jueves, 30 de noviembre de 2017

La manada y sus tangenciales


            Con lo del tema de la manada, lo de esos cinco señores –véase la ironía– a los que están juzgando se pueden entresacar varios debates tangenciales muy interesantes. El primero y fundamental tiene que ver con la culpabilización de las víctimas. Es evidente que nadie en su sano juicio va a decir expresamente que las víctimas de violación son culpables directas, pero en los grises está precisamente el problema. Yo soy el primero que abogo por la libertad de las personas, una libertad que llega hasta donde no se ofenda al resto, siempre que el resto no tenga la piel demasiado fina. Es como lo de los besos de los homosexuales: si te ofenden, puedes empezar a echarte árnica. Por mi parte, prefiero rasparte a ti esa piel de papel de arroz que prohibirles a ellos que puedan tener una demostración de cariño en público. Pero son gustos, está claro. Con respecto a lo de las víctimas, cualquier imbécil que acuse a una mujer por llevar poca ropa, estar borracha o drogada o no haberse resistido convenientemente debería ir pidiendo habitación en un psiquiátrico, porque está muy malito de la cabeza.

            Otra cosa es que alguien quiera hacer un juicio valorativo sobre los peligros que entrañan vivir en sociedad. Hay que tener clara una diferencia fundamental: el mundo que nos gustaría que fuera y el que es en la práctica. El primero nos sirve para identificar la meta utópica que, a pesar de ser inalcanzable, debe servirnos de brújula que nos marque el camino. Pero no podemos olvidar que, por muy buenas intenciones que nosotros tengamos, en las calles hace frío, hay lobos que quieren devorarnos, y por mucho que reclamemos nuestro derecho a andar libres y seguros, puede que el atracador, el agresor o el violador de turno no le respete. Y tenemos que defendernos. Yo rechazo de plano la violencia, pero sé de manera fehaciente que hay personas que la utilizan a discreción y pueden intentar hacerme daño, y que buenos razonamientos no les frenarán en su propósito, así que considero adecuado adoptar las medidas necesarias para evitarlo. Pero por encima de todo, la culpa es de quien viola, de quien agrede, del que, en libre uso de sus capacidades físicas, las usa de la manera más desalmada.

            Claro, otra cosa es llevar esto al otro extremo. Os voy a ser sincero: me gustan las mujeres, más cuando son guapas, y si llevan ropa elegante, y además lo hacen en público, creo razonable e, incluso, conveniente, echar un vistazo. Ojo, no me quedo exclusivamente en un placer estético: para eso me pago la entrada de un museo. ¿Eso es punible? Sinceramente, no lo creo, siempre que respete ciertos límites; no en vano, la raza humana se extinguiría en unas pocas décadas si prescindiéramos de tales impulsos. ¿La mujer ha de sentirse agredida si alguien intenta flirtear con ella? No lo creo; otra cosa distinta será si, manifestada su negativa, la insultan, la menosprecian o incluso la violan. Por mucho que ciertos botarates argumenten que hay una fina y delgada línea roja entre la negativa real y la ficticia, si alguien dice “no” de la forma que sea –verbal o por medio de su actitud física– no debería haber lugar a las dudas. Y si alguien defiende eso de que “quería decir sí cuando dijo que no”, ya sabéis: habitación del psiquiátrico. Yo como persona –iba a decir como hombre, pero esto es universal, aunque lo sufran más ellas, por lo de los estereotipos– no me arriesgo a que me la jueguen con una falsa negativa. Sobre todo, porque mayoritariamente no son falsas.

            Más cuestiones que se pueden sacar de este juicio tienen que ver con lo de las redes sociales. Esos lugares en donde cada burro puede soltar su relincho particular. Fantoches que se dicen de izquierdas –seguro que si les hablas del caso de los titiriteros la cosa cambia– piden limitar las declaraciones que los abogados de la defensa hayan hecho en el legítimo ejercicio legal que están realizando. Hay mucho botarate suelto que, como no sabe discriminar sus principios en una escala de valores adecuada, se olvida de que, si bien la víctima tiene derecho a la justicia, los defendidos tienen derecho a la presunción de inocencia y a una defensa efectiva en un juicio con todas las garantías legales posibles. Sus abogados, en base a estos derechos, y a la obligación de proporcionar la mejor defensa posible a sus clientes, tienen atribuida la posibilidad de planificar la estrategia que estimen oportuna, siempre que no vulneren la Ley.

