestras cunetas y los cimientos de muchos de los monumentos levantados para gloria de Franco, reciban su merecido reconocimiento.

            Hoy en día no es que no reconozcan a los que lucharon por la democracia y perdieron. Y murieron. Hoy en día siguen defenestrando una democracia que parece que les toca mucho los cojones. Por aquello de que se les mueven los villanos. Hoy no dan golpes de Estado armados, no, hoy les dan con su corrupción, pero también con su desvergüenza, aduciendo que los coches de lujo nacen en las cocheras, que nada saben de los negocios de nuestros consortes y además, que no recuerdan las empresas que fundaban sus padres. Hoy dan golpes de Estado negándose a comparecer ante las Cortes Generales, lugar en donde reside nuestra soberanía. Hoy no tenemos muertos por la libertad, pero tenemos a muchos que siguen aguantando la marginalidad, el oprobio y el silencio ante la absoluta indiferencia de ese atajo de fascistas que todavía consideran que hay diferentes clases de seres humanos, unos con más derechos que otros.

 

Alberto Martínez Urueña 05-05-2016