jueves, 29 de marzo de 2012

Día de luto

Hoy es día veintinueve de Marzo, día de la segunda huelga general de la que tengo conciencia trabajadora, pues las otras me pillaron como estudiante. Hoy hay una huelga general en mi país, y estoy triste.

No tiene nada que ver, aunque a lo mejor alguien haya pensado así al leer el primer párrafo, con colores políticos o con ideas económicas. Mis ideas económicas no están representadas en ninguno de los dos grandes partidos, y mis colores políticos no tienen cabida en esta sociedad, y mucho menos en este Parlamento. Mis verdaderas ideas, quizá algún día las exponga, rayan la sociopatia más extrema.

No, no tiene nada que ver con la política, ni tampoco con unas ideas económicas concretas que pocos defienden. No voy a decir lo que he hecho hoy durante el día, para que nadie se piense ninguna estupidez. Estoy triste porque una vez más, en esta tierra de razas y culturas, hemos dejado clara la absoluta incapacidad para ponernos de acuerdo en algo, cuando ese algo es importante. Somos una sociedad de inmaduros por un lado, porque no somos capaces de renunciar a la agresividad y a la violencia argumental, y no tenemos líderes que pretendan ofrecer nada más que eso. Vivimos continuamente reactivos como niños pequeños sin ser capaces de no utilizar el insulto y el agravio cuando alguien defiende posturas enfrentadas a las nuestras. Somos, por otro lado, una sociedad de individualismos exacerbados, incapaces de ver al distinto como parte de nuestro mismo todo y aceptando únicamente al que piensa igual que nosotros de una forma utilitarista, en la medida en que reafirma nuestro punto de vista. Esta frase es una versión moderada de aquella que decía que somos amigos en lo que no me lleves la contraria, muy vista y practicada en los patios de jardín de infancia.

Además, somos una sociedad de listos, de gente enterada, de tertulianos de pacotilla que generan corrientes de opinión y de conversación acerada en tasca de bar. Todo el mundo es capaz de realizar supuestos análisis sesudos sobre temas de lo más variopintos; así, somos los mejores entrenadores de fútbol y baloncesto, también catedráticos de Historia y por supuesto, importante en este caso, somos catedráticos de Economía e incluso, cuando la conversación sube de tono, doctores Cum Laude por las mejores universidades de planeta.

Pero esta soberbia que demostramos por ese lado nos hace fácilmente manipulables, desvalidos como niños, con proclamas absolutas e incendiarias y además en nuestra grandeza, somos igualmente reacios a observar los detalles. Nos tragamos con patatas los argumentos más inverosímiles con tal de que sean un pobre reflejo de una idea que tenemos en la cabeza y que la mayoría de las veces simplemente es aprendida, pero no razonada. Nadie de este país, salvando excepciones, habrá mirado a ver qué opinión tienen aquellos que saben de derecho laboral, de teoría económica, de mercados financieros… Simplemente escuchamos a ver qué dice Rajoy o Rubalcaba y después lo repetimos como gramófonos anticuados, con un chirrido de fondo fruto de un mecanismo ya demasiado arcaico. Somos, en resumen, orgullosos en las maneras, pero profundamente incultos en los contenidos, y el grado de exigencia que hacemos a nuestros líderes va en consonancia con estas dos características tan suicidas.

Por todo esto estoy triste, porque una vez más queda claro que no somos uno de esos países capaces de superar sus diferencias y construir algo juntos, aceptando toda la diversidad de la que somos partícipes. Entiendo que en un país como Luxemburgo o como Mónaco, esto es más fácil; nosotros tenemos en nuestra idiosincrasia mezcladas las influencias de la mayoría de los pueblos que se nos han acercado, y han sido muchos.

Por eso, hoy no hablo de los señores que se están quedando con todo, no hablo de bancos, ni de políticos o ni de sindicalistas. En esta mierda de sociedad donde la mayoría naufraga aunque lo sepa, y otros intentamos bregar como podemos (y esto sí que es una chulería por mi parte, y una licencia que me tomo, porque ésta es mi columna), hoy no merece la pena intentar convencer a nadie de nada. Tengo además, para la siguiente semana, o para dentro de un par de ellas, una interesante digresión quedé colgada en la red hace unos días, hablando sobre la diferencia entre lo que es una manipulación y lo que es una argumentación. En España, sufrimos cada día la primera; ojo, la sufrimos, pero también la practicamos. Las redes sociales son un instrumento muy interesante para comprobar como hay quien da su opinión sobre un tema y quien insulta a aquellos que piensan diferente.

