miércoles, 9 de septiembre de 2015

Meridianamente claro


            Hay una cuestión de la que llevo tiempo queriendo hablar y todavía no sé muy bien cómo hacerlo. Aquí hay opiniones encontradas, pero las más de las veces suelen tener que ver más con preferencias que con alguna opinión de argumento sesudo y estudio previo. Me refiero al meridiano horario con que nos regimos en nuestra España.

            Como muchos sabréis, durante la segunda guerra mundial, a cierto personajillo se le ocurrió modificar la hora nacional para que en lugar de coincidir con la de Inglaterra, que es la que nos correspondería de acuerdo a los parámetros solares, casara con la que tenían en Alemania. No voy a entrar en los motivos porque son tan evidentes que si los explicara os trataría de imbéciles, pero, a sabiendas de que puedo equivocarme, debemos de ser de las pocas regiones horarias con esa peculiaridad tan marcada, sobre todo en nuestras latitudes. No es sólo que el meridiano de Greenwich que nos corresponde pase por Castellón, es que la inmensa mayoría del territorio está hacia el Oeste, haciendo que esto se agrave según nos movemos hacia el Atlántico.

            Sé cuales son los razonamientos a favor de este horario. Yo mismo les he defendido durante mucho tiempo y todos tienen que ver con el tiempo de ocio al aire libre. Y no voy a decir que no sean aceptables, sobre todo en este país en donde los horarios laborales hace tiempo que dejaron de ser lógicos. Muchos salís de trabajar más allá de las seis de la tarde, algunos incluso después de las ocho, y reclamáis un espacio temporal para poder disfrutar de la luz del sol una vez que os permiten escapar de la cueva. Sobre todo en verano, con el buen tiempo, y así poder encontrar alguna forma socialmente aceptable de despresurizar la tensión que hoy en día generan los trabajos. Muchas de esas jornadas de ocio que obligadamente comienzan más allá de las siete de la tarde terminan bien entradas las nueve y media o las diez, hora en que se abalanza nuevamente sobre el estado de ánimo la plomiza perspectiva de tener que volver a levantarse al día siguiente a las seis y media de la mañana para sufrir una nueva y draconiana jornada laboral repleta de presiones y de veladas amenazas a cara de perro. La gente necesita de ese tiempo de ocio, eso es indudable. Y cada vez más.

            Sin embargo, de todo esto, no sólo de la cuestión del meridiano, se devienen serios problemas sobre lo más importante que debemos salvaguardar: nuestra salud. En el tema laboral no voy a extenderme porque hay cosas que son evidentes: somos esclavos de los ritmos de la economía actual, tanto por el lado del consumo, como consumidores que somos, como por el lado de la producción, como piezas prescindibles de un engranaje que lo devora todo y a todos. La sacrosanta economía que nos trae los beneficios de la tecnología –indudables, como pueda ser una vivienda con calefacción– también nos cobra sus facturas, y la salud no está exenta de este precio.

            Sin embargo, en el tema de la salud también influye el tema del descanso, y los cada vez más frecuentes estudios científicos hacen profundo hincapié en la relevancia de una buena calidad del sueño. Por lo tanto, y para evitarme discusiones que no llevan a nada –por otro lado muy interesantes y edificantes que he podido tener con algunos de vosotros– os digo de antemano que no son mis palabras, pero estoy de acuerdo casi al cien por cien con ellas. Y digo esto por dos cuestiones primordiales: primero, porque los modelos de ocio más frecuentes a los que nos adherimos suelen suponer una huida hacia delante para evitar los principales problemas que nos asolan; y segundo, porque he tenido la suerte y la desgracia de haberle visto los ojos al lobo con el tema de la salud, y esto es algo que creo que regateamos con demasiada frecuencia.

            Los seres humanos –y los españoles debemos de tener dos almas, porque en esto lo hacemos por duplicado– somos muy ciegos cuando nos plantean las cosas a veinte o treinta años. Si bien no me gusta demasiado la costumbre ancestral de guardar el dinero en el colchón para el-por-si-acaso, tanta visión cortoplacista como supone olvidarte de los riesgos para la salud a largo plazo de determinadas actitudes me parece alargar demasiado la adolescencia. A esto me refiero cuando hablo de los estudios científicos sobre los trastornos del sueño y su relación causal con una gran cantidad de problemas derivados como el insomnio o incluso el cáncer. No se trata sólo de cuánto dormimos, sino también de a qué horas lo hacemos, y en esto sí que incide el meridiano que nos han robado. Cuestión en la que los españolitos vamos de cráneo. No sólo porque con los horarios que he descrito antes nos parece normal acostarnos a las doce de la noche como poco –ojo, serían las diez solares, y es la hora a la que se acuestan más al Norte–, sino que al día siguiente nos levantamos a las seis o seis y media –y esas ya son las cuatro de la mañana centroeuropeas–. Así vamos renqueando cinco días para que al llegar las dos noches del fin de semana, con la escusa que cada cual se aplique, le pegamos un par de tiros a los ciclos circadianos y acabamos de ponernos la puntilla. No lo digo yo, lo dicen los que lo estudian.

            Que cada cual haga lo que quiera, eso de antemano, y no juzgo más que lo que yo hago, pero hay cuestiones de las que me gusta hablar cuando no quiero hablar de lo que ya sabéis. Cuando quiero hablar de lo que importa, de lo que se mueve en la esfera de cada uno. Yo, por mi parte, sólo pongo de manifiesto el problema de los horarios en España. Luego, que cada cual haga lo que pueda. Y, por supuesto, al empresario que os hace estar en la oficina hasta las siete, post merídiem, que le metan en la cárcel y no le dejen dormir durante un par de semanas.


Alberto Martínez Urueña 07-09-2015

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