miércoles, 25 de marzo de 2015

Belleza


            A pesar de las elecciones andaluzas, del Barça-Madrid, y de otras noticias que me harían saltar de alegría y explayarme a mis anchas porque han perdido el partido los que no querían que ganaran –en el primero podían haber perdido los dos, pero en este país de bellaquería y cainismo es imposible, y en el segundo, igual pero por otros motivos más deportivos–, hoy cambio de tercio porque me da la gana.

            Hoy voy a lo que realmente importa, y dejo de lado los barrizales dialécticos en los que suelo meterme. No voy de izquierdas ni de derechas porque, a pesar de que haya más de un imbécil en ambos bandos, hay verdades que no son de nadie, aunque se las quieran apropiar. Hay cosas –indefinidas, por eso las llamo cosas– que contienen en si mismas los auténticos secretos a descubrir por todo ser que pase por este Universo de caos ordenado donde todo admite más de una respuesta, y al mismo tiempo sólo una.

            ¿Cuánto hace que no os detenéis un instante? ¿Cuánto hace que no cesáis el ritmo endiablado en el que parece inevitable, más que vivir, subsistir? Fijaos la cantidad de veces a lo largo de nuestra vida que abrimos el armario, porque ya no cabe más ropa, para ver de cuáles prendas nos tenemos que desprender para poder dar cabida a las nuevas. ¿Cuánto tiempo hace que no os planteáis esta cuestión con las cosas de las que hablo? Llega el verano, después del invierno, y en las casas-zulo en las que nos toca vivir a los de mi generación, pero también en las anteriores, reordenamos toda esa ropa en función de las prioridades que nos impone el clima. ¿Cuánto hace que no os reconfiguráis el orden de vuestras prioridades? Todas estas cuestiones parece que nos vienen dadas, que no es algo que tengas que replantearte, que funcionan en un modo automático al que nos adaptamos inevitablemente, y es mentira. De las frases más manidas que llevo escuchando desde hace años destacaría aquellas de “ay, si aprendiéramos a…”, “si aprendiéramos la sencillez de los niños…”, “si nos diéramos cuenta de lo que realmente necesitamos…”.

            ¿Cuántas veces habéis renunciado voluntariamente a un deseo o una necesidad antes de tener que sufrir porque la vida te impone su carencia? ¿Cuántas veces os habéis conformado de buen grado a no tener más, de lo que sea? ¿Cuánto hace que no os detenéis un instante?

            Hay cosas que sólo se pueden disfrutar cuando somos capaces de concentrarnos en ellas. No vale escuchar música mientras cocino, o pasear por la naturaleza mientras hablas por teléfono o incluso mientras hablas con una persona que te acompaña en el paseo. ¿Cuántas veces habéis buscado voluntariamente la belleza? Tenemos a nuestro alrededor un sinfín de brillos que, como provocados por una bola de discoteca –la metáfora no es mía, pero es tan buena que no puedo evitar apropiarme de ella–, giran a nuestro alrededor, atrayendo nuestra atención en todas direcciones, en direcciones interesadas para la bola de discoteca. Esas luces estroboscópicas nos perturban el estado de ánimo, nos ponen frenéticos, y vivimos en un estado de alteración continua en el que es imposible elegir dónde fijarnos. ¿Cómo vamos a encontrar nada?

            Nos han dicho miles de veces cómo son las cosas. Cómo han de ser nuestros sentimientos. Cómo se define cada objeto, cada instante de tiempo, cada emoción que nos embarga. Vivimos en un mundo en el que hemos nacido, en el que tenemos que aprender a movernos y en el que necesitamos comunicarnos. Nos dan las herramientas para no perdernos. Y nos perdemos. Nos dan una brújula para ayudarnos a seguir el camino, pero la dirección que marca no nos concuerda. Vivimos ajenos a nosotros mismos.

            Hoy esta de moda el gintonic, hace un tiempo fue el ron. En los años ochenta se llevaba el pelo cardado, en plan Armas de mujer, y después se intentó alisar por todos los medios. Los pantalones que antes llegaban a la cintura, ahora no pueden levantar dos dedos de la cadera, y aquellas amplitudes de pernera pasaron a mejor vida. Todo esto es irrelevante, pero –al margen de los auténticos problemas que causan a más de uno por la necesidad de ir a la moda– denotan cómo los influjos externos nos llevan de un lado para otro. No hay manera de estar tranquilo. Y poder encontrar.