Hoy estoy triste. España, que podría ser mucho más grande lo que se pensó Paquito con aquella farsa que duró cuarenta años, está siendo pequeña. Y no por el hecho de hacer una huelga general, sino porque siguen existiendo dos Españas y a cada una de ellas le da igual la otra. O peor, quiere anularla, imponiendo su realidad, sin ser capaces de conjugar lo bueno de ambas, engrandeciéndolas con la aceptación del contrario.

Alberto Martínez Urueña 29-03-2012

miércoles, 21 de marzo de 2012

Falacias

Hay veces que cuando escucho el discurso mediático y político que hay en pantalla me quedo bastante sorprendido, cuando no con unas ansias homicidas dignas de Ted Bundy. Y es simplemente porque me siento sumamente ofendido. Soy una persona bastante razonable, y de hecho, bien sabéis que me gusta el debate y contrastar ideas por medio de la dialéctica, arte del que hablan los clásicos como una herramienta válida para encontrar consensos y verdades. Por eso, cada vez que algún político abre la boca, me entran ganas de comer atrocidades dignas de un dictador africano. Sobre todo, porque el personaje tiene la desfachatez de tratarme como a un indigente mental; lo que me preocupa de todo esto, es que haya a quien le satisfagan esos discursos.

Hay una serie de frases manidas e hiperutilizadas sobrevolándonos continuamente como las águilas a su presa, dispuestas a hincar sus garras en nuestros costillares sin piedad ninguna. Por ejemplo, una muy utilizada es la de “Se ha acabado el gasto sin control” en cada una de sus variantes publicadas en los diversos medios de comunicación. Tiene gracia, porque eso lo dicen los que llevan encaramados al poste, cual gallo en el gallinero desde hace ya varios años, casi décadas. Eso significa que, hasta hace bien poco, ellos mismos eran los que se daban a la barra libre de dinero público. Pero esa parte del silogismo se la callan, y otros asienten como necios enamorados.

Otra cuestión nada despreciable es aquella de “Se ha vivido durante muchos años por encima de nuestras posibilidades”. Cada vez que lo escucho, no sé si se refieren a ellos, que ganan más de cien mil euros al año, o a los de mi generación, los de la Ni-Ni: Ni trabajas, Ni cobras (ya sé que yo estoy donde estoy). Es posible, por qué no, que los universitarios de hace diez años sean los responsables últimos de la decisiones adoptadas desde entonces en el marco de una política macroeconómica nacional y que por eso ahora, esa franja de ciudadanos, sufran un casi cincuenta por ciento de paro. Pagan el precio presente por sus decisiones pasadas. Es posible, pero poco probable.

Sí que es cierta la otra de que “¿A quién se le ocurre hipotecarse en una casa por más de trescientos mil euros?”. También los jóvenes de hace cinco y diez años pueden ser esas almas oscuras responsables de que el precio de la vivienda en este país haya experimentado un incremento, algunos años, de un cuarenta por ciento acumulativo año tras año. Deberían haberse quedado todos en casa de sus padres hasta los cuarenta (a algunos no les ha quedado más remedio) a esperar a que bajasen los precios y formar, entre tanto, su familia en la habitación de al lado a la que utilizaron sus propios progenitores. Eso da intimidad que te cagas. La otra opción era comprar casas de los años cuarenta, sin ascensor y con calefacción de carbón, como la que tenían mis abuelos, que es el ejemplo que nos ponen cuando dicen eso de que “Si quieres, puedes”. Otra cosa es que sea denigrante, además de un absurdo evolutivo, retroceder cien años en nuestras pretensiones por la responsabilidad de otros.

Queda genial, sobre todo en este país de grajos, entonar el mea culpa en conversación de tugurio, sobre todo en contraposición con aquellos que parecen agarrados al asiento parlamentario cual percebe gallego a roca de las rías bajas. Sin embargo, cuando comparamos la importancia de unos y de otros, y la posible influencia de sus actuaciones en las cifras macroeconómicas, lo siento, no quiero ser hiriente, pero pintamos lo mismo que un analfabeto del siglo dieciséis en una discusión de física cuántica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Siento mucho tocaros el orgullo y deciros así, sin ningún pudor, que contáis una mierda en esas cifras, pero así es la vida. Solamente somos (yo incluido, claro) una cosa que los que sí que tienen cierta influencia, llaman factor trabajo, y nos meten en una ecuación para ver cuánto beneficio pueden sacar exprimiéndonos como a bayetas de cocina.

