jueves, 30 de marzo de 2017

Va de fútbol (y ni yo me lo creo)


            Cuando veo a la gente que se escandaliza por la corrupción que hay en la política, y clama a los cielos por adoptar una posición de absoluta intransigencia con esos actos, me relamo los colmillos. Os lo juro, es algo que no puedo evitar, porque pone en evidencia a tal masa de gente que tengo la sensación de que vamos a ser achicharrados por un sol enorme que estos necios son incapaces de ver sobre sus cabezas. Y es que no hay mayor ejemplo de corrupción, injusticia y tolerancia de actos despreciables como puede ser el fútbol. Y a partir de este párrafo, si te gusta el fútbol y no estás dispuesto a escuchar verdades como puños golpeándote en el rostro, es mejor que cierres el correo y sigas tu camino. Te lo aseguro. Si quieres, te lo firmo.

            El fútbol, y más el fútbol en España, es un claro ejemplo de cómo la sociedad civil puede ser víctima, presa, pero sobre todo, autocomplaciente con sus verdugos, como son el marketing, los medios de comunicación, las empresas de gestión de imagen y las técnicas torticeras de extirpación del sentido crítico y de la adopción de comportamientos basados en unos mínimos ideales éticos o morales. La dualidad Barsa-Madrid tan bien fabricada, fomentada y explotada por unos y otros ha convertido a nuestra nación en pasto de las hienas. Una nación con la tendencia a agruparse en dos bandos, izquierda-derecha, nacionalismo español-nacionalismo autonómico, obreros-empresarios, y un largo etcétera, no podía permanecer inmaculada como una virgen ante los esfuerzos del capital por desflorarla en algo que parecía tan inocente y lúdico como es el fútbol. Si se pretende hacer negocio con la Educación o la Sanidad, ¿cómo no hacerlo con los sentimientos y las emociones más primarias? Pero aun así, todavía se apela a la nobleza de los clubes históricos y a las figuras gloriosas que los gestionan y que los defienden con su esfuerzo.

            Supongo que será por eso que noticias como que el Madrid estaba relacionado con la trama Púnica a través de la creación de una agencia de noticias falsa, en realidad no le interesa a nadie. Una empresa que seguía los dictados del señor Floro para intervenir en la generación de opinión a favor o en contra de tal o cual cuestión, como por ejemplo, la titularidad de determinados jugadores. Un presidente que se vanagloria de respetar el ámbito de actuación de su entrenador, pero que manda a sus secuaces a condicionar las ruedas de prensa no está haciendo si no lo que cualquier otro mafioso haría para controlar sus negocios. Eso sí, mientras ese sujeto siga trayendo jugadores a golpe de talonario, a nadie le importa lo demás, da igual la honorabilidad, la honradez, la ética o la moral que implican el resto de actos que haya llevado a cabo en la gestión del equipo. El fin justifica los medios.

            Poco tienen que decir los del otro lado, los del Barsa, con sus escándalos de fraudes contractuales, las evasiones fiscales de sus antiguos dirigentes, las salidas de tonos independentistas, la utilización política del nombre del club… O los del Atlético y su presidente chusquero de hace años y sus temas en Marbella, o el de ahora, que se libra del delito por prescripción, como Naseiro. Y así, hasta donde queráis.

            Por supuesto, sé que algunos de los que me leéis y habéis continuado con el texto argumentareis que una cosa son los dirigentes puntuales y otra cosa son los colores de la camiseta de vuestros amores, pero eso me valdría con algo relevante, como la religión, la cúpula Vaticana versus el cura de barrio o el misionero que se juega el pellejo por los más débiles. Además, os estaréis olvidando que, aprovechando la legitimación social que dais al club, amparáis los comportamientos de sus dirigentes por la presión social que conlleva acusarles. Es decir, se aprovechan del respaldo que tiene el club para llevar a cabo sus comportamientos delictivos, o al menos moralmente reprobables, y quedar impune. O prescrito, pero nunca proscrito.

            Y daos cuenta que no he entrado a valorar cuestiones como la injusticia económica del reparto de los ingresos televisivos –que debería ser gestionado por la liga de fútbol profesional y entregado a los clubes a partes iguales, algo evidente salvo para los principales beneficiados–, las flagrantes injusticias arbitrales que envilecen y corrompen las competiciones –evidentes salvo para los seguidores del club, igual que las corrupciones de los partidos políticos–, la incomprensible resistencia a la implantación de mecanismos que impidiesen esas injusticias –como los políticos que racanean en justicia y organismos controladores–, resistencia implementada y aireada por los medios de comunicación cómplices –a los que el morbo de los debates de los lunes les hace vender más periódicos–.

            Así que ya sabéis: cuando os preguntéis cómo puede haber gente que vote al PP, o al PSOE, o a cualquier otro partido culpable de delitos tipificados por ley  –conforme al más mínimo sentido común–, o culpables –esto, sin la presunción– de enmarranar el panorama social español, también os podéis preguntar porque hay tantos millones de personas sosteniendo clubes de fútbol que soportar, ocultan o incluso facilitan delitos como los de fraude fiscal, o directamente socavan los principios morales y éticos que sus seguidores dicen defender. Seguidores incapaces de una mínima fuerza de voluntad a la hora de actuar con una coherencia que les llevaría a dar la espalda a esos clubes hasta que su comportamiento no fuera todo lo ético que debieran, teniendo en cuenta que son el espejo en el que se miran los niños de nuestro país. Y si hay algo que tengo claro desde hace tiempo es que quien daña a los más débiles, no merece en modo alguno mi respeto. Por esto, y por otras muchas cosas más personales, hace tiempo que me borré del fútbol. Quizá ahora que le quieren poner cámaras – es increíble que no las hubieran puesto ya, como en otros deportes profesionales, deberían explicar el porqué – la competición gane un poquito de interés para los que vemos cómo ciertos clubes tienen patente de corso cada vez que se cruzan con otros rivales más pequeños.

 

Alberto Martínez Urueña 30-03-2017

 

PD: Por cierto, podríais seguir defiendo a vuestros equipos, pero por lo menos tener la vergüenza torera de aceptar las incongruencias de las que se benefician tanto ellos en las competiciones como sus dirigentes en los mercados. O en los juzgados.

2 comentarios:

José María Velasco dijo...

Hola Alberto, no he dejado de leerte y sin embargo cada día me sorprendes. El paralelismo de los fanatismos que relatas es autentico. España es diferente, por eso Mariano lee todos los días el As y el Marca, para estar al cabo de la calle.

Un abrazo

José María Velasco

Alberto dijo...

Casi se me olvida responderte, Chema. Muchas gracias por tu comentario, lo agradezco sinceramente. Me alegro de que podamos seguir teniendo un contacto, aunque sea mínimo por aquí. Siempre me acuerdo de nuestras conversaciones a primera hora de la mañana, mano a mano, a veces con Carlos o con Celso, y de las historias que me contabas. Aprendí mucho en esas mañanas, y lo sabes.
Espero que te vaya muy bien allí donde estés ahora.