viernes, 15 de junio de 2018

Más allá de un caso concreto


            Escribir sobre inmigración es muy complicado. La absurda realidad que nos rodea clasifica burdamente a las personas en grupos que, en demasiadas ocasiones, simplifican en demasía esa misma realidad a la que tratamos de poner orden. Hace unos días hablaba con un buen amigo sobre otro tema distinto, pero que me sirve para introducir este tema: él, insensato, me preguntaba si me fío de los políticos a lo que yo respondí, sorprendentemente para mí, que sí. Me fío de los políticos del mismo modo que me fio de los curas, porque no creo que la mayoría sean unos pederastas ni tampoco que pretendan arruinarle la vida a los pecadores; me fio de los funcionarios porque la mayoría hacen su jornada laboral cumpliendo a rajatabla con las obligaciones que les imponen sus jefes; confío en los empresarios y no me creo que sean todos unos esclavistas que no tengan en consideración a sus trabajadores. En fin, me fio de que la gente no avanza por la tierra como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, trayendo voluntariamente la desgracia a sus vecinos. Y no veo tanto problema como lo ven otros en que cada cual mire por sus intereses, porque con esta afirmación ocurre como con lo de que todos los políticos son iguales: necesita demasiadas matizaciones como para aceptarla como premisa absoluta. Confío en que la gente intenta hacerlo lo mejor que puede en base a unas ideas que pueden gustarme más o menos, pero que son las suyas y que le llevan a intentar conseguir unos objetivos que considera los mejores. Sólo valora lo que le gustaría que fuese esta realidad, mira a ver qué se puede conseguir de todo ello, y por último propone. Somos todos muy parecidos.

            Dicho esto, podemos entrar a valorar cuáles son las ideas que nos convencen más o que nos convencen menos. Cuando hablamos de inmigración no nos enfrentamos entre bobos que nos olvidamos de los riesgos de la inmigración y desalmados que miran con indiferencia a la tumba más grande de nuestro entorno: el Mar Mediterráneo. No creo que mis amigos de derechas ignoren el sufrimiento ajeno o que, incluso, disfruten viendo a esa gente corriendo frente a las alambradas de las fronteras con sus hijos en brazos. Del mismo modo, espero que ellos no crean que estoy a favor de una inmigración descontrolada en donde cualquier delincuente pueda pasar las fronteras sin la mejor vigilancia por parte de las autoridades en las que hemos delegado la tarea de protegernos. Pero sí que es cierto que hay diferencias de visión, y esto no deja de estar repleto de connotaciones: las que nos diferencian a unos u otros, pero todos como personas.

            Donde una persona contraria a una política de inmigración que acoja a las personas venidas de otras tierras ve riesgos y peligros, yo veo nuevas oportunidades para España con los mismos riesgos que ahora tenemos. La delincuencia ya estaba en este país antes de venir ellos: ya tenemos asesinatos, tenemos robos, tenemos violaciones… Acepto que la inclusión de capas sociales marginales trae problemas ya que estas capas sociales marginales aglutinan mayores índices de delincuencia, pero esto no es menos cierto que incluir nuevas personas con ánimo emprendedor, de consumo y con índices de natalidad muy superiores a los nuestros, nos puede solucionar de un plumazo muchos de los problemas que hoy en día sufrimos. Por supuesto, con una inmigración bien organizada y con unos mecanismos de inclusión adecuados. ¿Eso supone un coste inasumible? Habría que analizarlo, pero las bondades de una migración ordenada son ampliamente aceptadas por la mayoría de los expertos económicos.

            No digo con esto que haya que retirar los esfuerzos de control en las fronteras, pero no podemos cerrarlas e ignorar lo que ocurre fuera entre otras cosas porque, del mismo modo que aceptar que una inmigración descontrolada sería imposible de gestionar, frenar la avalancha que nos llega de otros países es igual de irrealizable. Hablo de organizar mejor el sistema completo, pero además, darle una perspectiva diferente. Abordar los problemas. Porque pretender actuar de acuerdo al refrán “muerto el perro se acabó la rabia” es una ceguera semejante a dejar descontroladas las fronteras.

            Al margen de una consideración fundamental: ¿qué proponen los que no quieren inmigrantes en sus países? Qué proponen en última instancia, me refiero, no vale lo de poner una valla de doce metros electrificada y con concertinas, amén de un foso repleto de cocodrilos a sus pies. ¿Qué hacemos con las víctimas de las hambrunas? ¿Con los niños soldado? ¿Con las niñas vendidas como esclavas sexuales? Para entendernos, el planteamiento es muy sencillo: ¿qué hacemos con las personas que vivían una vida pacífica y tranquila como tú y como yo en Somalia, Chad, Sudán, Nigeria, Argelia, Sudán del Sur, Libia, Camerún, República Centroafricana, Burundi, Yemen, Afganistán, República Democrática del Congo, Tailandia o, por supuesto, Siria? Personas que no eran de ningún bando y a las que, si se quedan en su país, sólo les queda morirse. A ellos y a sus hijos. Por supuesto, podemos intentar por todos los medios que no vengan hasta nuestros países cerrándolos a cal y canto y preocupándonos por ellos únicamente cuando comerciemos con gas, con petróleo y con armas. Pero, sinceramente, no creo que seamos ese tipo de personas.

 

Alberto Martínez Urueña 15-06-2018

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