Este fin de
semana vamos a tener esas celebraciones que las carga el diablo, lo del orgullo
gay y eso… Ya sabéis: carrozas llenas de gente bailando, medio desnudos,
algunos borrachos, dando el espectáculo. Personas del mismo sexo, o del
contrario, o del que sea por lo ambiguo, dándose morreos por la calle, metiéndose
la lengua hasta la garganta e, incluso, quizá, metiéndose mano en público. Si
hubiera algo más apropiado, ahora mismo no se me ocurre.
Hay un
continuo debate sobre la procedencia o no de esta efeméride y, sobre todo,
sobre la procedencia de celebrarlo de una manera u otra. Es curioso que se
metan al debate personas a las que este tipo de cuestiones no debería irles en
nada porque, ¿qué sentido tiene que yo, que nunca he sentido la presión social
por mi orientación sexual, empiece a soltaros aquí argumentos para decir si
estoy a favor o en contra de que lo hagan? Bueno, en realidad, es lo que voy a
hacer, pero por un motivo muy sencillo: no entiendo las reticencias al
respecto. Básicamente, por una razón: a usted, señor heterosexual, católico y
conservador, ¿qué derecho se le está limitando permitiendo que los homosexuales
celebren su día del orgullo gay? De hecho, si lo comparo con otras fiestas que
usted celebra, ésta es alegre, divertida, hay música para bailar, para festejar…
Que sí, que
usted no le ve ningún sentido a eso de sentirse orgulloso, y que ya puestos, ¿por
qué no celebramos el día del heterosexual? ¿O el día de…? Pues mire, porque a
usted como heterosexual, o más bien al colectivo heterosexual al cual
pertenece, no le han perseguido por la calle para darle de hostias, ni le han
señalado y le han intentado vejar, no le han prohibido la entrada en establecimientos…
Los Gobiernos de turno no han dictado leyes en su contra, ni tampoco les han
metido en una celda por vago y maleante, ni les han acusado de ningún tipo de
delito derivado de su gusto particular por lo que sea. Tampoco han sufrido el
ataque de las religiones monoteístas, esas que se apropiaron en su día de la
bondad, la humanidad y la fraternidad, pero que sólo se la aplican a las
personas que cumplen con sus anacrónicas normas. Creo que el hecho de no sufrir
toda esa violencia es un buen motivo para celebrarlo. Usted se piensa que eso
de salir en carrozas medio desnudos, bailando música de mierda y dándose morreos
con lengua es para escandalizarle. Para tocarle los cojones en sentido figurado
–no es usted tan guapo como para que quieran tocárselos de otra manera–. Pero
lo siento por su autoestima: usted no es tan importante como para que esa gente
pierda el tiempo pensando en su malestar. Y puede acusarles de depravados, de
inmorales, de concupiscentes, de libertinos, de lo que quiera… Por suerte, los
códigos éticos y morales no son ley en este país, ni en muchos otros de
Occidente. Por desgracia, en otros lugares a los que nuestros Gobiernos no
tienen problemas en vender armas, se les mata. Y no estoy hablando de Venezuela
donde, por cierto, siempre ha sido legal, aunque no siempre socialmente
aceptada.
Lo de la
homosexualidad y la actitud que usted mantiene no es sino un vértice más de lo
que se conoce como represión en su más amplio espectro. Estos días se debate en
nuestras Cortes lo de la eutanasia, igual que en otros tiempos se debatió lo
del matrimonio homosexual y los derechos que de este se derivaban, o lo de las
adopciones por parejas homosexuales, o lo del acceso a la gestación programada
por parte de parejas de homosexuales… Lo que me parece extraordinario es que
eso se debata, ¿sabe usted? Porque hasta donde yo he leído, a usted nadie le va
a robar ningún derecho, ni le van a imponer más obligación que dejar al resto hacer
con su vida lo que le salga del haba. Vamos, que no le van a dejar tocar más
los cojones a esos seres humanos a los que considera enfermos e inferiores. Porque
bien que dieron guerra con lo del matrimonio: llegaron a decir que podría poner
en cuestión la sostenibilidad de la raza humana… Si no fuera por lo trágico de
su miseria mental, podríamos incluso hacer un chiste al respecto.
No, lo del
orgullo lo entiende usted mal. Se sienten orgullosos de ser homosexuales pero
de una forma diferente a como usted se siente orgulloso cuando pone la voz
grave para cantar los goles de su equipo. O para chillarle al árbitro y
llamarle de todo camuflado entre los cincuenta mil espectadores del estadio. O
cuando lo hace con el árbitro de los partidos de su hijo… No están hablando de
ese orgullo agresivo de quien se siente muy atestoteronado. Están hablando de
otra cosa, pero yo no le voy a decir de qué manera es. Porque no soy gay, pero
que haya gente a mí alrededor ni me pone nervioso, ni me pone garrulo.
Simplemente me parece bien que la gente que hay a mi alrededor sea como le dé
la gana, sin la necesidad de que un cuervo negro sobrevolando desde el púlpito
le condene al fuego eterno. O un ser humano al que, por supuesto, respeto,
aunque sus ideas sean anacrónicas, casposas y vetustas, y pretendan aleccionar
a quien no necesita de su tutela.
Ale, vaya
usted con su dios, y deje a cada cual con su orgullo.
Alberto Martínez Urueña
29-06-2018