            Las redes sociales, la extensión de Internet y desorbitada cantidad de información a la que tenemos acceso nos ha convertido en seres desprotegidos en mitad de la niebla. No es que no haya faros, es que el mar está repleto de ellos y es imposible saber a cuál de todos seguir. Vivimos en un sistema dirigido específicamente a que no seamos capaces de ver nuestro propio faro interno, ése que nos permitiría encontrar la dirección correcta a Ítaca. En esta democratización de la información se nos exige, en lugar de a informarnos de manera adecuada, que expresemos nuestra opinión, que nos posicionemos ante cualquier vicisitud por irrelevante que sea o por muy lejos que nos quede. Y además, nos crea una ficción en la que  –que por supuesto– nuestra opinión está al mismo nivel que la de, en este caso, un catedrático de derecho penal con veinticinco años de juicios a sus espaldas. Y sinceramente, yo no soy tan experto. Ni tan soberbio.

 

Alberto Martínez Urueña 30-11-2017

martes, 28 de noviembre de 2017

El ibérico porcino



            Por si no os habéis dado cuenta, el mundo sigue girando, tanto en plan peonza, con su rotación y precesión, como con el de traslación, y con esos movimientos que nos sirven para medir el tiempo de una forma más o menos razonable y que nos traen el curso de las estaciones. Por eso, seguir hablando de lo mismo sería ridículo, cuando se ha demostrado que era palmariamente innecesario. Y así lo he defendido en estos textos. Así que, si queréis mencionarme algo de esa región de noreste de la piel de toro, podemos hablar de su deterioro de la sanidad, del aumento de la desigualdad o de la pobreza energética.

            Pero como me he conjurado para no hablar de esto, deberíamos hablar, verbigracia, de los pactos de financiación conforme a los cuales las regiones más pobres de España saldrán nuevamente perdiendo en favor de las más ricas, demostrando una vez más que eso de la solidaridad entre regiones es un párrafo que les quedó superelegante a los legisladores, aunque todavía resuene el eco de sus carcajadas. También hablaríamos de cómo los sucesivos Gobiernos españoles llevan cuarenta años vociferando contra los nacionalismos en público mientras que, en privado, llevan ese tiempo ofreciendo pleitesía y nalgas desnudas ante sus chantajes. Ojo, las nuestras, que les salen gratis. Pues que sepáis que, si os jode que os toquen la cartera, nos habría salido mucho más barato una consulta pública no vinculante en el año dos mil seis que las sucesivas mamandurrias presupuestarias que durante este tiempo han sido. La fidelidad del ibérico porcino a sus colores es encomiable.

            Podemos hablar de que somos, según Bruselas, el país de la Unión Europea con mayor desigualdad en términos de renta. Os recuerdo que dentro de esta amalgama utópica hay países como Rumania, Polonia, Lituania… Países sobre los que hacemos chistes peyorativos –sin recordar lo poco que nos gustan los que hacen de nosotros– o que nos meten miedo cuando les vemos por las calles de nuestras ciudades. Pues que sepáis que tenemos datos peores que ellos. Pero podemos hablar de cómo nos encalabrinamos cuando salen estos informes –os lo de Oxfam, o los de Cáritas– y les aplicamos la doble pinza de matar al mensajero y cuestionar la metodología. Sin ser expertos. Típico del ibérico porcino pura raza de bellota.

