martes, 27 de octubre de 2015

Sabiduría, felicidad y trascendencia


            Había pensado que quizá liarme la manta a la cabeza, ahora que va a llegar el circo de las elecciones, sería lo más adecuado. Ponerme a desparramar lindezas lingüísticas con esta gracia literaria que mamá natura me dio al nacer y que yo me empeñé en desarrollar a base de devorar libros. Intentar ordenar ideas y convencer conciencias, pero creo que una vez más, en época de elecciones, no me cogerán vivo en este delirio. Primero, porque no trabajo en ningún medio de comunicación con dirección editorial, y por lo tanto, hago lo que viene en gana; segundo, porque creo que ninguno de vosotros, queridos lectores, me leéis para que os convenza de nada; y tercero, y en último lugar, porque paso de entrar en el carrusel de información vertiginosa, noticia sobre noticia, que al final deviene en una de las más eficaces herramientas de desinformación. Pensadlo, sino, y tratar de recordar aquellas noticias del año, verbigracia, dos mil trece, a ver qué quedó de aquello. Y si os ponéis cínicos, como a veces por desgracia me pasa a mí, pensad en lo que ocurrió hace un mes, y llorad con amargura. Se lo merece.

            Andaba barruntando hacer una columna tipo síntesis de todas las barbaridades que hemos presenciado en estos últimos cuatro años, perpetradas por el gobierno en el poder, y por ese personaje convertido en su propia caricatura que es el PSOE. También me plantearía qué fue de aquellos tiempos de gloria de UPyD y de IU, e intentaría hallar un rayo de esperanza entre los nuevos partidos, unos con pinta de niños guapos recién planchados y otros con aspecto de vagabundos. O incluso rebuscar a ver qué otras opciones hay, más allá de los medios de comunicación masivos que ya me han demostrado por activa y por pasiva que sus intereses y los míos colisionan de manera sistemática.

            En realidad, hay está el principal de los problemas a los que nos enfrentamos: las credibilidades. Están más deterioradas que el casco del Titanic. Esto, por otro lado, sirve también a la legitimidad de muchos para permanecer en el inmovilismo que asume la incomodidad de que se nos rían a diario. En la jeta. Esa justificación de votar a los mismos porque los otros son peores.

            Con los años voy intentando conciliar dos vertientes que parecen contrapuestas, y que implican el fundamento del que creo debate más importante en la actualidad: ¿nos dirigen o somos dueños de nuestras propias decisiones? Otra forma de analizarlo sería intentar dirimir hasta donde llega la responsabilidad por los actos cometidos. Y, desde el principio, yo no creo que la respuesta sea sencilla, y extrema. Creo, sinceramente, que sólo el que aprende a moverse en los medios, y lejos de las respuestas categóricas y definitivas aparentemente válidas para cualquier situación, es el que se encuentra cerca de alcanzar una cierta maestría.

            Ésta es la eterna diatriba a la que cualquier ser humano con una mínima conciencia se enfrenta antes o después. No en vano, encierra otra pregunta fundamental de nuestra existencia: ¿somos libres o estamos condicionados, o incluso manipulados? Si no estamos exentos de ser condicionados por variables exógenas a nosotros mismos, o incluso si somos manipulables por intereses ajenos y que pueden ser contrapuestos a nuestro propio beneficio, ¿de qué manera afecta esto a nuestra responsabilidad?

            Mi particular punto de vista es que nuestra responsabilidad se imbrica dentro de este esquema en la obligación que tenemos –que deberíamos asumir por nuestro propio bienestar– de intentar vislumbrar la realidad por nuestros propios medios; sin embargo, es un proceso complejo y que no se obtiene en un instante, por lo que seguiremos sometidos a la posibilidad de que nos manejen; si bien es cierto que esta posibilidad podrá disminuir con nuestro esfuerzo.

            ¿Por qué creo esto? Por dos motivos fundamentales. El primero de ellos, porque hay gente que todavía cree que no pasa nada por aprovecharse de los demás en beneficio propio. Hablo tanto del cáncer social que suponen determinados políticos o empresarios– no pongo nombres, por lo de la mordaza–, ejemplo sencillo, como algo mucho más complicado de entender como son las personas con una forma de ser tóxica. Los llamados vampiros emocionales, esas personas que te drenan el estado de ánimo hasta contagiarte con esa forma pesimista de ver la vida.

