Había pensado
que quizá liarme la manta a la cabeza, ahora que va a llegar el circo de las
elecciones, sería lo más adecuado. Ponerme a desparramar lindezas lingüísticas
con esta gracia literaria que mamá natura me dio al nacer y que yo me empeñé en
desarrollar a base de devorar libros. Intentar ordenar ideas y convencer
conciencias, pero creo que una vez más, en época de elecciones, no me cogerán
vivo en este delirio. Primero, porque no trabajo en ningún medio de
comunicación con dirección editorial, y por lo tanto, hago lo que viene en
gana; segundo, porque creo que ninguno de vosotros, queridos lectores, me leéis
para que os convenza de nada; y tercero, y en último lugar, porque paso de
entrar en el carrusel de información vertiginosa, noticia sobre noticia, que al
final deviene en una de las más eficaces herramientas de desinformación.
Pensadlo, sino, y tratar de recordar aquellas noticias del año, verbigracia,
dos mil trece, a ver qué quedó de aquello. Y si os ponéis cínicos, como a veces
por desgracia me pasa a mí, pensad en lo que ocurrió hace un mes, y llorad con
amargura. Se lo merece.
Andaba
barruntando hacer una columna tipo síntesis de todas las barbaridades que hemos
presenciado en estos últimos cuatro años, perpetradas por el gobierno en el poder,
y por ese personaje convertido en su propia caricatura que es el PSOE. También
me plantearía qué fue de aquellos tiempos de gloria de UPyD y de IU, e
intentaría hallar un rayo de esperanza entre los nuevos partidos, unos con
pinta de niños guapos recién planchados y otros con aspecto de vagabundos. O
incluso rebuscar a ver qué otras opciones hay, más allá de los medios de
comunicación masivos que ya me han demostrado por activa y por pasiva que sus
intereses y los míos colisionan de manera sistemática.
En realidad,
hay está el principal de los problemas a los que nos enfrentamos: las
credibilidades. Están más deterioradas que el casco del Titanic. Esto, por otro
lado, sirve también a la legitimidad de muchos para permanecer en el
inmovilismo que asume la incomodidad de que se nos rían a diario. En la jeta.
Esa justificación de votar a los mismos porque los otros son peores.
Con los años
voy intentando conciliar dos vertientes que parecen contrapuestas, y que
implican el fundamento del que creo debate más importante en la actualidad:
¿nos dirigen o somos dueños de nuestras propias decisiones? Otra forma de
analizarlo sería intentar dirimir hasta donde llega la responsabilidad por los
actos cometidos. Y, desde el principio, yo no creo que la respuesta sea
sencilla, y extrema. Creo, sinceramente, que sólo el que aprende a moverse en
los medios, y lejos de las respuestas categóricas y definitivas aparentemente válidas
para cualquier situación, es el que se encuentra cerca de alcanzar una cierta
maestría.
Ésta es la
eterna diatriba a la que cualquier ser humano con una mínima conciencia se
enfrenta antes o después. No en vano, encierra otra pregunta fundamental de
nuestra existencia: ¿somos libres o estamos condicionados, o incluso
manipulados? Si no estamos exentos de ser condicionados por variables exógenas
a nosotros mismos, o incluso si somos manipulables por intereses ajenos y que
pueden ser contrapuestos a nuestro propio beneficio, ¿de qué manera afecta esto
a nuestra responsabilidad?
Mi particular
punto de vista es que nuestra responsabilidad se imbrica dentro de este esquema
en la obligación que tenemos –que deberíamos asumir por nuestro propio
bienestar– de intentar vislumbrar la realidad por nuestros propios medios; sin
embargo, es un proceso complejo y que no se obtiene en un instante, por lo que
seguiremos sometidos a la posibilidad de que nos manejen; si bien es cierto que
esta posibilidad podrá disminuir con nuestro esfuerzo.
¿Por qué creo
esto? Por dos motivos fundamentales. El primero de ellos, porque hay gente que
todavía cree que no pasa nada por aprovecharse de los demás en beneficio
propio. Hablo tanto del cáncer social que suponen determinados políticos o
empresarios– no pongo nombres, por lo de la mordaza–, ejemplo sencillo, como
algo mucho más complicado de entender como son las personas con una forma de
ser tóxica. Los llamados vampiros emocionales, esas personas que te drenan el
estado de ánimo hasta contagiarte con esa forma pesimista de ver la vida.
El segundo de
los motivos, porque desde hace un tiempo intuyo, al margen de las vidas que
haya después de ésta, que nuestra principal obligación es aprender a ser
felices al tiempo que nos trascendernos a nosotros mismos. Curiosamente, hay
quien piensa que estas dos cosas son lo mismo, conexionadas a su vez con otra
más: el aprendizaje vital que sólo se logra con esa sabiduría que únicamente se
puede adquirir con una buena observación.
Eso funciona,
por cierto, a las duras y a las maduras, tanto cuando el cielo brilla sobre
nosotros y todo nos parece idílico como en época de elecciones generales, con
su evidente manipulación informativa manejada por personajes muy ignorantes que
todavía creen que ganan algo relevante por hacerlo.
Alberto Martínez Urueña 27-10-2015