miércoles, 29 de junio de 2011

Dogmas

Andaba yo a la gresca esta mañana, soliviantado por un sistema de aire acondicionado aquí, en el MICINN, más ausente que la empatía en el Congreso, cargando la saca de la baba lobuna, cuando me encontré nuevamente entre medias de la prensa digital esa frase tan bien construida de que la banca privada es más eficiente que la pública. Lo que no sé es qué opinarán de esto los trabajadores de Lehman Brothers, a los que todavía recuerdo sacando aquellos cargamentos de cajas de sus despachos, o el resto de currantes de más de trescientos bancos (sí, sí, trescientos bancos) que han quebrado en EEUU desde el comienzo de la crisis.
El tema griego está revolviéndoles el desayuno a más de uno en las altas esferas, pero tienen que estar teniendo auténticas pesadillas ante el incremento de la deuda estadounidense también. ¿Ideas comunistas? Tampoco es eso, pero no demonicemos los conceptos porque papá Stalin y sus acólitos se llevasen por delante a todo el Imperio Ruso con una mal entendida economía social. Era una dictadura, y eso no ha funcionado nunca en todas las intentonas que se han acometido; de hecho, suelen desarrollarse bastante mal, y acabar peor.
Las dictaduras se caracterizan por un hecho en concreto: una realidad impuesta inamovible e incuestionable, fabricada por el poder imperante que se ha de defender a capa y espada con todo tipo de instrumentos legitimados mediante cualquier vía por ese mismo poder. Mientras me dedicaba a buscarle una caracterización a esa palabra que tanto nos disgusta a la mayoría, me he dado cuenta de una cosa. Hoy en día tenemos una situación ECONÓMICA perfectamente encuadrable en esa definición. En primer lugar, levante la mano el primero que sepa cuántas proposiciones alternativas se escuchan en los medios oficiales para hacer frente a la situación en la que nos hallamos. Pero alternativas de verdad, ojo. De ésta, nos damos cuenta de que hay una realidad económica impuesta inamovible e incuestionable. Pero claro, esta economía es parte de nuestra vida, parte de la sociedad, y como tal, contribuye (y de qué manera) a elaborar las estructuras mentales de los que participamos en ella. Así que quizá no está tan parcelado como algunos quisieran.
Esta realidad se ha de defender a capa y espada. ¿Que no? ¿Todavía hay quien es capaz de negar la influencia de los grupos de presión en todos los conflictos abiertos a lo largo del mundo? Más aún, ¿todavía hay alguien capaz de negar que son estos mismos los que en lugar de llamarlo por su nombre, guerra, lo llaman conflictos armados, como si acaso fuese otra cosa algo más delicada y suave, y daños colaterales a los millones de muertos que provocan? Por cualquier medio, pero no sólo en África. Son los responsables del adoctrinamiento consumista. ¿Sólo es economía? Preguntadle a los psicólogos cuantas personas hoy en día sufren depresiones derivadas de una sociedad de abundancia material y pobreza interna.
Creemos que vivimos en una sociedad que es la leche de moderna, despreciando otras de otros lugares por atrasados y otras de otros tiempos por viejas, y no nos damos cuenta que todas lo fueron antes que la nuestra. Hablamos de libertades, derechos, obligaciones, pero todo son cortinas de humo para tapar un hecho muy simple: seguimos jugando al mismo juego de hace siglos, pero con ciertas diferencias. Es cierto que ahora el político de turno no puede exigir el cumplimiento del derecho de pernada, pero siempre puede dar por donde amargan los pepinos. Hablamos de libertad de expresión, pero los medios cada vez están más secuestrados por los grandes emporios empresariales. Hablamos de libertad de elección, pero somos esclavos de vicios promovidos por los grandes intereses económicos. Aceptamos que cada cual tiene su verdad, pero en lo importante nos tragamos cualquier dogma. Líderes que aprovechan su tribuna para soliviantar y mentir, mentiras que sus foros particulares se tragan y que después repiten envueltas en odios sin informarse de si son ciertas. Por favor, antes de cacarear sobre si hay muchos funcionarios, sobre la deuda pública, sobre el tamaño del sector público, sobre la comparativa público-privada, sobre datos estadísticos y económicos, informaos un poco y no dejéis que os desinformen todos aquellos con intereses en hacerlo, esos de los que hablaba antes.
Dogmas promovidos por los poderosos. Quien haya leído el Quijote sabe que de la clase dirigente ya hablaba Cervantes, y la ponía cual pañal de tierno infante. Estructuras materiales y mentales creadas por los poderosos para ocultar su afán por enriquecerse, para que no veamos su mentira. Lo triste es que antes no podíamos hacer nada porque al que se movía lo tullían de por vida; ahora, nos han agilipollado de tal manera que, como tullidos mentales, nos creemos la mierda de sistema en la que vivimos y nos parece que es la hostia. Antes entendieron algo de todo esto; hoy en día somos más listos y nos dejamos sodomizar, estudios de marketing mediante. Por eso es tan importante alzar la voz y apretar los dientes, para a ver si en lugar de seguir chupándola, les descubrimos la vergüenza.