            Pero hablemos del estado de abandono financiero y de medios que sufren los órganos de control del Estado español, ya sea la Agencia Tributaria o la Intervención General de la Administración del Estado. O de la Administración de Justicia, con un sistema informático casi inexistente, mientras que el poco que tienen se les cae periódicamente y pone al descubierto sumarios judiciales. Y mientras tanto, fiesta en la dehesa del ibérico porcino, más preocupado por la estética de la bandera con la que se cubre que por el contenido que representa y debería defender. Glamour ante todo.

            Pero podemos entrar a hablar de lo importante. En primer lugar, de la Educación en nuestro país. No de la calidad, que ya de por sí nos daría para todo un ensayo de mil páginas y un millón de lágrimas: un sistema que desprecia toda evidencia científica y metodológica sobre las buenas prácticas educativas con el mantra estúpido de la adaptabilidad de los diferentes modelos. Podemos hablar de esa costumbre desmañada del ibérico porcino en el que cada cerdo es experto de todo, en este caso de educación, y se atreve a largar sobre el menoscrédito que sufre el profesorado –o directamente la inseguridad física– al tiempo que se despacha a gusto cuestionando todas y cada una de las medidas que le aplican a sus retoños. Retoños a los que exige respeto para con su profesorado, al tiempo que ellos mismos le ponen a escurrir.

            Y qué menos importante, por cierto, que la sequía que sufrimos, y de ese modelo ecológico y medioambiental español que es un completo desastre, guiado más por el barro en el que nos revolcamos a corto plazo que por la sostenibilidad a largo plazo de la propia dehesa. Yo de esto no entiendo un carajo, no tengo problemas en reconocerlo, y por eso mismo me dedico a escuchar a los que saben, en lugar de cuestionarles. Y, he de reconocerlo: con resultados devastadores para mi estado de ánimo. A ese respecto, contemplo con absoluto estupor como el modelo energético español –directamente relacionado con el tema– es… Se me agotan las palabras. A MÍ. Os lo aseguro, cualquier aspecto sobre el que intentas obtener alguna información te lleva a querer irte a cualquier otro país y dinamitar éste. Irte allí donde no haya ciudadanos que voten a partidos políticos capaces de sancionar el autoconsumo en un más-difícil-todavía al servicio de las energéticas. Lo del impuesto al sol. Y aquí, los ibéricos porcinos mirando embobados mientras el matarife va afilando el cuchillo con el que degollarle.

            Está muy bien debatir sobre lo que queráis –que suele coincidir con lo que quieren los medios de comunicación y los partidos políticos, y los inversores de ambos, que son los mismos–, pero yo no voy a entrar por ese aro tan pequeño. Un aro tan reducido que no cabe el sentido común, por cierto, porque el análisis sosegado de lo que verdaderamente nos afecta no pasa por lo que nos venden. Aquí, los poderes fácticos nos dan bellotas, y corremos a por ellas entre gritos de placer, enardecidos, sin recordar que, de manera inexorable, antes o después, San Martín siempre llega.

 

Alberto Martínez Urueña 28-11-2017

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Dos opciones


            Supongo que de una forma u otra, todos habéis oído hablar de ellas. De las redes sociales. Y en concreto de la más exitosa, Facebook. Al respecto, me hago eco de una noticia publicada por El País, otrora diario responsable, hoy panfleto al servicio de sus accionistas, en la que hablaban sobre los efectos de estas redes sociales, cómo están montadas y cuáles son los objetivos de sus políticas y actuaciones como corporaciones. Os recomiendo que lo busquéis por Internet, y si no lo encontráis preguntadme que os lo facilito. A modo de titular sensacionalista, una de las declaraciones de su primer presidente, un tipo llamado Sean Parker, decía que “sólo Dios sabe lo que esta tecnología le está haciendo al cerebro de nuestros niños”. Al margen de esta apreciación, Facebook, pero no sólo ellos, utilizan todos los datos que obtienen de sus usuarios y los meten en un procesador de datos inmenso. El llamado Big Data. Con ello, descubren cuáles son las tendencias de consumo de sus usuarios, y de esta forma, llenan las redes de publicidad personalizada –la publicidad que os sale en las páginas web que visitáis está gestionada de esta forma–. El artículo continúa hablando de estudios realizados al respecto sobre cómo esta publicidad personalizada sirve para manipular al gran público sin que éste se dé cuenta. Y os aseguro que todavía no pretendo entrar en el terreno de la crítica, pero cualquier persona que ponga en duda que la publicidad puede ser una herramienta de manipulación merece que la usen en su contra.

