lunes, 28 de noviembre de 2011

Una idea muy sencilla

¿Quién no se ha sentido alguna vez como atrapado? ¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación de que las cosas no van como deberían? ¿No se os ha pasado alguna vez por la cabeza que el tiempo se escapa malgastado y no debería?

Hablamos muchas veces de lo mal que gira el mundo, de que el rumbo que lleva esta sociedad sólo nos conduce directamente hacia el iceberg de la desgracia. ¿Quién se sabe a salvo de esos días que acabas reventado, pero te da la sensación de que no has hecho realmente nada?

Tanto la insatisfacción personal como la insatisfacción social parecen estar alcanzando día tras día un punto crítico en el que parece que se va tocando fondo. ¿O acaso nadie ha escuchado esos conceptos como los de crisis de valores, sociedad de consumo que no satisface u otras ideas paralelas con las que, de alguna forma, antes o después nos identificamos? ¿Quién no se ha reído en círculos sociales y con cierta ironía, cuando no cinismo, del vacío existencial de nuestra sociedad, y sin embargo, en la soledad del estar-consigo-mismo, se siente completamente aniquilado por esa sensación? Probar, si no me creéis, a estar simplemente con vosotros mismos, sin hacer nada. Es decir, aplicad por unos momentos esa frase que de vez en cuando decimos, como por ejemplo en los funerales, de qué lástima que no nos demos cuenta de lo que es importante y lo que no. ¿Qué es lo que nos impide hacer lo que sabemos que es importante? ¿Qué es lo que nos aleja de eso que, internamente, deseamos? El que no sepa de lo que hablo, que deje de leer: este texto no es para él.

Resulta curioso ver cómo este tipo de testimonios se repiten en tanta gente cuando, en ciertas situaciones, alguien se sincera, por los motivos que sean. Yo no soy psicólogo, no tengo un lugar donde acuden personas en situaciones críticas de su vida, o simplemente buscando un consejo de alguien con una experiencia más amplia. Merecen mi respeto tanto las personas que tratan a los pacientes que acuden a sus consultas, como también, en no menor medida, el otro grupo que se atreve a reconocer la necesidad de ayuda. Una ayuda que, como digo, quizá sea puntual, o quizá debido a algún caso clínico.

No es mi caso, pero a veces alguien saca un tema de conversación y tiene que ver directa o indirectamente con esto que os comento.

A veces pienso que las sociedades siguen un camino prefijado, como si lo que está sucediendo fuese inevitable. ¿Por qué digo esto? La crítica perpetua a nuestra sociedad de consumo, en muchas ocasiones vertida en vaso grande por éste que os escribe en su columna, puede dibujar un panorama desangelado para el porvenir de la humanidad. Un camino de vacío en el que nos convirtamos en fantasmas que caminen por aceras solitarias en mitad de la multitud; o peor, aislados en sistemas de redes cibernéticas donde las relaciones humanas se limiten a contactos eléctricos entre personas convertidas en terminales de computación.

Hoy, sin embargo, quiero aportar una visión distinta. Imaginad por un momento que si hoy en día estamos como estamos, no es porque la sociedad vaya de mal en peor. Que no fuese porque exista una contraprestación por los avances materiales que hemos alcanzado. En la actualidad, es obvio que vivimos mucho mejor que hace cien años en los aspectos más básicos como pueda ser la alimentación, la seguridad personal y ciudadana, las habituales comodidades y medios de comunicación… Me niego a pensar que estos avances convierten al hombre en un autómata.

Lo que sí que veo es que tener todos esos problemas resueltos ha supuesto una auténtica revolución en Occidente. Por primera vez, la sociedad mayoritaria (dejo al margen el problema real y trágico de la exclusión social de muchas minorías) tiene las necesidades básicas cubiertas y por lo tanto su atención ya no tiene que estar permanentemente dirigida hacia esas cuestiones. Esto ha dejado a mucha gente desconcertada, perpleja, sin saber hacia dónde dirigir sus esfuerzos, y la sociedad y la cultura no ha sabido ofrecer, de momento, una solución práctica a estas cuestiones.