Quizá la explicación a esa tendencia masoquista es doble: primera, una falsa responsabilidad a posteriori que queda genial con un par de cañas de por medio en una conversación envalentonada; y segunda, y más complicada, que supone más fácil echarte la culpa y aceptar la responsabilidad de tus supuestos pecados que rebelarte contra un sistema perverso e injusto, con asimetrías flagrantes de información que engañan de manera sistemática al ciudadano.

Hay una constante a lo largo de toda esta crisis, y es muy sencilla. La mayoría de los mensajes mediáticos y políticos con que nos han estado bombardeando durante estos años son simple y llanamente falsos, independientemente del interlocutor que los haya parido. Hay una responsabilidad de la crisis, y esa está en las altas esferas, de políticos y líderes mediocres y corruptos incapaces de defender al pueblo, y empresarios e inversores desalmados e inmorales incapaces de introducir razonamientos humanos y sociales en sus decisiones. Podéis intentar explicar la película a través de la influencia del espectador que la ve, pero ese razonamiento es sencillamente estúpido. Y si queréis buscar responsables en el pueblo, mirad a ver qué es lo que se elige cada cuatro años: los mismos ladrones con la misma chaqueta.

Alberto Martínez Urueña 21-03-2012

martes, 13 de marzo de 2012

A versus D tercera parte

Tengo un secreto que contaros. Y además, lo hago en base a los comentarios y lo que ha gustado y no de los últimos textos que he lanzado por el océano infinito de Internet, donde navegamos muchas veces sin rumbo, y otras veces en la dirección que a nosotros nos interesa, como por ejemplo cuando leemos únicamente la prensa que juega en nuestro equipo.
A versus D es un intento de síntesis en primer lugar de qué es lo que podemos considerar querer a alguien. Quizá, movido por el respeto en temas tan controvertidos, los textos anteriores me quedaron bastante deslavazados y poco sentidos. Os lo diré de una manera muy sencilla para que todo el mundo lo comprenda: he visto muchas veces a demasiadas personas hablar de amor y de lo que ellos harían al respecto, cuando de lo que estaban hablando era de cosas totalmente distintas, desde el enamoramiento más simple al apego egoísta y la dependencia enfermiza de una personalidad necesitada de esclavitud; de hablar de libertad en el amor mientras se le ponen condiciones. Muchos de esos amores apasionados son simples encoñamientos que, por el hecho de que duran mucho, de que hay sexo apasionado, de que sientes unos celos que te rilas cada vez que habla con otro u otra, ya se suponen amores del copón bendito. Al contrario, cuando hay una pareja que hace cosas cada uno por su lado, que es simpático con otras personas de su distinto sexo hasta límites que socialmente no son aceptados, y otros ejemplos que podríamos poner, siempre sale el listo de turno diciendo que es que no quiere a su pareja porque no la respeta, porque prefiere hacer cosas al margen de aquélla, etcétera, etcétera, etcétera. Somos tan obtusos que no nos damos cuenta de que, cagados de miedo porque nos puedan hacer daño, miramos a ver de qué manera evitamos la hostia y decimos que eso es amor. Y es mentira. ¿No queríamos caña? Pues aquí tenéis de la buena, de la ibérica.
