El concepto
de libertad es uno de esos bonitos palabros que la gente se lleva a la boca con
demasiada frecuencia, pensando que tienen muy clarito lo que quieren decir.
Cuando digo gente, estoy hablando de ti, querido lector, pero también de mí, que
te escribo con toda la libertad conceptual de la que soy capaz. Para esta condición
del individuo hay tantas posibles perspectivas como escuelas de pensamiento ha
habido en la corta historia de nuestra humanidad, y posiblemente, haya otras muchas
variantes que no han conseguido alcanzar la fama.
¿Qué es la
libertad? ¿Un statu quo en donde el individuo puede decir de manera
absolutamente libre qué es lo que quiere hacer? Desde el primer momento os diré
que eso es algo tan imposible como la reencarnación hindú: puede que exista,
pero no hay pruebas fehacientes de ello. No hay hechos contrastados que demuestren
su veracidad, y la creencia de millones no legitima nada de nada. Podemos partir,
por tanto, de que somos seres condicionados. Y sólo están los condicionantes
que conocemos, sino que en realidad, los relevantes son los otros. Recientes
estudios empíricamente demostrables indican que los estímulos que recibimos por
segundo rondan los varios millones. No es coña, y no es una errata. Millones
por segundos. De todos ellos, nuestra parte consciente sólo aglutina unos
pocos. ¿Qué pasa con el resto? El resto se acumulan en nuestro inconsciente,
subconsciente, o como queráis llamarlos. Esto, lo siento por quien no quiera
aceptarlo, o por quien sufra por ello, nos convierte cada vez más y con mayor
certeza en auténticas hojas movidas por el viento.
La libertad
absoluta en el sentido más propio de la frase es ridícula para el común de los
mortales. Sin embargo, nos vemos abocados a analizar qué concepto aplicamos a
las relaciones sociales, y así articular conceptos tales como la dignidad
humana y su derecho a guiar su propia existencia de acuerdo a sus decisiones.
Hasta qué punto hay que respetar esa libertad a tomar las propias decisiones y
dónde entra en funcionamiento el consenso social que permite limitarlas. Aquí
es donde hemos de encontrar puntos de encuentro. Hay otras nociones de
libertad, más personales y que atañen a la libertad interior de cada uno de nosotros, libertades que se consiguen a
través del profundo trabajo personal que realice la persona, pero eso es
material para otro texto.
Hasta dónde
llegar y hasta dónde no, pero también en qué materias. En la misma legislatura,
la pasada, Mariano amplió las libertades de los empresarios para despedir a
diestro y siniestro en aras de fomentar la flexibilidad del mercado de trabajo,
pero pretendió prohibir la libertad de las mujeres para decidir sobre el
aborto, prohibió las concentraciones delante de las Cortes Generales, los
escraches… Algunas religiones argumentan que el ser humano únicamente es libre
cuando sigue la doctrina marcada por sus líderes, y que fuera de ella, el hombre
es un esclavo sin dirección, sujeto a los condicionantes de la carne y el
pecado. Otras ideologías optan por la libertad absoluta del individuo y creen
en la desregulación absoluta de los lugares de relación, como puedan ser los
mercados. Cuestiones tales como que la libertad de uno llega hasta donde acaba
la del otro no les afecta lo más mínimo en una aplicación literal de la
selección natural del más fuerte –y la defenestración de los débiles, aunque
eso lo obvian–. Quiero decir que todo lo relacionado con la libertad está
repleta de matices.
Es necesario
entrar a analizar matices –que es donde está el diablo aunque nuestros
políticos se olviden del detalle– sobre la mayor o menor libertad según el caso
del que estemos hablando. Sin embargo, hay principios que se entienden por encima
del resto, como es el derecho a la vida, a la dignidad, a la libertad personal,
a la justicia objetiva… Precisamente, también por eso, hay regímenes políticos
que, per se, son despreciables y no
deberían ser tenidos en cuenta como posibilidades. Dentro de ellos, se
encuentran, por supuesto y por encima de todos, las dictaduras. Las dictaduras
no son derechas o de izquierdas por mucho que haya mucho mentecato cogiéndosela
con papel de fumar, catalogándolas en un sentido o en otro. Esto no es así
desde el momento en que cualquier desarrollo dialéctico que las defienda,
antepone ideas a personas, y eso es un disparate. Por eso, no hay diferencias
entre, Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, los Kim, Pol Pot, o cualquiera de los
nombres que aparecen en la Wikipedia dentro de la categoría dictadores,
incluido nuestro nefasto Franco.
Independientemente
de la ideología que utilizasen y mancillasen para llegar al poder, y también
con independencia de los motivos de las guerras que protagonizaron, ninguno de
ellos es un gran hombre. Fidel murió en la cama, como lo hizo Paco –esa desgracia
tuvimos, y esa desgracia tienen ellos–, y al margen de que ambos dijeran que
todas sus barbaridades fueron por el pueblo, y a pesar de que la diosa Fortuna
les otorgase algún acierto, lo importante es que fueron dictadores que se
pasaron por la piedra a millones de seres humanos sin que se les torciese el
gesto. Y eso es injustificable, por mucho amor a la patria que le tengas.
Alberto Martínez Urueña
28-11-2016