miércoles, 27 de julio de 2022

Ética y utilidad


  Ya hacía tiempo que no volvía por aquí. Durante muchos años he estado hablando de política en general, o de política en concreto cuando algún político cometía la imprudencia de convertirse en una verdadera herramienta propositiva al servicio del interés general. Normalmente, los políticos son herramientas de mercadotecnia al servicio de los grupos de presión que les otorgan la visibilidad necesaria para poder estar en el candelero. No hay mejor ejemplo de cómo funcionan estas cosas que Ciudadanos, que de la noche a la mañana pasó de ocupar grandes campañas publicitarias a convertirse en un producto de deshecho político, lo que implica ostracismo mediático (rae: (1) entre los antiguos atenienses, destierro político, o (2) apartamiento de cualquier responsabilidad o función política o social). Un partido que nació con la finalidad de ser bisagra cometió el error por todos conocido cuando se afilió oficiosamente al PP, y más aún cuando tuvo la pretenciosa idea de sustituirles en el panorama nacional.

Da igual, hablar de política se ha convertido en un deporte de riesgo; hablar de economía, un concurso de panfletos con argumentos pobremente hilvanados; profundizar serenamente en un análisis de matices, una utopía imposible de llevar a cabo en La Tierra. Como el paraíso cristiano.

La edad que nos ha correspondido vivir en occidente a nuestras generaciones tiene una característica fundamental: la abundancia. En todos los aspectos de la vida. Es ampliamente aceptado, por otro lado, que la historia de la humanidad se caracterizó anteriormente, para la gran mayoría de la población, por la escasez material. La escasez material es evidente, pero la implicación de esta es clara: inseguridad. Es decir, miedo. Y el ser humano, armado con su herramienta divinizada, la razón, tiene alergia al miedo. ¿Qué camino nos indicó la razón para poder minimizar la inseguridad? Encontrar una seguridad física instrumentada a través de una seguridad socioeconómica. Y hemos alcanzado cotas de evolución humana espectaculares. Misión cumplida, y creo que de manera sobresaliente.

Sin embargo, esta abundancia nos ha generado un problema básico que antes no nos acuciaba, en la época de la escasez: el dilema de la elección. Y para analizar este problema, la teoría económica tiene buenas herramientas, como es la teoría microeconómica de las curvas de indiferencia. Esta teoría nos indica que los seres humanos tenemos una restricción presupuestaria – eso lo tenemos claro – y después establece una hipótesis: ante una variedad de productos posibles para consumir, teoriza que los seres humanos pueden alcanzar una mayor satisfacción material consumiendo un poco de todos ellos que si consume mucho de uno solo y nada o casi nada de los restantes. Y si nos miramos a nosotros mismos, veremos que tiene bastante razón: a fin de cuentas, consumimos una gran pluralidad de productos. No obstante, también considera que pueden existir bienes por los que tengamos aversión y que, por lo tanto, a mayor consumo, menor satisfacción. Pensemos, por ejemplo, en recibir un servicio especializado en propinar palizas: salvo que seas una persona masoquista, a mayor consumo, peor. Creo que está claro.

¿Qué consideraciones contiene, por lo tanto, la teoría económica, a la hora de establecer que productos son deseables y cuales nos provocan aversión? Evidentemente, no entra en estas cuestiones. Una cosa te gusta o no te gusta, y si te gusta, a mayor consumo, mayor satisfacción. Por esto, las drogas o sexo de pago son productos demandados y en el caso de que fueran legales, no habría más cortapisa para su consumo que la moralidad del propio individuo. Pero la economía no va de moralidad. Salvo que el propio individuo la quiera introducir en su función de consumo. Por eso, el mercado de la prostitución – mercado alegal de momento – no alcanza las cotas que tiene, por ejemplo, el mercado audiovisual de eventos deportivos.

¿Cuál ha sido el verdadero acierto del capitalismo en que vivimos a la hora de abrir mercados y generar cada vez más riqueza? Eliminar de los criterios de elección la mayor cantidad de reticencias éticas y convertir las elecciones de productos en meras opciones, quitándonos las necesarias pirámides éticas de la elección. Poniendo todas las opciones de consumo al mismo nivel y restringiendo el criterio de oportunidad al simple precio.

Por eso, al individuo occidental le da igual de donde vienen los productos que consume. No le interesa saber las condiciones en las que se producen. Y habrá quien diga que esto no es cierto, pero no hay mejor juez que los hechos consumados. En realidad, tenemos suficiente información para poder elegir de manera ética, pero no lo hacemos. Si analizamos cuáles son los criterios que analizamos en nuestra función de consumo, nos daremos cuenta que son elecciones basadas en la obtención de una satisfacción inmediata, en una emoción automática y cuyos efectos son de cortísimo plazo. Analizando esas variables que utilizamos para la toma de decisiones de consumo podemos determinar qué cosas son a las que realmente damos valor y cuáles otras cosas relegamos a un segundo plano. El acierto de la sociedad de consumo en la que vivimos, precisamente ha sido afectar a nuestras funciones de consumo convenciéndonos de todas las maneras posibles de qué cosas son las que debemos considerar relevantes y cuáles no. Y esto se hace mediante herramientas de mercadotecnia con las que nos bombardean de manera continua.

Sólo por terminar cerrando el círculo de este texto, llevemos esto al campo de la política y entenderéis por qué no quiero hablar de ella: los individuos que consumen un producto llamado política se mueven en un mercado condicionado por factores que no buscan una elección basada en principios éticos, sino que se mueven en un mercado de oferta realmente degradado y de demanda condicionada por elementos que nada tienen que ver con la ética o el humanismo. En realidad, nada diferencia a la política de los peores mercados de la actual situación del capitalismo. No buscan informarnos para que tomemos una decisión orientada por unos principios humanistas; buscan condicionarnos para que nuestra elección se base en otros criterios más cercanos a las pulsiones más bajas del ser humano. Pero como la moralidad se ha convertido en algo subjetivo, sólo necesitan, por ultimo, convencernos de que, en realidad, esas pulsiones no son tan bajas. Algunas son, nos dicen, incluso razonables.


Alberto Martínez Urueña 27-07-2022