Pero, si el hombre supo resolver, a lo largo de muchos siglos, el problema de subsistencia de la población mayoritaria, ¿por qué no va a ser capaz de resolver el problema de la subsistencia existencial? Es más, una vez resuelto el problema de la subsistencia existencial de la que hablo, ¿por qué no va a continuar en ese camino en una evolución humana como nunca se haya visto? Y me permito añadir, sin atisbo de ser utópico, que esto ya está sucediendo.

El único enemigo del hombre es su propio miedo.

Alberto Martínez Urueña 28-11-2011

lunes, 21 de noviembre de 2011

Especial elecciones III

Pues se acabó la fiesta electoral. Si tuviera que hacer algún tipo de recomendación inicial, sería sobre todo, como indico siempre, que os leyerais al menos un par de columnas editoriales o tres, de distinta ideología, para poder contrastar ideas y no ceñirnos únicamente a las nuestras. Es un sano ejercicio de selección informativa y deviene en un no menos provechoso ejercicio de criba. No digo que cada uno tenga que formarse su propia idea, porque eso lo harán aquellos que estén interesados, y los que prefieran tragar sin digerir la opinión de otros no les hará cambiar en nada mi consejo. Lo que recomiendo, sobre todo, es ampliar un poco la mira, sólo por mera responsabilidad política, usando esta palabra en más helénico sentido, a pesar de que lo griego esté últimamente bastante depreciado.

Nos deja, como ya sabéis todos, un panorama cuanto menos, novedoso, dentro de lo que es la corrala de la carrera de San Jerónimo. No por el hecho de tener un partido nacional con una importante mayoría absoluta, sino por otros dos aspectos: la crónica de una muerte anunciada socialista, y la amplitud de partidos (hasta trece) que han obtenido representación parlamentaria. Esto último me llena de enorme satisfacción, sin que el hecho de que los partidos regionalistas (me niego a usar ese término autoacuñado de “nacionalistas”, porque no representan a ninguna nación, al menos reconocida) empañen lo más mínimo este sentimiento. Quizá una situación con una mayoría simple habría dado algo más de interés a los posibles pactos, viendo si los partidos nacionales se hubieran puesto de acuerdo de una vez por todas, o habrían seguido pactando como hicieron en el pasado con esos señores de CIU y del PNV (o incluso, imaginaos, AMAIUR). Pero habrá que apañarse con lo que tenemos.

El panorama que se presenta, a pesar de que no era el que evidentemente a mí me apetecería (ojo, tampoco me habría satisfecho un gobierno socialista tal y como estaba planteado), otorga no obstante muchas posibilidades reales, al menos desde el punto de vista práctico. Un gobierno nacional en mayoría absoluta permitirá, por un lado, un gobierno más estable, algo que en gran medida muchos espectros de la sociedad deseaba en su fuero interno; por otro lado, podrá dejar o no a las claras cuáles son las intenciones y rostros auténticos de una derecha supuestamente centrista en España, dicho esto sin el más leve atisbo de cinismo. El barbas siempre ha tratado de enviar un mensaje de seriedad y moderación, así como de gobierno de Estado para todos los ciudadanos, y todavía conservo la esperanza de que lo intente.

Por encima de todo, además, esta mayoría absoluta servirá para que el Partido Popular pueda afrontar, al margen de la crisis (espero que no se limiten exclusivamente a eso), todos esos problemas estructurales de los que llevo oyendo hablar desde hace mucho tiempo. Son esos problemas auténticos, desde mi punto de vista, de los que no se habla prácticamente nunca, y si acaso se hace en alguna campaña electoral, o en algún momento, así como de refilón, luego se condenan al olvido más bajuno. Son esos problemas que nos hacen estar muy por detrás de ese puesto que pretendemos tener entre los países avanzados y que ninguno de nuestros dirigentes han sabido resolver en ya demasiado años. A saber, grosso modo, y lo dejo para profundizar más en otros textos posteriores:

En primer lugar, el problema de la estructura administrativa del Estado; es decir, el problema nacionalista. Es sabido por todos que la incapacidad por parte, en primer lugar, del constituyente, y después de los que han estado chupando de lo constituido de cerrar de una vez por todas el modelo de Estado, es decir lo de las competencias de las autonomías. A ver qué hace esta mayoría absoluta con lo del tema del pacto fiscal, pero no sólo eso, sino también con las competencias en Sanidad y Educación.

