Hay una
cuestión de la que llevo tiempo queriendo hablar y todavía no sé muy bien cómo
hacerlo. Aquí hay opiniones encontradas, pero las más de las veces suelen tener
que ver más con preferencias que con alguna opinión de argumento sesudo y
estudio previo. Me refiero al meridiano horario con que nos regimos en nuestra
España.
Como muchos
sabréis, durante la segunda guerra mundial, a cierto personajillo se le ocurrió
modificar la hora nacional para que en lugar de coincidir con la de Inglaterra,
que es la que nos correspondería de acuerdo a los parámetros solares, casara
con la que tenían en Alemania. No voy a entrar en los motivos porque son tan
evidentes que si los explicara os trataría de imbéciles, pero, a sabiendas de
que puedo equivocarme, debemos de ser de las pocas regiones horarias con esa
peculiaridad tan marcada, sobre todo en nuestras latitudes. No es sólo que el
meridiano de Greenwich que nos corresponde pase por Castellón, es que la
inmensa mayoría del territorio está hacia el Oeste, haciendo que esto se agrave
según nos movemos hacia el Atlántico.
Sé cuales son
los razonamientos a favor de este horario. Yo mismo les he defendido durante
mucho tiempo y todos tienen que ver con el tiempo de ocio al aire libre. Y no
voy a decir que no sean aceptables, sobre todo en este país en donde los
horarios laborales hace tiempo que dejaron de ser lógicos. Muchos salís de
trabajar más allá de las seis de la tarde, algunos incluso después de las ocho,
y reclamáis un espacio temporal para poder disfrutar de la luz del sol una vez
que os permiten escapar de la cueva. Sobre todo en verano, con el buen tiempo,
y así poder encontrar alguna forma socialmente aceptable de despresurizar la
tensión que hoy en día generan los trabajos. Muchas de esas jornadas de ocio
que obligadamente comienzan más allá de las siete de la tarde terminan bien
entradas las nueve y media o las diez, hora en que se abalanza nuevamente sobre
el estado de ánimo la plomiza perspectiva de tener que volver a levantarse al día
siguiente a las seis y media de la mañana para sufrir una nueva y draconiana
jornada laboral repleta de presiones y de veladas amenazas a cara de perro. La
gente necesita de ese tiempo de ocio, eso es indudable. Y cada vez más.
Sin embargo,
de todo esto, no sólo de la cuestión del meridiano, se devienen serios
problemas sobre lo más importante que debemos salvaguardar: nuestra salud. En
el tema laboral no voy a extenderme porque hay cosas que son evidentes: somos
esclavos de los ritmos de la economía actual, tanto por el lado del consumo,
como consumidores que somos, como por el lado de la producción, como piezas
prescindibles de un engranaje que lo devora todo y a todos. La sacrosanta
economía que nos trae los beneficios de la tecnología –indudables, como pueda
ser una vivienda con calefacción– también nos cobra sus facturas, y la salud no
está exenta de este precio.
Sin embargo,
en el tema de la salud también influye el tema del descanso, y los cada vez más
frecuentes estudios científicos hacen profundo hincapié en la relevancia de una
buena calidad del sueño. Por lo tanto, y para evitarme discusiones que no
llevan a nada –por otro lado muy interesantes y edificantes que he podido tener
con algunos de vosotros– os digo de antemano que no son mis palabras, pero
estoy de acuerdo casi al cien por cien con ellas. Y digo esto por dos
cuestiones primordiales: primero, porque los modelos de ocio más frecuentes a
los que nos adherimos suelen suponer una huida hacia delante para evitar los
principales problemas que nos asolan; y segundo, porque he tenido la suerte y
la desgracia de haberle visto los ojos al lobo con el tema de la salud, y esto
es algo que creo que regateamos con demasiada frecuencia.
Los seres
humanos –y los españoles debemos de tener dos almas, porque en esto lo hacemos
por duplicado– somos muy ciegos cuando nos plantean las cosas a veinte o
treinta años. Si bien no me gusta demasiado la costumbre ancestral de guardar
el dinero en el colchón para el-por-si-acaso,
tanta visión cortoplacista como supone olvidarte de los riesgos para la salud a
largo plazo de determinadas actitudes me parece alargar demasiado la
adolescencia. A esto me refiero cuando hablo de los estudios científicos sobre
los trastornos del sueño y su relación causal con una gran cantidad de
problemas derivados como el insomnio o incluso el cáncer. No se trata sólo de
cuánto dormimos, sino también de a qué horas lo hacemos, y en esto sí que
incide el meridiano que nos han robado. Cuestión en la que los españolitos
vamos de cráneo. No sólo porque con los horarios que he descrito antes nos
parece normal acostarnos a las doce de la noche como poco –ojo, serían las diez
solares, y es la hora a la que se acuestan más al Norte–, sino que al día
siguiente nos levantamos a las seis o seis y media –y esas ya son las cuatro de
la mañana centroeuropeas–. Así vamos renqueando cinco días para que al llegar
las dos noches del fin de semana, con la escusa que cada cual se aplique, le
pegamos un par de tiros a los ciclos circadianos y acabamos de ponernos la
puntilla. No lo digo yo, lo dicen los que lo estudian.
Que cada cual
haga lo que quiera, eso de antemano, y no juzgo más que lo que yo hago, pero
hay cuestiones de las que me gusta hablar cuando no quiero hablar de lo que ya
sabéis. Cuando quiero hablar de lo que importa, de lo que se mueve en la esfera
de cada uno. Yo, por mi parte, sólo pongo de manifiesto el problema de los
horarios en España. Luego, que cada cual haga lo que pueda. Y, por supuesto, al
empresario que os hace estar en la oficina hasta las siete, post merídiem, que
le metan en la cárcel y no le dejen dormir durante un par de semanas.
Alberto Martínez Urueña
07-09-2015
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