            Me gusta mucho el titular, “los pioneros de Facebook critican su deriva hacia la manipulación masiva”, pero más aún el subpárrafo en el que indica que “un nuevo estudio muestra cómo la red usa la persuasión psicológica para explotar debilidades”. La red, dicen. Yo digo que la publicidad en general. Y la publicidad no deja de ser el lenguaje que usa el sistema capitalista para mostrarnos sus productos. Infiero, afirmo sin temor, por tanto, que el sistema capitalista es absolutamente perverso desde el primer momento en que se sustenta en un principio básico: aprovecharse de las debilidades humanas para conseguir sus objetivos. Objetivos muy sencillos, por cierto, como es la maximización de los beneficios de las empresas adheridas a su filosofía. O más bien, producto de esa misma filosofía.

            Ojo, no estoy diciendo que el consumo de masas sea per se perjudicial para el ser humano. No todo el sistema de consumo está podrido. Como suelo decir, la mayoría de nosotros tenemos casas adecuadamente caldeadas y aisladas de la intemperie en las que no morir por el frío y las enfermedades durante los crudos inviernos de Castilla. O de donde sea. Tenemos acceso a una alimentación que nos permite desarrollarnos adecuadamente desde que nacemos hasta que nos vamos. Tenemos infinidad de posibilidades de ocio, de cultura, de multitud de ofertas adecuadas a nuestra forma de ser que nos permiten desarrollarnos como persona. ¿Dónde está el problema?

            Bueno, para el que no tenga problema porque le manipulen, ninguno. Y para el que diga que nos manipulan continuamente y que no podemos hacer nada, tampoco. Que dejen de leer, porque no tienen ningún problema, salvo ellos mismos. Pero no seré yo quien pretenda sacarles de su cómoda visión existencial.

            Lo que pretendo decir con todo esto es que vivimos en un sistema, como dice el estudio, que explota nuestras debilidades. No sólo eso: las acrecienta sin ningún complejo y las utiliza. ¿En nuestra contra? Aquí habrá opiniones, por supuesto. Está la teoría de que adivinar nuestros gustos y presentarnos una oferta adecuada a estos lo que va a implicar es una satisfacción mayor, un crecimiento de nuestra utilidad (guiño a los economistas) al reducir el tiempo que gastamos en nuestras elecciones. Optimizan los mecanismos de nuestras decisiones de consumo, eliminando las opciones superfluas o inadecuadas. Y esto, desde el punto de vista de un ser humano reducido a un factor de consumo, es lo más grande. Como la virgen del Rocío para un sevillano.

            Ahora bien, si lo que están haciendo es persuadirnos para que consumamos algo que en realidad no necesitamos, proceso en el que nos generan un incremento de ansiedad para conseguir algo que en principio no queríamos, la cosa cambia. Nos joden la salud mental, en un primer término, que no es poco. Pero no sólo eso: nos cambian la percepción del mundo. Es decir, no es que cambien el mundo, que sigue siendo el mismo, sino que secuestran nuestra atención para que nos fijemos en algo que no necesitamos y rehuyamos aquello que nos permitiría armarnos con las suficientes herramientas para resistir su asedio. Doble jugada maestra: nos venden aquello que les beneficia a ellos y nos roban aquello que nos ayudaría a nosotros. Pero además, nos quitan la posibilidad de centrarnos en lo importante, en aquello que reduciría esas debilidades, y nos convierten en una versión peor de nosotros mismos, y mucho peor de lo que podríamos llegar a ser si nos centráramos en lo que de verdad construye a una persona. Llamadme loco si queréis, pero al mismo tiempo echad la cuenta de cuántas veces os habéis parado, hasta los mismísimos cojones, y habéis llegado a una especie de certidumbre de que aquí hay algo que no funciona de forma correcta.

