martes, 27 de octubre de 2015

Sabiduría, felicidad y trascendencia


            Había pensado que quizá liarme la manta a la cabeza, ahora que va a llegar el circo de las elecciones, sería lo más adecuado. Ponerme a desparramar lindezas lingüísticas con esta gracia literaria que mamá natura me dio al nacer y que yo me empeñé en desarrollar a base de devorar libros. Intentar ordenar ideas y convencer conciencias, pero creo que una vez más, en época de elecciones, no me cogerán vivo en este delirio. Primero, porque no trabajo en ningún medio de comunicación con dirección editorial, y por lo tanto, hago lo que viene en gana; segundo, porque creo que ninguno de vosotros, queridos lectores, me leéis para que os convenza de nada; y tercero, y en último lugar, porque paso de entrar en el carrusel de información vertiginosa, noticia sobre noticia, que al final deviene en una de las más eficaces herramientas de desinformación. Pensadlo, sino, y tratar de recordar aquellas noticias del año, verbigracia, dos mil trece, a ver qué quedó de aquello. Y si os ponéis cínicos, como a veces por desgracia me pasa a mí, pensad en lo que ocurrió hace un mes, y llorad con amargura. Se lo merece.

            Andaba barruntando hacer una columna tipo síntesis de todas las barbaridades que hemos presenciado en estos últimos cuatro años, perpetradas por el gobierno en el poder, y por ese personaje convertido en su propia caricatura que es el PSOE. También me plantearía qué fue de aquellos tiempos de gloria de UPyD y de IU, e intentaría hallar un rayo de esperanza entre los nuevos partidos, unos con pinta de niños guapos recién planchados y otros con aspecto de vagabundos. O incluso rebuscar a ver qué otras opciones hay, más allá de los medios de comunicación masivos que ya me han demostrado por activa y por pasiva que sus intereses y los míos colisionan de manera sistemática.

            En realidad, hay está el principal de los problemas a los que nos enfrentamos: las credibilidades. Están más deterioradas que el casco del Titanic. Esto, por otro lado, sirve también a la legitimidad de muchos para permanecer en el inmovilismo que asume la incomodidad de que se nos rían a diario. En la jeta. Esa justificación de votar a los mismos porque los otros son peores.

            Con los años voy intentando conciliar dos vertientes que parecen contrapuestas, y que implican el fundamento del que creo debate más importante en la actualidad: ¿nos dirigen o somos dueños de nuestras propias decisiones? Otra forma de analizarlo sería intentar dirimir hasta donde llega la responsabilidad por los actos cometidos. Y, desde el principio, yo no creo que la respuesta sea sencilla, y extrema. Creo, sinceramente, que sólo el que aprende a moverse en los medios, y lejos de las respuestas categóricas y definitivas aparentemente válidas para cualquier situación, es el que se encuentra cerca de alcanzar una cierta maestría.

            Ésta es la eterna diatriba a la que cualquier ser humano con una mínima conciencia se enfrenta antes o después. No en vano, encierra otra pregunta fundamental de nuestra existencia: ¿somos libres o estamos condicionados, o incluso manipulados? Si no estamos exentos de ser condicionados por variables exógenas a nosotros mismos, o incluso si somos manipulables por intereses ajenos y que pueden ser contrapuestos a nuestro propio beneficio, ¿de qué manera afecta esto a nuestra responsabilidad?

            Mi particular punto de vista es que nuestra responsabilidad se imbrica dentro de este esquema en la obligación que tenemos –que deberíamos asumir por nuestro propio bienestar– de intentar vislumbrar la realidad por nuestros propios medios; sin embargo, es un proceso complejo y que no se obtiene en un instante, por lo que seguiremos sometidos a la posibilidad de que nos manejen; si bien es cierto que esta posibilidad podrá disminuir con nuestro esfuerzo.

            ¿Por qué creo esto? Por dos motivos fundamentales. El primero de ellos, porque hay gente que todavía cree que no pasa nada por aprovecharse de los demás en beneficio propio. Hablo tanto del cáncer social que suponen determinados políticos o empresarios– no pongo nombres, por lo de la mordaza–, ejemplo sencillo, como algo mucho más complicado de entender como son las personas con una forma de ser tóxica. Los llamados vampiros emocionales, esas personas que te drenan el estado de ánimo hasta contagiarte con esa forma pesimista de ver la vida.

            El segundo de los motivos, porque desde hace un tiempo intuyo, al margen de las vidas que haya después de ésta, que nuestra principal obligación es aprender a ser felices al tiempo que nos trascendernos a nosotros mismos. Curiosamente, hay quien piensa que estas dos cosas son lo mismo, conexionadas a su vez con otra más: el aprendizaje vital que sólo se logra con esa sabiduría que únicamente se puede adquirir con una buena observación.

            Eso funciona, por cierto, a las duras y a las maduras, tanto cuando el cielo brilla sobre nosotros y todo nos parece idílico como en época de elecciones generales, con su evidente manipulación informativa manejada por personajes muy ignorantes que todavía creen que ganan algo relevante por hacerlo. 

Alberto Martínez Urueña 27-10-2015

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