            El segundo de los motivos, porque desde hace un tiempo intuyo, al margen de las vidas que haya después de ésta, que nuestra principal obligación es aprender a ser felices al tiempo que nos trascendernos a nosotros mismos. Curiosamente, hay quien piensa que estas dos cosas son lo mismo, conexionadas a su vez con otra más: el aprendizaje vital que sólo se logra con esa sabiduría que únicamente se puede adquirir con una buena observación.

            Eso funciona, por cierto, a las duras y a las maduras, tanto cuando el cielo brilla sobre nosotros y todo nos parece idílico como en época de elecciones generales, con su evidente manipulación informativa manejada por personajes muy ignorantes que todavía creen que ganan algo relevante por hacerlo. 

Alberto Martínez Urueña 27-10-2015

jueves, 22 de octubre de 2015

Rápidamente, la EPA


            Aunque ayer ya os di la matraca con mis disquisiciones particulares sobre lo que debería ser el campo fértil de la administración de justicia, el campo más importante en un Estado de Derecho, y los desmanes de ciertos cuatreros que se empeñan en convertirlo en un desértico páramo, hoy quiero analizar los datos del paro del tercer trimestre con un par de pinceladas en un texto más corto pero más directo de lo habitual.

            Según el INE, el paro se ha situado 4.850.800 personas, teniendo el pico máximo en el primer trimestre de 2013 en 6.278.200, lo que es una reducción de 1.427.400 parados, del 26,94% al 21,18%. La tasa de población activa, por su parte, se ha mantenido estable desde el año dos mil ocho alrededor del 60%.

            ¿Son buenos datos? No tan acrisolados como el Gobierno nos cuenta. Que la tasa de población activa se haya mantenido constante durante la crisis no es una buena noticia, ya que con la emigración derivada de aquélla hemos restado en el denominador, y para que la tasa haya quedado invariable, tiene haberse disminuido el numerador. Resumiendo, se ha reducido la población activa, y esto es una mala noticia para cualquier economía: los activos humanos se han reducido de su máximo en el tercer trimestre de 2012, con un valor de 23.491.900, hasta los 22.889.500, lo que supone una reducción de 602.400 activos. Es decir, la reducción de la tasa de paro se debe a la reducción de la población activa en un 42,20%; esto, en una situación internacional favorable como parecen indicar los datos.

            ¿Son buenos datos? Unidos a estos. Desde el comienzo de la crisis hasta este año 2015 se calcula una destrucción de empleos que asciende a los 3.500.000, y diversas fuentes como la página web de economía, El Economista, indican que a finales de este año solo se habrá recuperado un tercio de lo destruido. Analizando la calidad de estos nuevos empleos se infiere que la precariedad es mucho mayor, y que los ingresos derivados, de acuerdo a los informes de determinadas organizaciones independientes, no permiten eludir el riesgo de exclusión social. Esto, unido al párrafo anterior evidencia que las cifras del paro se han maquillado con trabajo que no permite tener una vida decente.

            Hasta aquí llego con este texto, indicando sólo una puntualización más. De acuerdo a las tesis neoliberales que manejan Mariano y sus adláteres, la calidad y remuneración de estos trabajos irá mejorando según mejore la economía, filtrándose los beneficios a las capas inferiores de la sociedad y equilibrando las desigualdades surgidas por la crisis. Al margen de que pedir a los más maltratados por la crisis que sigan esperando me parece un ejercicio de crueldad enfermiza, habrá que vigilar con sumo cuidado si tales tesis acaban confirmándose, o esta realidad desastrosa para trece millones de personas en nuestro país se consolida de forma permanente.

Alberto Martínez Urueña 22-10-2015

miércoles, 21 de octubre de 2015

Dictaduras de facto


            Puede que en otras circunstancias hubiese esperado unos días a ver si se me calmaba la tempestad que me han causado determinadas personas; sin embargo, hay ciertas cuestiones que se solucionan mejor con el colmillo dialéctico retorcido. Y os juro por la gloria de mi prosa que aunque no tengo el más mínimo foro con la relevancia que me gustaría, no acabo de encontrar motivo alguno para cerrar el pico de oro que la divina providencia me ha prestado.