Alberto Martínez Urueña 29-06-2011

martes, 21 de junio de 2011

Manoseando

¿Os habéis parado alguna vez a mirar la cantidad de gente que tiene su columna digital en el ciberespacio? Una ingente cantidad de personas, cada una con una idea para su título, que parezca rimbombante y, ala, a escribir sus opiniones. No voy a entrar en la temática de cada uno de ellos, pues supongo que habrá de toda clase y condición. Como ya sabéis, yo soy uno de ellos, que me uní a la marea de escritores de medio pelo justo en la cresta de la ola, cuando más difícil era que alguien te leyera, y aquí sigo.
Es complicado esto de elegir la columna. Puedes moverte por las distintas páginas, diarios digitales, plataformas multimedia y demás familia, para ir seleccionando las que te puedan interesar. Según donde te metas, hallarás peña dándole estopa al Gobierno, haciéndole la cama al PP o cualquier batiburrillo de opinión sobre por qué la abuela fuma y qué tipo de planta. Además, todos tendemos a hablar sobre las noticias más candentes, como si tuviéramos una lucecita que nos hiciera comprender de una manera casi mística el meollo del asunto. Una manera mucho más acertada y didáctica que todos los demás millones de columnistas que vierten sus opiniones en la red. Con la de temática que tenemos hoy en día…
En todo caso, viene bien que haya donde elegir, para así poder darnos el plato de gusto y leernos aquellos textos que sean de nuestra cuerda. Si eres de izquierdas, te metes en Público y te lees las poesías de Sabina, o los comentarios de Iñaki Gabilondo en El País. Si eres de derechas, puedes elegir entre toda la variedad de espacios que hay conformados gracias a grupos mediáticos como MediaGroup, con su visión conservadora, o incluso la Gaceta de Intereconomía si lo que te interesa es escuchar sólo lo que quieres oír y te da igual el rigor informativo (con todo respeto a quien lo hace).
Las noticias, a fin de cuentas, acaban tan manoseadas que parecen una bandeja de pastelillos en una clase de Infantil. Hay manoseadores graciosos, otros políticamente correctos y después columnistas como Sostres, que ha conseguido crear un grupo unipersonal al que no me atrevo a definir por no gastar epítetos, pero se los merece todos. Ante tanto manoseo, a la hora de ponerte a escribir, te ves en la tesitura de la elección: te buscas un tema distinto, algo que no interese a nadie tanto por temática como por tiempo, o dejas de leer a los demás columnistas. Ésta última no merece la pena, porque hay gente por ahí que escribe muy bien, o si no, que aporta datos sumamente interesantes. Lo del tema distinto lo he utilizado varias veces, como hablar de elecciones un año antes de que ocurran, cuando la crónica política y sus contendientes se inclinan por el despelleje edulcorado y eufemístico (si mantuvieran el ritmo de insultos y descréditos de las elecciones a más de uno le acabaría afectando). Luego, puedes hacer como la semana pasada, soltar un rollo en plan naturista y contar cosas que luego a la hora de la verdad, pocos hacemos. Pero que da chulo, eso sí.
