Hace no mucho
me han pegado un tirón de orejas –quizá merecido– porque últimamente no hago
más que darle cera a Mariano y sus colegas, pero sin sustentar mis críticas con
datos ciertos. Uno de los problemas de la escasez de espacio al escribir es
elegir el tono que aplico; si ahora me volviera demasiado técnico, muchos me
mandarais al rincón de los castigados. Esto no implica que no pueda sustentar
mis opiniones con datos y concreciones; empero, he de tener en cuenta dos
aspectos. Primero que no soy un experto en economía, aunque me gustaría y no
descarto ampliar mis conocimientos; y segundo: esos expertos ya existen, dan
sus opiniones en columnas de opinión y anaqueles económicos, y los datos
básicos están disponibles para quien quiera leerlos. No, el objetivo que me
tomo cuando escribo estas líneas es diferente.
El primero de
todos, obviamente, es clarificar mis ideas. Os puedo asegurar que ponerlas
negro sobre blanco en una pantalla de ordenador ayuda sobremanera a tener dos o
tres puntos fundamentales inamovibles en la cabeza y que no estén sometidos a
los caprichosos vaivenes de la enloquecida actualidad, cuya pretensión consiste
en que otros más superfluos empañen la estructura subyacente de una sociedad
como la nuestra, y sus problemas relevantes. A saber, escasa seriedad y
compromiso de todos los partidos políticos que han gobernado este reino de
Taifas con el futuro de la nación y con su estructura fundamental y pilares
básicos sobre los que asentar un desarrollo sostenible, estable y fiable para
los ciudadanos actuales y futuros. La dejación palmaria de funciones en
determinados campos, como la educación, la sanidad, la I+D+i, el desarrollo
racional de infraestructuras, la estructuración de un sistema de políticas
activas y pasivas de empleo verdaderamente
eficaces, la flexibilización e introducción de auténtica competencia en
mercados fundamentales como las telecomunicaciones y la energía, así como otras
materias, han convertido a España en un gigante con pies de barro que se ha
desplomado con la llegada de la crisis. Si bien ésta ha afectado a todos los
países desarrollados, no lo ha hecho por igual en cada uno, y nosotros hemos
sido de los peor parados por la escasa preparación preexistente ante la que
antes o después habría de llegar –las crisis siempre llegan–. Las tasas de paro
juveniles, el éxodo de los mejor preparados, las cifras de parados de larga
duración, los precios y la ineficiencia del mercado de la energía y las
telecomunicaciones, la inexistente estabilidad en los planes de estudio, la
sanidad y sus vaivenes en políticas sanitarias de vacunación infantil, aborto,
tratamientos punteros para pacientes con enfermedades graves, listas de espera
y contratación de especialistas, las privatizaciones sospechosamente
interesadas, el desplome de la inversión científica, la falta de voluntad
política en la lucha contra el fraude fiscal… Todo esto denota ese problema
básico que mencionaba y que no podemos olvidar a pesar del carrusel de
información con que nos bombardean a diario: la falta radical de responsabilidad
de los políticos que nos han gobernado, tanto de los que me gustan poco como de
los que no me gustan nada. Todos ellos, a la hora de la verdad, han estado más
preocupados en salvar sus platos y los de su partido, y en derribar al
adversario, que en gestionar y estructurar de manera lógica la economía y las
estructuras de España, esa noción con la que se llenan la bocaza en discursos
facilones pero que desconocen su auténtico significado.
En segundo
lugar, escribo estos textos porque me gusta compartir mis ideas y, de vez en
cuando, debatirlas con vosotros. Hay veces, lo sabéis algunos, en que me llegan
respuestas que aportan detalles y puntualizaciones muy interesantes,
enriqueciendo las reflexiones. Pero sobre todo, demostrando que ese diálogo
intelectual, fuera de los habituales gallineros mediáticos de las televisiones
generalistas, es posible y que es el verdaderamente útil para el que pretenda
ilustrarse y enriquecerse. Un debate que huye de los simplismos de los hemiciclos
y que intenta discernir cuál es la realidad profunda de los problemas que nos
acosan como sociedad, más allá de los discursos vacíos y populistas –esto lo
son todos, sin excepción– que exigen los tres minutos de fama y gloria que
otorgan los titulares de prensa y las conexiones con el telediario. Un dialogo
que, por encima de todo, pretende encontrar puntos en común y no derribar al
adversario. Yo no veo a ninguno de los votantes del PP como adversarios, les
veo como personas con todos sus derechos y con los que me gustaría alcanzar una
convivencia pacifica de consensos y libertades. Y esto no es un discurso vacío,
es el deseo de construir un espacio común en el que quepamos todos, con parejas
concesiones tanto por parte de unos como de otros. Y no veo esto ni en Mariano,
ni en los que le precedieron.
¿Que le doy
más caña a éste? Por supuesto que sí: no creo en él como Presidente ni en su
ideología ni en la de su partido, ni en las medidas que propugnan, y por eso lo
critico y me permito explicar por qué lo hago, desde mi particular punto de
vista. Aunque podría hacerlo con los datos en la mano –a veces incluso lo hago–.
Nos mintió cuando llegó, y nos miente al irse, y esto creo que es evidente
visto con la debida distancia. Perdonad si, en lugar de profundizar en esa
crítica con los datos que sustentan mis opiniones, uso más la dialéctica
cualitativa para indicar cuál creo que debe ser el rumbo que nos guíe en la
construcción de esta sociedad en la que nos ha tocado convivir a los unos con los
otros.
Alberto Martínez Urueña
16-10-2015
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