            ¿Os habéis enterado? Hay nueva reforma legislativa del Gobierno. Huy, perdón, en un Estado de Derecho occidental y desarrollado las normas las desarrolla en poder legislativo y el ejecutivo propone, pero en esta farsa que se montaron en nuestra patria, grande y libre por la gracia de nuestro señor –no sé quién es ese dómine hideputa–, representante de la hipocresía institucional más vergonzosa, las mayorías absolutas convierten a un gobernante incompetente como Mariano en un auténtico déspota que detenta en sus manos la capacidad de aglutinar bajo su mando a los tres poderes del Estado. Y gracias a ese poder absoluto que a la derecha fascista siempre se la ha puesto muy dura, este poder ejecutivo ha tenido a bien entrometerse en los procedimientos judiciales y determinarles un plazo límite para instruir las investigaciones que se abran. Al margen de otras disquisiciones que también traen miga. Pero ésta es la rehostia, porque habrán de considerar cuales son las causas llevan abiertas más tiempo del indicado, dieciocho meses a lo sumo, y declararlas cerradas. Al margen de tecnicismos que algunos de vosotros controláis más que yo, ¿os suenan algunas de estas causas? Por de pronto, pensad en la Gürtel y todas sus piezas separadas.

            Sí, ya sé lo que estaréis pensando los que mejor sabéis pensar de todos: no se puede permitir que los procesos judiciales se alarguen sine die, con la inseguridad jurídica que ello supone para los imputados, y aquello de que la justicia que se prolonga indefinidamente en el tiempo no es justicia. Y aquí es donde pienso pillar a más de uno. Por mis santas circunvoluciones...

            Si hay algo en lo que este ejecutivo dictatorial se ha caracterizado –así como sus adláteres autonómicos– ha sido por criminalizar al funcionariado, o al menos, por dejar que los perros de determinados medios de comunicación nos apaleen como a leprosos de la época romana. Al margen de que la función pública pueda ser optimizada, cosa que a nadie negaría, sobre todo porque lo que no aspira a la mejora se pudre, me gustaría ver en los medios de comunicación datos sobre el número de funcionarios que hay en España con respecto a nuestros países del entorno, muchos de ellos como Alemania, nada sospechosos de proselitismos comunistas ni de despilfarros inútiles. Funcionarios, y también asesores, para ver en qué se nos va el capítulo uno –el de los sueldos, grosso modo– del presupuesto en nuestras administraciones.

            ¿Por qué digo esto? Por un motivo muy sencillo: es uno de los mejores indicadores de en qué consideran los poderes públicos –los políticos, para entendernos– que merece la pena gastarse las perras. Se podría ver que la voluntad política tiene más que ver con colocar su nombre en placas en aeropuertos innecesarios o ciudades de la cultura donde los libros son una especie en extinción que en luchar contra el fraude fiscal o, en el caso que nos ocupa, en dotar con medios verdaderamente efectivos a la Justicia en este país donde un presidente que mintió descaradamente a los españoles en campaña electoral se permite el lujo de avisar de los peligros del populismo.

            ¿Queréis datos? No hace falta más que hacer una búsqueda en San Google con parámetros sencillos: “comparativa número de jueces” para ver que somos una vergüenza europea, igual que si buscas lo mismo con inspectores o con número de funcionarios, todo ello por número de habitantes. Eso sí, el gobierno no ha tenido la decencia de hacernos conocer la inquietante verdad: la dejadez de estos políticos con respecto a los temas relevantes es insoportable.

            Siempre he defendido la necesidad de organismos de control independientes que fiscalicen económicamente la acción de los determinados poderes decisorios del Estado, sobre todo hablando de los cuerpos tributarios y de intervención del gasto público que me tocan cerca por razones laborales; por supuesto, esta necesidad se hace igualmente extensible a la Justicia. Como dato, os diré que se calculan unos setecientos mil expedientes que deberán ser revisados de acuerdo a la nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal que os menciono. Y eso ha de llevarse a cabo con el mismo número de Fiscales y Magistrados que hay en la actualidad, y con los  mismos medios que han llevado, en la práctica, al bloqueo de las instituciones judiciales contra la que en teoría se pretende luchar.