Por lo tanto, llegados a este punto, ¿de qué hablo? Siempre he deseado que mis textos los leyese mucha gente. Bueno, primero y por encima de todo, que me gustasen a mí, y si esto no se cumple, los borro; pero si puedo llegar a mucha gente, pues mejor. Si así fuera, podría lograr que ciertos grupos me escuchasen, y así al menos poder tener acceso a, si no hacerles cambiar de opinión, hacerme digno de ser portavoz de otros muchos. Podría llegar y decirle al señor Banquero, al señor Político y al señor Mano-sobre-Mano-con-más-Pasta-que-Peso (vulgo: ricacho que vive de las rentas y cuyas riquezas no revierten a la sociedad de ninguna manera) que me tienen hasta las orejas de decir que hace falta que a mí me suban la edad de jubilación, me bajen el sueldo, me recorten derechos y servicios públicos, que el paro es culpa de las indemnizaciones que hay por despido, por la falta de flexibilidad interna y por el absentismo laboral. Claro, eso me lo dice un tío que vive debajo de un puente y hasta le daría el gusto de discutir sobre ello; sin embargo, cuando el que pretende hacerlo tiene un salario anual superior a las cinco cifras (en euros), o bien lleva una empresa que desvía sus beneficios a paraísos fiscales para no pagar impuestos que reviertan en la sociedad, o bien lo que quiere es mantener un status quo basado en que su abuelo ganó pasta en el mercado negro de alimentos durante la guerra civil, pues lo único que me sale son barbaridades y algo de hiel contenida. Y desde luego, no hacerle ni caso.
Bueno, esto lo habrán dicho ya por activa y por pasiva, y de mil formas distintas en columnas de periódicos (salvo los controlados por los grupos anteriores, que me llamarían antisistema ideológico, reaccionario, o cosas parecidas), en páginas web y demás foros. Lo que demuestra una cosa y es que el pueblo llano está más o menos de acuerdo en que lo que quiere es un curro digno y que no le toquen los cojones. Una vez que todos tengamos lo básico (y en ese básico podemos incluir muchas cosas) nos podemos poner a discutir sobre el derecho a tener más pasta unos que otros y llevar un ritmo de vida superior, sobre si lo llamamos matrimonio homosexual o unión legal entre desviados sexuales, sobre si la Iglesia ha de tener o no la casillita en el modelo 100 o sobre si el único país donde los genocidios quedan impunes es España.


