martes, 30 de abril de 2019

Elecciones generales 2019


            Hemos celebrado elecciones en España. Las celebraremos dentro de un mes. Últimamente guardo silencio porque todo es leído en términos de vencedores o vencidos, de ideologías que se contraponen dispuestas a tumbar al rival incluso a costa de poder quedar lisiado, o de dejar lisiados a los tuyos. El reinado de las ideas. Ya sabéis cuál es mi tendencia, no la he escondido nunca. No lo hice cuando Mariano ganó sus elecciones, así que no voy a hacerlo ahora. Pero siempre he defendido lo mismo, por mucho que en España esto sea leído en términos de rendición inasumible: el diálogo. Ahora hablo de diálogo y la derecha piensa automáticamente en derecho de autodeterminación; hablo de diálogo y se identifica con cesión a los asesinos; hablo de diálogo y se presupone la ruptura de la Constitución. Nadie más constitucionalista que yo. Nada más constitucionalista que el diálogo. Dentro de la Constitución. Yo siempre he defendido la necesidad de entenderse con quien piensa distinto a mí. Solo hay que fijar el marco, y en el tema de la política, para eso tenemos las leyes.

            Hemos celebrado elecciones en España y todos los españoles con derecho a voto hemos valorado las opciones y hemos dado nuestra opinión materializada en el acto de introducir un sobre en una urna. Algo tan superfluo representa una victoria aplastante sobre algo mucho más relevante y que a veces olvidamos: la de la dialéctica sobre la violencia. Es decir, la de distintas visiones que se contraponen en un único espacio común, pero que renuncian a las armas para imponerse. Un paso de gigante en la Historia de la Humanidad en la que todo se resolvió durante siglos a las bravas. Pero no sólo significa eso: también implica el reconocimiento del otro, de quien piensa diferente y, por derivación, la existencia de una realidad común compuesta por distintas realidades personales y grupales. Reconocimiento de una realidad más compleja que la propia, y por tanto, una realidad más completa.

            Los españoles hemos hablado, hemos dicho cuáles son nuestras preferencias. De los consensos han de encargarse ellos, los políticos a los que hemos elegido, y, por mi parte, cuanto más amplios sean esos consensos, más me satisfarán, aunque supongan renunciar a parte de mis postulados individuales porque mi principal ideología es la humana. Eso significa que quiero una sociedad lo más amplia posible, en la que se maximice el número de personas que se encuentren razonablemente a gusto y en la que las diferencias personales se consideren un motivo del que sentirse orgulloso, no algo de lo que tener miedo. Por eso es humana, porque no hay especie con mayor variabilidad entre especímenes que la nuestra, pero también con la mayor potencial capacidad para entender algo tan sencillo.

            Por supuesto, yo también elegí a mis posibles representantes y seguí un proceso muy sencillo que respetara mi idea básica y fundamental: rechazo cualquier tipo de violencia y sólo la admito cuando se trata de la única posibilidad de evitar una violencia superior, gratuita e injusta. En cualquier otro aspecto creo en el reconocimiento del otro y en su única manifestación posible: el diálogo y la negociación, siempre dentro del marco asumido. Sé que el mundo está repleto de violencia, y la política es parte de este mundo, lo que me lleva a entrar en la segunda mejor opción porque no hay ningún partido con visibilidad, al menos en mi circunscripción electoral, que no actúe como si la sociedad estuviera a punto de colapsar y ellos fueran la única solución. Así que pensé descargarme los programas electorales de los diferentes partidos para leérmelos y ver qué proponen, pero luego me acordé de las promesas incumplidas de manera sistemática, y claro… Necesitaba más criterios que esos.

            Me fui a los grandes debates mediáticos y pensé en lo de que España se rompe, pero ya se lo escuché a Ansar hace veinte años y no ha sucedido. Eso, unido a que cuando alguien me quiere imponer algo suelo ponerme de mala hostia, hizo que me acordase de aquel personaje siniestro llamado Wert con lo de españolizar catalanes, y entendí nuevamente que la principal fábrica de independentistas fueron aquellos que quisieron eliminarlos en lugar de aceptar que siempre habrá independentistas. También pensé en lo del respeto a las víctimas del terrorismo y me acordé de Mariano y su elenco de hooligans acusando a ZP de mentir sobre los autores del 11M, y que el PSOE también tuvo sus muertos, y entonces recordé que la principal aspiración de la ciudadanía vasca era vivir sin mirar debajo del coche. Sin oír explosiones o disparos. Y que eso ya sucede, más allá de altercados puntuales, y deplorables, como lo de Altsasua, y que ETA anunció su final definitivo el año pasado. Debates del pasado. Debates fraudulentos. Clichés y argumentaciones irreales. Negación de que en España hay más ciudadanos que los que quieren una España unívoca. Negación de la necesidad de un diálogo con quien piensa diferente, siempre dentro del marco de la legislación vigente.

            Así que eliminados los imposibles y los discursos falaces o estériles, busqué más hechos diferenciales y, ya que no me queda más remedio que aceptar la realidad aunque no me guste, miré a ver quiénes son los enemigos de cada partido, a quiénes quieren marginar, quitar derechos, o a quiénes ningunean con su discurso. A quiénes olvidan con sus actos. Y además, como quiero propuestas en positivo y para el futuro, a sabiendas, como ya he dicho, de que los programas electorales son pañuelos de usar y tirar para quienes han gobernado en democracia, me leí qué proponen sobre las dos cuestiones, a mi modo de ver, más relevantes para el futuro. Elegí esas dos cuestiones por dos motivos: soy economista y soy un ser humano con dos hijas. Las dos cuestiones más relevantes para mí –las más relevantes, no las únicas– son las políticas en I+D+i y las políticas energéticas y medioambientales.

            Éste fue mi proceso para darle importancia a las elecciones y éste fue el camino que seguí para elegir mi opción política. Un proceso, como ya he defendido en alguno de mis textos, de discriminación y elección entre diferentes posibilidades. Mi pirámide de prioridades. Que no prime las mismas que vosotros por encima de las mías no implica que ningunee las vuestras y, por supuesto, no nos convierte en enemigos: nos convierte en seres humanos que han de llegar a entendimientos para vivir en un espacio común como es nuestra España. Para poder tener una casa con un poco de lo mío y un poco de lo vuestro, que no será absolutamente de ninguno, pero que será de todos.

 

Alberto Martínez Urueña 30-04-2019