Es realmente sencillo en estas columnas coger a políticos de medio pelo, de los que en este país tenemos a izquierda y derecha como los hitos de una carretera, sucesivos y abundantes, y largar una parrafada llenándoles de lodo. Ahora bien, a vosotros os respeto lo suficiente como para intentar evitar ser hiriente. Sin embargo, pensad una cosa: la mayor parte de las veces que nos liamos la manta a la cabeza con agobios, discusiones bizantinas y otras bobadas, haciendo cálculos y demás zarandajas con respecto a los sentimientos, el resultado es un esperpento digno de una novela de Lovecraft. Además, en este país de pandereta en el que el principal objetivo no es exponer tus ideas y punto, sino intentar grabárselas a fuego al vecino para que piense lo mismo que yo, esta es una actitud que en pareja se da más que los días de sol en Fuerteventura. Y claro, es en virtud de lo mucho que nos queremos, de que las cosas cuadren, de hablar de todo… Me río de todo eso: lo único que estamos haciendo es intentar obligar a esa persona a la que queremos tanto a pensar como nosotros digamos.
Así que sí, A versus D, amor contra desamor, y el que no sea capaz de leer entre líneas en las dos primeras entregas, que sepa que cuando rodea eso que siente de palabrería bonita y de normas prefijadas por una cultura occidental e ibérica como la nuestra, con el cuervo redentor dándonos caña desde el púlpito, le está llenando de porquería. Hace no mucho se entendía que una mujer quería a su marido cuando aceptaba sumisa el tortazo y después se abría de piernas para que el otro se desahogase después de un día de curro. ¿Cuántas barbaridades estaremos cometiendo ahora simplemente porque no somos capaces de ver el miedo que nos atenaza?
No os preocupéis demasiado, no acostumbro a soltar la mano contra los que me leéis, y esto que parece una crítica desaforada sólo es la aportación de una visión que, siendo distinta a la que podáis tener vosotros, sólo pretende generar preguntas, nunca dar una respuesta. En la vida, lo más importante no es preocuparse por conseguir respuestas: esas suelen llegar solas cuando menos te lo esperas, siempre que seas capaz de centrarte un poquito. A mí no me preocupa tanto que los que me rodean piensen de tal o cual manera; de hecho, entre vosotros hay una variedad prototípica de un país como el nuestro. Si acaso, me importa por saber lo que pensáis, nada más. Me preocupa más, en todo caso, romper reglas y barreras mentales que, además de no tener razón de ser, nos cercenan la posibilidad de conocer una realidad más elevada que la nuestra. Un globo atado a una farola puede ver por encima de la gente, pero si se le suelta, podrá sobrevolar los edificios. Ese ha de ser el objetivo, y rehuir los conceptos trillados. Ojo, no hablo de desecharlos como falsos, sino de superarlos por reducidos. No digo, en último término que se esté equivocado; digo que, como en muchas otras facetas de esta vida que nos rodea, tenemos que intentar trascenderla y superar los límites que parece que son la realidad, pero únicamente nos muestran una pequeña parte de la misma.
Aquí lo dejo. Que cada cual opine lo que quiera, y que llegue hasta donde quiera llegar en el viaje. El amor es un sentimiento que no entiende de fronteras, de ninguna frontera; únicamente aquella que nosotros le queramos dar.


