viernes, 3 de febrero de 2017

Mis ideas


            Como siempre he dicho, no me considero una persona seguidora de ningún grupo político, a pesar de lo que pueda parecer cuando leéis las tarascadas que suelto en esta columna. En mi defensa diré que la lógica impone una crítica más activa a quien ocupa el poder ejecutivo, ya que son los que adoptan medidas. Esto no implica que no vea los errores que cometen el resto de grupos políticos. El espectáculo que nos están dispensando los de PODEMOS es de lo mejor de los últimos tiempos.

            A este respecto, sobre mis ideologías y querencias, me preguntaba mi amigo irlandés, Julien, gran escritor y gran persona. Mi ideología es algo muy sencillo. En primer lugar, creo que hace falta un mínimo Estado de Derecho que garantice que si salgo a la calle, no tenga que hacerlo con miedo a que me atraquen, y en el caso de que suceda, que pueda denunciar al agresor. Que haya una policía que evite que mi ciudad se convierta en una jungla donde reine la ley del más fuerte y que proteja a los ciudadanos de sufrir las agresiones de los desalmados. Que los hay. No soy tan estúpido como para negar la necesidad de protección.

            También pienso que hace falta otro pilar, aunque el anterior podría englobarse en éste. Creo que todas las herramientas de que dispone la sociedad han de estar al servicio del ser humano, todas sin excepción, desde la economía hasta la religión, pasando por las instituciones, o cualquiera que tengáis en mente. Y en concreto, sobre todo, han de estar orientadas a proteger a los más débiles para que puedan llevar una vida mínimamente digna. Por supuesto que también para garantizar al resto un espacio en el que puedan formarse y tener un crecimiento personal conforme a sus expectativas, pero si tuviera que discriminar unas cuestiones sobre otras, lo tengo muy claro.

            Con este tipo de discurso siempre me espero dos respuestas. Una, teórica, que hace referencia a la libertad individual de la persona, concepto básico de su propia dignidad como tal; y una segunda, más prosaica, se refiere a los jetas que se aprovecharían del sistema. Prefiero dejar aparte a todos esos que dicen que las desgracias del prójimo no son problema suyo, porque, simplemente, no me apetece responder a miserables.

            Con respecto a la primera, la de la libertad individual, os diré que creo firmemente en la necesidad de garantizarla. Conocemos perfectamente los riesgos de dejar en manos del Estado el tutelaje de las formas y las maneras, y como pueden caer en la tentación de marcarse leyes como la de vagos y maleantes. Pero además, es que creo que ha de ser la propia persona la que elija su destino, sin más influencias externas que las de tener a su disposición todas las fuentes de información de las que sea capaz de dotarse. Hoy en día, con Internet, corremos el riesgo de perdernos entre tal ingente cantidad de datos, pero prefiero esto a que cualquier tipo de conocimiento esté en manos de unos pocos. Los beneficios de los flujos de información y conocimiento es algo más que estudiado en teoría económica y en el resto de disciplinas sociales.

            Con respecto a la respuesta sobre los jetas, diré dos cosas. A quienes argumentan esto, suele preocuparles el volumen de recursos que hay que destinar a estas sanguijuelas. Sin embargo, no se suele cuantificar cuánto dinero supone este problema, y creo que es porque a quienes se esconden detrás de esta excusa no les interesa hablar de los datos concretos. Y seguramente sea una cifra despreciable. Además, no implementar una serie de medidas sociales porque exista riesgo de fraude no tiene la más mínima lógica: para eso están los organismos controladores y la posibilidad de dotarlos con recursos suficientes. España es uno de los países peor configurados y que menos recursos aporta a este tipo de organismos, y así nos va. Preferimos los discursos fáciles sobre la economía sumergida a organizar una Administración Pública eficiente en el control de los presupuestos que se gastan y en la recaudación de los ingresos que se necesitan. Y no tenemos esta demagogia y este populismo por la llegada de los nuevos partidos políticos, esto lo hemos heredado desde hace décadas de dejación por parte de los responsables imperantes que han preferido hablar mucho y dejar que lo solucionase quien llegara después.

            Así que esta es mi ideología. Básica, sin demasiadas complicaciones en la estructura. Hablo de la estructura porque sé que un Estado actual es mucho más complejo que todo esto, y no reniego de la posibilidad de tener un entramado muy superior, pero siempre que eso no nos haga perder el norte y nos olvidemos de los principales objetivos. Creo que las sociedades se miden, no en función de la riqueza que generan o de las oportunidades de realizarse como persona que otorgan a sus ciudadanos, aunque no desprecio estas medidas. Creo que el baremo fundamental de una sociedad es la capacidad que tiene para evitar dejarse por el camino a los ciudadanos que la conforman. Y creo que el ascenso al poder de personajes como Trump, Le Pen, Farage y otros que os vendrán a la cabeza, es un indicador del fracaso en el que hemos incurrido, y medida de la cantidad de desheredados que hemos dejado olvidados en las cunetas del camino hacia el progreso.

 

Alberto Martínez Urueña 03-02-2017

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