viernes, 20 de enero de 2017

Una inquietante verdad


            Quiero contaros un secreto, una inquietante verdad. Por desgracia, aquello que merece la pena –es decir, lo que más felicidad y satisfacción aporta– es al mismo tiempo lo que más esfuerzo requiere, lo que huye de la comodidad. La comodidad… Tenemos la percepción de vivir tiempos oscuros porque nos han conseguido convencer de que la utopía de un mundo donde reine la comodidad tiene sentido y es posible. Más de uno pensará que me he vuelto loco al afirmar tal cosa, pero eso no le resta veracidad. No tiene sentido, paradojas del destino, porque no es posible y además no sería ese edén maravilloso del que hablan. Si supiéramos las consecuencias de lograr eso que deseamos, no lo buscaríamos, os lo aseguro. Y como es una utopía inalcanzable, vivimos tiempos oscuros porque intuimos, de una forma instintiva, que jamás encontraremos satisfacción para nuestro ridículo anhelo.

            Pero nos han convencido, con toda su maquinaria de desinformación y de marketing, con el único objetivo de quitarnos las herramientas que deberíamos tener para resistirnos a sus ataques. Ataques para convertirnos en una pieza más de la maquinaria, en un trozo del engranaje al que, por desgracia, de forma individual, puedan sustituir cuando falle. Nos han cosificado, nos han convertido en una cifra como en los campos de concentración, una pieza anónima de la que aprovecharse. Y han convertido las relaciones humanas en algo muy parecido al proceso productivo de una fábrica: las mantenemos en la medida en que nos resultan rentables. Cuando dejan de serlo, pasamos a otra cosa. Es mucho más cómodo eso que estar a las duras y las maduras. Y esto lo han logrado repitiendo sistemáticamente que “es lo que todo el mundo quiere”. Sin embargo, una mentira, por mucho que se repita, no se convierte en verdad, y la confirmación que podamos buscar en la masa social, amorfa y descerebrada, no vale para nada más que esconder la cabeza en el suelo, como los avestruces. La reiteración de patrones erróneos no lleva, por casualidad, al acierto.

            ¿Por qué se han empeñado en hacernos creer esto? Pasamos de tener las necesidades básicas cubiertas, y fue un logro absoluto en el avance del ser humano como especie. No hay lugar a dudas. Pero después entramos en otra deriva peligrosa, porque lo que antes era cubrir necesidades básicas, se convirtió en generar necesidades que de básicas no tenían nada. Ni por aproximación. Y nos dejamos. Permitimos que nos colaran una mentira porque era más sencillo creerla, era más cómodo. Nos sedujeron con sus luces de colores y sus brillos. Y cayendo en esa comodidad, además perdimos la capacidad de resistirnos a sus ataques. Por eso, en el mundo capitalista, la balanza se ha desequilibrado del modo en que hoy sufrimos.

            ¿Cómo lo hicieron? Convirtiendo los vicios contra los que lucharon nuestros abuelos en necesidades legitimas que debían ser cubiertas. Pero había que legitimarlos: la confabulación más peligrosa en nuestra contra pasó por entregarnos la justificación racional de que nuestros peores instintos no son malos, sino que son inevitables. Y que, además, como todo el mundo les tiene, ¿por qué esconderlos? Su argumento pasa por decir que eso del Bien y de Mal sólo es un invento de las religiones para culpabilizarte y apresarte bajo un yugo llamado pecado. Yo no soy religioso, creo que lo dejé claro hace tiempo, pero las religiones únicamente hicieron suyo algo que es de todos, algo cierto que no se convirtió en mentira porque el hecho de que las religiones mintieran. Esta realidad básica es sencilla: hay cosas que están bien y otras que están mal.

            De este modo, arrebatados de nuestras herramientas para resistirnos y legitimados para creer que nuestras bajezas no son tales, hemos aceptado una realidad que nos convierte en meros objetos con los que negociar, datos a los que manipular, adictos con síndrome de abstinencia permanente. “Sabedores” de que no lograremos alcanzar jamás la saciedad de nuestros deseos y, sin embargo, gallinas sin cabeza en pos de ellos. Enloquecidos. Convencidos de que vivimos tiempos oscuros.

            ¿Por qué resistirse? ¿Por qué luchar una batalla que podría durar toda una vida de sacrificios? Todos aquellos a los que la vida actual les satisfaga plenamente, que dejen de leer. El siguiente párrafo no va con ellos, ya tienen pagada su recompensa. Sin embargo, para los que no están convencidos de la realidad que nos han metido por las bravas, para los que no quieren esta realidad para sus hijos, para los que sienten una creciente insatisfacción a pesar de seguir al pie de la letra el manual de instrucciones del sistema capitalista… A todos estos, os diré que hay una solución.

            Hay una solución, pero ataos los machos. Es una solución únicamente al alcance de aquel que esté dispuesto a soportar el síndrome de abstinencia, y además hacerlo con el pico lleno de jaco delante de los ojos las veinticuatro horas del día. Únicamente lo que cuesta, merece la pena. Con el paso del tiempo costará menos, tal y como saben los que dejaron de fumar y persistieron, por mucho que los primeros días, los primeros meses, los primeros años, tuvieran la tentación respirándoles en la nuca, acechando.

            Hay una solución al alcance de la mano, pero hay que estar dispuesto a aceptar determinadas premisas que pueden sorprender, como puede ser que estás equivocado en muchas cosas en las que habías depositado toda tu confianza. Pero si la vida que te han vendido no te vale, si llevas un montón de tiempo rebuscando en los mismos sitios, haciendo siempre lo mismo, y no te ha valido de nada, ¿no es ridículo pretender un resultado diferente? Si crees que vivimos tiempos oscuros, estás equivocado.

