martes, 28 de febrero de 2017

Tres puntualizaciones necesarias


            A ver si de una vez por todas lo logramos. Decir un par de cosas y que ciertas afirmaciones caigan por su propio peso, y entonces, quizá, podamos hablar de lo importante. En mi condición de rojeras tengo que daros un par de frases que pueda usar más adelante cuando a alguno se le ocurra dudar de mis criterios básicos, aplicándome clichés que son falsos en un ridículo ejercicio de matar al mensajero.

            En primer lugar, cada vez que oigo hablar de Venezuela me sale un sarpullido. Por el hecho de que ciertos periodistillas como Edu hayan asociado la existencia de una dictadura de facto con la izquierda no significa que toda la izquierda asienta a pies juntillas a cualquier bravuconada, barbaridad o escupitajo a la declaración de los derechos humanos que se le ocurra soltar a Maduro. No quiero dictaduras, ni tampoco quiero presos políticos. Otra cosa diferente es que, leyendo la realidad de América Latina, tampoco quiera que países soberanos se vean obligados tener que abrazar con alegría la dictadura económica del imperio yanqui, tampoco entienda la connivencia de los países occidentales, jaleadas alegremente por los amigos de los negocios-con-cualquiera, con gobiernos que aplican la pena de muerte a los homosexuales, que castigan con latigazos la libertad de expresión o que prohíben que las mujeres tengan la misma consideración que los hombres en cuanto a derechos. Me gustaría una declaración tan expresa por su parte. Además, con una diferencia: la supuesta financiación de los de Pablo con dinero de Teherán no ha sido probada, y de hecho, al personajillo que lo difundió le han metido una querella de las que salen en prensa, mientras que lo de los países árabes a los que nuestros gobiernos hacen la ola ya ha quedado suficientemente documentado.

            En segundo lugar, lo de Cataluña, que trae cola. Como rojo que soy me toca aguantar que cierta derecha ignorante y pazguata –hay otra derecha razonable que no lo es– me acuse de estar a favor de diseccionar España y dejar que los secesionistas se lleven una parte de este territorio que es de todos. Pues va a ser que no, no estoy a favor de eso. Lo que no implica que tenga que tener la misma noción de lo que es España que esos señores tan serios y orgullosos que sacan pecho cada vez que alguien les menta a la madre patria que les parió. Por suerte – y para su desgracia – España es mucho más grande que esa noción rancia y asquerosa que llevan siglos queriendo imponernos a los que lo vemos de otro modo. España no tiene por qué ser baluarte de la religión católica –aunque se respete que cada uno crea lo que quiera–, no tiene por qué ser taurina, y no tiene por qué seguir un modelo administrativo centralizado desde Madrid. Y para los que argumenten que es uno de los países más descentralizados del mundo, les diré que también es uno de los países cuya regulación constitucional del asunto da pena verla. Y de eso tienen la culpa muchos de los equilibristas de Franco que, para poder seguir aferrados a la teta del Estado –ellos, tan neoliberales cuando les interesa– aceptaron pulpo como animal de compañía cuando tuvieron que negociar el modelo de Estado. Ellos, tan patrióticos, tan como Dios manda, son los que parieron esa puta bastarda y amorfa que es el título VIII de nuestra constitución. Como todo el respeto a nuestra Carta Magna: no me gusta acusar a los hijos de los pecados que cometen sus padres.

            Y en tercer lugar, por aclarar un punto controvertido con el que muchos bocazas tienen el orgullo de demostrar su estupidez más supina y borrica. Con todo respeto a los borricos como animal de compañía. Una cosa es el nivel de renta que tienes derivado de tu honrado trabajo y otra cosa muy diferente es la noción que tienes de justicia social. Puedes ser rojo, rico y defender un Estado de Derecho bien organizado y estructurado en el que todas las personas que lo conforman tengan acceso a una vida digna. Y cuando hablamos con vida digna no hablo de poder comer tres veces al día en un comedor social, o de poder ir a dormir a un albergue los días de frío. Eso se llama tener las necesidades mínimas cubiertas. Lo de la vida digna es otra cosa. Pasa por poder acceder a una vivienda decente –hablo de acceder, no de comprar–, poder tener una alimentación adecuada, un nivel de consumo superior al de subsistencia, acceso a un nivel de estudios suficiente para garantizar el acceso al mercado laboral –pagar dos mil euros por ir a la Universidad no es libre acceso ni igualdad en las condiciones de partida–… Desde luego, esto no va en contra de que haya empresarios que puedan apostar su dinero y multiplicarlo, ni tampoco que un honrado trabajador pueda meterse una nómina de cinco mil euros al mes y se marque una mariscada cuando le salga del centollo. Lo contrario, lo de que un rojeras tiene que ser pobre, perroflauta y militar en una ONG es la misma demagogia que si exigiéramos a esos peperos de pro aplicar las sagradas escrituras, pero no sólo para acristianar homosexuales, sino también para aplicarlas en lo de la misericordia, la compasión con el pecador o lo del acogimiento del buen samaritano.

            Tres puntualizaciones, pero podría haber más. Porque una cosa son las frases prejuiciosas, prefabricadas por los voceras de turno, y otra muy distinta, la sensatez de los matices, esas cosas de las que los necios, de ambos lados, huyen porque exhiben sus vergüenzas, que no son otra cosa más que sus miedos. Pero esa es otra historia.

 

Alberto Martínez Urueña 28-02-2017

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