jueves, 9 de junio de 2011

Entre dos tierras

Llevo enfrascado en este texto cosa de cinco días y seis borradores (inédito para el que os escribe), entre dos tierras, tratando de darle un empaque de contenido interesante, que pueda aportar algo a la crispada escena política que se ha planteado en estas últimas semanas, y al mismo tiempo no perder mi estilo propio y característico, algo literario: no quiero ponerme a hacer enumeraciones o cosas parecidas ni que esto parezca el telediario de las tres.
Las soluciones a plantear que concibo hacen referencia a esos problemas estructurales de los que he hablado ya en más de una ocasión en mis textos. Hacen referencia a esas cuestiones en las que los partidos con capacidad de gobierno se tendría que sentar en una mesa y hasta que no se pusieran de acuerdo no levantarse, por pura exigencia de la ciudadanía. No tiene nada que ver con si Paco se casa con Manolo, si Jeni se ha quedado preñada de Borja y quiere lo de “nosotras parimos, nosotras decidimos”, o si Arturo quiere saber donde le descerrajaron un tiro en la cabeza a su padre hace sesenta años un comando de falangistas. Ahí entran las ideologías, los discursos pomposos o los cerrojos mentales cerriles.
España es un país con una idiosincrasia particular, uno de los países occidentales con una mayor mezcolanza de razas, ideas, religiones… Es mucho más fácil poner de acuerdo a cinco millones de finlandeses que a cuarenta siete millones de españoles, cada uno de su región, de su ascendencia y con particular borreguismo. No somos del todo europeos, y, sorpresa, tenemos bastante de país mediterráneo, que incluye, como alguno sabrá, todo el Norte de África, independientemente de que nos guste. Me veo más representado en un marroquí dispuesto a partirse los piños con un vecino, queriendo descansar al mediodía y buscándole la picaresca al tema que con la estructurada vida teutona. Y así os veo a la mayoría, esto ni es un defecto mío, ni lo veo como defecto tampoco. Otra cosa es la prepotente visión de nosotros mismos cuando miramos por encima del hombro al inmigrante del Sur, cosa en la que sí que nos parecemos a los alemanes cuando vienen a prepararla en Ibiza (pues está al Sur de Alemania).
Pero lo dicho, es complicado. Sin embargo, eso no puede desviarnos de la necesidad de establecer ciertos cimientos en nuestro país. No hablo de cimientos ideológicos (abstractos) que nos unan: para eso ya tenemos una Constitución con su Exposición de Motivos y su Capítulo preliminar, que nadie se ha leído (nadie entre comillas, claro), pero que es muy fácil de intuir. No hablo de eso. Hablo de cimientos reales, tangibles, de esas cosas que miras, las ves y puedes construir sobre ellas. Por supuesto, han de ser tres o cuatro cosas, no demasiadas, pero que deben estar por encima de las paredes y tejados que serían esas diferencias sobre las que luego habría que tratar y ver qué prefiere la Mayoría. Y hablo de Mayoría, no de una mayoría extorsionada por minorías egoístas y pendencieras, esas de sonrisa fácil y desdeñosa que nos tratan como si fuéramos niños gilipollas que no entendemos nada, ni pretendemos. Entiendo muy bien ciertos latrocinios que veo a mi alrededor, amparados por una Ley Electoral General de cachondeo. Ese sería uno de los puntos a solucionar, probablemente el primero de todos, para evitar esos chantajes y amenazas que nos traen de cabeza.
Una vez que nos hubiésemos quitado de en medio a esa gente que me quiere imponer como he de usar los patronímicos de mi amada lengua castellana en mi propio territorio (podríamos mandarles al Senado), hablemos de los otros puntos fundamentales. A mi modo de ver, el sistema nacional de educación, el Estado del Bienestar (del que mucha gente habla pero no sabe concretar) y la estructura económica del Estado (legislación fiscal y legislación laboral).
La educación en una nación es como el comer, y punto. No hablo de una estructura rígida e inamovible (que es lo que ahora sufrimos, entre otras), sino todo lo contrario: flexible y adaptándose lo más rápido posible a un mundo que no da tregua; potente y donde los chavales salieran con tres lecciones bien aprendidas: un nivel de conocimientos lo más extenso posible, una cultura general para formarse como personas (no es lo mismo que lo anterior) y una conciencia social y humana (no las bestezuelas despreocupadas que se promueven hoy en día).
Sobre el Estado del Bienestar, después de su propia evolución histórica (que la tiene, y tiene su sentido, buscarlo en la wiki, por ejemplo), se empezó a pensar qué aspectos que se debían garantizar a todas las personas en unos niveles aceptables, y se llegó más o menos a cierto consenso que todos nos podemos imaginar: la educación, la sanidad y la vivienda. Dejar esto en manos privadas, legitimas por otro lado y que tienen sus propios objetivos, puede suponer que un cinco o un diez por cierto de personas se mueran por falta de médicos competentes, vivan en la calle o sean unos analfabetos sin posibilidades vitales. A mí me parece que esto es más importante que un ratio de beneficios o un yate en Puerto Banús.
Lo de la estructura económica es para poder sostener lo anterior con cierta estabilidad en el tiempo, para que la iniciativa privada sepa lo que hay, poder diversificar el tejido productivo, dirigirlo hacia sectores de alta productividad, que pueda absorber la mayoría de personas dispuestas a currar y establecer una Administración Pública de verdad, no ésta de corralitos, dehesas y haciendas privadas… No voy a entrar en cómo ha de ser, porque no me considero un experto (a estos tampoco les hacen mucho caso), pero considero que al menos ha de reunir las características de sencillo, justo (por el tema tributario, sobre todo) y que se vea que es eficaz. No es admisible que en cuanto la economía tosa, toda nuestra estructura se vaya al garete tanto en tejido productivo como en peña mano sobre mano en el paro.
No he querido entrar en utopías de quitar las Comunidades Autónomas, que los políticos no roben, que los banqueros paguen la movida que han provocado, que el empresariado sea más humanitario (en general, que también les hay buenos)… Esto es lo que demanda realmente la Mayoría, al margen de ideologías es aceptable y es lo exigible, y por eso, hasta que no lo vea, seguiré propugnando que no se vote a esos vendedores de humo que nos tienen, unos más y otros menos, hasta el mismo nacimiento de las piernas.


Alberto Martínez Urueña 30-05-2011

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