Pues no sé si
os habéis enterado. Ha salido en las noticias, incluso. Lo digo porque algunas
veces estas reseñas pasan desapercibidas, no te enteras si no tienes puesta la
alarma. Será por eso por lo que yo he oído algo, porque a la hora de la verdad,
no me gusta el humo. Pero es cierto, ha sucedido. Ha habido elecciones en
Cataluña, las terceras en cinco años, para elegir a los procuradores del
Parlamento catalán. Nada de Parlament, señor Arturo, y por tercera vez le ha
salido el tiro por la culata. A ver si de ésta, el resto de políticos que le
doran la píldora le mandan a tomar baños de barro, y comienzan a hablar de lo
que importa.
En Cataluña
hay un gran sentimiento de identidad particular, y eso está perfectamente claro,
no hace falta que sigan insistiendo. Pero da la casualidad, por lo que dicen
las urnas hoy en día –si admitimos barco, y que esto era para elegir una cosa
que no era lo que realmente se elegía– que la mayoría de catalanes no considera
esto incompatible con ser parte de algo más grande e inclusivo como es la noción
de España. El problema parte, y esto no lo digo solamente yo, de la necesidad
de que tienen algunos de clasificar y subrogar unos sentimientos a otros, o
incluso de que sean unos contrarios a los siguientes. Para un orgulloso
nacionalista español como nuestro presidente y otros muchos que le siguen, ante
todo y por encima de todo ha de estar el sentimiento español, y después, a
muchas leguas de distancia, lo del catalanismo, que no deja de ser, según
ellos, el intento pobre de sobresalir por encima del resto sin méritos
aparentes. No es admisible que puedan estar al mismo nivel.
“¿A quién
quieres más, a papá o a mamá?”, “¡Estás conmigo o contra mí!”, “Barsa o Madrid”.
Ésta es la visión paradigmática, extremista y sectaria, sin matices, que ve
esta gente. Los políticos, digo, y aquéllos a los que les gusta hacer mucho
ruido con este tema. Es decir, a su séquito. Yo, personalmente, veo a dos figurantes
con ínfulas de señor feudal, rodeados por sus consejeros-sanguijuelas,
queriendo quedarse con su cortijo, y mandando a sus huestes de borregos
adocenados a luchar una guerra que ellos mismos serían incapaces de evitar,
encerrados en sus caprichos excluyentes del resto. Esto es una lucha más por
territorios, de las de la Edad Media, con la caballería y la infantería pegando
mandobles, y con los pobres analfabetos armados con orcas y azadas gritando por
la gloria de dios y de su señor. Una estupidez más.
Yo no tengo
problemas con el sentimiento de saber que soy español. El problema es que si
digo esto, se me presupone unas ideas que nada tienen que ver con lo que siento.
Yo no creo en el sistema de partidos que hay establecido, ni en la farsa
burlesca que es ese Estado de Derecho que han montado con el contubernio de
todos los corruptos que campan por estas tierras. No creo en ese rey Borbón que
nos ha tocado porque no ha hecho nada por nosotros, y sus antepasados nos
dieron bien por el ojete, sobre todo el Fernando VII, que se encargó de
amaestrar a los liberales del siglo diecinueve. No creo que haya que defender
la fe única que se supone que hay que defender si eres español, y no creo en el
poder centralizado desde Madrid. Así que, cuando veo una bandera que defiende
estas ideas, me cuesta mucho soltar una lágrima de orgullo patrio. Porque hay
mucho bocazas que la ha llenado de conceptos sectarios que nada tienen que ver
con haber nacido en España. También me siento, al mismo nivel, castellano, y
creo que Valladolid es una ciudad estupenda.
Por eso,
cuando veo a un catalán defendiendo su sentir, y al otro lado a gente que les
quiere imponer el suyo, por encima, por el artículo primero, me acuerdo de que
yo no voy obligado ni al cielo. Ya, cuando un señor como Morenés habla de las Fuerzas
Armadas, y el otro del corralito, y el de más allá echa de menos a Franco, entiendo
que a esta gente lo de España les quede bastante lejos. A mí también me pasa. Como
cuando me hablan del Borbón, majete, eso sí, pero que no creo que nos haya
venido bien a nuestra historia. Ni a nuestros bolsillos –¡bendita mordaza, que
me impide pecar!–.
Claro que el
señor Mas y su dialéctica también me deja frío... Eso de la nación catalana,
por mucho que se empeñen, sólo queda bien en poesía. Si hablamos de Historia,
el problema fue que al verdadero rey, el aragonés, se le subieron a las barbas los
mercaderes de un condado del Mediterráneo. Querer emanciparse de España, como
ya he dicho, es una cuestión que más bien nos habla de las ganas de un pequeño
burgués queriendo quedarse con un terruño en donde hacer y deshacer a su
antojo. Y si los que viven en el terruño le quieren hacer el juego, ese
problema que tienen.
Y ya, desde
un punto de vista más pragmático, todavía hay quien no se ha enterado de que
las fronteras no existen, que sólo son un invento más de unos señores
nostálgicos de otros tiempos. O quizá una manera de dividir y gestionar, pero
cuando hablamos de lo importante, del comer y de la tranquilidad familiar, el
capital hace tiempo que desmontó esa entelequia. No os extrañe esto que digo:
puede haber Cataluña independiente o no, Marianos gloriosos o Mases cabezones,
pero el señor Ortega, la señora Botín o las Koplowitz, verbigracia, – junto con
todos sus adláteres, los políticos corruptos– van a seguir emigrando sus capitales
sin perder un minuto de sueño, ni trabas que les pongan, allí donde menos
tributen, o al Paraíso Fiscal que se les ponga. Estos sí que tienen
meridianamente clara su bandera.
Alberto Martínez Urueña
28-09-2015