Hoy
quiero hablar de, de eso, de populismos, para que veáis que no me dedico única
y exclusivamente a los fascismos encubiertos tras listas electorales azules. Cuando
hablamos de populismos, hablamos de actitudes políticas, básicamente, de
trileros. Charlatanes de feria. Personajes expertos en la venta, sin que
importe demasiado el producto que te pongan delante de la cara. Claro, si es un
producto fraudulento, tendrá que utilizar todas las aviesas herramientas que
tenga a su alcance para que compres.
No
tengo ningún problema en admitir que las propuestas económicas del coletas y
del Garzón pequeño –en adelante, Garzoncillo– no me convencen desde un punto de
vista puramente teórico desde la perspectiva económica. Que pueden entrar, sin
miedo a equivocarme, dentro de la definición de populismo. Hagamos el esfuerzo
y planteemos la posibilidad de que el modelo propuesto por Marianico o por
Pedro el Hermoso son mejores. Admitamos que no queda más remedio que seguir
puteados en el plano económico durante otra legislatura, u otro par de ellas,
que después de ocho años de miserias, los ciudadanos que queden en pie, vivirán
en una nueva Babilonia donde todo será maravilloso. Sería idílico, pero me
gustaría que alguien me respondiese a unas preguntas fundamentales, no muchas,
y que determinan de manera decisiva la capacidad de votar o no a unos u otros.
¿Cuánto
vale la palabra de un partido como el PP, empapado hasta los huesos por la
corrupción? ¿Cuánto vale la palabra de un partido como el PP en donde sus
líderes dicen haberse equivocado al elegir a sus personas de confianza en
tantas ocasiones? ¿Realmente podemos fiarnos de que serán capaces de lo más
cuando, de manera sistemática y tenaz, se empecinan en tomar decisiones
equivocadas en lo menos? ¿Hemos de fiarnos de que no sabían nada de lo que
sucedía en su partido? ¿Por qué van a saber lo que ocurre en un Gobierno? Todo
esto podría verse modificado en caso de que todas las personas que han sido
afectadas directamente por todos esos escándalos de corrupción se marchasen.
Pero más allá de eso, más allá de cuestiones que al parecer son superfluas,
relativas al pasado de unos individuos que se aprovecharon de la confianza
depositada en ellos. Más allá de la responsabilidad de unos dirigentes a la
hora de seleccionar a sus adláteres. El Partido Popular mintió durante la
campaña electoral durante el año dos mil once, prometiendo cosas que no podían
cumplir, como luego se demostró. Admitamos que ellos no sabían cómo estaban las
cuentas públicas –es imposible, pero admitámoslo– y que al verlas, no les quedó
más que hacer un ejercicio de responsabilidad y tomar las dolorosas decisiones
que hemos estado sufriendo. ¿Qué sentido tiene que nos bajasen los impuestos en
dos mil quince, cuando era evidente que no podríamos cumplir, una vez más, con
los compromisos del déficit, elevados a sacramento vía modificación de la
constitución? ¿Dónde se ha quedado la seriedad y la fiabilidad de la que
presumían los miembros del ejecutivo? No lo digo yo, lo dicen sus colegas
neoliberales de la Comisión Europea. No eran precisamente saltos de alegría lo
que daban cuando veían la desviación de las cuentas públicas españolas. Nos han
perdonado una multa de las de verdad hasta ver qué pasa con las elecciones del
día veintiséis, quedando bajo sospecha de si lo han hecho por amiguismos con el
PP o si lo habrían hecho igualmente de tener a Lenin en La Moncloa.
Hasta
aquí, los populismos del PP. ¿Y qué os parece lo del PSOE? ZP puso los clavos
del ataúd de la socialdemocracia en España, así como el resto de líderes
europeos lo hicieron en sus países. No hablo de no reconocer la crisis hasta
que se nos llevó por delante, que también. Hablo de las bajadas de impuestos a
las rentas del capital durante su mandato, hablo de la desregulación financiera
en nuestro país. Hablo de la dejadez, cuando no negligencia, de los órganos
controladores de la economía, que no fueron capaces de adoptar decisiones para
rentabilizar aquel superávit público que era la envidia europea. Hablo de la
ineptitud –igual que la del PP– a la hora de adoptar las reformas
verdaderamente estructurales de la economía del país, esas reformas de las que
se beneficiarán otros. Ninguno de ellos ha sido capaz de tomar decisiones de ese
calado, salvo la construcción de líneas de tren de alta velocidad que ahora nadie
es capaz de hacer rentables. Únicamente han mirado a cuatro años. Muchas
gracias.
Así
que alguien me responda, por favor. Que alguien me diga de una puta vez por qué
he de fiarme una vez más de toda esa gentuza que no han sido capaces de ganarse
mi confianza, con todas las ocasiones que han tenido. Ah, por cierto, el que se
la quiera dar, está en su derecho, faltaría más. Pero ha de saber que al
hacerlo, al darse razones para defenderles, está obviando lo anterior, y está
actuando de la manera menos patriótica posible. Está volviendo a dejar la
dirección del país a personajes más próximos a Mortadelo y Filemón, pero sin
gracia. O lo que es más preocupante, a personajes que cada vez se parecen más a
don Vito, que a cambio de su protección contra las terribles consecuencias de
dejar la llevanza de las cuentas públicas a unos supuestos incompetentes, te
obligan a mirar para otro lado mientras ellos roban, manipulan y utilizan con
la legitimidad de ciudadanos a los que ponen entre la espada y la pared con sus
argumentos. Por favor, que alguien me responda a las preguntas que planteo, que
me lo expliquen como si tuviera cuatro años, porque si no, me creeré que todo
el mundo se ha vuelto loco, y que los populismos son la tónica habitual en nuestra
sociedad y en nuestro Parlamento.
Alberto Martínez
Urueña 08-06-2016
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