Cuando veo a
la gente que se escandaliza por la corrupción que hay en la política, y clama a
los cielos por adoptar una posición de absoluta intransigencia con esos actos,
me relamo los colmillos. Os lo juro, es algo que no puedo evitar, porque pone
en evidencia a tal masa de gente que tengo la sensación de que vamos a ser
achicharrados por un sol enorme que estos necios son incapaces de ver sobre sus
cabezas. Y es que no hay mayor ejemplo de corrupción, injusticia y tolerancia
de actos despreciables como puede ser el fútbol. Y a partir de este párrafo, si
te gusta el fútbol y no estás dispuesto a escuchar verdades como puños golpeándote
en el rostro, es mejor que cierres el correo y sigas tu camino. Te lo aseguro.
Si quieres, te lo firmo.
El fútbol, y
más el fútbol en España, es un claro ejemplo de cómo la sociedad civil puede
ser víctima, presa, pero sobre todo, autocomplaciente con sus verdugos, como
son el marketing, los medios de comunicación, las empresas de gestión de imagen
y las técnicas torticeras de extirpación del sentido crítico y de la adopción
de comportamientos basados en unos mínimos ideales éticos o morales. La
dualidad Barsa-Madrid tan bien fabricada, fomentada y explotada por unos y
otros ha convertido a nuestra nación en pasto de las hienas. Una nación con la
tendencia a agruparse en dos bandos, izquierda-derecha, nacionalismo
español-nacionalismo autonómico, obreros-empresarios, y un largo etcétera, no
podía permanecer inmaculada como una virgen ante los esfuerzos del capital por
desflorarla en algo que parecía tan inocente y lúdico como es el fútbol. Si se
pretende hacer negocio con la Educación o la Sanidad, ¿cómo no hacerlo con los
sentimientos y las emociones más primarias? Pero aun así, todavía se apela a la
nobleza de los clubes históricos y a las figuras gloriosas que los gestionan y
que los defienden con su esfuerzo.
Supongo que
será por eso que noticias como que el Madrid estaba relacionado con la trama
Púnica a través de la creación de una agencia de noticias falsa, en realidad no
le interesa a nadie. Una empresa que seguía los dictados del señor Floro para
intervenir en la generación de opinión a favor o en contra de tal o cual
cuestión, como por ejemplo, la titularidad de determinados jugadores. Un
presidente que se vanagloria de respetar el ámbito de actuación de su
entrenador, pero que manda a sus secuaces a condicionar las ruedas de prensa no
está haciendo si no lo que cualquier otro mafioso haría para controlar sus
negocios. Eso sí, mientras ese sujeto siga trayendo jugadores a golpe de
talonario, a nadie le importa lo demás, da igual la honorabilidad, la honradez,
la ética o la moral que implican el resto de actos que haya llevado a cabo en
la gestión del equipo. El fin justifica los medios.
Poco tienen
que decir los del otro lado, los del Barsa, con sus escándalos de fraudes
contractuales, las evasiones fiscales de sus antiguos dirigentes, las salidas
de tonos independentistas, la utilización política del nombre del club… O los
del Atlético y su presidente chusquero de hace años y sus temas en Marbella, o
el de ahora, que se libra del delito por prescripción, como Naseiro. Y así,
hasta donde queráis.
Por supuesto,
sé que algunos de los que me leéis y habéis continuado con el texto
argumentareis que una cosa son los dirigentes puntuales y otra cosa son los
colores de la camiseta de vuestros amores, pero eso me valdría con algo
relevante, como la religión, la cúpula Vaticana versus el cura de barrio o el
misionero que se juega el pellejo por los más débiles. Además, os estaréis
olvidando que, aprovechando la legitimación social que dais al club, amparáis
los comportamientos de sus dirigentes por la presión social que conlleva
acusarles. Es decir, se aprovechan del respaldo que tiene el club para llevar a
cabo sus comportamientos delictivos, o al menos moralmente reprobables, y
quedar impune. O prescrito, pero nunca proscrito.
Y daos cuenta
que no he entrado a valorar cuestiones como la injusticia económica del reparto
de los ingresos televisivos –que debería ser gestionado por la liga de fútbol
profesional y entregado a los clubes a partes iguales, algo evidente salvo para
los principales beneficiados–, las flagrantes injusticias arbitrales que
envilecen y corrompen las competiciones –evidentes salvo para los seguidores
del club, igual que las corrupciones de los partidos políticos–, la incomprensible
resistencia a la implantación de mecanismos que impidiesen esas injusticias –como
los políticos que racanean en justicia y organismos controladores–, resistencia
implementada y aireada por los medios de comunicación cómplices –a los que el
morbo de los debates de los lunes les hace vender más periódicos–.
Así que ya
sabéis: cuando os preguntéis cómo puede haber gente que vote al PP, o al PSOE,
o a cualquier otro partido culpable de delitos tipificados por ley –conforme al más mínimo sentido común–, o
culpables –esto, sin la presunción– de enmarranar el panorama social español,
también os podéis preguntar porque hay tantos millones de personas sosteniendo
clubes de fútbol que soportar, ocultan o incluso facilitan delitos como los de
fraude fiscal, o directamente socavan los principios morales y éticos que sus seguidores
dicen defender. Seguidores incapaces de una mínima fuerza de voluntad a la hora
de actuar con una coherencia que les llevaría a dar la espalda a esos clubes
hasta que su comportamiento no fuera todo lo ético que debieran, teniendo en
cuenta que son el espejo en el que se miran los niños de nuestro país. Y si hay
algo que tengo claro desde hace tiempo es que quien daña a los más débiles, no
merece en modo alguno mi respeto. Por esto, y por otras muchas cosas más
personales, hace tiempo que me borré del fútbol. Quizá ahora que le quieren
poner cámaras – es increíble que no las hubieran puesto ya, como en otros
deportes profesionales, deberían explicar el porqué – la competición gane un
poquito de interés para los que vemos cómo ciertos clubes tienen patente de
corso cada vez que se cruzan con otros rivales más pequeños.
Alberto Martínez Urueña 30-03-2017
PD: Por cierto, podríais seguir defiendo a vuestros equipos,
pero por lo menos tener la vergüenza torera de aceptar las incongruencias de
las que se benefician tanto ellos en las competiciones como sus dirigentes en
los mercados. O en los juzgados.