            No me voy a poner pesado con este tema. Sólo es que ha sonado en los cascos una melodía que me he ha emocionado, y he tenido que dejarlo todo para paladear sus notas. Y he pensado en la cantidad de veces que habría podido encontrar algo parecido y ha pasado de largo porque otras cuestiones distrajeron mi atención con absoluta tiranía. Y cómo no creo que esto sea de lo inevitable de la vida, tenía que contároslo, compartirlo con vosotros, porque creo que en esos instantes, cuando la belleza te rodea y se te cuela por cada poro de la piel, es cuando encuentras el verdadero sentido a este viaje el que no queda más remedio que estar en tiempo que corresponda. ¿Cuánto hace que no os detenéis un instante? Hay cosas muy interesantes que pasan desapercibidas, tanto fuera como dentro de nosotros mismos.
 

Alberto Martínez Urueña 24-03-2015

viernes, 20 de marzo de 2015

Para no partirnos la cara. Parte III


            Normalmente, cuando tengo el tema elegido, redactar el texto de la semana es cuestión de poco tiempo, media hora o cuarenta minutos, sin contar las correcciones. Sin embargo, os juro por la gloria de mi teclado que éste es el tercer borrador y ahora mismo no sé si será el último. Porque, para no partirnos la cara, he escrito un par de columnas previas en las que he dejado claro mi respeto por las personas que profesan la fe católica, y también el cierto saber que todavía conservo de la doctrina.

            Plantear mi postura al respecto es más complicado. Y no por falta de claridad, sino porque la crítica es tan amplia que no acierto a empezar por ningún punto y acabo liándome la manta a la cabeza sin darle cierta estructura lógica. Toda la base ideológica del cristianismo tal y como lo montaron en los primeros siglos se basa en un aspecto clave, y es la divinidad de su fundador. Es básico además que los textos seleccionados por los padres de la iglesia han sido inspirados por el Espíritu Santo, por lo que todo lo que contienen se considera inamovible, aunque sí interpretable. Por ellos. Que las interpretaciones hayan variado a lo largo de los siglos no indica nada más que… Bueno, la verdad no sé que indica. Además de los textos seleccionados y recopilados en la Biblia, tenemos las ocasiones en que los sucesivos Papas han hablado ex cátedra –nuevamente la cuestión del Espíritu Santo–, las encíclicas, los estudios teológicos oficiales, las explicaciones filosofales… Qué queréis que os diga, no me he leído más que la primera, y del resto he estudiado a Santo Tomás de Aquino, explicado por un fraile que dio un énfasis especial a esas clases, mientras denostaba a otros como Nietzsche. Que yo recuerde. De todo lo demás, sólo tengo referencias de oídas.

            Lo importante es el mensaje, me dicen familiares y amigos seguidores de la doctrina. El mensaje básico de Jesucristo. Justo lo que la cúpula episcopal –la que ha montado el tinglado y decide por donde va la corriente oficial– no practica. La –grata– sorpresa ante las últimas demostraciones del nuevo papa Francisco no hacen sino demostrar esto. Pero el mensaje de Jesucristo, el de amor, hermandad, paz y concordia es común a otras muchas corrientes ideológicas, desde las filosofías orientales yoguis o budistas a los desbarres que vivieron los jipis en la campa de Woodstock gracias a los alucinógenos. Por lo tanto, ¿qué nos queda?

            Podríamos decir que es una herramienta válida para impregnar la sociedad con estos valores que tanta falta hacen hoy en día. Hasta ahí estaríamos de acuerdo. El problema con esto me viene de una metáfora farmacéutica. Dos medicamentos con el mismo principio activo pueden causar problemas o no, o problemas diferentes, en función del paciente y en función del excipiente que contengan. ¿Veis por donde van los tiros? El excipiente que contiene la iglesia católica, a mí personalmente, me parece sumamente venenoso. En muchas ocasiones, mortal de necesidad. Para el alma.

