viernes, 16 de octubre de 2015

Por supuesto


            Hace no mucho me han pegado un tirón de orejas –quizá merecido– porque últimamente no hago más que darle cera a Mariano y sus colegas, pero sin sustentar mis críticas con datos ciertos. Uno de los problemas de la escasez de espacio al escribir es elegir el tono que aplico; si ahora me volviera demasiado técnico, muchos me mandarais al rincón de los castigados. Esto no implica que no pueda sustentar mis opiniones con datos y concreciones; empero, he de tener en cuenta dos aspectos. Primero que no soy un experto en economía, aunque me gustaría y no descarto ampliar mis conocimientos; y segundo: esos expertos ya existen, dan sus opiniones en columnas de opinión y anaqueles económicos, y los datos básicos están disponibles para quien quiera leerlos. No, el objetivo que me tomo cuando escribo estas líneas es diferente.

            El primero de todos, obviamente, es clarificar mis ideas. Os puedo asegurar que ponerlas negro sobre blanco en una pantalla de ordenador ayuda sobremanera a tener dos o tres puntos fundamentales inamovibles en la cabeza y que no estén sometidos a los caprichosos vaivenes de la enloquecida actualidad, cuya pretensión consiste en que otros más superfluos empañen la estructura subyacente de una sociedad como la nuestra, y sus problemas relevantes. A saber, escasa seriedad y compromiso de todos los partidos políticos que han gobernado este reino de Taifas con el futuro de la nación y con su estructura fundamental y pilares básicos sobre los que asentar un desarrollo sostenible, estable y fiable para los ciudadanos actuales y futuros. La dejación palmaria de funciones en determinados campos, como la educación, la sanidad, la I+D+i, el desarrollo racional de infraestructuras, la estructuración de un sistema de políticas activas y pasivas de empleo verdaderamente eficaces, la flexibilización e introducción de auténtica competencia en mercados fundamentales como las telecomunicaciones y la energía, así como otras materias, han convertido a España en un gigante con pies de barro que se ha desplomado con la llegada de la crisis. Si bien ésta ha afectado a todos los países desarrollados, no lo ha hecho por igual en cada uno, y nosotros hemos sido de los peor parados por la escasa preparación preexistente ante la que antes o después habría de llegar –las crisis siempre llegan–. Las tasas de paro juveniles, el éxodo de los mejor preparados, las cifras de parados de larga duración, los precios y la ineficiencia del mercado de la energía y las telecomunicaciones, la inexistente estabilidad en los planes de estudio, la sanidad y sus vaivenes en políticas sanitarias de vacunación infantil, aborto, tratamientos punteros para pacientes con enfermedades graves, listas de espera y contratación de especialistas, las privatizaciones sospechosamente interesadas, el desplome de la inversión científica, la falta de voluntad política en la lucha contra el fraude fiscal… Todo esto denota ese problema básico que mencionaba y que no podemos olvidar a pesar del carrusel de información con que nos bombardean a diario: la falta radical de responsabilidad de los políticos que nos han gobernado, tanto de los que me gustan poco como de los que no me gustan nada. Todos ellos, a la hora de la verdad, han estado más preocupados en salvar sus platos y los de su partido, y en derribar al adversario, que en gestionar y estructurar de manera lógica la economía y las estructuras de España, esa noción con la que se llenan la bocaza en discursos facilones pero que desconocen su auténtico significado.

            En segundo lugar, escribo estos textos porque me gusta compartir mis ideas y, de vez en cuando, debatirlas con vosotros. Hay veces, lo sabéis algunos, en que me llegan respuestas que aportan detalles y puntualizaciones muy interesantes, enriqueciendo las reflexiones. Pero sobre todo, demostrando que ese diálogo intelectual, fuera de los habituales gallineros mediáticos de las televisiones generalistas, es posible y que es el verdaderamente útil para el que pretenda ilustrarse y enriquecerse. Un debate que huye de los simplismos de los hemiciclos y que intenta discernir cuál es la realidad profunda de los problemas que nos acosan como sociedad, más allá de los discursos vacíos y populistas –esto lo son todos, sin excepción– que exigen los tres minutos de fama y gloria que otorgan los titulares de prensa y las conexiones con el telediario. Un dialogo que, por encima de todo, pretende encontrar puntos en común y no derribar al adversario. Yo no veo a ninguno de los votantes del PP como adversarios, les veo como personas con todos sus derechos y con los que me gustaría alcanzar una convivencia pacifica de consensos y libertades. Y esto no es un discurso vacío, es el deseo de construir un espacio común en el que quepamos todos, con parejas concesiones tanto por parte de unos como de otros. Y no veo esto ni en Mariano, ni en los que le precedieron.

            ¿Que le doy más caña a éste? Por supuesto que sí: no creo en él como Presidente ni en su ideología ni en la de su partido, ni en las medidas que propugnan, y por eso lo critico y me permito explicar por qué lo hago, desde mi particular punto de vista. Aunque podría hacerlo con los datos en la mano –a veces incluso lo hago–. Nos mintió cuando llegó, y nos miente al irse, y esto creo que es evidente visto con la debida distancia. Perdonad si, en lugar de profundizar en esa crítica con los datos que sustentan mis opiniones, uso más la dialéctica cualitativa para indicar cuál creo que debe ser el rumbo que nos guíe en la construcción de esta sociedad en la que nos ha tocado convivir a los unos con los otros.

 

Alberto Martínez Urueña 16-10-2015

No hay comentarios: