martes, 21 de junio de 2011

Manoseando

¿Os habéis parado alguna vez a mirar la cantidad de gente que tiene su columna digital en el ciberespacio? Una ingente cantidad de personas, cada una con una idea para su título, que parezca rimbombante y, ala, a escribir sus opiniones. No voy a entrar en la temática de cada uno de ellos, pues supongo que habrá de toda clase y condición. Como ya sabéis, yo soy uno de ellos, que me uní a la marea de escritores de medio pelo justo en la cresta de la ola, cuando más difícil era que alguien te leyera, y aquí sigo.
Es complicado esto de elegir la columna. Puedes moverte por las distintas páginas, diarios digitales, plataformas multimedia y demás familia, para ir seleccionando las que te puedan interesar. Según donde te metas, hallarás peña dándole estopa al Gobierno, haciéndole la cama al PP o cualquier batiburrillo de opinión sobre por qué la abuela fuma y qué tipo de planta. Además, todos tendemos a hablar sobre las noticias más candentes, como si tuviéramos una lucecita que nos hiciera comprender de una manera casi mística el meollo del asunto. Una manera mucho más acertada y didáctica que todos los demás millones de columnistas que vierten sus opiniones en la red. Con la de temática que tenemos hoy en día…
En todo caso, viene bien que haya donde elegir, para así poder darnos el plato de gusto y leernos aquellos textos que sean de nuestra cuerda. Si eres de izquierdas, te metes en Público y te lees las poesías de Sabina, o los comentarios de Iñaki Gabilondo en El País. Si eres de derechas, puedes elegir entre toda la variedad de espacios que hay conformados gracias a grupos mediáticos como MediaGroup, con su visión conservadora, o incluso la Gaceta de Intereconomía si lo que te interesa es escuchar sólo lo que quieres oír y te da igual el rigor informativo (con todo respeto a quien lo hace).
Las noticias, a fin de cuentas, acaban tan manoseadas que parecen una bandeja de pastelillos en una clase de Infantil. Hay manoseadores graciosos, otros políticamente correctos y después columnistas como Sostres, que ha conseguido crear un grupo unipersonal al que no me atrevo a definir por no gastar epítetos, pero se los merece todos. Ante tanto manoseo, a la hora de ponerte a escribir, te ves en la tesitura de la elección: te buscas un tema distinto, algo que no interese a nadie tanto por temática como por tiempo, o dejas de leer a los demás columnistas. Ésta última no merece la pena, porque hay gente por ahí que escribe muy bien, o si no, que aporta datos sumamente interesantes. Lo del tema distinto lo he utilizado varias veces, como hablar de elecciones un año antes de que ocurran, cuando la crónica política y sus contendientes se inclinan por el despelleje edulcorado y eufemístico (si mantuvieran el ritmo de insultos y descréditos de las elecciones a más de uno le acabaría afectando). Luego, puedes hacer como la semana pasada, soltar un rollo en plan naturista y contar cosas que luego a la hora de la verdad, pocos hacemos. Pero que da chulo, eso sí.
Por lo tanto, llegados a este punto, ¿de qué hablo? Siempre he deseado que mis textos los leyese mucha gente. Bueno, primero y por encima de todo, que me gustasen a mí, y si esto no se cumple, los borro; pero si puedo llegar a mucha gente, pues mejor. Si así fuera, podría lograr que ciertos grupos me escuchasen, y así al menos poder tener acceso a, si no hacerles cambiar de opinión, hacerme digno de ser portavoz de otros muchos. Podría llegar y decirle al señor Banquero, al señor Político y al señor Mano-sobre-Mano-con-más-Pasta-que-Peso (vulgo: ricacho que vive de las rentas y cuyas riquezas no revierten a la sociedad de ninguna manera) que me tienen hasta las orejas de decir que hace falta que a mí me suban la edad de jubilación, me bajen el sueldo, me recorten derechos y servicios públicos, que el paro es culpa de las indemnizaciones que hay por despido, por la falta de flexibilidad interna y por el absentismo laboral. Claro, eso me lo dice un tío que vive debajo de un puente y hasta le daría el gusto de discutir sobre ello; sin embargo, cuando el que pretende hacerlo tiene un salario anual superior a las cinco cifras (en euros), o bien lleva una empresa que desvía sus beneficios a paraísos fiscales para no pagar impuestos que reviertan en la sociedad, o bien lo que quiere es mantener un status quo basado en que su abuelo ganó pasta en el mercado negro de alimentos durante la guerra civil, pues lo único que me sale son barbaridades y algo de hiel contenida. Y desde luego, no hacerle ni caso.
Bueno, esto lo habrán dicho ya por activa y por pasiva, y de mil formas distintas en columnas de periódicos (salvo los controlados por los grupos anteriores, que me llamarían antisistema ideológico, reaccionario, o cosas parecidas), en páginas web y demás foros. Lo que demuestra una cosa y es que el pueblo llano está más o menos de acuerdo en que lo que quiere es un curro digno y que no le toquen los cojones. Una vez que todos tengamos lo básico (y en ese básico podemos incluir muchas cosas) nos podemos poner a discutir sobre el derecho a tener más pasta unos que otros y llevar un ritmo de vida superior, sobre si lo llamamos matrimonio homosexual o unión legal entre desviados sexuales, sobre si la Iglesia ha de tener o no la casillita en el modelo 100 o sobre si el único país donde los genocidios quedan impunes es España.


Alberto Martínez Urueña 21-06-2011

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