            No voy a entrar en ciertos ramajes extremistas que tiene este árbol acostumbrado a enraizarse sobre antiguos templos paganos; tampoco voy a entrar a valorar su pasado histórico y las costumbres de celebrar sus autos de fe con grandes barbacoas; voy a dejar al margen la selección de sus supuestas efemérides para que coincidiesen con otras festividades previas y ajenas. En fin, voy a dejar al margen todos los ejemplos manidos pero que sirven para evidenciar una intención más o menos manipuladora en sus costumbres. Ni tan siquiera haría falta mencionar cómo han silenciado los delitos cometidos por sus pastores –al parecer, necesitamos que nos guíen–, o las publicaciones donde  sugieren “Mujer, cásate y sé sumisa”, o esa manía que les ha entrado de que la doctrina ha de ser introducida en los jóvenes a través de una clase que compute en el cálculo de la nota  media necesaria para cursar estudios universitarios. Extraña correlación de ideas, como cuando al niño gordo pero inteligente le bajaban la nota media porque no era capaz de correr los cien metros en un tiempo determinado.

            Dejo que cada cual crea lo que le venga en gana, os lo aseguro. No pido a nadie que comparta mis creencias, de las que a lo mejor algún día os hago participes de manera oficial. Creo que la conciencia es individual y cada uno tiene libertad para orientarla en la dirección que quiera, salvo que lo haga hacia la falta de respeto a otro ser humano. Entonces es cuando me solivianto. Y me resultan tan evidentes los intentos de la iglesia católica, sobre todo de la Conferencia episcopal española, de imponer sus criterios y su modo de vida más allá de los límites que marcan sus seguidores que no me puedo callar. Lo dije cuando estaba Paco Clavel y lo digo ahora que no conozco al nuevo. Evangelicen lo que quieran, lo respeto, pero dejen de una vez en paz a los que queremos liberarnos del yugo opresor de una secta que lleva controlando el cotarro desde que Constantino I inicialmente y Teodosio con posterioridad vieron la utilidad de romper la libertad de culto del Imperio Romano y establecer una oficial, la que más de moda estuviera, y les tocó a ellos.
 

Alberto Martínez Urueña 20-03-2015

jueves, 12 de marzo de 2015

Para no partirnos la cara. Parte II


            He procurado, en el texto del día dos de marzo, mostrar mi más absoluto respeto por las creencias de los seguidores de la doctrina católica, apostólica y romana. Y que sepan, o sepáis, que conozco los argumentos para proclamar la buena noticia de la que hacen gala vuestros textos sagrados. Además, soy firme defensor del debate tranquilo y necesario de las ideas contrapuestas y de la exposición de los principios que cada uno defiende. El problema, como siempre en los asuntos importantes de la vida, está en los detalles, en los límites concretos, porque el paso de debatir exponiendo tranquilamente las ideas de cada uno al intento agresivo de imponer coercitivamente los criterios y principios de una de las partes no suele quedar muy claro. Sobre todo, si hablamos de religión. Mucho más, cuando se trata de las tres religiones monoteístas imperantes, judaísmo, cristianismo e islamismo, cada cual en su contexto histórico y geográfico en que se hayan inmersas, ya que tienen impresa en su historia tales métodos. De todas formas, voy a limitar mi exposición a los aspectos actuales del caso, aceptando que los viejos usos han quedado superados.

            A mí personalmente me parece correcto que cada cual siga el código ético que quiera, siempre que éste no pase por la humillación ajena. Propugno el derecho inherente a cada persona para decidir su modus vivendi, sin que nadie tenga que decirle qué es o no es correcto, y que la colectividad únicamente intervenga en aquellos casos en que alguien quiera poner los cojones encima de la mesa de otros.

            Por eso me ha salido este sarpullido intelectual cuando el día veinticuatro de Febrero del presente año de nuestro Señor salieron publicadas en el Boletín Oficial del Estado afirmaciones tales como que el rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz. Y desde ahí, todas las que queráis. No voy a entrar a analizar el texto completo, porque es demasiado largo y os aburriría. Además, la última vez que lo leí, se me rasgaron las costuras y empecé a sangrar por cada poro de mi existencia terrena. Sí que os diré que, haciéndolo, nos encontramos con un buen ejemplo de afirmaciones sustentadas en el aire más allá de lo que el autor denominaría su propia evidencia. Afirmaciones, por cierto, sin las cuales cualquiera de los argumentos que sostienen y sus conclusiones, se caen por su propio peso, y nos habríamos ahorrado tiempo, costuras y dinero público.