            Esto no es una teoría de la conspiración. Entre otras cosas porque no lo es, no hay conspiración alguna. Sólo es una estructura social y económica que abrazamos en mayor o menor medida, sobre todo en Occidente, que por un lado nos ha traído las mayores cotas de bienestar de nuestra historia, pero que tiene claroscuros que no podemos pasar por alto porque, en última instancia, nos estamos jugando algo mucho más importante que un “Me gusta” sobre la primera gilipollez que nos venga a la mente.

 

Alberto Martínez Urueña 15-11-2017

martes, 7 de noviembre de 2017

La escala de valores


            No es lo mismo hablar de los valores de una persona que hablar de su escala de valores. Todos tenemos valores humanos, morales, éticos… Hablar de la bondad, de la honorabilidad, o de la honestidad es algo fácil. Es como lo de la tolerancia: todos tenemos claro el concepto. Todos, salvo aquellos que se dicen tolerantes hasta que les ponen delante algo que se distancie de sus ideas, o incluso que ni tan siquiera entiende, y entonces lo juzga de manera despiadada. Pero aquí cada uno que se mire las piteras.

            Es más complicado el asunto de la escala de valores porque necesita de una reflexión profunda por parte del implicado para realizar una clasificación de tales ideas que permita discriminar entre las más relevantes y las que no lo son tanto. Es decir, aquellas cuyo cumplimiento antepondrías al cumplimiento de las otras. De alguna manera, lo hacemos constantemente desde que nos levantamos por las mañanas con un montón de cosas, muchas de ellas superfluas, como cuando optamos por tomar café o zumo, o las dos cosas. En otras cuestiones es más peliagudo, porque hemos de tener en cuenta multitud de variables. Todos tenemos claro que hemos de cuidar el medio ambiente, y más hoy en día en que nos encontramos en mitad de una sequía que en realidad es lo del cambio climático; sin embargo, todas las mañanas cogemos nuestro coche y conducimos desde casa hasta nuestro puesto de trabajo. Esto, que puede parecer en muchos casos inevitable, entronca con otra cuestión añadida: cuáles son nuestras preferencias a la hora de adquirir una vivienda. Es evidente que la primera de todas ellas es nuestra restricción presupuestaria, pero si consideramos iguales precios, la cosa cambia: la decisión de dónde alquilamos o compramos una casa no viene determinada por nuestras convicciones medioambientales; o al menos, ésta no es la principal de las variables que atendemos en la ecuación que debemos resolver para tomar la decisión.

            Digo que hacemos estas discriminaciones de manera continua y es cierto, pero no lo es menos que la mayoría de las veces nos ocurre de manera inconsciente –o no tan inconsciente, y nos autoengañamos, pero eso ya es problema de cada uno– y el problema de las decisiones que tomamos de manera inconsciente es que no sabemos qué factores están influyendo sobre ellas. No sabemos de dónde nos llega la información que nos perturba, no controlamos los intereses ajenos, y por lo tanto, actuamos no ya sólo con un piloto automático cuyos criterios marcamos nosotros, sino que los marcan otros. Otras personas, corporaciones, instituciones públicas, etcétera, cuyos intereses no tienen por qué coincidir con los nuestros, y en cuestiones de valores y la escala con que los ordenamos –o decimos tener– mucho menos. Con respecto a los intereses de las grandes corporaciones hablaremos en otro momento, pero sí que deberíamos tener claros cuáles son los nuestros para evitar tomar decisiones que nos perjudiquen.

