martes, 6 de marzo de 2012

A versus D segunda parte

No es algo que la mayoría se haya planteado nunca, es algo que reconozco, y puede que incluso sea mejor así, porque tener que hacerlo supone en todo caso dudas al respecto. Y cuando dudas de ciertos asuntos es porque tienes una especie de astilla removiéndote el alma, clavada con firmeza y que no te deja lugar a nada más que a la angustia por la incertidumbre. Luego, con los años, te das cuenta de que cuando existe una certeza más allá de toda lógica, esta certeza es mucho más real que las propias matemáticas que, aunque no lo parezca, siempre están sujetas a falibilidad. De hecho, como inciso, suponeos lo que era esa ciencia antes de que llegaran esos desarrapados (comentario irónico) que son los árabes y nos trajeran, entre otra gran cantidad de cosas, el número cero. Para alucinar, en serio. Cuando estás inmerso en las dudas, continúo, no sabes si tienes o no tienes esa certeza, es así de simple, aunque no lo parezca.
¿Qué es el amor? Eric Fromm, un autor que recomiendo a cualquiera que pretenda leer algo interesante, lo clasificó hace ya años como un arte, y es una definición de la que nos hemos apropiado una gran cantidad de personas. Esto tiene una serie de connotaciones sumamente importantes, y en el libro de “El arte de amar” queda claro desde el principio. La primera de ellas es la distinción entre, en primer lugar, el sentimiento que puedas sentir y bajo el que quedas sepultado irremediablemente; y la segunda, aquello que haces al respecto de ese sentimiento, es decir, de qué manera vives de manera consciente ese sentimiento y ese lazo irrompible el resto de tu existencia
Del sentimiento tenemos auténticos tratados al respecto, de dos vertientes. Una de ellas, neurofisiológica, que denota aspectos tan interesantes como que los centros cerebrales que se activan al amar son los mismos que con el odio, y que cuando tenemos sexo se iluminan los mismos focos que cuando matamos a otra persona. Muy indicativo, en primer lugar, si hablamos de la intensidad de este tsunami. Otra de esas vertientes es la artística, infinitamente más extensa por su límite temporal, y que también indica un aspecto fundamental: la forma de sentir de los humanos no ha variado en prácticamente ningún aspecto, al menos, desde los primeros escritos, hace ya bastantes siglos. Esto da empaque a una teoría personal y que hemos oído alguna vez todos, y es que ya está todo inventado, o dicho de otra manera, que todo se repite inexorablemente aunque no nos demos cuenta. Y nos da también un aspecto a reflexionar cuando nos pensamos mucho más inteligentes y avanzados que nuestros abuelos (o más allá), puesto que hablamos de aquello que le da sentido a la existencia humana, no de maravillas tecnológicas o de la tarjeta de crédito y la cuenta corriente. Existe, de hecho, la posibilidad de que nuestros antepasados contasen con más y mejores recursos de los que tenemos hoy en día para afrontar los problemas que surgen cuando nos arriesgamos a amar.
Y utilizo este giro gramatical, arriesgarse a, de manera específica, no arbitraria, porque amar también es una decisión, y por tanto un riesgo. Por un lado teníamos el sentimiento, y por otro lado, la decisión consciente y voluntaria de cómo vivirlo. La persona humana, al contrario de la percepción que estúpidamente hemos asumido del pensamiento científico, no es algo que podamos compartimentar en conjuntos estancos: por un lado la lingüística, por otro la física, por otro la sociológica… El ser humano es una globalidad infinita de campos que se interrelacionan entre sí como el agua en vasos comunicantes. Esto es importante porque una persona sin una cierta sabiduría adquirida es incapaz de amar de una forma adulta, a pesar de que veamos continuamente intentos de lo contrario, al igual que vemos intentos de niños de cuarenta tacos de educar a sus hijos de tres. Es literalmente imposible, así como es imposible que una persona netamente inmadura ame de forma evolucionada desde un aspecto personal.
Y es que amar es una decisión consciente y racional además del sentimiento intrínseco y fundamental; y mucho más importante, es algo que se decide. Obviamente, ha de existir el sentimiento, y sin él es absurdo, pero confundir la inexistencia de ese sentimiento con la inmadurez de quien lo siente es un grave error palmario que se comete de forma sistemática a nuestro alrededor.
¿Qué es el amor? Un sentimiento sometido a sus propias reglas por un lado, y por otro lado, una decisión consciente y madura. Esto no es una invención gratuita de un iluminado, sino algo que está ahí, inevitable para todos, desde el principio. Ojo, el hecho de que esto se sepa no implica que se practique. Vivimos en una sociedad que nos presiona de forma continua para ir con el piloto automático en todo, con miles de estímulos por segundo que nos atrapa la atención y no nos deja centrarla, aspecto imprescindible para decidir amar y hacerlo de manera consciente, constante y productiva (con esto y con otras muchas cosas más). Y no hablo sólo del amor de pareja, hablo del amor de padres a hijos, entre amigos y el fraternal. Todo amor tiene un aspecto consciente y volitivo al margen del sentimiento que no ha de darse por sentado que se produce. Así que os animo a todos a sacudiros el polvo de la comodidad y el automatismo, porque la forma más productiva (que de los frutos más sabrosos) y eficaz (en el sentido en que lo definió Siddharta Gautama hace más de mil años) de vivir es la consciente. Y por supuesto, amorosa.


Alberto Martínez Urueña 6-03-2012

No hay comentarios: