miércoles, 23 de noviembre de 2016

Las pensiones en 2016


  

            Uno de los principales males endémicos, sino el principal, de nuestra política ibérica es la visión cortoplacista de nuestros representantes. Al margen de que las grandes promesas electorales siempre se quedan en agua de borrajas, el panorama que contemplan desde sus escaños y desde sus ministerios únicamente alcanza a cuatro años vista. Las grandes obras que inicie un ejecutivo serán inauguradas por otro, es cierto, pero aun así se hacen algunas porque no queda más remedio que construir carreteras; sin embargo, son mucho más olvidadas las medidas que no son mediáticas porque no sirven para ganar votos. Así, año tras año y legislatura tras legislatura, España sigue sin una verdadera reforma de la administración pública, sin una consolidación y estructuración sensata del sistema territorial, sin un sistema de corresponsabilidad en la financiación administrativa, sin una planificación hidrológica coherente… Ni qué hablar de la Educación, los problemas derivados de una Sanidad departamentalizada por territorios o los controles de gasto público llevados a cabo por tantas intervenciones nacionales, autonómicas y locales como organismos de ese tipo existan dentro del Estado. Organismos, por cierto, que distan mucho de la idea de independencia que muchos tendréis, amén de no tener nada que ver con el concepto de independencia que tienen en los países de nuestro entorno. Y no hablo de África.

            De los problemas con respecto a la necesidad de incrementar el control que se hace sobre los usos del dinero público –de lo que entiendo un poco– hablaré en otro momento. Hoy quería comentaros, sin embargo, que después de varios años de dejación y olvido, se ha vuelto a reunir aquello que se llamó Pacto de Toledo. Lo de las pensiones. Ese aspecto de la economía que tanto nos afecta y que sería el epítome perfecto de lo que os contaba el párrafo anterior. A las pensiones les afecta todo lo que le puede afectar a una de las vertientes del gasto en este país: sector predominantemente dominado por el votante de derechas, temática complicada cuyos aspectos importantes no son mediáticos –y cuando lo son, es para echarse a temblar, como lo del fin de la hucha de las pensiones– y cuyos factores determinantes afectan a políticas poco conocidas –políticas activas y pasivas de empleo– o a políticas a muy largo plazo de las que son condenadas reiteradamente al olvido por la visión cortoplacista, cicatera y cobarde de todos los Ejecutivos que han sido en nuestra piel de toro. Políticas a muy largo plazo como son, de las mencionadas anteriormente, la Educación, la Sanidad –conviene prevenir antes que curar–; pero también, otras muchas.

            En España maltratamos como nadie el sector de la I+D+i. Somos un país capaz de retroceder quince años en esa materia sin torcer gesto, sin entender la relevancia que tiene para nuestro sector productivo. Otro de los sectores a los que ni miramos, precisamente, es a nuestro sector productivo, poco diversificado y dominado por la cultura empresarial de la horariocracia –esto no es mío, pero me hace gracia– y el caciquismo que arrastramos desde tiempos del Quijote. Dominados como estamos por ese concepto, cualquier política que se pretenda hacer respecto a la cuestión demográfica es papel mojado. Una sociedad en la que una mínima estabilidad económica se consigue a partir de los treinta y cinco tacos –el que lo consigue– y con una tasa de paro cuya única defensa que admite es la del fraude laboral que enarbolan los cínicos, implica que nadie se plantea tener más de uno o dos hijos, a lo sumo.

            Nada de lo que digo, ojo, es exclusiva cosecha propia, como ya imaginareis. Nada nuevo bajo el sol. Pero la mayoría de los artículos que leo sobre la materia inciden en dos aspectos: la financiación actual, en la que se argumenta que de alguna manera habrá que pagarlo, y la visión a largo plazo. La visión a largo plazo, que es la que me interesa en este momento, aglutina el consenso de que hay que profundizar en una serie de reformas que nos lleven hacia delante, y desde luego, este hacia delante no pasa por la devaluación de salarios que se ha llevado a cabo en nuestro país. Hay un consenso generalizado, dicho con mayores o menores palabras, de que estas cuestiones son trabajo directo de nuestros representantes políticos. De la valentía que tengan a la hora de afrontar estos problemas, de la responsabilidad con la que los afronten y de la seriedad, más allá de sus visiones cortoplacistas, con la que los traten. Hay análisis comparados con otros países, como el alemán, el francés, el austriaco… También con países que quizá se nos parezcan menos, como en canadiense, y en todos los casos llegan a acuerdos, modelos y consensos que son más o menos satisfactorios. Es decir, que si se quiere, se puede.

            En resumen, el problema de las pensiones, más allá de la cuestión económica, en la que habrá mucho que pulir y pensar, es de índole política. Pero no sólo por las decisiones que se han de tomar, sino por la altura de nuestros líderes. Y más allá de que Mariano tiene pinta de ser alto, los últimos acontecimientos vividos en la corrala de la Carrera de San Jerónimo, no alientan precisamente la esperanza del que os escribe. Más bien, veo un futuro muy oscuro en el que seguiremos comprobando como los salteadores de caminos de los siglos precedentes aprendieron que los mejores lugares en donde trincar y sacar provecho estaban forrados de mármol, tapices y alfombras.

 

Alberto Martínez Urueña 23-11-2016

 

 


 

 

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