            Que cada cual saque las conclusiones que quiera, pero creo que hay cuestiones que se definen por sí mismas, y la creación de leyes donde pueda caber la impunidad delictiva, más cuando afecta a quien las elabora, es una de ellas. Se iniciaron con una amnistía fiscal que benefició a muchos de sus amigos y terminan con una ley de punto final para las causas de corrupción abiertas en la Audiencia Nacional que les afecta. ¿Que me meto mucho con Mariano...? Joder, como para no hacerlo.


Alberto Martínez Urueña 21-10-2015

viernes, 16 de octubre de 2015

Por supuesto


            Hace no mucho me han pegado un tirón de orejas –quizá merecido– porque últimamente no hago más que darle cera a Mariano y sus colegas, pero sin sustentar mis críticas con datos ciertos. Uno de los problemas de la escasez de espacio al escribir es elegir el tono que aplico; si ahora me volviera demasiado técnico, muchos me mandarais al rincón de los castigados. Esto no implica que no pueda sustentar mis opiniones con datos y concreciones; empero, he de tener en cuenta dos aspectos. Primero que no soy un experto en economía, aunque me gustaría y no descarto ampliar mis conocimientos; y segundo: esos expertos ya existen, dan sus opiniones en columnas de opinión y anaqueles económicos, y los datos básicos están disponibles para quien quiera leerlos. No, el objetivo que me tomo cuando escribo estas líneas es diferente.

            El primero de todos, obviamente, es clarificar mis ideas. Os puedo asegurar que ponerlas negro sobre blanco en una pantalla de ordenador ayuda sobremanera a tener dos o tres puntos fundamentales inamovibles en la cabeza y que no estén sometidos a los caprichosos vaivenes de la enloquecida actualidad, cuya pretensión consiste en que otros más superfluos empañen la estructura subyacente de una sociedad como la nuestra, y sus problemas relevantes. A saber, escasa seriedad y compromiso de todos los partidos políticos que han gobernado este reino de Taifas con el futuro de la nación y con su estructura fundamental y pilares básicos sobre los que asentar un desarrollo sostenible, estable y fiable para los ciudadanos actuales y futuros. La dejación palmaria de funciones en determinados campos, como la educación, la sanidad, la I+D+i, el desarrollo racional de infraestructuras, la estructuración de un sistema de políticas activas y pasivas de empleo verdaderamente eficaces, la flexibilización e introducción de auténtica competencia en mercados fundamentales como las telecomunicaciones y la energía, así como otras materias, han convertido a España en un gigante con pies de barro que se ha desplomado con la llegada de la crisis. Si bien ésta ha afectado a todos los países desarrollados, no lo ha hecho por igual en cada uno, y nosotros hemos sido de los peor parados por la escasa preparación preexistente ante la que antes o después habría de llegar –las crisis siempre llegan–. Las tasas de paro juveniles, el éxodo de los mejor preparados, las cifras de parados de larga duración, los precios y la ineficiencia del mercado de la energía y las telecomunicaciones, la inexistente estabilidad en los planes de estudio, la sanidad y sus vaivenes en políticas sanitarias de vacunación infantil, aborto, tratamientos punteros para pacientes con enfermedades graves, listas de espera y contratación de especialistas, las privatizaciones sospechosamente interesadas, el desplome de la inversión científica, la falta de voluntad política en la lucha contra el fraude fiscal… Todo esto denota ese problema básico que mencionaba y que no podemos olvidar a pesar del carrusel de información con que nos bombardean a diario: la falta radical de responsabilidad de los políticos que nos han gobernado, tanto de los que me gustan poco como de los que no me gustan nada. Todos ellos, a la hora de la verdad, han estado más preocupados en salvar sus platos y los de su partido, y en derribar al adversario, que en gestionar y estructurar de manera lógica la economía y las estructuras de España, esa noción con la que se llenan la bocaza en discursos facilones pero que desconocen su auténtico significado.

