Se ha hecho así
de toda la vida. Una frase como otra cualquiera, no exenta de razones. No en
vano, sabe más el diablo por viejo que por diablo, dicen. Y probablemente
tengan razón. La difusión del saber como algo estructurado y sistematizado fue
uno de los maulas de la clase de nuestra Historia, que cuando pasaban lista,
había hecho pellas. Se escondía en monasterios, y en las bibliotecas privadas
de algunos nobles y coleccionistas. El saber era para unos pocos privilegiados,
como la misa era el latín con el artista dándole la espalda al respetable. Todo
un concierto. Se ha hecho así de toda la vida, y gracias a eso, muchos pudieron
salir adelante. Pensad por un momento en una madre primeriza en el Medievo.
Allí no había matronas ni ginecólogos, ni libros de “Cómo ser la mamá del mes”.
No había manual de instrucciones para los trapos que hacían de pañales, ni la
forma de curar las dermatitis de los bebes recién nacidos. Por no haber, o no
saber, no existía ni la palabra dermatitis. Allí lo que había era una madre o
una suegra que había pasado por la movida seis o siete veces, con una tasa de
éxito del cincuenta por ciento de media.
Como con eso,
pasaba lo mismo con la agricultura, con la pesca, con la orfebrería o con
cualquier otro tipo de conocimiento. Se ha hecho así de toda la vida, y gracias
a eso, la sociedad pudo ir prosperando cuando la dejaban, entre crisis
alimentarias, crisis pandémicas y crisis bélicas. Después de todas las
barbaridades que nos han pasado, o que hemos provocado, parece mentira que el
ser humano haya llegado a la luna, pero ahí ondea más de un trapo con colores
vistosos. Visto a cada instante, la vida podría parecer terrible, pero era
mejor de lo que fue para sus antecesores, y sería peor que para los hombres del
mañana. En eso baso mi esperanza, en estos días oscuros en que las noticias que
nos arrojan como piedras desde los medios de comunicación, aderezada con música
apocalíptica y la voz grave del locutor, están encaminadas, más que a informar,
a acojonarnos vivos a todos los bichos pensantes que campamos por La Tierra. La
estrategia del miedo, dicen algunos, aunque no hay nada nuevo bajo el sol. Eso
también es de toda la vida.
La
experiencia me ha demostrado que un consejo de una persona experimentada –iba a
poner persona mayor, pero les hay envilecidos que sólo aportan cápsulas de
rencor mal digerido– es de lo más valioso del mundo. Pero sobre todo, me ha
demostrado que un buen maestro es el que te da los mapas y la brújula para que
tú puedas encontrar tu propio destino. Fuera de estas disquisiciones, como con
todo, hay que valorarlo en su justa medida. Excesivo apego por cómo se han
hecho siempre las cosas impediría encontrar otros modos más satisfactorios de
hacer lo mismo: el progreso no es ni bueno ni malo, depende del uso. Además,
hay un axioma inevitable, por mucho que a todos nosotros nos cueste aceptarlo: la
realidad es puro cambio, desde lo más prosaico a lo más relevante, y esto no
tiene por qué ser malo. Por ejemplo, hoy en día las enfermedades de los niños
las resuelven los pediatras. Y para los que duden de su efectividad, les
recomiendo un repaso a los datos sobre mortalidad infantil. Algo habrán hecho los
investigadores y los médicos. Hoy en día las grandes obras de infraestructuras
te permiten llegar a Santander en dos horas. Imaginaos hace tres siglos. El
Canal de Castilla, una de las grandes obras de la historia de ingeniería hidráulica,
tardó en construirse casi un siglo. Hoy en día, la presa de las tres gargantas
se construyó en doce años. Es indudable que somos enanos a lomos de gigantes,
pero las técnicas se han ido perfeccionando y los avances tecnológicos son
irrefutables. Y sus ventajas. Por otro lado, es evidente que no todo va a
parecernos positivo. A mí, hablar de chatear me da pena, porque en tiempos de
mi abuelo era salir de casa y departir con los vecinos en el bar de la esquina.
Hoy en día, va de Whatsapp y otras redes sociales, pero es que hemos hecho un
mundo en donde los amigos del colegio están al otro lado de la ciudad. Lo hemos
hecho todos, pero sobre todo los adultos; los niños hacen lo que pueden.
Volviendo al
tema, defender a ultranza que las cosas se han hecho así, de toda la vida, nos
puede llevar a otros contrasentidos en cuestiones de “ingeniería social”. De
haberse mantenido esa máxima, hoy en día las mujeres estarían mejor en la
cocina y serían tuteladas por unos maridos que tendrían derecho a corregir sus
malos hábitos. La educación de los hijos, como siempre, se realizaría aplicando
mano dura, la letra con sangre entra, y si la niña se quedaba embarazada fuera
del matrimonio, la familia podía y debía repudiarla. Por eso, cuando se
defienden tradiciones, formas de hacer las cosas, y otros argumentos maximalistas,
hay que tener cuidado, no se te abra el suelo que pisas. Creo que el progreso
no es ni bueno ni malo: sólo es una manifestación más del cambio, y sólo
nuestro apego, nuestra resistencia a ese proceso inevitable, puede convertirlo
en algo perjudicial. Como decía el refranero, agua estancada…
Alberto Martínez Urueña
8-11-2016
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