Alberto Martínez Urueña 13-03-2012

miércoles, 7 de marzo de 2012

Permitidme un inciso...

En mitad de la placidez de mis últimos textos, permitidme un inciso, porque se me escapa la hiel entre el colmillo lobuno de mi sonrisa. Si hay algo que me gusta de los políticos de turno, y en particular de cierta ralea de ellos, es la capacidad que tienen de difuminar las culpas de sus actos en una especie de eter impreciso que acaba difuminando cualquier rastro que les pueda afectar a ellos. No les supone el más mínimo problema justificar cualquier tropelía infame en base a la legalidad de sus actos. Lo cual denota dos aspectos básicos: en primer lugar, muchas veces, la ley da ganas de vomitarse por encima, y en segundo, la patente desvergüenza del actor implicado. Mucho más flagrante resulta cuando el legislador, legitimado por unas urnas incapaces de votar en base a algún criterio sensato, cambia las leyes para hacer legal, y por tanto correcto según su criterio, las mayores extravagancias posibles. Casos como los de Berlusconi en Italia, o Hitler en Alemania, demuestran esta práctica.
Suele aderezarse, por supuesto, con la prepotencia que tanto les gusta a sus acólitos y seguidores, que les vitorean como sólo en España sabemos hacerlo. Un breve vistazo por ciertos municipios costeros nos dejan claro como los ciudadanos se dejan las manos aplaudiendo a alcaldes corruptos cuando la madera se les lleva con grilletes en las muñecas. Nos olvidamos además de que a esos señores hubo quien les puso en el cargo, hubo todo un aparato de partido que elaboró listas y colocó caras bonitas en sus escaños de concejales. Se regodean ante los periodistas, y de vez en cuando dejan perlas auténticas en declaraciones dignas de cualquier barrio chabolista, con todo el respeto para los chabolistas. Sin que tenga la más mínima consecuencia, ni a nivel de partido ni a nivel de votantes, maravillados ante el rostro cementero de su candidato.
Tenemos al señor Camps asegurando que lo normal es llevar en la cartera unos tres o cuatro mil machacantes. Al señor Pepiño explicándonos que la práctica habitual de cualquier Ministro o cargo público es tener reuniones con empresarios en la intimidad de su coche oficial. Luego, la consejería de Medio Ambiente de Madrid le echa la culpa a la climatología de su flagrante incumplimiento con respecto a la boina de caca flotante que recubre la ciudad (la climatología no interpone denuncias por vulneración del honor, al menos de momento). Se ve que en el resto de Europa la climatología es más benigna que, concretamente, en el centro de la piel de toro que es y ha sido siempre Iberia. El alcalde de mi ciudad demuestra su arte en darnos publicidad gratuita al criminalizar al indigente y multarle por mendigar en las calles, dictando una ordenanza municipal que se convierte en una extensión de la Ley de Vagos y Maleantes. Desde luego, es chungo tener que soportar que, cuando sales a darte un garbeo por el Paseo de Zorrilla venga un rumano con el acordeón tocando los huevos. Habría que preguntarle al susodicho rumano si no es más chungo vivir en la indigencia, mientras De La Riva se hace pisos ilegales en el edificio de Caja Duero. Ah, por cierto, esto no es partidismo, lo que pasa es que ha dado la casualidad de que esto lo ha hecho un señor que me cae muy mal, a parte de por ser de un partido con el que no comulgo y me parece inhumano, porque su talante es propio de bucaneros y camorristas. Y al que le guste su talante, que se aplique lo de la prepotencia y sus acólitos, y ahí lo dejo. Lo que más me gusta del asunto, en todo caso, es cómo elabora la cuadratura del círculo un tío que, por un lado, amenaza con mil quinientos euros de sanción a un sujeto que no tiene donde caerse muerto y, por otro lado, entra en una iglesia todos los domingos a darse golpes en el pecho con mucha flema encendida. Con todo respeto para los cristianos, incluidos los que le votasteis.
Pero hay para todos, no os preocupéis, porque la anterior Ministra de Economía y Hacienda, pasándose por el forro cualquier decencia habida y por haber, se coloca en una filial de Endesa en Chile. En teoría, hay una ley de incompatibilidades para altos cargos y representantes públicos pero, siguiendo el camino marcado por otras figuras del show público como Zaplana, les da exactamente igual, y quien hizo la ley (nunca mejor dicho en este caso), hizo la trampa. ¿Quién lo permite, por ejemplo, en este caso? El Gobierno de ese señor serio, creíble y confiable, oriundo de Compostela, llamado Rajoy. No pasa nada por ser rivales políticos o tener ideas diametralmente opuestas en cuanto al déficit público, a la gobernanza europea o a los milagros de la Virgen de Lourdes. Hoy te rasco yo a ti, mañana me rascas tú a mí. Da igual que hoy en día estas noticias se sepan, no como antaño en que podían silenciarlo: la desfachatez no está reñida, a ciertas alturas, con sacar pecho con todo orgullo por lo listo que es cada uno de ellos. Así que, como para creerles cuando salen en antena hablando, dando datos y diciendo incongruencias. No pasa nada por decir estupideces: dentro de poco sacarán un Decreto-Ley, que será convalidado en Cortes con el beneplácito de todas las fuerzas vidas, en las que la productividad de sus bochornosas nóminas ganadas por no hacer nada, dependerán de la cantidad de atropellos que sean capaces de hacer y después justificar en un número máximo de palabras, multiplicado todo ello por el número de ciudadanos que sientan su propio sentido común fusilado en una cuneta.


