viernes, 29 de junio de 2018

Orgullos de distintos tipos


            Este fin de semana vamos a tener esas celebraciones que las carga el diablo, lo del orgullo gay y eso… Ya sabéis: carrozas llenas de gente bailando, medio desnudos, algunos borrachos, dando el espectáculo. Personas del mismo sexo, o del contrario, o del que sea por lo ambiguo, dándose morreos por la calle, metiéndose la lengua hasta la garganta e, incluso, quizá, metiéndose mano en público. Si hubiera algo más apropiado, ahora mismo no se me ocurre.

            Hay un continuo debate sobre la procedencia o no de esta efeméride y, sobre todo, sobre la procedencia de celebrarlo de una manera u otra. Es curioso que se metan al debate personas a las que este tipo de cuestiones no debería irles en nada porque, ¿qué sentido tiene que yo, que nunca he sentido la presión social por mi orientación sexual, empiece a soltaros aquí argumentos para decir si estoy a favor o en contra de que lo hagan? Bueno, en realidad, es lo que voy a hacer, pero por un motivo muy sencillo: no entiendo las reticencias al respecto. Básicamente, por una razón: a usted, señor heterosexual, católico y conservador, ¿qué derecho se le está limitando permitiendo que los homosexuales celebren su día del orgullo gay? De hecho, si lo comparo con otras fiestas que usted celebra, ésta es alegre, divertida, hay música para bailar, para festejar…

            Que sí, que usted no le ve ningún sentido a eso de sentirse orgulloso, y que ya puestos, ¿por qué no celebramos el día del heterosexual? ¿O el día de…? Pues mire, porque a usted como heterosexual, o más bien al colectivo heterosexual al cual pertenece, no le han perseguido por la calle para darle de hostias, ni le han señalado y le han intentado vejar, no le han prohibido la entrada en establecimientos… Los Gobiernos de turno no han dictado leyes en su contra, ni tampoco les han metido en una celda por vago y maleante, ni les han acusado de ningún tipo de delito derivado de su gusto particular por lo que sea. Tampoco han sufrido el ataque de las religiones monoteístas, esas que se apropiaron en su día de la bondad, la humanidad y la fraternidad, pero que sólo se la aplican a las personas que cumplen con sus anacrónicas normas. Creo que el hecho de no sufrir toda esa violencia es un buen motivo para celebrarlo. Usted se piensa que eso de salir en carrozas medio desnudos, bailando música de mierda y dándose morreos con lengua es para escandalizarle. Para tocarle los cojones en sentido figurado –no es usted tan guapo como para que quieran tocárselos de otra manera–. Pero lo siento por su autoestima: usted no es tan importante como para que esa gente pierda el tiempo pensando en su malestar. Y puede acusarles de depravados, de inmorales, de concupiscentes, de libertinos, de lo que quiera… Por suerte, los códigos éticos y morales no son ley en este país, ni en muchos otros de Occidente. Por desgracia, en otros lugares a los que nuestros Gobiernos no tienen problemas en vender armas, se les mata. Y no estoy hablando de Venezuela donde, por cierto, siempre ha sido legal, aunque no siempre socialmente aceptada.

            Lo de la homosexualidad y la actitud que usted mantiene no es sino un vértice más de lo que se conoce como represión en su más amplio espectro. Estos días se debate en nuestras Cortes lo de la eutanasia, igual que en otros tiempos se debatió lo del matrimonio homosexual y los derechos que de este se derivaban, o lo de las adopciones por parejas homosexuales, o lo del acceso a la gestación programada por parte de parejas de homosexuales… Lo que me parece extraordinario es que eso se debata, ¿sabe usted? Porque hasta donde yo he leído, a usted nadie le va a robar ningún derecho, ni le van a imponer más obligación que dejar al resto hacer con su vida lo que le salga del haba. Vamos, que no le van a dejar tocar más los cojones a esos seres humanos a los que considera enfermos e inferiores. Porque bien que dieron guerra con lo del matrimonio: llegaron a decir que podría poner en cuestión la sostenibilidad de la raza humana… Si no fuera por lo trágico de su miseria mental, podríamos incluso hacer un chiste al respecto.

            No, lo del orgullo lo entiende usted mal. Se sienten orgullosos de ser homosexuales pero de una forma diferente a como usted se siente orgulloso cuando pone la voz grave para cantar los goles de su equipo. O para chillarle al árbitro y llamarle de todo camuflado entre los cincuenta mil espectadores del estadio. O cuando lo hace con el árbitro de los partidos de su hijo… No están hablando de ese orgullo agresivo de quien se siente muy atestoteronado. Están hablando de otra cosa, pero yo no le voy a decir de qué manera es. Porque no soy gay, pero que haya gente a mí alrededor ni me pone nervioso, ni me pone garrulo. Simplemente me parece bien que la gente que hay a mi alrededor sea como le dé la gana, sin la necesidad de que un cuervo negro sobrevolando desde el púlpito le condene al fuego eterno. O un ser humano al que, por supuesto, respeto, aunque sus ideas sean anacrónicas, casposas y vetustas, y pretendan aleccionar a quien no necesita de su tutela.

            Ale, vaya usted con su dios, y deje a cada cual con su orgullo.

 

Alberto Martínez Urueña 29-06-2018

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