A ver si de
una vez por todas lo logramos. Decir un par de cosas y que ciertas afirmaciones
caigan por su propio peso, y entonces, quizá, podamos hablar de lo importante.
En mi condición de rojeras tengo que daros un par de frases que pueda usar más
adelante cuando a alguno se le ocurra dudar de mis criterios básicos, aplicándome
clichés que son falsos en un ridículo ejercicio de matar al mensajero.
En primer
lugar, cada vez que oigo hablar de Venezuela me sale un sarpullido. Por el
hecho de que ciertos periodistillas como Edu hayan asociado la existencia de
una dictadura de facto con la izquierda no significa que toda la izquierda
asienta a pies juntillas a cualquier bravuconada, barbaridad o escupitajo a la
declaración de los derechos humanos que se le ocurra soltar a Maduro. No quiero
dictaduras, ni tampoco quiero presos políticos. Otra cosa diferente es que,
leyendo la realidad de América Latina, tampoco quiera que países soberanos se
vean obligados tener que abrazar con alegría la dictadura económica del imperio
yanqui, tampoco entienda la connivencia de los países occidentales, jaleadas
alegremente por los amigos de los negocios-con-cualquiera, con gobiernos que
aplican la pena de muerte a los homosexuales, que castigan con latigazos la
libertad de expresión o que prohíben que las mujeres tengan la misma
consideración que los hombres en cuanto a derechos. Me gustaría una declaración
tan expresa por su parte. Además, con una diferencia: la supuesta financiación
de los de Pablo con dinero de Teherán no ha sido probada, y de hecho, al
personajillo que lo difundió le han metido una querella de las que salen en
prensa, mientras que lo de los países árabes a los que nuestros gobiernos hacen
la ola ya ha quedado suficientemente documentado.
En segundo
lugar, lo de Cataluña, que trae cola. Como rojo que soy me toca aguantar que cierta
derecha ignorante y pazguata –hay otra derecha razonable que no lo es– me acuse
de estar a favor de diseccionar España y dejar que los secesionistas se lleven
una parte de este territorio que es de todos. Pues va a ser que no, no estoy a
favor de eso. Lo que no implica que tenga que tener la misma noción de lo que
es España que esos señores tan serios y orgullosos que sacan pecho cada vez que
alguien les menta a la madre patria que les parió. Por suerte – y para su
desgracia – España es mucho más grande que esa noción rancia y asquerosa que
llevan siglos queriendo imponernos a los que lo vemos de otro modo. España no
tiene por qué ser baluarte de la religión católica –aunque se respete que cada uno
crea lo que quiera–, no tiene por qué ser taurina, y no tiene por qué seguir un
modelo administrativo centralizado desde Madrid. Y para los que argumenten que
es uno de los países más descentralizados del mundo, les diré que también es
uno de los países cuya regulación constitucional del asunto da pena verla. Y de
eso tienen la culpa muchos de los equilibristas de Franco que, para poder
seguir aferrados a la teta del Estado –ellos, tan neoliberales cuando les
interesa– aceptaron pulpo como animal de compañía cuando tuvieron que negociar
el modelo de Estado. Ellos, tan patrióticos, tan como Dios manda, son los que
parieron esa puta bastarda y amorfa que es el título VIII de nuestra
constitución. Como todo el respeto a nuestra Carta Magna: no me gusta acusar a
los hijos de los pecados que cometen sus padres.
Y en tercer
lugar, por aclarar un punto controvertido con el que muchos bocazas tienen el orgullo
de demostrar su estupidez más supina y borrica. Con todo respeto a los borricos
como animal de compañía. Una cosa es el nivel de renta que tienes derivado de
tu honrado trabajo y otra cosa muy diferente es la noción que tienes de justicia
social. Puedes ser rojo, rico y defender un Estado de Derecho bien organizado y
estructurado en el que todas las personas que lo conforman tengan acceso a una
vida digna. Y cuando hablamos con vida digna no hablo de poder comer tres veces
al día en un comedor social, o de poder ir a dormir a un albergue los días de
frío. Eso se llama tener las necesidades mínimas cubiertas. Lo de la vida digna
es otra cosa. Pasa por poder acceder a una vivienda decente –hablo de acceder,
no de comprar–, poder tener una alimentación adecuada, un nivel de consumo
superior al de subsistencia, acceso a un nivel de estudios suficiente para
garantizar el acceso al mercado laboral –pagar dos mil euros por ir a la
Universidad no es libre acceso ni igualdad en las condiciones de partida–…
Desde luego, esto no va en contra de que haya empresarios que puedan apostar su
dinero y multiplicarlo, ni tampoco que un honrado trabajador pueda meterse una
nómina de cinco mil euros al mes y se marque una mariscada cuando le salga del
centollo. Lo contrario, lo de que un rojeras tiene que ser pobre, perroflauta y
militar en una ONG es la misma demagogia que si exigiéramos a esos peperos de
pro aplicar las sagradas escrituras, pero no sólo para acristianar homosexuales,
sino también para aplicarlas en lo de la misericordia, la compasión con el
pecador o lo del acogimiento del buen samaritano.
Tres puntualizaciones,
pero podría haber más. Porque una cosa son las frases prejuiciosas, prefabricadas
por los voceras de turno, y otra muy distinta, la sensatez de los matices, esas
cosas de las que los necios, de ambos lados, huyen porque exhiben sus
vergüenzas, que no son otra cosa más que sus miedos. Pero esa es otra historia.
Alberto Martínez Urueña
28-02-2017