En segundo lugar, la ya demasiado manida cuestión con respecto a la Ley Electoral General que hace que un partido con más de un millón de votos en el Estado Español, que es para lo que hemos votado, no tenga grupo parlamentario y un grupo regionalista sí lo tenga, con una cuarta parte de electores. Y no me vale de nada lo de las circunscripciones provinciales: si ese es el problema, se cambia y punto.

En tercer lugar, de lo que yo no me canso de hablar, que es el fraude fiscal. Quizá podamos discutir más o menos al respecto de la reducción del gasto público, pero es incuestionable que resulta igualmente insostenible un fraude fiscal de más del veintitrés por ciento en este país. Veremos si este gobierno, que presume de seriedad, intenta al menos solucionarlo. Espero que sí.

En cuarto lugar, la necesaria reconversión industrial que necesita desde hace muchos decenios este país, que dejó a medio hacer un señor bajito con bigote, porque excesivo bienestar hace que la gente tenga tiempo para formar sus propias ideas.

En quinto lugar, la necesaria y esperpénticamente manoseada reforma fiscal (distinto del tema del fraude, completamente distinto) de la que llevo oyendo hablar desde hace más de diez años.

Estos problemas, y otros que se podrían desglosar, y habría que hacerlo, tienen distintas soluciones quizá, en función de la ideología que pretenda ponerles coto, pero por encima de esto, son ejemplos de cuestiones irresolutas en los más de treinta años de democracia, y de predominantes gobiernos PPSOE, como ahora se llama a esta coalición de demagogos. No nos olvidemos que el problema acuciante es salir de la crisis y empezar a crear empleo, pero si se descuidan los fundamentos del sistema que se tambalean, es decir, esas cuestiones estructurales, nos volveremos a ver en situaciones parecidas de tragedias familiares por el paro cada vez que la economía nacional o mundial agarre el más mínimo resfriado. En todo caso, iremos viendo, dejemos pasar unos meses y que el tiempo, único juez para todo y para todos, nos vaya desvelando qué es lo que ocurre. Sólo me gustaría, en estos momentos, apelar a la memoria que deberemos conservar dentro de un tiempo, para ver si realmente se cumplen las verdaderas obligaciones acuciantes que demanda nuestro país. Y antes de que se me acuse de utópico diré dos últimas cosas: hay lugares que funcionan mejor que España; y si no exigimos a nuestros gobernantes, no esperemos que ocurran milagros.

Alberto Martínez Urueña 21-11-2011

sábado, 19 de noviembre de 2011

Porque hay cosas que lo merecen

Quizá me enfrento a uno de los textos más complicados de mi vida, pero lo afronto con toda humildad, os lo puedo asegurar. Podría coger las elecciones que van a celebrarse este mismo domingo y empezar a daros razones más que suficientes para no votar ni al PSOE ni mucho menos al PP; el primero, traidor de sus ideas y cobarde; el segundo, como meter a la zorra en el gallinero. Treinta años de democracia si descontamos aquel gobierno de Adolfo Suárez en los que ninguno de los dirigentes que han osado hacerse cargo del poder han cogido este toro ibérico resabiado y con el cuerno torcido. No le han cogido por los cuernos, como correspondería a un dirigente honesto, honrado y valiente, para aprovechar y potenciar las múltiples cualidades de un pueblo como el nuestro; no le han cogido tampoco para ir limando esas asperezas de pueblo picaresco y cainita, dispuesto a ramonear unos céntimos en beneficio personal que sumados uno a uno supone la ruina de toda una colectividad. Podría ponerme a soltar espumarajos que no descarto tirar por este desagüe en cualquier momento, desagüe que a veces es la red por la que mandamos ora nuestras ideas, ora nuestras miserias. A veces también simples chistes, ojo, muy necesarios…

Pero hay ocasiones, después de darle muchas vueltas a las bobadas que nos asaltan por la espalda, en que la vida llega, pega un puñetazo en la mesa (o incluso una bofetada a mano abierta) y deja las cosas claras, diciendo quién manda aquí. Hay revolcones auténticos, de los que dejan cicatrices que no se borran y que te indican por las bravas qué es lo que merece la pena ser meditado o incluso vivido y cuáles son esos otros asuntos que no visten nada. La lástima es que no nos demos cuenta más a menudo, que muchas veces sea necesario que nos caiga encima la tormenta perfecta y que no sea una de esas situaciones que interiorizas y lo aprendes para los restos, y así vivas teniendo presente qué es lo importante y qué lo superfluo.

Es una de esas situaciones que hemos vivido de cerca en algún momento de nuestra vida, en la que se dicen muchas frases hechas, todas ellas ciertas y algo deslucidas por el uso, pero por otro lado imprescindibles. Quizá sea imposible ponerse en la piel de quien está sufriendo en primera persona, pero ver a alguien a quien aprecias realmente sumido en la tristeza, y conmoverte por ello, es una manera muy noble de acompañarle.

Hablo de esas ocasiones en que tenemos tiempo de recapacitar y enfrentarnos con lo inevitable de nuestra existencia, esas situaciones en que nos sentimos terriblemente pequeños e indefensos y no podemos hacer nada para evitarlo. Ese tiempo en que nos sabemos como una simple hoja de árbol mecida en la brisa más suave o en el huracán más violento, sin poder controlar lo más mínimo las inclemencias. Luego, cuando pasan los días y los meses, esa sensación es aniquilada por nuestra prepotencia estúpida de creernos casi dioses y también sustituida por distracciones que nos hacen eludir el enfrentamiento y la humilde derrota con la realidad. Fiamos demasiado a espejismos excesivamente frívolos.

Ojo, tampoco hay que quedarse estancado y no superar las tragedias, ni mucho menos revolcarte por vocación propia entre el estiércol, que también les hay: eso es mucho peor, y estamos en esta vida para vivirla y aprovecharla; sin embargo, confundimos demasiadas veces aprovechar la vida con desperdiciarla en chorradas sin sentido. Pero bueno, como un solo momento intenso y verdadero ya le daría sentido a haber pasado por esta existencia, siempre nos queda hasta el último suspiro para poder aprovecharla.

Así que en mitad de elecciones y crisis, este escritor se pone trascendental, pero es que no me quedaba más remedio. Sólo para honrar la memoria de una persona que no conocí; sin embargo, tuve la suerte de conocer a su hija, una mujer estupenda y a la que además considero una buena amiga. No me voy a poner más sentimental de lo debido, porque los sentimientos tumultuosos les corresponden a los que están en el centro del vórtice. Sí he de decir que yo, y otros muchos a los que también tengo la suerte de conocer, igualmente nos entristecieron por nuestra amiga.

No quiero decir nada más al respecto, porque parecería que me aprovecho de la desgracia ajena para dar un discurso de los míos. No era la intención. Sólo que, en mitad de unas elecciones, cuando podría estar dándoos razones suficientes para no votar a quienes no han sabido gobernar estos últimos treinta años, he preferido hablaros de la vida auténtica, de una de sus facetas, porque los gobiernos vienen y van, pero la vida es más importante y hay quien no sabe qué hacer con ella. Con un texto como éste, que casi nadie va a leer, no voy a cambiar nada en este país, pero con un texto como éste, si acaso hiciera recapacitar a una sola persona, cambiaría todo un mundo.

Descanse en paz una mujer que se lo merece seguro y gracias a su hija por haberme dado una nueva clase de lo que es el humilde coraje.

Alberto Martínez Urueña 19-11-2011

domingo, 6 de noviembre de 2011

Algo cotidiano

Una de cal y otra de arena. Es el consejo que me ha dado mi madre para muchas cuestiones en la vida, y que después gente inteligente me ha repetido de formas distintas, con sus matices. El viernes pasado estuve con un amigo irlandés que, de manera similar a mí, necesitamos la escritura de una forma que queda más allá de la razón, aunque a veces intentemos darle un vestido de silogismos que explique no se sabe qué o de qué manera. Estuvimos hablando un poco de música, un poco de literatura, otro poco de política… Me ha comentado después que me tomo las cosas de una forma bastante pasional, y supongo que tiene razón, que a veces me dejo llevar por las emociones y hay algo que se encrespa en mi interior. Supongo que será un poco por la edad y otro poco por la forma de ser: a pesar de que los años y la experiencia me han hecho pausar un poco el comportamiento, todavía me otorgo la licencia de poder encenderme cuando el tema de conversación, el juego o la actividad pueden ofrecerme ese incendio que parece que sufro. Es un incendio controlado la mayoría de las veces, aunque he de reconocer que, como a todos, ha habido alguna vez que se me ha escapado de las manos.