Alberto Martínez Urueña 21-06-2011

viernes, 17 de junio de 2011

Rincones

La primavera se iba apoderando del Campo Grande poco a poco, con sus retoños verdes y sus cimbreantes marrones, con los andares sinuosos de las aves acuáticas y los gritos de orgullo de los pavos reales. Sentado en un banco de la plazoletilla de la Fuente de la Fama, sentía el frescor del agua cantarina golpeando en arrítmicos compases contra el fino espejo del estanque. A su alrededor, familias enteras, con sus niños, paseaban, los más pequeños corrían, gritaban, festejando la llegada del buen tiempo, el misterioso pacto de descanso del invierno, el agradecido retornar del verano, la suave caricia del aire primaveral…
Entrecruzadas las piernas, con los ojos entrecerrados, se permitió ser por un instante un mero espectador de la vida que se abría a su alrededor, que se desperezaba como un infante, estirando los brazos, y se desarrollaba imparable en un continuo devenir de introducciones, nudos y desenlaces, multitud de historias anónimas de corta duración la mayoría. Un periodo de tiempo similar a un suspiro, ingrávido, que desaparece y se mezcla entre medias del resto. La sensación de que todo funciona como una rueda perfectamente engrasada.
Se confabuló con las ondulantes hojas del árbol que le cubría para olvidarse de dónde venía y a dónde marchaba, y sólo se quedó observando a sus aliados en aquella tarea. Reposando en el aspecto más literal de la palabra, como si pudiera ir diluyéndose en el viento, entre los listones del banco, cayendo gota a gota como la cera de una vela hacia el suelo, filtrándose entre la arena, volviendo a la realidad a la que realmente pertenecemos. Sobre él, de testigo, un límpido cielo azul, como si un torrente de agua nívea se hubiese desbordado de su curso montañoso y se hubiese vertido por la cúpula celeste. Un par de ardillas corretearon por una rama, produciendo un leve quejido en la madera, en dirección a ningún lugar, o quizá a todos, en búsqueda desesperada de algo desconocido. O quizá simplemente hacia algo a lo que hincar el diente.
Con la permisividad de una conciencia perdida, el tiempo dejó de afectar con sus corsés de tedio y aburrimiento, y la expresividad luminosa de un lugar desconocido rejuveneció los avejentados bordes de una estructura humana siempre dispuesta a derrumbarse. Allí, en mitad de un pequeño cubículo de aislamiento eterno, cobraron sentido los pequeños detalles normalmente obviados o aceptados como normales y se difuminaron muchas de las cargas consideradas esenciales. Con un leve suspiro, soltó a la atmósfera toda aquella servidumbre y se quedó durante unos instantes que podrían haber sido toda una vida (posiblemente incluso lo fuera, con su nacimiento y muerte) consigo mismo, sin necesidad de otra cosa y sin la necedad de ningún planteamiento.

Os preguntaréis que a qué viene este texto tan distinto de otros. Pretendo con él hacer un inciso, un freno, una cavilación suave y distinta. Siempre intentando hablar de temas de actualidad, y más en un momento como éste, con multitud de focos en los que fijarse, acaba siendo repetitivo y a veces casi absurdo. Toda la información que queráis ya la tenemos en la prensa, que nos asalta en cada esquina del trayecto al curro, en las páginas de Internet, en telediarios… Aquél que quiera sumergirse en la amalgama de puntos de vista, opiniones, noticias más o menos sesgadas, tiene donde elegir. Puede incluso ponerse algún canal de esos que pueblan ahora la TDT que sea de su corte y que le rellenen las orejas de la basura que sea de su inclinación ideología. Uno de esos canales orgullosos de su mediatización y partidismo, asesinos del significado de la libertad de prensa en pro de una mal entendida libertad de expresión.
Hoy no quiero hacerme mala sangre. He llegado al Ministerio leyendo un libro llamado “Reacciona”, segunda parte del que escribiese Stéphane Hessel, conocido como “¡Indignaos!”, y claro, me he dado cuenta de que no tengo mucho que decir que no se haya dicho ya, así que de nuevo, como en otras ocasiones, os recomiendo que leáis, que leáis mucho, y en particular éstos que os digo.
Y mientras tanto, escribo este texto, y digo cosas de las que sí que sé. Os propongo menos basura alrededor y más descanso del verdadero. No de ese del final del día, de ese de estar hasta los mismos cojones y no querer saber nada del mundo. Un descanso de esos que sirven para además de descansar propiamente, hacernos un poco más felices. ¿Quién no se ha dado alguna vez una vuelta por algún parque, ya sea en ese Campo Grande del que hablo en mi texto, o en cualquier otro como el Retiro, o en el que os venga en gana? Uno de esos rincones donde sólo estamos, y donde somos.
Toda esta rebeldía que hoy en día está en boga y que es tan necesaria ha de canalizarse, además de la manera en la que tan bien lo están haciendo estos Indignados, de una manera más íntima y personal, para poder limpiarnos de toda la cochambre con que, durante demasiado tiempo, nos hemos dejado contaminar, hasta el punto de considerar beneficioso todo aquello que es perjudicial para el Ser, para nosotros mismos.