            En segundo lugar, escribo estos textos porque me gusta compartir mis ideas y, de vez en cuando, debatirlas con vosotros. Hay veces, lo sabéis algunos, en que me llegan respuestas que aportan detalles y puntualizaciones muy interesantes, enriqueciendo las reflexiones. Pero sobre todo, demostrando que ese diálogo intelectual, fuera de los habituales gallineros mediáticos de las televisiones generalistas, es posible y que es el verdaderamente útil para el que pretenda ilustrarse y enriquecerse. Un debate que huye de los simplismos de los hemiciclos y que intenta discernir cuál es la realidad profunda de los problemas que nos acosan como sociedad, más allá de los discursos vacíos y populistas –esto lo son todos, sin excepción– que exigen los tres minutos de fama y gloria que otorgan los titulares de prensa y las conexiones con el telediario. Un dialogo que, por encima de todo, pretende encontrar puntos en común y no derribar al adversario. Yo no veo a ninguno de los votantes del PP como adversarios, les veo como personas con todos sus derechos y con los que me gustaría alcanzar una convivencia pacifica de consensos y libertades. Y esto no es un discurso vacío, es el deseo de construir un espacio común en el que quepamos todos, con parejas concesiones tanto por parte de unos como de otros. Y no veo esto ni en Mariano, ni en los que le precedieron.

            ¿Que le doy más caña a éste? Por supuesto que sí: no creo en él como Presidente ni en su ideología ni en la de su partido, ni en las medidas que propugnan, y por eso lo critico y me permito explicar por qué lo hago, desde mi particular punto de vista. Aunque podría hacerlo con los datos en la mano –a veces incluso lo hago–. Nos mintió cuando llegó, y nos miente al irse, y esto creo que es evidente visto con la debida distancia. Perdonad si, en lugar de profundizar en esa crítica con los datos que sustentan mis opiniones, uso más la dialéctica cualitativa para indicar cuál creo que debe ser el rumbo que nos guíe en la construcción de esta sociedad en la que nos ha tocado convivir a los unos con los otros.

 

Alberto Martínez Urueña 16-10-2015

martes, 13 de octubre de 2015

Nada nuevo bajo el sol


            Cuando Mariano empezó a coquetear con la idea de ser el primer presidente en aprobar cinco presupuestos generales en una legislatura de cuatro años a más de uno se le erizaron los pelos del lomo y se le pusieron enhiestas las orejas. A mí mismo, reconozco, empezó a gotearme el colmillo, y me senté entre las hierbas, oculto, esperando el mejor momento para atacar a la yugular como corresponde. Es más, cuando con motivo de la aprobación de las cuentas para el año dos mil dieciséis, empezaron a soltar confeti y café para todos, solté una carcajada malévola y me afilé las garras. Mariano, el adalid de la fiabilidad y del país serio, porque ser serio es lo correcto, demostraba una vez más que de casta le viene al galgo, y que un político será político a las crudas y a las maduras.

            Resulta que le han empezado a crecer los enanos. No es la primera vez que le pasa, y dentro de poco habrá comunicados desde la Unión Europea –ya han empezado, de hecho– desmintiendo la falta de confianza que tienen en el Ejecutivo de nuestro querido presidente. No en vano, se ha prodigado tantas veces en bajada de pantacas, que ahora le van a premiar nuevamente con no ser demasiado duros con lo del incumplimiento del déficit. Ojo, esto es personal e intransferible: si España no cumple con el déficit del año dos mil quince –no lo va a hacer, eso ya os lo firmo en Octubre– y no es Mariano nuestro dirigente supremo, se nos va a caer los palos del sombrajo con la que nos va a llover desde Europa. Y si no, tiempo al tiempo.

            Pero lo que nos dicen ahora desde Europa es que los Presupuestos Generales del Estado, es decir, la ley económica más importante del año de la que dependen todas las medidas que va a poder acometer en Gobierno de España a lo largo de toda una anualidad presupuestaria, no son creíbles. Personalmente, pienso que cuando los señores trajeados de la Comisión Europea empezando a escuchar que en España habría elecciones en breve y que las cosas estaban tan justas como dicen las encuestas, les empezaron a temblar tanto las rodillas que se les cayeron los calzoncillos al suelo. El país de la recoña y el regalo, fijo que pensaron. El país de las promesas electorales, de las prebendas y los diezmos, y del recochineo institucional cada cuatro años. El país de los bufones burocráticos, pero también el país de los votantes licenciosos e irresponsables que se llenan la boca de insultos en época de legislatura, llamando ladrón a todo quisque que caiga en un hemiciclo, pero que le ponen en bandeja de plata su patrimonio privado, y también el público, cuando llega el momento del sufragio universal por el que lloraron, sangraron y murieron muchos de nuestros antepasados en aquellas revueltas contra monarcas de antaño y sus adláteres.

            No acaba aquí lo triste del tema. Si sale elegido Mariano, las cosas no cambiarán mucho: seguiremos puteados con la cuestión de la austeridad, la devaluación de salarios y dignidades laborales, las tropelías legislativas como el canon de la justicia y la ley mordaza y aguantando las salidas de tono de sus ministros opusdeicos, nostálgicos del antiguo régimen. Pero agarraos los machos si se nos ocurre elegir de manera incorrecta…

            Os puedo remitir a todo el verano pasado. No os confundáis, en Alemania, Austria, Finlandia, Dinamarca… En esos países de gente seria, alta, rubia y destetada, sólo ven a peña agitanada que vive en el Sur de Europa y a quienes no les gusta trabajar, que chupan de los presupuestos de la Unión –España es uno de los que más ha recibido de los Fondos Europeos– y a los que tienen que tutelar debidamente, con cuerda corta, para que no se salgan de madre y revienten las cuentas. Les da igual Grecia, que Italia, que España. Ellos vienen aquí de vacaciones y ven como nos las gastamos en los chiringuitos, en los bares y en las obras. No hay forma de hacerles entender que currar en una zanja al mediodía, cuando Agosto aprieta en Sevilla, puede ser perjudicial para la salud, y que nosotros no hacemos distinciones entre seres humanos, entre los que pueden morirse allí metidos y los que se merecen un trato más justo. Bueno, de esos también tenemos aquí en nuestra Iberia. Si no, que me expliquen qué hace el aguilucho cada dos por tres paseando por la calle en manifestaciones permitidas por las delegaciones del Gobierno presidido por Mariano. Pero ésa es otra guerra…

            No os confundáis. Si elegimos algo que no sea Mariano, o su copia juvenil y vitalista Rivera –salió de la cantera de la gaviota, igual que Morata de la del Madrid– pueden cantarnos buenas coplas desde Bruselas, aplicando en la letra esa nueva moda del neoterrorismo dialéctico que tanto les pone y que ya se practicaba en ciertos círculos desde hace años. Aquello de “el balón es mío y se juega a lo que yo diga; y si no, puerta”. En mi curso había algún que otro imbécil que lo practicaba antes de que lo inventara el señor Juncker y sus homólogos comisionistas.

            Nada nuevo bajo el sol, que dirían algunos, tanto en los regalos electoralistas, sea quien sea el trilero, como en todos aquellos que demostrarán que siguen siendo buena herramienta, como en las estratagemas postbelicistas de esta Europa tan moderna y tan acostumbrada a la sonrisa de fotomatón y la extorsión vía presupuestaria. 

Alberto Martínez Urueña 13-10-2015

lunes, 5 de octubre de 2015

Todo mentira


            Cuando era algo más joven, no mucho, tenía un abuelo al que tenía un gran cariño, pero le veía como un tipo algo extremista. Sin dudar que así era en algunas cuestiones, el principal de sus problemas era que no sabía hacerse entender con respecto a la experiencia y sabiduría que habían ido dando los más de noventa tacos que tuvo la suerte de cumplir hecho un torete. Verdadero problema, no como el de los neoliberales y sus políticas de mierda austera, esas mentiras recubiertas de papel de celofán brillante para ciegos. Recuerdo perfectamente aquellos mediodías, yo comiendo y él ciscándose con vehemencia en la madre que parió a los periodistas y sus colegas, los políticos –qué mal le habría tratado la mordaza de haber tenido unos años más y la voz un poco más alta–; y cómo resonaba aquella frase que le salía con voz ronca de soldado de la guerra: “¡todo mentira, es todo mentira!”. Porque mi abuelo pasó la guerra, estuvo en Teruel y en alguna otra carnicería, y bien que le jodía que aquel enano cabrón le llevara obligado a matar gente a una guerra que no quería nadie más que los que le sacaron beneficios. Para establecer su cortijo. Casi como ahora, pero con otras tradiciones ibéricas más proclives a soltar el gatillo con alegría. Menos mal que algunas de esas tradiciones tan nuestras las hemos ido dejando por el camino. No todas.