            La realidad a la que nos enfrentamos todos los días nos exige, de hecho, que prioricemos unas opciones sobre otras. Una cuestión tan prosaica como decidir entre el ocio y la obligación nos pone en esta tesitura constantemente, porque tenemos la frase de “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” contrapuesta a esa palabra tan desconocida y tan misteriosa como es procrastinar, que a mí me descubrió una persona entrañable a la que conozco como Fito. Un tipo interesante. La elección entre ambas posturas, que puede parecer obvia no lo es tanto si consideramos que el ritmo de vida al que nos vemos sometidos de manera inconsciente, por tanto no elegida por nosotros en un acto de voluntad consciente, nos lleva inexorablemente a un perjuicio serio de salud física y mental. De hecho, lo hace, aunque la mayoría de las personas no se den cuenta, e incluso estarían dispuestas a negarlo o a defenderlo con uñas y dientes. Esta resistencia es muy significativa, os lo aseguro, pero es materia para un texto completo.

            Es necesario discriminar y elegir a qué damos importancia, porque si no lo hacemos, nos viene de fuera. Nos hacen creer que una cuestión es importante, o incluso fundamental, cuando en realidad no es así. Detrás de esta cortina de humo nos van ocultando decisiones que sí que nos afectan directamente de manera muy negativa, y ni nos enteramos. Quizá sí, pero de una manera tangencial, como una escena fuera de cámara que no sirve a la trama principal, cuando en realidad ofrece mucha más información de la que inicialmente pensamos. Estamos centrados en lo que ellos quieren, y salirse de ello es complicado, incluso puede estar mal visto. Te pueden llegar a acusar de cosas que no has hecho y a culpar de cuestiones sobre las que nada tienes que ver. Eso de la equidistancia, o lo del populismo.

            Por todo esto, porque yo sí que quiero tener claras mis ideas y la escala que existe entre ellas, aunque haya fuerzas jugando en mi contra, voy a dejar de hablar del tema catalán, porque me tiene hasta los mismos cojones. Cada vez que veo las noticias adyacentes, las que nos han colado en este tiempo, sólo puedo echarme a llorar amargamente por la mierda de democracia que tenemos en este país llamado España al que los españoles se empeñan en apuñalar de manera sistemática con sus gilipolleces, sus orgullos heridos y su infantil visión cortoplacista . Así que he decidido que tengo suficiente, me vale con ser víctima en esta cuestión, pero me declaro en rebeldía con lo de ser verdugo: prefiero dejar mi culo a salvo del mordisco de las hienas que sólo quieren alimentarse de mi conciencia dispersa, dirigida por los grandes canales de comunicación en una dirección interesada, mientras la tragedia sucede a mis espaldas. Allá cada cual con su escala de valores.

 

Alberto Martínez Urueña 7-11-2017

viernes, 3 de noviembre de 2017

Una de Justicia (de la buena), por favor


            Sólo por ponernos un poco en situación de lo que pudiera ir ocurriendo en los próximos días. Imaginaros por un momento que la jugada de Puigdemont va y le sale fetén. La justicia belga decide que eso de imputarle un delito de rebeldía no cabe ni en el forro del uniforme de Franco, y que lo de la sedición, palabra elegante con significado curioso, no se ha producido, porque la mera declaración de intenciones –llevarlo a cabo– no implica hacerla efectiva. El tema de la malversación de fondos públicos podría quedar en el aire en base a la no aceptación de los dos anteriores, e imaginaros que, por arte de magia, el sujeto ése puede quedarse en Bruselas.

            Pero no solo eso –porque ya oigo a más de uno diciendo lo de que “¡pues a tomar por culo en Bruselas!–, porque en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y en Tribunal Europeo de Derechos Humanos –o de Estrasburgo– podrían decir algo parecido, y entonces, ya no habría Puigdemont a tomar por culo en Bruselas, sino Puigdemont de vuelta en Cataluña como un general romano conquistador de la Galia. No es algo tan estúpido como pueda parecer: la Justicia europea ha demostrado en multitud de ocasiones la necesidad que tiene de recordarle a la Justicia española cual se supone que es su trabajo, es decir, suministrar justicia a sus ciudadanos conforme a una serie de requisitos legales fundamentales. Si no lo veis claro, acordaos de los etarras que salieron a la calle cuando tumbaron la doctrina Parot. Por razones de trabajo, también me sé cuestiones relativas a las normas contractuales españolas y cosas llamadas negociados sin publicidad –adjudicaciones de dudosa transparencia que desde Europa no acababan de entender demasiado bien–. Pero si todo esto os queda muy lejos, podéis acordaos de las llamadas clausulas suelo, y quizá empecéis a ver la luz. No siempre llueve a gusto de todos, ¿verdad?