Alberto Martínez Urueña 17-06-2011

jueves, 9 de junio de 2011

La culpa culpita

La ventaja que tiene esta columna es que puedo hablar de lo que a mí me de la gana. No tengo ningún jefe que me marque una línea editorial o que me diga que no critique al colectivo de los camarones gaditanos porque son nuestro principal lector. Así que me despacho a gusto, y luego contesto correos con puntualizaciones. Amén.
Algunos de vosotros tenéis niños, y estaréis preocupados por la cantidad de excrementos mediáticos que nos rodean. A ese respecto, hace un par de días, escuchando ese maravilloso invento que es la radio, al que le debo un texto que en cualquier momento se cobrará, comentaron una iniciativa que habían puesto sobre la palestra en cierto país europeo, norteño, de esos que de vez en cuando se dejan caer por nuestras playas a ingerir enormes cantidades de alcohol y paella. Estos iluminados, rubios y de tez rojiza, pretendían establecer nuevas normas al respecto de todo ese tsunami de información que se abalanza sobre los más jóvenes, a modo de anuncios, teleseries de adolescentes reales como la vida misma, videos musicales al alcance de todos los públicos que rayan la pornografía… Querían, por poner un ejemplo, quitar carteles provocativos cercanos a escuelas, o legislar cual habría de ser la moral de los medios de comunicación y sus contenidos.
Queda claro que tuve que hacer un gran esfuerzo por no romperme la crisma a carcajadas al escuchar la noticia, alucinando como si de un mal viraje de LSD se tratara. Y ahora comprenderéis el porqué. Esto es como la madre pija divina de la muerte que pierde los huesecillos de anoréxica y estúpida que está, gastándose mil quinientos euros mensuales en trapitos y demás soplapolleces, pero quiere que su hija sea una especie de Dalai Lama, con su mundito interior, pequeñito y coqueto, bien conjuntado, pero libre de consumismos excesivos, de frivolidades occidentales y, sobre todo, de sexo ambivalente. Ella no se priva de ver estereotipos adolescentes que la ponen brutísima, todos ellos encorsetados en guiones que harían avergonzarse a cualquier madame de burdel parisino, todos superfashion, viviendo la vida loca en el instituto, enrollándose entre ellos y con los profesores, sufriendo crisis de identidad dignas de cualquier prisionero de Auschwitz-Birkenau porque su madre no entiende que su felicidad dependerá de que su pantalón color verde vómito conjunte con su pulsera de hueso de rata almizclera. Eso sí, su hija ha de estar libre de todo contagio y ser mucho más estupendamente humana que esos personajes que a ella, por otro lado, le parecen lo más divertido y exitoso del mundo. No sé si lo pilláis. Bueno, vosotros sí, pero la pija divina de la muerte estará pensando si me estoy metiendo con ella, con la serie o con su hija, o si simplemente la estoy metiendo fichas. Es lógico que a una madre esos cuerpos adolescentes le provoquen auténticas fiebres africanas, pero su hija ha de entender que eso está mal aunque esté bien, y cribar perfectamente todo ese conflicto con su adulta mente de diez años inmersa en una incipiente oleada de hormonas dispuestas a convertir su existencia en una franja de Gaza cualquiera.
Por eso, y no por otra cosa, es por lo que ha de intervenir la sociedad. Porque la madre es incapaz de poner solución a la disyuntiva de una existencia desaforada de estímulos de dudosa catadura moral o dejarse de chorradas y aprender a comportarse como una persona mayor; pero su hija tiene que quedar al margen. Para ello, se le ha ocurrido hacer responsable a la humanidad en su conjunto, pero a nadie en concreto (a ella misma ni de coña, vamos), de semejante despropósito y que las soluciones se le ocurran a otro. Claro, tiene su lógica (retorcida), porque ella ha de permanecer eternamente joven, dedicada a la gran cantidad de ofertas de ocio con que la sociedad (maligna representación del diablo en La Tierra) la tienta continuamente. Ella ya está condenada y sentenciada, pero su hija (a la que ansía parecerse con esas minifaldas de zorrón poligonero) ha de quedar impoluta.
Y también hay moda de verano para él, por supuesto. Amelindrado y enrosaecido en sus formas y sus maneras, envía tal cantidad de mensajes contradictorios entre sus ganas de ser estricto y al mismo tiempo amigo en lugar de padre que las interferencias modulares en la sesera de su progenie hace que las circunvoluciones cerebrales se alisen y cortocircuiten, y al final no saben qué viento les da. Ajenos de todo tipo de disciplina y modelo a seguir, elegirán antes al conde Lequio, que al menos tiene pasta y se cepilla tías chachis, que a esa burla esperpéntica que le sacude cien euros semanales para que no frunza demasiado el ceño y amenace con no quererle.
La culpa fue del Cha-Cha-Cha, lo dijo Gabinete Caligari, o quizá la tenga ZP, o Pepiño Blanco. Quizá esté escondida detrás del plató de Salvame Delux y por eso hay tanta gente observando la pantalla, buscándola. La culpa culpita de que el niño con doce ya quiera mandanga con la vecina es del cartel donde salía una chavala mordiendo una cereza, cual vulgar meretriz, que a su padre le llamaba más la atención que su propio hijo. La culpa es de la sociedad, ese supraente que está ahí y nadie sabe quién es, así que lo solucione ella. Por fín, los progenitores podrán descansar tranquilos y seguir siendo más adolescentes (e irresponsables) que sus hijos.


