miércoles, 7 de marzo de 2012

Permitidme un inciso...

En mitad de la placidez de mis últimos textos, permitidme un inciso, porque se me escapa la hiel entre el colmillo lobuno de mi sonrisa. Si hay algo que me gusta de los políticos de turno, y en particular de cierta ralea de ellos, es la capacidad que tienen de difuminar las culpas de sus actos en una especie de eter impreciso que acaba difuminando cualquier rastro que les pueda afectar a ellos. No les supone el más mínimo problema justificar cualquier tropelía infame en base a la legalidad de sus actos. Lo cual denota dos aspectos básicos: en primer lugar, muchas veces, la ley da ganas de vomitarse por encima, y en segundo, la patente desvergüenza del actor implicado. Mucho más flagrante resulta cuando el legislador, legitimado por unas urnas incapaces de votar en base a algún criterio sensato, cambia las leyes para hacer legal, y por tanto correcto según su criterio, las mayores extravagancias posibles. Casos como los de Berlusconi en Italia, o Hitler en Alemania, demuestran esta práctica.
Suele aderezarse, por supuesto, con la prepotencia que tanto les gusta a sus acólitos y seguidores, que les vitorean como sólo en España sabemos hacerlo. Un breve vistazo por ciertos municipios costeros nos dejan claro como los ciudadanos se dejan las manos aplaudiendo a alcaldes corruptos cuando la madera se les lleva con grilletes en las muñecas. Nos olvidamos además de que a esos señores hubo quien les puso en el cargo, hubo todo un aparato de partido que elaboró listas y colocó caras bonitas en sus escaños de concejales. Se regodean ante los periodistas, y de vez en cuando dejan perlas auténticas en declaraciones dignas de cualquier barrio chabolista, con todo el respeto para los chabolistas. Sin que tenga la más mínima consecuencia, ni a nivel de partido ni a nivel de votantes, maravillados ante el rostro cementero de su candidato.
Tenemos al señor Camps asegurando que lo normal es llevar en la cartera unos tres o cuatro mil machacantes. Al señor Pepiño explicándonos que la práctica habitual de cualquier Ministro o cargo público es tener reuniones con empresarios en la intimidad de su coche oficial. Luego, la consejería de Medio Ambiente de Madrid le echa la culpa a la climatología de su flagrante incumplimiento con respecto a la boina de caca flotante que recubre la ciudad (la climatología no interpone denuncias por vulneración del honor, al menos de momento). Se ve que en el resto de Europa la climatología es más benigna que, concretamente, en el centro de la piel de toro que es y ha sido siempre Iberia. El alcalde de mi ciudad demuestra su arte en darnos publicidad gratuita al criminalizar al indigente y multarle por mendigar en las calles, dictando una ordenanza municipal que se convierte en una extensión de la Ley de Vagos y Maleantes. Desde luego, es chungo tener que soportar que, cuando sales a darte un garbeo por el Paseo de Zorrilla venga un rumano con el acordeón tocando los huevos. Habría que preguntarle al susodicho rumano si no es más chungo vivir en la indigencia, mientras De La Riva se hace pisos ilegales en el edificio de Caja Duero. Ah, por cierto, esto no es partidismo, lo que pasa es que ha dado la casualidad de que esto lo ha hecho un señor que me cae muy mal, a parte de por ser de un partido con el que no comulgo y me parece inhumano, porque su talante es propio de bucaneros y camorristas. Y al que le guste su talante, que se aplique lo de la prepotencia y sus acólitos, y ahí lo dejo. Lo que más me gusta del asunto, en todo caso, es cómo elabora la cuadratura del círculo un tío que, por un lado, amenaza con mil quinientos euros de sanción a un sujeto que no tiene donde caerse muerto y, por otro lado, entra en una iglesia todos los domingos a darse golpes en el pecho con mucha flema encendida. Con todo respeto para los cristianos, incluidos los que le votasteis.
Pero hay para todos, no os preocupéis, porque la anterior Ministra de Economía y Hacienda, pasándose por el forro cualquier decencia habida y por haber, se coloca en una filial de Endesa en Chile. En teoría, hay una ley de incompatibilidades para altos cargos y representantes públicos pero, siguiendo el camino marcado por otras figuras del show público como Zaplana, les da exactamente igual, y quien hizo la ley (nunca mejor dicho en este caso), hizo la trampa. ¿Quién lo permite, por ejemplo, en este caso? El Gobierno de ese señor serio, creíble y confiable, oriundo de Compostela, llamado Rajoy. No pasa nada por ser rivales políticos o tener ideas diametralmente opuestas en cuanto al déficit público, a la gobernanza europea o a los milagros de la Virgen de Lourdes. Hoy te rasco yo a ti, mañana me rascas tú a mí. Da igual que hoy en día estas noticias se sepan, no como antaño en que podían silenciarlo: la desfachatez no está reñida, a ciertas alturas, con sacar pecho con todo orgullo por lo listo que es cada uno de ellos. Así que, como para creerles cuando salen en antena hablando, dando datos y diciendo incongruencias. No pasa nada por decir estupideces: dentro de poco sacarán un Decreto-Ley, que será convalidado en Cortes con el beneplácito de todas las fuerzas vidas, en las que la productividad de sus bochornosas nóminas ganadas por no hacer nada, dependerán de la cantidad de atropellos que sean capaces de hacer y después justificar en un número máximo de palabras, multiplicado todo ello por el número de ciudadanos que sientan su propio sentido común fusilado en una cuneta.


Alberto Martínez Urueña 7-03-2012

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