            Ahora, y más en época de elecciones como estamos –precampaña, todo muy pulcro, cuando todavía no vale arramplar con cualquier gilipollez que se te ocurra y faltarle al respeto a los muertos del contrario–, me acuerdo con frecuencia de mi abuelo Isidoro. Esta vez, con algún año más a las espaldas, le habría dado la razón y nos habríamos puesto de hiel y colmillo hasta las orejas, concordando en privado la mejor manera de clasificar a los directores de los medios de comunicación, a los directores de campaña y a los incompetentes que salen en los atriles a vendernos fórmulas magistrales contra la calvicie. Aunque él no las necesitase.

            Es todo mentira, y os lo firmaría en piedra. No haría falta ni vetusto libraco sobre el que poner la mano diestra, bastaría con miraros a la cara y veríais que sé de lo que hablo. Nada de pantallas de plasma ni sonrisas ampulosas. Lo de las catalanas es mentira, lo de la Sanidad y la Educación, mentira. Las vacaciones pagadas de señores ministros, ya sabéis… No es que no sea cierto que nos la estén intentando colar de tacón, es que ya lo han hecho, y algunos ni se enteran. Lo hacen de manera descarada cada día, y los medios de comunicación se encargan de que seas incapaz de centrarte en ninguna de las tropelías que se cometen, bombardeando de manera sistemática nuestra atención, único refugio del intelecto verdadero, con sucesivas cargas de profundidad a modo de “noticia de última hora”. ¿O acaso no sabéis que esos contra los que los medios de comunicación nos advierten son los propios dueños de esos medios de comunicación? Es todo una estrategia medida, de sujetar la correa con la debida fuerza, ni mucho ni muy poco, para que el perro se crea que va por donde él quiere.

            Dentro de unas semanas, no muchas, volveremos a vernos las caras en las urnas. Y toda la sucesión de barbaridades que hemos visto durante los últimos años volverán a caer en el olvido, subsumidos en la mente de los crédulos mediante eslóganes electorales que se volverán verdad a base de repetirlos. Ocuparán el espacio dejado por escándalos y burlas en esta sucesión de información, más propia de las campañas primavera-verano de los centros comerciales en donde someterte a la última moda marcada por el color de un trapito es más importante que entender la mentira que la sustenta. Volveremos a caer en esa burda artimaña en que los peones se creen de un bando u otro, blanco o negro, mientras el rey se carcajea, enrocado con su torre de marfil, sabiendo que al final, la batalla contra el contrario quedará en tablas. Eso sí, con todo el tablero lleno de cadáveres que nunca son el suyo.

            Yo no tengo soluciones para esto, aquí cada cual ha de agarrar el remo de su propia patera y mirar a ver a qué playas le llevan la corriente de su córtex, pero sobre todo de sus tripas. Su propia corriente, y para eso hay que sentarse en silencio, o pasearse por el monte bien callado, atento a los pájaros… Encerrarse con uno mismo en el abismo insondable de su propio ser y escuchar lo que su propia conciencia se muere por decirle, no lo que le introducen por la puerta de atrás el líder de un partido político a través de un cable montado por sus dueños y señores, los capitalistas –los de verdad, los que se mueven cuentas de varios ceros suizos–.

            Como sé que eso es imposible, yo voy a seguir mirando el zoológico como lo haría un experto en biología, analizando el comportamiento de una especie de comportamiento extraño, intentando encontrar las motivaciones que les convierten en suicidas y manteniendo una justa distancia para evitar contaminarme de esas insanas maneras. Acordándome de los consejos de mi abuelo, que le decía entonces al adulto que soy ahora que no me creyera una palabra de las que soltaban por esa boca llena de colmillos venenosos las víboras que pretenden quedarse con nuestro dinero y con nuestras almas. 

Alberto Martínez Urueña 05-10-2015