viernes, 1 de junio de 2018

Eso de la moción. Parte II



            Hablaba en el texto anterior de dos cuestiones fundamentales que vertebran el discurso contrario a esta moción de censura, la gestión económica y la idea territorial, y que constituyen dos generalizadas de la sociedad española: la derecha gestiona económicamente mejor que la izquierda y la derecha defiende mejor la unidad de España. Dos creencias que son objetivamente falsas. Lo que maneja mejor es la imposición de una verdad univoca sobre España que sólo les representa a ellos mismos y que no es capaz de dar cabida a nadie que sea de color distinto. La realidad territorial es un auténtico reto que no se solucionará nunca –como todas las demás realidades humanas– con la imposición. Y que no se le ocurra a nadie decir que estoy a favor de los independentistas: creo que he defendido la verdad constitucional ese aspecto sin ningún tipo de ambages.

            Por cierto, que con el tema territorial me pasa algo parecido a lo que le pasa a Rivera: cuando salgo por la calle, cuando voy a otras ciudades, cuando viajo por mi país, sólo veo españoles. Os lo digo con todo el corazón, y os puedo asegurar que estas cosas a los rojos casi negros como a mí también nos pasa: que sentimos a nuestro país, aunque no lo hagamos igual que los conservadores. La diferencia con respecto a Rivera es que yo me permito aplicarle adjetivos calificativos al sustantivo, y así hacer frases completas, no frases para niños pequeños. Me permito hacer puntualizaciones, establecer criterios, profundizar en los argumentos; no hacer como hacen nuestros políticos –esto no es patrimonio exclusivo de Rivera– de usar lenguaje para infantes, principal característica del verdadero y auténtico populismo.

            Discutir la legitimidad de Pedro Sánchez para ser presidente del Gobierno es discutir la legitimidad de los artículos 101 y 113 de la Constitución. Es cuestionar la legitimidad de la verdad constitucional, algo como pretender hacer un referéndum únicamente en una zona del Estado español, por ejemplo, Cataluña. Cuando el PP llama al cumplimiento de las leyes, de la Constitución y de todo lo que ésta supone, y los partidos van detrás de él de manera leal, todo el mundo está contento. Sin embargo, cuando las leyes se les aplican a ellos, bien sea a través de sentencias judiciales de las que es imposible escaparse de su responsabilidad política, bien sea a través de trámites constitucionalmente previstos, nos encontramos con disparos en las ruedas. Oír a Rafael Hernando, o a cualquier otro dirigente del partido, criticar la utilización de un mecanismo constitucional, me recuerda al señor Puigdemont, o a cualquiera de sus adláteres, criticando la aplicación del artículo 155 que les largó de una patada de la dirección de la Generalidad de Cataluña. Algo con lo que todos estábamos de acuerdo menos ellos. Confirmando, por cierto, una cosa que llevo defendiendo yo desde hace tiempo: el problema que hay en España, en muchos casos, es el escaso respeto que los partidos políticos tienen por los mecanismos legales de que disponemos. Solamente les loan cuando sirven a sus intereses y pueden usarlos como bandera, pero cuando esa bandera la ondean otros, escupen sin ningún problema en las mismas leyes que luego ellos exigieron cumplimiento.

            Lo he dicho más veces, y lo seguiré repitiendo, esta vez a modo de corolario. Con respecto al PP tengo evidentes diferencias ideológicas, diferencias que debato encantado con cualquiera de los amigos o familiares que tengo con esa misma ideología, siempre que se haga desde el respeto y no se nos vaya a ninguno de las manos, en cuyo caso es mejor irnos de cañas. Creo que el PP representa a muchos ciudadanos, muchos de ellos amigos míos, y todos ellos necesito encontrar puntos en común para poder construir una España en la que quepamos todos. Pero lo que no puedo tolerar bajo ningún concepto son partidos constituidos como sistemas institucionalizados para llevarse dinero público. Y aunque sus dirigentes no hayan sido condenados directamente por corrupción porque no se haya podido probar delito, lo que sí que queda constatado sin ningún género de dudas es que convivieron con personajes enlodados en la corrupción en el despacho de al lado durante años y que, incluso, promocionaron en sus cargos, como en el caso de Bárcenas.

            Tengo multitud de argumentos para defender que Mariano Rajoy se tenía que ir sí o sí con la sentencia. Considero que debería haberse ido mucho antes, pero el clamor de las cámaras, donde, como dicen ellos, reside la soberanía popular, le echa hoy. Y eso es, por mucho que retorzamos los argumentos, la voluntad del pueblo español. Lo he defendido cuando el PP ganaba elecciones y lo defiendo cuando utiliza un artículo de la Constitución y lo aplica en sus estrictos términos. En democracia, las cosas son así cuando luchamos contra rebeliones y secesiones, y también cuando luchamos contra la corrupción desde el punto de vista de la responsabilidad política.

 

Alberto Martínez Urueña 1-06-2018

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