            No tengo nada en contra de quien sostiene tales afirmaciones, creo que ha quedado claro. De hecho, me parece bien que las tenga, a pesar de que no son las mías y de que considero que cercenar de esa manera el potencial de ser humano debería ser considerado uno de los más graves pecados por cualquiera de las religiones que dicen defender la dignidad  de la persona. Lo que me preocupa es que estos párrafos constituyen la base de una asignatura escolar en un estado que proclama su aconfesionalidad en una Constitución que tanto dicen defender los políticos que medran en el banco azul del Congreso. Ojo, y entiendo perfectamente la diferencia entre Estado confesional, aconfesional y laico.

            Me sé de sobra el argumento de la tradición cultural española, y que esta asignatura pretende soslayar sus aspectos, pero esto no es clase de historia. También conozco aquello de que la sociedad está necesitada de valores, y que la religión católica cubre tal necesidad, pero a esto respondo que tales valores no son exclusivos del catolicismo, y que de hecho, son anteriores, en la medida de que ya eran defendidos por culturas precristianas. Se dice lo de que la inmensa mayoría de la población es católica y por tanto tiene sentido su inclusión en las aulas, pero no se dice que la inmensa mayoría de ésta, han hecho de tal doctrina un menú a la carta de la que cojo lo que me conviene y el resto lo desecho.

            Sé que este motivo, el de la mayoría católica, explica que esta religión siga teniendo un aspecto preponderante, o dicho de otra manera, que la Conferencia episcopal siga influyendo en la organización legislativa, económica y moral de nuestra sociedad. Al margen de su capacidad para presionar a los sucesivos gobiernos de nuestra democracia, tal y como lo haría un lobby cualquiera, utilizan toda herramienta a su alcance para seguir introduciendo sus verdades en el acerbo colectivo. Una de las más potentes es la Educación, y esto no es baladí, ya que la capacidad para influenciar a las personas es mayor cuanto menor es la edad con la que cuentan.

            Nada tengo en contra de que cada familia explique a sus hijos lo que quiera. Yo lo haré con las mías. Pero pretender negar la evidencia de que la Iglesia Católica, más que informar y debatir, pretende seguir siendo parte fundamental de la individualidad de cada uno de nosotros, y para ello no conoce más límites que los que no le ha quedado más remedio que aceptar, me parece ridículo. No tengo nada en contra de que se explique religión en los colegios, pero las formas, los contenidos y, sobre todo, las orientaciones no me parecen las más correctas. Si de verdad se acepta que no se pretende adoctrinar a nadie, se deberían explicar el resto de religiones desde una visión lo más objetiva posible y recuperar una asignatura como es Filosofía, lo que supondría aceptar y enseñar la multiplicidad de explicaciones últimas de la existencia humana.

 

Alberto Martínez Urueña 12-03-2015

 

PD.: En todo caso, y después de lo dicho, parafraseo a un buen amigo mío llamado Miguel, que con su jocosa personalidad, después de un debate al respecto de la educación en las aulas, dijo: ¿y qué más da, si al final los chavales van a hacer lo que les salga de los huevos? Lo siento por el catolicismo, pero tiene toda la razón: la evidencia de los hechos demuestra que cada vez tienen menos aceptos, menos sacerdotes y monjas, y que al margen de la decrepitud moral de la sociedad de hoy en día, muchos encuentran esos valores de los que el catolicismo pretende apropiarse por otros caminos en los que no se les exigen tan gravosos peajes como los que desgranó el BOE.

jueves, 5 de marzo de 2015

Para no partirnos la cara. Parte I


            Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado… Marcos, 16:15,16.

            Por si alguien lo ha olvidado, uno de los principales mandatos que realizó Jesucristo a sus discípulos y apóstoles fue el del propagar la Buena Nueva de la que él era su principal emisario. La expansión de la doctrina cristiana, después católica, apostólica y romana encuentra su base en estas frases recogidas en un libro que fue inspirado por obra y gracia del mismo Dios. No es un asunto baladí: esta es una de las principales obligaciones que tiene cualquier persona que profese la fe de Cristo: salvar su alma inmortal y al mismo tiempo hacer todo lo posible por salvar el alma de aquellos que le rodean. Éste es uno de los criterios que se usará para juzgarnos: la cuenta de los que pudimos salvar y no lo hicimos. Y el juicio es inevitable, juicio en el que cada uno recibirá lo que merece: los justos, la salvación eterna; los malvados, la hoguera. Punto.