            Os comento esto porque aquí, en nuestro patio de vecinas, las cuestiones relativas al Derecho, a la Justicia y a la aplicación que nuestro sistema judicial hace de los mismos no es tan imparcial como a veces debería. Teniendo en cuenta esos casos que os menciono, y otros de los que podríamos hablar, no sería demasiado ilusorio pensar que desde Europa vuelvan a recordarnos que ciertas prácticas y ciertas leyes no son muy justas, ni muy garantistas para los acusados, ni muy concordantes con la normativa europea que, por el principio de jerarquía normativa, quedan por encima de las leyes que nuestros queridos diputados se saquen del higo. Además, después de todo el bochornoso espectáculo que llevamos sufriendo en los últimos tiempos, no es descabellado poner en tela de juicio la debida independencia del Poder Judicial con respecto a los otros dos poderes, que en la práctica suelen dormir juntos en la misma alcoba, en un ejercicio endogámico que sólo pare bestezuelas deformes. Como Carlos II el hechizado, inútil para casi cualquier cosa que se le pretendiese usar.

            Otra opción que tenemos es defendernos de ese ataque de la comunidad internacional que, como tan garantista con los delincuentes, y además tan ignorante de la casuística española, es muy fácil verla como un enemigo. Ya sabéis, la culpa siempre es de los otros. Y además, en todos sitios cuecen habas, a ver qué van a venir a enseñarnos. A nosotros.

            Y es que la justicia en España, gracias a nuestros queridos políticos, lleva mucho tiempo puesta en el candelero, sospechosa de ser demasiado afín a los cargos que les nombran, sometida al escrutinio por sus decisiones controvertidas, y siempre cuestionada desde el primer momento en que a sus órganos de dirección les ponen a dedo entre el PP y el PSOE a través de un procedimiento que pretenden que veamos como adecuado. No dejan de ser los señores feudales poniendo a su consejero, el cacique a su cherif, o el obispo a su deán. Siempre podremos ejemplificar el buen hacer de la Justicia acordándonos de casos de gente que acaba imputada en procedimientos judiciales, o incluso en la cárcel, por colgar chistes en las redes sociales, por manifestarse o por tener publicaciones satíricas que ofenden a quienes las sufren. O esperpentos tales como los sesenta millones de euros que te pueden caer por tener una placa solar sin estar debidamente registrado.

            Por eso, cuando veo al sedicioso señor Puigdemont en busca y captura, y la orden la ha dictado un juez de la Audiencia Nacional a instancias de la Fiscalía, pienso que las cosas pueden salir distintas a como las han pensado nuestros queridos dirigentes. Cuando todo queda en casa, es más fácil. Puedes meterle un buen puro a una niña que se ríe de Carrero Blanco en Twitter mientras un ultra del Betis pasea la bandera del aguilucho por Sevilla, porque los delitos les tipifican unos y les persiguen otros, y está todo muy bien atado. Pero en la Europa esa, esa prostituta de tantos siglos, no todo es tan fácil, y quizá a más de uno se le tuerza la sonrisa prepotente cuando el desarrollo de los acontecimientos no sea el esperado. Ojo, yo soy el primero que abogo por el cumplimiento de la ley: el problema es que aquí, en España, hay mucha gente que exige su cumplimiento pero está muy acostumbrada a saltársela, y precisamente por eso, estos tipejos de dudosa catadura moral pueden conseguir que un delito como declarar la independencia de una parte del territorio español quede impune. Y España, esa de la que hablan con el pecho henchido y a la que defienden en según qué casos, otra vez humillada.

 

Alberto Martínez Urueña 3-11-2017