viernes, 17 de junio de 2011

Rincones

La primavera se iba apoderando del Campo Grande poco a poco, con sus retoños verdes y sus cimbreantes marrones, con los andares sinuosos de las aves acuáticas y los gritos de orgullo de los pavos reales. Sentado en un banco de la plazoletilla de la Fuente de la Fama, sentía el frescor del agua cantarina golpeando en arrítmicos compases contra el fino espejo del estanque. A su alrededor, familias enteras, con sus niños, paseaban, los más pequeños corrían, gritaban, festejando la llegada del buen tiempo, el misterioso pacto de descanso del invierno, el agradecido retornar del verano, la suave caricia del aire primaveral…
Entrecruzadas las piernas, con los ojos entrecerrados, se permitió ser por un instante un mero espectador de la vida que se abría a su alrededor, que se desperezaba como un infante, estirando los brazos, y se desarrollaba imparable en un continuo devenir de introducciones, nudos y desenlaces, multitud de historias anónimas de corta duración la mayoría. Un periodo de tiempo similar a un suspiro, ingrávido, que desaparece y se mezcla entre medias del resto. La sensación de que todo funciona como una rueda perfectamente engrasada.
Se confabuló con las ondulantes hojas del árbol que le cubría para olvidarse de dónde venía y a dónde marchaba, y sólo se quedó observando a sus aliados en aquella tarea. Reposando en el aspecto más literal de la palabra, como si pudiera ir diluyéndose en el viento, entre los listones del banco, cayendo gota a gota como la cera de una vela hacia el suelo, filtrándose entre la arena, volviendo a la realidad a la que realmente pertenecemos. Sobre él, de testigo, un límpido cielo azul, como si un torrente de agua nívea se hubiese desbordado de su curso montañoso y se hubiese vertido por la cúpula celeste. Un par de ardillas corretearon por una rama, produciendo un leve quejido en la madera, en dirección a ningún lugar, o quizá a todos, en búsqueda desesperada de algo desconocido. O quizá simplemente hacia algo a lo que hincar el diente.
Con la permisividad de una conciencia perdida, el tiempo dejó de afectar con sus corsés de tedio y aburrimiento, y la expresividad luminosa de un lugar desconocido rejuveneció los avejentados bordes de una estructura humana siempre dispuesta a derrumbarse. Allí, en mitad de un pequeño cubículo de aislamiento eterno, cobraron sentido los pequeños detalles normalmente obviados o aceptados como normales y se difuminaron muchas de las cargas consideradas esenciales. Con un leve suspiro, soltó a la atmósfera toda aquella servidumbre y se quedó durante unos instantes que podrían haber sido toda una vida (posiblemente incluso lo fuera, con su nacimiento y muerte) consigo mismo, sin necesidad de otra cosa y sin la necedad de ningún planteamiento.

Os preguntaréis que a qué viene este texto tan distinto de otros. Pretendo con él hacer un inciso, un freno, una cavilación suave y distinta. Siempre intentando hablar de temas de actualidad, y más en un momento como éste, con multitud de focos en los que fijarse, acaba siendo repetitivo y a veces casi absurdo. Toda la información que queráis ya la tenemos en la prensa, que nos asalta en cada esquina del trayecto al curro, en las páginas de Internet, en telediarios… Aquél que quiera sumergirse en la amalgama de puntos de vista, opiniones, noticias más o menos sesgadas, tiene donde elegir. Puede incluso ponerse algún canal de esos que pueblan ahora la TDT que sea de su corte y que le rellenen las orejas de la basura que sea de su inclinación ideología. Uno de esos canales orgullosos de su mediatización y partidismo, asesinos del significado de la libertad de prensa en pro de una mal entendida libertad de expresión.
Hoy no quiero hacerme mala sangre. He llegado al Ministerio leyendo un libro llamado “Reacciona”, segunda parte del que escribiese Stéphane Hessel, conocido como “¡Indignaos!”, y claro, me he dado cuenta de que no tengo mucho que decir que no se haya dicho ya, así que de nuevo, como en otras ocasiones, os recomiendo que leáis, que leáis mucho, y en particular éstos que os digo.
Y mientras tanto, escribo este texto, y digo cosas de las que sí que sé. Os propongo menos basura alrededor y más descanso del verdadero. No de ese del final del día, de ese de estar hasta los mismos cojones y no querer saber nada del mundo. Un descanso de esos que sirven para además de descansar propiamente, hacernos un poco más felices. ¿Quién no se ha dado alguna vez una vuelta por algún parque, ya sea en ese Campo Grande del que hablo en mi texto, o en cualquier otro como el Retiro, o en el que os venga en gana? Uno de esos rincones donde sólo estamos, y donde somos.
Toda esta rebeldía que hoy en día está en boga y que es tan necesaria ha de canalizarse, además de la manera en la que tan bien lo están haciendo estos Indignados, de una manera más íntima y personal, para poder limpiarnos de toda la cochambre con que, durante demasiado tiempo, nos hemos dejado contaminar, hasta el punto de considerar beneficioso todo aquello que es perjudicial para el Ser, para nosotros mismos.


Alberto Martínez Urueña 17-06-2011

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