Alberto Martínez Urueña 9-06-2011

Entre dos tierras

Llevo enfrascado en este texto cosa de cinco días y seis borradores (inédito para el que os escribe), entre dos tierras, tratando de darle un empaque de contenido interesante, que pueda aportar algo a la crispada escena política que se ha planteado en estas últimas semanas, y al mismo tiempo no perder mi estilo propio y característico, algo literario: no quiero ponerme a hacer enumeraciones o cosas parecidas ni que esto parezca el telediario de las tres.
Las soluciones a plantear que concibo hacen referencia a esos problemas estructurales de los que he hablado ya en más de una ocasión en mis textos. Hacen referencia a esas cuestiones en las que los partidos con capacidad de gobierno se tendría que sentar en una mesa y hasta que no se pusieran de acuerdo no levantarse, por pura exigencia de la ciudadanía. No tiene nada que ver con si Paco se casa con Manolo, si Jeni se ha quedado preñada de Borja y quiere lo de “nosotras parimos, nosotras decidimos”, o si Arturo quiere saber donde le descerrajaron un tiro en la cabeza a su padre hace sesenta años un comando de falangistas. Ahí entran las ideologías, los discursos pomposos o los cerrojos mentales cerriles.
España es un país con una idiosincrasia particular, uno de los países occidentales con una mayor mezcolanza de razas, ideas, religiones… Es mucho más fácil poner de acuerdo a cinco millones de finlandeses que a cuarenta siete millones de españoles, cada uno de su región, de su ascendencia y con particular borreguismo. No somos del todo europeos, y, sorpresa, tenemos bastante de país mediterráneo, que incluye, como alguno sabrá, todo el Norte de África, independientemente de que nos guste. Me veo más representado en un marroquí dispuesto a partirse los piños con un vecino, queriendo descansar al mediodía y buscándole la picaresca al tema que con la estructurada vida teutona. Y así os veo a la mayoría, esto ni es un defecto mío, ni lo veo como defecto tampoco. Otra cosa es la prepotente visión de nosotros mismos cuando miramos por encima del hombro al inmigrante del Sur, cosa en la que sí que nos parecemos a los alemanes cuando vienen a prepararla en Ibiza (pues está al Sur de Alemania).
Pero lo dicho, es complicado. Sin embargo, eso no puede desviarnos de la necesidad de establecer ciertos cimientos en nuestro país. No hablo de cimientos ideológicos (abstractos) que nos unan: para eso ya tenemos una Constitución con su Exposición de Motivos y su Capítulo preliminar, que nadie se ha leído (nadie entre comillas, claro), pero que es muy fácil de intuir. No hablo de eso. Hablo de cimientos reales, tangibles, de esas cosas que miras, las ves y puedes construir sobre ellas. Por supuesto, han de ser tres o cuatro cosas, no demasiadas, pero que deben estar por encima de las paredes y tejados que serían esas diferencias sobre las que luego habría que tratar y ver qué prefiere la Mayoría. Y hablo de Mayoría, no de una mayoría extorsionada por minorías egoístas y pendencieras, esas de sonrisa fácil y desdeñosa que nos tratan como si fuéramos niños gilipollas que no entendemos nada, ni pretendemos. Entiendo muy bien ciertos latrocinios que veo a mi alrededor, amparados por una Ley Electoral General de cachondeo. Ese sería uno de los puntos a solucionar, probablemente el primero de todos, para evitar esos chantajes y amenazas que nos traen de cabeza.