Alberto Martínez Urueña 7-03-2012

martes, 6 de marzo de 2012

A versus D segunda parte

No es algo que la mayoría se haya planteado nunca, es algo que reconozco, y puede que incluso sea mejor así, porque tener que hacerlo supone en todo caso dudas al respecto. Y cuando dudas de ciertos asuntos es porque tienes una especie de astilla removiéndote el alma, clavada con firmeza y que no te deja lugar a nada más que a la angustia por la incertidumbre. Luego, con los años, te das cuenta de que cuando existe una certeza más allá de toda lógica, esta certeza es mucho más real que las propias matemáticas que, aunque no lo parezca, siempre están sujetas a falibilidad. De hecho, como inciso, suponeos lo que era esa ciencia antes de que llegaran esos desarrapados (comentario irónico) que son los árabes y nos trajeran, entre otra gran cantidad de cosas, el número cero. Para alucinar, en serio. Cuando estás inmerso en las dudas, continúo, no sabes si tienes o no tienes esa certeza, es así de simple, aunque no lo parezca.
¿Qué es el amor? Eric Fromm, un autor que recomiendo a cualquiera que pretenda leer algo interesante, lo clasificó hace ya años como un arte, y es una definición de la que nos hemos apropiado una gran cantidad de personas. Esto tiene una serie de connotaciones sumamente importantes, y en el libro de “El arte de amar” queda claro desde el principio. La primera de ellas es la distinción entre, en primer lugar, el sentimiento que puedas sentir y bajo el que quedas sepultado irremediablemente; y la segunda, aquello que haces al respecto de ese sentimiento, es decir, de qué manera vives de manera consciente ese sentimiento y ese lazo irrompible el resto de tu existencia
Del sentimiento tenemos auténticos tratados al respecto, de dos vertientes. Una de ellas, neurofisiológica, que denota aspectos tan interesantes como que los centros cerebrales que se activan al amar son los mismos que con el odio, y que cuando tenemos sexo se iluminan los mismos focos que cuando matamos a otra persona. Muy indicativo, en primer lugar, si hablamos de la intensidad de este tsunami. Otra de esas vertientes es la artística, infinitamente más extensa por su límite temporal, y que también indica un aspecto fundamental: la forma de sentir de los humanos no ha variado en prácticamente ningún aspecto, al menos, desde los primeros escritos, hace ya bastantes siglos. Esto da empaque a una teoría personal y que hemos oído alguna vez todos, y es que ya está todo inventado, o dicho de otra manera, que todo se repite inexorablemente aunque no nos demos cuenta. Y nos da también un aspecto a reflexionar cuando nos pensamos mucho más inteligentes y avanzados que nuestros abuelos (o más allá), puesto que hablamos de aquello que le da sentido a la existencia humana, no de maravillas tecnológicas o de la tarjeta de crédito y la cuenta corriente. Existe, de hecho, la posibilidad de que nuestros antepasados contasen con más y mejores recursos de los que tenemos hoy en día para afrontar los problemas que surgen cuando nos arriesgamos a amar.
Y utilizo este giro gramatical, arriesgarse a, de manera específica, no arbitraria, porque amar también es una decisión, y por tanto un riesgo. Por un lado teníamos el sentimiento, y por otro lado, la decisión consciente y voluntaria de cómo vivirlo. La persona humana, al contrario de la percepción que estúpidamente hemos asumido del pensamiento científico, no es algo que podamos compartimentar en conjuntos estancos: por un lado la lingüística, por otro la física, por otro la sociológica… El ser humano es una globalidad infinita de campos que se interrelacionan entre sí como el agua en vasos comunicantes. Esto es importante porque una persona sin una cierta sabiduría adquirida es incapaz de amar de una forma adulta, a pesar de que veamos continuamente intentos de lo contrario, al igual que vemos intentos de niños de cuarenta tacos de educar a sus hijos de tres. Es literalmente imposible, así como es imposible que una persona netamente inmadura ame de forma evolucionada desde un aspecto personal.
Y es que amar es una decisión consciente y racional además del sentimiento intrínseco y fundamental; y mucho más importante, es algo que se decide. Obviamente, ha de existir el sentimiento, y sin él es absurdo, pero confundir la inexistencia de ese sentimiento con la inmadurez de quien lo siente es un grave error palmario que se comete de forma sistemática a nuestro alrededor.
¿Qué es el amor? Un sentimiento sometido a sus propias reglas por un lado, y por otro lado, una decisión consciente y madura. Esto no es una invención gratuita de un iluminado, sino algo que está ahí, inevitable para todos, desde el principio. Ojo, el hecho de que esto se sepa no implica que se practique. Vivimos en una sociedad que nos presiona de forma continua para ir con el piloto automático en todo, con miles de estímulos por segundo que nos atrapa la atención y no nos deja centrarla, aspecto imprescindible para decidir amar y hacerlo de manera consciente, constante y productiva (con esto y con otras muchas cosas más). Y no hablo sólo del amor de pareja, hablo del amor de padres a hijos, entre amigos y el fraternal. Todo amor tiene un aspecto consciente y volitivo al margen del sentimiento que no ha de darse por sentado que se produce. Así que os animo a todos a sacudiros el polvo de la comodidad y el automatismo, porque la forma más productiva (que de los frutos más sabrosos) y eficaz (en el sentido en que lo definió Siddharta Gautama hace más de mil años) de vivir es la consciente. Y por supuesto, amorosa.


Alberto Martínez Urueña 6-03-2012