 

Alberto Martínez Urueña 20-01-2017

martes, 17 de enero de 2017

Hacia la luz


            Estaba aquí escribiendo desde hace días un texto que rompiese la tónica de los dos últimos, escritos hace ya un mes. Parece que haya estado de vacaciones, pero no, la cuestión es más complicada. He estado buscando la manera de escribir un contrapunto a mis dos últimos títulos, sobre los tiempos oscuros, algo que hablase de que el mundo no va tan mal como parece. Quizá sea verdad que vamos de cráneo, pero no quiero aceptarlo como premisa sin luchar, sin buscar otras opciones.

            Es fácil entender la diferencia entre lo coyuntural y lo estructural. Si nos fijamos en este último, estamos mucho mejor que hace cincuenta o cien años. La mortalidad infantil ha descendido en España del doce al cero coma cuatro por ciento, y la esperanza de vida ha subido cincuenta años en España en cien años. Esto sucede con otros muchos datos y son irrefutables.

            Otra cosa es la coyuntura. La realidad parece ser diferente según qué informe elijamos para comparar, según qué diario leamos, según el periodista, la cadena televisiva o la línea editorial de un determinado medio de comunicación. Parece diferente según a quién preguntes. Más allá de los medios de comunicación, si fuéramos capaces de leer los matices de cada uno de los ciudadanos, nos encontraríamos con sorpresas, con más de una incoherencia y con desinformación a raudales, en muchos casos aceptada sin problemas a la hora de formar una opinión crítica.

            Os contaba que vivimos tiempos oscuros y, sin embargo, puede que haya menos tragedias que antaño y mucha más información sobre las que quedan sin solventar. Además, tendríamos que definir lo que supone una tragedia evitable y lo que es el simple devenir de la vida, unas veces bien y otras mal. Hay que buscar la cura de las enfermedades, pero pretender evitar la muerte, hoy en día es imposible. Hoy se critica lo exiguo de los salarios –cierto en muchos casos de ese subempleo generado a raíz de la crisis y las reformas del mercado laboral–, pero también se argumenta que hace años con un salario medio vivía una familia con cuatro o cinco hijos sin demasiadas apreturas. Hoy es imposible, pero quizá esa imposibilidad venga determinada por varios factores, y uno de ellos es el acceso de la mujer al mercado laboral. Si este acceso ha provocado que los salarios sean menores –simple regla económica: a mayor oferta de un producto, mano de obra, disminución de su remuneración–, bienvenido sea ese descenso. Además, hay que considerar otros factores como pueda ser el estándar de vida al que pretendemos acceder. Quizá muchas de las comodidades que hoy consideramos fundamentales en nuestro estándar vital, no lo sean, y desde luego hace cincuenta años ni existían. Muchos lo recordaréis, o si no preguntad a vuestros padres, lo que supuso la llegada de la televisión. Hoy tenemos cien canales, internet de fibra óptica, teléfonos móviles, cámaras de fotos integradas en los mismos, ordenadores portátiles… Quitaos de todo eso y veréis lo bien que se os quedan las cifras de ahorro familiar. Ojo, no me estoy posicionando a favor o en contra de tal o cual postura, hay muchos matices, pero quiero dejar claro que en la coyuntura influye, y mucho, la perspectiva; es decir, la particular visión con que cada uno de nosotros afronta la realidad que le rodea.

            Quizá el problema de llegar a la conclusión de que vivimos tiempos oscuros radica en la poca perspectiva que tenemos. Y también en el exceso de información negativa con que nos instalan en una situación de constante cabreo y suprime la posibilidad de acceder a otra más luminosa –aunque sólo sea por una mera cuestión de tiempo–. No soy tan optimista como para pensar que el mundo es perfecto, sé que hay situaciones y problemas que no pueden dejarse pudrir, pero la realidad es mucho más inmensa que este reduccionismo absurdo del sistema capitalista. Un sistema que confunde la noción de individuo y sus derechos con el individualismo y el consumo llevado a límites ridículos. Un sistema que quiere vendernos la felicidad a buen precio, cuando eso es imposible.

            Quizá estos tiempos no sean tan oscuros. Quizá sólo estamos mirando en la dirección equivocada. O más bien, quizá sólo estemos mirando demasiado tiempo en una dirección y olvidando que hay otras, igual de reales y que nos permitirían ver un presente y un futuro algo más amable. Quizá podríamos tener una amplitud de visión más grande.

            Lo importante, lo que quiero concluir, es que quizá sólo con un cambio de perspectiva en el que nos permitiésemos por un momento olvidar este cabreo –sin permitir que la frivolidad nos atrape, pero sin sentirnos culpables por darnos un respiro–, podríamos descubrir algo más que esa oscuridad en la que parece que nos han metido y de la que no somos capaces de salir.

            A mí, vivir instalado en esos lugares sombríos donde la luz parece no llegar no me gusta. Pero además, si lo acepto como un hecho consumado, corro el riesgo de sumirme en la fealdad del cinismo y el rencor, y de convertirme en un ser sin opciones, víctima de una realidad que no puedo cambiar en modo alguno. Y me niego. Sé que existe un camino hacia la luz, las pistas están ahí, y me empeñaré en buscarlo por los caminos por donde aquellas me lleven. Quizá nos encontremos en el viaje.

 

Alberto Martínez Urueña 17-01-2016