Una vez que nos hubiésemos quitado de en medio a esa gente que me quiere imponer como he de usar los patronímicos de mi amada lengua castellana en mi propio territorio (podríamos mandarles al Senado), hablemos de los otros puntos fundamentales. A mi modo de ver, el sistema nacional de educación, el Estado del Bienestar (del que mucha gente habla pero no sabe concretar) y la estructura económica del Estado (legislación fiscal y legislación laboral).
La educación en una nación es como el comer, y punto. No hablo de una estructura rígida e inamovible (que es lo que ahora sufrimos, entre otras), sino todo lo contrario: flexible y adaptándose lo más rápido posible a un mundo que no da tregua; potente y donde los chavales salieran con tres lecciones bien aprendidas: un nivel de conocimientos lo más extenso posible, una cultura general para formarse como personas (no es lo mismo que lo anterior) y una conciencia social y humana (no las bestezuelas despreocupadas que se promueven hoy en día).
Sobre el Estado del Bienestar, después de su propia evolución histórica (que la tiene, y tiene su sentido, buscarlo en la wiki, por ejemplo), se empezó a pensar qué aspectos que se debían garantizar a todas las personas en unos niveles aceptables, y se llegó más o menos a cierto consenso que todos nos podemos imaginar: la educación, la sanidad y la vivienda. Dejar esto en manos privadas, legitimas por otro lado y que tienen sus propios objetivos, puede suponer que un cinco o un diez por cierto de personas se mueran por falta de médicos competentes, vivan en la calle o sean unos analfabetos sin posibilidades vitales. A mí me parece que esto es más importante que un ratio de beneficios o un yate en Puerto Banús.
Lo de la estructura económica es para poder sostener lo anterior con cierta estabilidad en el tiempo, para que la iniciativa privada sepa lo que hay, poder diversificar el tejido productivo, dirigirlo hacia sectores de alta productividad, que pueda absorber la mayoría de personas dispuestas a currar y establecer una Administración Pública de verdad, no ésta de corralitos, dehesas y haciendas privadas… No voy a entrar en cómo ha de ser, porque no me considero un experto (a estos tampoco les hacen mucho caso), pero considero que al menos ha de reunir las características de sencillo, justo (por el tema tributario, sobre todo) y que se vea que es eficaz. No es admisible que en cuanto la economía tosa, toda nuestra estructura se vaya al garete tanto en tejido productivo como en peña mano sobre mano en el paro.
No he querido entrar en utopías de quitar las Comunidades Autónomas, que los políticos no roben, que los banqueros paguen la movida que han provocado, que el empresariado sea más humanitario (en general, que también les hay buenos)… Esto es lo que demanda realmente la Mayoría, al margen de ideologías es aceptable y es lo exigible, y por eso, hasta que no lo vea, seguiré propugnando que no se vote a esos vendedores de humo que nos tienen, unos más y otros menos, hasta el mismo nacimiento de las piernas.


Alberto Martínez Urueña 30-05-2011