            Digo todo esto con absoluto respeto hacia quien profesa la fe de Cristo, no es una jocosa manera de empezar un texto ni nada parecido. Tal es lo que indica la doctrina oficial, y si algo se me escapa, lo siento. Hablo desde la perspectiva de quien ha recibido los sacramentos después de la pertinente catequesis –no me libré de ninguna– y ha sido educado en un colegio de Agustinos Recoletos, así que tampoco soy teólogo ni experto. Sin embargo, creo que es una buena explicación de porqué los fieles de la Iglesia Católica se ven en la obligación moral y última de propagar la semilla de su fe entre los que no conocen o no saben. Y para ello, cualquier medio es lícito.

            Y no vale con que la religión se respire de puertas adentro: la responsabilidad social obliga a intentar impregnar los ámbitos públicos con la moral y la ética que se desprenden de sus textos sagrados, así como de los libros derivados, como las encíclicas o estudios teosóficos oficiales. Las costumbres que se respiran a diario son las que refuerzan y extienden, y aunque los conocimientos teóricos son relevantes, lo más importante es el seguimiento práctico de la doctrina.

            Además, en un país eminentemente católico como el nuestro en el que una gran mayoría de la población se confiesa católico, aunque no practicante, la educación cultural exige que una de las tradiciones que explica de donde venimos sea impartida en los colegios del mismo modo que se explica la historia de España. Además, inculcar en los periodos infantiles y adolescentes unos principios y valores tales como los que propugna la Iglesia católica no puede considerarse sino como un contenido que suma y que ayuda a los nuevos miembros de nuestra comunidad.

            Creo que no me olvido de ninguno de los argumentos a favor de que la religión católica, apostólica y romana sea explicada en nuestras aulas –públicas o privadas–, tal y como se exige en el Boletín Oficial del Estado desde el día veinticuatro del mes de febrero del presente año. De hecho, como bien sabéis, no tengo reparos, e incluso agradezco vuestros comentarios si tenéis algún otro argumento –más allá del “porque me sale de los cojones”, que ya me pasó en otra ocasión– a favor de la educación católica en las aulas.

            Ojo, y hablo de la educación católica, no de la educación religiosa, porque si le pusiera este apelativo, la asignatura de la que hablamos limitaría determinados contenidos de ésta y además incluiría otras doctrinas religiosas que aspiran de igual modo al conocimiento y fusión con lo divino.

            Los límites entre conocimiento e información y manipulación y adoctrinamiento son muy difusos en este tema. Más aun cuando estos contenidos se comunican a personas con edades como las que tiene un estudiante de colegio o de instituto. Si materias como la Historia o la Filosofía son susceptibles de cargar los contenidos a favor de una u otra visión, la Religión, en cuanto que pretende explicar el origen último de las cosas, corre mayor riesgo de cruzar esta frontera. Si además el contenido ha de ser estudiado con el rigor de una asignatura que cuenta para la nota final, se le da una relevancia que no puede ser pasada por alto. Más allá de todo esto, si dejas que el curriculum de la asignatura se decida por una Conferencia Episcopal que no censura a sus miembros cuando hacen comentarios en la vía pública que pueden ser consideramos como homófobos o misóginos, se plantea la necesidad de cuestionar los contenidos que salgan de tal cónclave.

            No quiero dejar pasar la ocasión de afirmar nuevamente mi absoluto respeto por quienes profesar la fe católica. En este país donde parece que sobran escusas para partirse la cara a las primeras de cambio, creo que el entendimiento mutuo pasa por la capacidad de ponerse en la posición del otro. Y cuando las posturas parecen diametralmente opuestas, blancas o negras, por la firme determinación de no imponer, sino de proclamar la diversidad de opciones para vivir, siempre que sean respetuosas con el ser humano, y que pueden coexistir en una misma sociedad.


Alberto Martínez Urueña 5-03-2015