miércoles, 21 de marzo de 2012

Falacias

Hay veces que cuando escucho el discurso mediático y político que hay en pantalla me quedo bastante sorprendido, cuando no con unas ansias homicidas dignas de Ted Bundy. Y es simplemente porque me siento sumamente ofendido. Soy una persona bastante razonable, y de hecho, bien sabéis que me gusta el debate y contrastar ideas por medio de la dialéctica, arte del que hablan los clásicos como una herramienta válida para encontrar consensos y verdades. Por eso, cada vez que algún político abre la boca, me entran ganas de comer atrocidades dignas de un dictador africano. Sobre todo, porque el personaje tiene la desfachatez de tratarme como a un indigente mental; lo que me preocupa de todo esto, es que haya a quien le satisfagan esos discursos.

Hay una serie de frases manidas e hiperutilizadas sobrevolándonos continuamente como las águilas a su presa, dispuestas a hincar sus garras en nuestros costillares sin piedad ninguna. Por ejemplo, una muy utilizada es la de “Se ha acabado el gasto sin control” en cada una de sus variantes publicadas en los diversos medios de comunicación. Tiene gracia, porque eso lo dicen los que llevan encaramados al poste, cual gallo en el gallinero desde hace ya varios años, casi décadas. Eso significa que, hasta hace bien poco, ellos mismos eran los que se daban a la barra libre de dinero público. Pero esa parte del silogismo se la callan, y otros asienten como necios enamorados.

Otra cuestión nada despreciable es aquella de “Se ha vivido durante muchos años por encima de nuestras posibilidades”. Cada vez que lo escucho, no sé si se refieren a ellos, que ganan más de cien mil euros al año, o a los de mi generación, los de la Ni-Ni: Ni trabajas, Ni cobras (ya sé que yo estoy donde estoy). Es posible, por qué no, que los universitarios de hace diez años sean los responsables últimos de la decisiones adoptadas desde entonces en el marco de una política macroeconómica nacional y que por eso ahora, esa franja de ciudadanos, sufran un casi cincuenta por ciento de paro. Pagan el precio presente por sus decisiones pasadas. Es posible, pero poco probable.

Sí que es cierta la otra de que “¿A quién se le ocurre hipotecarse en una casa por más de trescientos mil euros?”. También los jóvenes de hace cinco y diez años pueden ser esas almas oscuras responsables de que el precio de la vivienda en este país haya experimentado un incremento, algunos años, de un cuarenta por ciento acumulativo año tras año. Deberían haberse quedado todos en casa de sus padres hasta los cuarenta (a algunos no les ha quedado más remedio) a esperar a que bajasen los precios y formar, entre tanto, su familia en la habitación de al lado a la que utilizaron sus propios progenitores. Eso da intimidad que te cagas. La otra opción era comprar casas de los años cuarenta, sin ascensor y con calefacción de carbón, como la que tenían mis abuelos, que es el ejemplo que nos ponen cuando dicen eso de que “Si quieres, puedes”. Otra cosa es que sea denigrante, además de un absurdo evolutivo, retroceder cien años en nuestras pretensiones por la responsabilidad de otros.

Queda genial, sobre todo en este país de grajos, entonar el mea culpa en conversación de tugurio, sobre todo en contraposición con aquellos que parecen agarrados al asiento parlamentario cual percebe gallego a roca de las rías bajas. Sin embargo, cuando comparamos la importancia de unos y de otros, y la posible influencia de sus actuaciones en las cifras macroeconómicas, lo siento, no quiero ser hiriente, pero pintamos lo mismo que un analfabeto del siglo dieciséis en una discusión de física cuántica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Siento mucho tocaros el orgullo y deciros así, sin ningún pudor, que contáis una mierda en esas cifras, pero así es la vida. Solamente somos (yo incluido, claro) una cosa que los que sí que tienen cierta influencia, llaman factor trabajo, y nos meten en una ecuación para ver cuánto beneficio pueden sacar exprimiéndonos como a bayetas de cocina.

Quizá la explicación a esa tendencia masoquista es doble: primera, una falsa responsabilidad a posteriori que queda genial con un par de cañas de por medio en una conversación envalentonada; y segunda, y más complicada, que supone más fácil echarte la culpa y aceptar la responsabilidad de tus supuestos pecados que rebelarte contra un sistema perverso e injusto, con asimetrías flagrantes de información que engañan de manera sistemática al ciudadano.

Hay una constante a lo largo de toda esta crisis, y es muy sencilla. La mayoría de los mensajes mediáticos y políticos con que nos han estado bombardeando durante estos años son simple y llanamente falsos, independientemente del interlocutor que los haya parido. Hay una responsabilidad de la crisis, y esa está en las altas esferas, de políticos y líderes mediocres y corruptos incapaces de defender al pueblo, y empresarios e inversores desalmados e inmorales incapaces de introducir razonamientos humanos y sociales en sus decisiones. Podéis intentar explicar la película a través de la influencia del espectador que la ve, pero ese razonamiento es sencillamente estúpido. Y si queréis buscar responsables en el pueblo, mirad a ver qué es lo que se elige cada cuatro años: los mismos ladrones con la misma chaqueta.

Alberto Martínez Urueña 21-03-2012

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