El valor de
la palabra es algo complejo: no en vano, el compromiso que asumes, pero sobre
todo unido a su posterior cumplimiento, determinará la fiabilidad, la
responsabilidad y el tipo de persona que hay detrás de las palabras. Hechos son
amores. Compromisos en el ámbito personal son muchos y muy variados. El de
paternidad, el de pareja, el de amistad… Cada uno de ellos conlleva una
implicación por mínima que sea. El problema muchas veces deriva de que esos
compromisos se adoptan de manera implícita, es evidente, y claro, muchas veces
ocurre que alguien cree que ese compromiso llegaba más allá de lo que la otra
persona está dispuesta a conceder, o según en qué materia, y aquí llegan las
discusiones y las frustraciones, los malos entendidos y las rupturas, o también
las negociaciones y los acuerdos que restauren y hagan evolucionar esa misma
relación que, de alguna manera, se convierte inevitablemente en otra. No en
vano, la vida es puro cambio, y por lo tanto las relaciones, los compromisos y
las actitudes van cambiando a lo largo del tiempo.
Los
compromisos en el ámbito público son diferentes. Aquí sí que hay contratos y
leyes que los sustentan, listados de derechos y obligaciones, cargos,
representaciones, sueldos asociados a éstos… Hay responsabilidades que se
asumen, no sólo liderazgos si no también cuestiones más prosaicas como el tema
de echar la firma en el recuadro que corresponde. No hay tanto margen para esas
situaciones que se dan en las relaciones de parejas, por mucho que haya
dirigentes que pretendan llevarlo al mismo terreno. Compromisos en el ámbito
público son los que asumió PODEMOS cuando formó un partido político desde las
bases de la transversalidad de una protesta ciudadana que, gracias a su
politización, sacaron de las calles. O al menos, de los medios de comunicación
oficiales, porque nunca más se supo de aquellas asambleas ciudadanas que, sin
embargo, siguen existiendo, pero de una forma mucho más eclipsada por el runrún
que los grandes medios de masas se encargan de vomitar sobre la masa adormecida
por el capitalismo rampante y la sociedad del entretenimiento voraz y
desaforada que nos individualiza y nos convierte en herramientas de los demás.
Herramientas que sólo somos útiles en función de lo que podamos aportar. Ojo,
quizá los demás se conviertan en eso para nosotros… Nadie está exento de caer
en el abismo. Un buen amigo mío, ya mayor y venturosamente jubilado, me
insinuó, y el tiempo quizá le dé la razón que merece, que Pablo Iglesias no era
sino un invento de los poderes mediáticos, incluso sin saberlo él mismo. No
deja de resultar paradigmático, decía, que los medios de comunicación,
herramientas al servicio del sistema, dieran el foro necesario y suficiente a
un chico de buena prosa y coleta que pretende romper ese sistema. Algún día os
contaré por qué no soy de PODEMOS…
Los
compromisos en el ámbito público y político no se quedan ahí, por supuesto.
Asumir un cargo del tipo que sea, que conlleva la capacidad y la obligación de
aceptar la responsabilidad de firmar en determinados papeles, implica que
cuando firmas estás ejecutando una orden administrativa, con todo lo que eso
conlleva. Las leyes de procedimiento administrativo lo dejan bastante claro.
Además, la asunción de esa responsabilidad, por cierto, bastante bien pagada,
no se traslada en modo alguno a los órganos asesores, ni tampoco a los
técnicos. La responsabilidad es de quien toma la decisión, es de quien firma, y
si la cosa sale rana, es culpa suya y tiene que asumir la responsabilidad de sus
decisiones. De su firma. Del mismo modo que si la cosa sale delictiva, tiene
que cumplir la pena tipificada en las leyes que correspondan. Aquí no vale
hacerse el tonto, y si lo eres, denuncia a tus padres por los defectos de
fabricación. Por eso las excusas de los banqueros que organizaron el tinglado
de las preferentes, de las cláusulas-suelo, del expolio de las cajas de ahorro
y el resto de maremágnum que nos va a tener entrampados hasta dentro de unas
décadas, excusas al respecto de que ellos sólo firmaban, es de una
impresentabilidad manifiesta. Esto sólo les vale a los que están dispuestos a
tragar sables enteros por simple fidelidad necia de equipo.
Los
compromisos, cuando les firmas, son para cumplirlos. Por eso, esa frase tan
graciosa de Mariano pidiendo que miremos al futuro cuando le preguntan por los
escándalos de corrupción de su partido es ofensiva, a parte de un poco
sospechosa: todos esos cuatreros que se lo han llevado crudo no lo habrían
podido hacer de no haber sido por otros mentecatos – conforme definición de la
RAE – que echaron el garabato para oficializar su nombramiento. Admitamos, por
supuesto, su inocencia delictiva, pero su responsabilidad pública no tiene un
pase. Pero no acaba ahí el cuadro de su pacata dialéctica: también se llevan
las manos a la cabeza porque alguien haya tenido la graciosa ocurrencia de
quererles hacer cumplir lo firmado en los pactos de investidura. Es toda una
oda a la prepotencia, porque no soportan que nadie les diga lo que han de
hacer, pero también demuestra a la perfección cuál es la idea que ronda su
cabeza cuando hablan de eso de dar su palabra, y el valor que ellos mismos le
otorgan. Y los torticeros requiebros dialécticos de todos sus adláteres sólo
son una muestra más de su absoluta desvergüenza, así que no se sorprendan
propios y extraños cuando alguien les diga que no son políticos decentes –a
pesar de la mordaza–, porque quizá estén dando en la diana.
Alberto Martínez Urueña
09-03-2017
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