jueves, 9 de marzo de 2017

El valor de la palabra


            El valor de la palabra es algo complejo: no en vano, el compromiso que asumes, pero sobre todo unido a su posterior cumplimiento, determinará la fiabilidad, la responsabilidad y el tipo de persona que hay detrás de las palabras. Hechos son amores. Compromisos en el ámbito personal son muchos y muy variados. El de paternidad, el de pareja, el de amistad… Cada uno de ellos conlleva una implicación por mínima que sea. El problema muchas veces deriva de que esos compromisos se adoptan de manera implícita, es evidente, y claro, muchas veces ocurre que alguien cree que ese compromiso llegaba más allá de lo que la otra persona está dispuesta a conceder, o según en qué materia, y aquí llegan las discusiones y las frustraciones, los malos entendidos y las rupturas, o también las negociaciones y los acuerdos que restauren y hagan evolucionar esa misma relación que, de alguna manera, se convierte inevitablemente en otra. No en vano, la vida es puro cambio, y por lo tanto las relaciones, los compromisos y las actitudes van cambiando a lo largo del tiempo.

            Los compromisos en el ámbito público son diferentes. Aquí sí que hay contratos y leyes que los sustentan, listados de derechos y obligaciones, cargos, representaciones, sueldos asociados a éstos… Hay responsabilidades que se asumen, no sólo liderazgos si no también cuestiones más prosaicas como el tema de echar la firma en el recuadro que corresponde. No hay tanto margen para esas situaciones que se dan en las relaciones de parejas, por mucho que haya dirigentes que pretendan llevarlo al mismo terreno. Compromisos en el ámbito público son los que asumió PODEMOS cuando formó un partido político desde las bases de la transversalidad de una protesta ciudadana que, gracias a su politización, sacaron de las calles. O al menos, de los medios de comunicación oficiales, porque nunca más se supo de aquellas asambleas ciudadanas que, sin embargo, siguen existiendo, pero de una forma mucho más eclipsada por el runrún que los grandes medios de masas se encargan de vomitar sobre la masa adormecida por el capitalismo rampante y la sociedad del entretenimiento voraz y desaforada que nos individualiza y nos convierte en herramientas de los demás. Herramientas que sólo somos útiles en función de lo que podamos aportar. Ojo, quizá los demás se conviertan en eso para nosotros… Nadie está exento de caer en el abismo. Un buen amigo mío, ya mayor y venturosamente jubilado, me insinuó, y el tiempo quizá le dé la razón que merece, que Pablo Iglesias no era sino un invento de los poderes mediáticos, incluso sin saberlo él mismo. No deja de resultar paradigmático, decía, que los medios de comunicación, herramientas al servicio del sistema, dieran el foro necesario y suficiente a un chico de buena prosa y coleta que pretende romper ese sistema. Algún día os contaré por qué no soy de PODEMOS…

            Los compromisos en el ámbito público y político no se quedan ahí, por supuesto. Asumir un cargo del tipo que sea, que conlleva la capacidad y la obligación de aceptar la responsabilidad de firmar en determinados papeles, implica que cuando firmas estás ejecutando una orden administrativa, con todo lo que eso conlleva. Las leyes de procedimiento administrativo lo dejan bastante claro. Además, la asunción de esa responsabilidad, por cierto, bastante bien pagada, no se traslada en modo alguno a los órganos asesores, ni tampoco a los técnicos. La responsabilidad es de quien toma la decisión, es de quien firma, y si la cosa sale rana, es culpa suya y tiene que asumir la responsabilidad de sus decisiones. De su firma. Del mismo modo que si la cosa sale delictiva, tiene que cumplir la pena tipificada en las leyes que correspondan. Aquí no vale hacerse el tonto, y si lo eres, denuncia a tus padres por los defectos de fabricación. Por eso las excusas de los banqueros que organizaron el tinglado de las preferentes, de las cláusulas-suelo, del expolio de las cajas de ahorro y el resto de maremágnum que nos va a tener entrampados hasta dentro de unas décadas, excusas al respecto de que ellos sólo firmaban, es de una impresentabilidad manifiesta. Esto sólo les vale a los que están dispuestos a tragar sables enteros por simple fidelidad necia de equipo.

            Los compromisos, cuando les firmas, son para cumplirlos. Por eso, esa frase tan graciosa de Mariano pidiendo que miremos al futuro cuando le preguntan por los escándalos de corrupción de su partido es ofensiva, a parte de un poco sospechosa: todos esos cuatreros que se lo han llevado crudo no lo habrían podido hacer de no haber sido por otros mentecatos – conforme definición de la RAE – que echaron el garabato para oficializar su nombramiento. Admitamos, por supuesto, su inocencia delictiva, pero su responsabilidad pública no tiene un pase. Pero no acaba ahí el cuadro de su pacata dialéctica: también se llevan las manos a la cabeza porque alguien haya tenido la graciosa ocurrencia de quererles hacer cumplir lo firmado en los pactos de investidura. Es toda una oda a la prepotencia, porque no soportan que nadie les diga lo que han de hacer, pero también demuestra a la perfección cuál es la idea que ronda su cabeza cuando hablan de eso de dar su palabra, y el valor que ellos mismos le otorgan. Y los torticeros requiebros dialécticos de todos sus adláteres sólo son una muestra más de su absoluta desvergüenza, así que no se sorprendan propios y extraños cuando alguien les diga que no son políticos decentes –a pesar de la mordaza–, porque quizá estén dando en la diana.

 

Alberto Martínez Urueña 09-03-2017

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