Éste es un
tema sobre el que quiero hablar desde hace tiempo y me he estado esperando a
estas fechas para poder hacerlo a toro pasado. Nunca mejor dicho. Hablo de la
tortura, de la bestialidad humana, de la desnaturalización del verdadero
sentido de ser parte de esta raza extraña que es el homo sapiens. La capacidad
de empatía CONSCIENTE que tenemos para conectar y trascendernos a nosotros
mismos. Esto, que es algo muy simple en la palabra, se traduce en algo muy
complicado en la práctica, sobre todo en este Occidente pergeñado de
individualismo en donde se elevan a los altares la competencia con el otro y la
humillación ajena como medida del éxito personal. Trascenderse a sí mismo no
implica, como algunos cínicos plantean, negar tu propia esencia como individuo,
por supuesto. Para ello, de hecho, hace falta conocer lo que se ES en esencia
por un motivo: nos dicen lo que somos por todos los puntos cardinales, nos
llega información sobre las características personales que en teoría tenemos o
creemos tener, y nos indican cuáles son los parámetros que determinan la
personalidad de cada uno; sin embargo, no nos dejan investigarlo a nosotros
mismos. Creedme cuando os digo que la mayor parte de esos criterios son falsos
e interesados. Creedme cuando os digo que lo que sois –lo que somos– es algo
mucho más pequeño y viene determinado por muy pocas medidas, pero de vital
importancia cada una de ellas. Y hay que conocerlas.
Si
conociésemos eso que somos, podríamos identificar verdaderamente hasta donde
llegamos y hasta donde llega el contrario. Contrario que no es tal, sino acompañante.
Se podría aplicar con certeza eso de no invadir el espacio del otro; las opciones
y las opiniones se podrían debatir con tranquilidad, porque no determinan lo
que somos, sólo son las visiones subjetivas del mundo particular de cada uno;
las libertades se podrían encontrar con firmeza, pues la medida de éstas sería un
verdadero respeto, lejos de libertinajes, pero también de meapilismos.
Todo esto es
muy utópico, lo sé, y no me voy a extender más sobre ello. El que quiera
escuchar, que escuche.
Sin embargo,
tiene mucho que ver con el tema que nos ocupa. La tortura. Hay muchos tipos de
tortura, aunque hoy en día están en boga, como siempre, los que los medios de
comunicación quieren que nos traguemos. Por la bravas. Es decir, el Toro de la
Vega, horrible espectáculo que pone de manifiesto cómo al ser humano le pone
matar por diversión; y el tema de Siria, que lleva en liza más de dos años y
nos acordamos ahora de ellos, cuando han aparecido los primeros muertos en
nuestras costas. Antes, aquella guerra sólo valía como guión para la industria
del videojuego. Esto no es demagogia, es una muestra de cómo la industria del
entretenimiento ha puesto al mismo nivel en la pirámide de prioridades sociales
cuestiones que son incomparables.
Pero no es
ése el único ejemplo que tenemos cerca sobre lo que puede ser una tortura.
Nuestras sociedades torturan sistemáticamente, pero los medios de comunicación,
participados mayoritariamente por los torturadores y con el beneplácito de ...,
no hablan de estos temas por ser considerados incómodos. Como si se tratase de un
anuncio de ACNUR a las tres de la tarde, en pleno segundo plato, con un niño rodeado
de moscas en el cuerno de África. Es una realidad, pero es incómoda. Indigesta,
podría decir alguno de esos políticos metido a gongorista. En esta época de
crisis hay cifras que te ponen los pelos de punta en cuanto les pones nombres,
apellidos y foto de carné de identidad. Desahucios, paro de larga duración,
maltrato laboral, jornadas de doce o catorce horas por salario mínimo de ocho,
o de media jornada, contratos basura, tratamientos sanitarios excluidos de la
sanidad pública, tasas universitarias... Un, dos, tres, responda otra vez. Y el
dato más cruel de todos, del que no se habla en los medios, ni tan siquiera en el
que se ha establecido como día mundial, el día diez de septiembre: el de la
prevención del suicidio. Es la primera causa de muerte no natural en España, y
según la OCDE una de las tres causas principales de muerte entre las personas
en edad económicamente más productiva, de 14 a 44 años, y la segunda causa
principal entre jóvenes y adolescentes, de 15 a 19 años. El incremento durante
la crisis habla por sí solo. Todo esto es tortura.
Y la tortura
habla de la escasa capacidad que tenemos para trascender, y vernos a nosotros mismos
y al otro –otra persona, que no contrario– como parte de un todo complejo y que
no está completo si no es a través de todas las partes. Habla de la escasa
capacidad para compadecer –padecer con– las emociones que a otros les arrasan y
en las que les abandonamos. O incluso la escasa capacidad para ver cómo con
nuestras acciones provocamos un sufrimiento del que somos incapaces de
compadecernos. Trascenderse a uno mismo significa saber quién –o qué– eres y la
tremenda importancia y responsabilidad que tienes dentro de un sistema del que
sólo eres una pequeña parte. Esto, ojo, no es una utopía. Aquí cada cual sabe
dónde está, no mira al resto, y se preocupa de su propio crecimiento para, a
través de él y como consecuencia inmediata, hacer crecer ese conjunto, sin
pedirle cuentas a nadie.
Alberto Martínez Urueña
17-09-2015
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