martes, 13 de marzo de 2012

A versus D tercera parte

Tengo un secreto que contaros. Y además, lo hago en base a los comentarios y lo que ha gustado y no de los últimos textos que he lanzado por el océano infinito de Internet, donde navegamos muchas veces sin rumbo, y otras veces en la dirección que a nosotros nos interesa, como por ejemplo cuando leemos únicamente la prensa que juega en nuestro equipo.
A versus D es un intento de síntesis en primer lugar de qué es lo que podemos considerar querer a alguien. Quizá, movido por el respeto en temas tan controvertidos, los textos anteriores me quedaron bastante deslavazados y poco sentidos. Os lo diré de una manera muy sencilla para que todo el mundo lo comprenda: he visto muchas veces a demasiadas personas hablar de amor y de lo que ellos harían al respecto, cuando de lo que estaban hablando era de cosas totalmente distintas, desde el enamoramiento más simple al apego egoísta y la dependencia enfermiza de una personalidad necesitada de esclavitud; de hablar de libertad en el amor mientras se le ponen condiciones. Muchos de esos amores apasionados son simples encoñamientos que, por el hecho de que duran mucho, de que hay sexo apasionado, de que sientes unos celos que te rilas cada vez que habla con otro u otra, ya se suponen amores del copón bendito. Al contrario, cuando hay una pareja que hace cosas cada uno por su lado, que es simpático con otras personas de su distinto sexo hasta límites que socialmente no son aceptados, y otros ejemplos que podríamos poner, siempre sale el listo de turno diciendo que es que no quiere a su pareja porque no la respeta, porque prefiere hacer cosas al margen de aquélla, etcétera, etcétera, etcétera. Somos tan obtusos que no nos damos cuenta de que, cagados de miedo porque nos puedan hacer daño, miramos a ver de qué manera evitamos la hostia y decimos que eso es amor. Y es mentira. ¿No queríamos caña? Pues aquí tenéis de la buena, de la ibérica.
Es realmente sencillo en estas columnas coger a políticos de medio pelo, de los que en este país tenemos a izquierda y derecha como los hitos de una carretera, sucesivos y abundantes, y largar una parrafada llenándoles de lodo. Ahora bien, a vosotros os respeto lo suficiente como para intentar evitar ser hiriente. Sin embargo, pensad una cosa: la mayor parte de las veces que nos liamos la manta a la cabeza con agobios, discusiones bizantinas y otras bobadas, haciendo cálculos y demás zarandajas con respecto a los sentimientos, el resultado es un esperpento digno de una novela de Lovecraft. Además, en este país de pandereta en el que el principal objetivo no es exponer tus ideas y punto, sino intentar grabárselas a fuego al vecino para que piense lo mismo que yo, esta es una actitud que en pareja se da más que los días de sol en Fuerteventura. Y claro, es en virtud de lo mucho que nos queremos, de que las cosas cuadren, de hablar de todo… Me río de todo eso: lo único que estamos haciendo es intentar obligar a esa persona a la que queremos tanto a pensar como nosotros digamos.
Así que sí, A versus D, amor contra desamor, y el que no sea capaz de leer entre líneas en las dos primeras entregas, que sepa que cuando rodea eso que siente de palabrería bonita y de normas prefijadas por una cultura occidental e ibérica como la nuestra, con el cuervo redentor dándonos caña desde el púlpito, le está llenando de porquería. Hace no mucho se entendía que una mujer quería a su marido cuando aceptaba sumisa el tortazo y después se abría de piernas para que el otro se desahogase después de un día de curro. ¿Cuántas barbaridades estaremos cometiendo ahora simplemente porque no somos capaces de ver el miedo que nos atenaza?
No os preocupéis demasiado, no acostumbro a soltar la mano contra los que me leéis, y esto que parece una crítica desaforada sólo es la aportación de una visión que, siendo distinta a la que podáis tener vosotros, sólo pretende generar preguntas, nunca dar una respuesta. En la vida, lo más importante no es preocuparse por conseguir respuestas: esas suelen llegar solas cuando menos te lo esperas, siempre que seas capaz de centrarte un poquito. A mí no me preocupa tanto que los que me rodean piensen de tal o cual manera; de hecho, entre vosotros hay una variedad prototípica de un país como el nuestro. Si acaso, me importa por saber lo que pensáis, nada más. Me preocupa más, en todo caso, romper reglas y barreras mentales que, además de no tener razón de ser, nos cercenan la posibilidad de conocer una realidad más elevada que la nuestra. Un globo atado a una farola puede ver por encima de la gente, pero si se le suelta, podrá sobrevolar los edificios. Ese ha de ser el objetivo, y rehuir los conceptos trillados. Ojo, no hablo de desecharlos como falsos, sino de superarlos por reducidos. No digo, en último término que se esté equivocado; digo que, como en muchas otras facetas de esta vida que nos rodea, tenemos que intentar trascenderla y superar los límites que parece que son la realidad, pero únicamente nos muestran una pequeña parte de la misma.
Aquí lo dejo. Que cada cual opine lo que quiera, y que llegue hasta donde quiera llegar en el viaje. El amor es un sentimiento que no entiende de fronteras, de ninguna frontera; únicamente aquella que nosotros le queramos dar.


Alberto Martínez Urueña 13-03-2012

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