Me recomendaba mi amigo que escribiese cuentos algo más realistas. Imaginaos la situación, porque supongo que a cada uno nos podría sugerir algo distinto: un bar de Valladolid, o de donde fuera, con un ambiente cálido, de luz algo más suave de lo normal, el local con un piano bajo las escaleras que descienden desde la calle, un contrabajo en la pared, la barra de madera y fotografías de gente antigua por los muros de colores turquesa. La música lo suficientemente suave como para permitir conversar, pero lo suficientemente elevada como para aceptar que se sentase a la mesa, los cuatro entorno a unas cañas (cuatro porque estaba también otra persona), con un ritmo de jazz o de blues (nunca he sabido ver la diferencia) haciendo ese particular runrún en los oídos. Algo realista y que sin embargo me sabía de una forma casi de ciencia ficción.

Me preguntaba por mi música de rap, los motivos, las maneras… La respuesta es tan sencilla como sencilla la forma en que empecé a hacerlo: simplemente porque es otra forma de dejar salir mi mundo interior que pugna por materializarse de alguna forma. Igual que estos textos que os mando, o los libros que intento llevar a cabo. Claro que me enciendo al hablar de eso, o de política, o de literatura, porque la pasión se desborda. Dice que he de cuidar las conversaciones de mis escritos, y una persona como yo que, como sabéis los que me conocéis, soy capaz de estar hablando durante horas sin parar del tema que sea, sin embargo me resulta imposible contar en un papel un diálogo entre dos personajes que no me resulte demasiado artificial.

Es realismo en un texto, una conversación en un bar y, sin embargo, esos momentos tienen algo de magia, para mí es inevitable, y necesito mil metáforas para expresar el duende misterioso que había allí, flotando entre las palabras que reflejaban mi pasión. Mi amigo, he de decir, me escuchó con mucho interés, y he de agradecérselo, porque en ciertas ocasiones, me da la sensación de que hablo demasiado.

Misterio de las situaciones cotidianas. No puedo evitarlo, igual que en este momento en que estoy delante del teclado y estas frases van surgiendo. No sé si es que lo cotidiano para mí no existe y cada segundo que paso en esta vida es algo especial, y por eso me da la sensación de que algún brujo me otorgó el don y la maldición de verlo todo con un brillo maravilloso, incluso cuando llegan mal dadas.

Igual que al día siguiente, algo cotidiano, un viaje a tierras salmantinas, con mi mujer, la otra persona del día anterior en el bar. Allí nos esperaban tres amigos dispuestos a una buena tarde, comenzando por un buen restaurante con un chuletón de los que pueden hacer morir por el atracón, buenos ibéricos como corresponde a esa tierra, y mejores vinos. Algo cotidiano, o quizá no, pero desde luego, en cada momento me dio la sensación de ser el protagonista (o quizá un personaje secundario en la película de cada uno de los otros cuatro) en una película que habría de llevarse todos los Oscar. Más aún cuando en el bar al que entramos por la tarde a cepillarnos un par de pelotazos de gran factura, nos vimos en un apartado, a la luz tenue de una vela, donde parecíamos el cónclave druida de una época arcaica y misteriosa donde los hechizos eran posibles y las criaturas míticas campaban a sus anchas por la tierra.

¿Algo cotidiano? No sé si soy capaz de contar algo así sin envolverlo con mi particular visión del mundo en donde las cosas buenas están mezcladas con las malas y puedes elegir en cual fijarte. Incluso habiendo empezado la campaña electoral y pudiendo comenzar a hacer campaña anti barbas y otras comadrejas, hoy os escribo lo que he hecho este fin de semana, como algo experimental, y también porque podría haber sido de otra manera, pero fue como fue, y desde luego ha sido estupendo. Un nuevo alegato de que siempre hay una buena excusa para hacer de un par de situaciones cotidianas algo que realmente parezca sacado de una buena novela.

Alberto Martínez Urueña 6-11-2011