A pesar de
las elecciones andaluzas, del Barça-Madrid, y de otras noticias que me harían
saltar de alegría y explayarme a mis anchas porque han perdido el partido los
que no querían que ganaran –en el primero podían haber perdido los dos, pero en
este país de bellaquería y cainismo es imposible, y en el segundo, igual pero
por otros motivos más deportivos–, hoy cambio de tercio porque me da la gana.
Hoy voy a lo
que realmente importa, y dejo de lado los barrizales dialécticos en los que
suelo meterme. No voy de izquierdas ni de derechas porque, a pesar de que haya
más de un imbécil en ambos bandos, hay verdades que no son de nadie, aunque se
las quieran apropiar. Hay cosas –indefinidas, por eso las llamo cosas– que
contienen en si mismas los auténticos secretos a descubrir por todo ser que
pase por este Universo de caos ordenado donde todo admite más de una respuesta,
y al mismo tiempo sólo una.
¿Cuánto hace
que no os detenéis un instante? ¿Cuánto hace que no cesáis el ritmo endiablado
en el que parece inevitable, más que vivir, subsistir? Fijaos la cantidad de
veces a lo largo de nuestra vida que abrimos el armario, porque ya no cabe más
ropa, para ver de cuáles prendas nos tenemos que desprender para poder dar
cabida a las nuevas. ¿Cuánto tiempo hace que no os planteáis esta cuestión con
las cosas de las que hablo? Llega el verano, después del invierno, y en las
casas-zulo en las que nos toca vivir a los de mi generación, pero también en
las anteriores, reordenamos toda esa ropa en función de las prioridades que nos
impone el clima. ¿Cuánto hace que no os reconfiguráis el orden de vuestras
prioridades? Todas estas cuestiones parece que nos vienen dadas, que no es algo
que tengas que replantearte, que funcionan en un modo automático al que nos
adaptamos inevitablemente, y es mentira. De las frases más manidas que llevo
escuchando desde hace años destacaría aquellas de “ay, si aprendiéramos a…”,
“si aprendiéramos la sencillez de los niños…”, “si nos diéramos cuenta de lo
que realmente necesitamos…”.
¿Cuántas
veces habéis renunciado voluntariamente a un deseo o una necesidad antes de
tener que sufrir porque la vida te impone su carencia? ¿Cuántas veces os habéis
conformado de buen grado a no tener más, de lo que sea? ¿Cuánto hace que no os
detenéis un instante?
Hay cosas que
sólo se pueden disfrutar cuando somos capaces de concentrarnos en ellas. No
vale escuchar música mientras cocino, o pasear por la naturaleza mientras
hablas por teléfono o incluso mientras hablas con una persona que te acompaña
en el paseo. ¿Cuántas veces habéis buscado voluntariamente la belleza? Tenemos
a nuestro alrededor un sinfín de brillos que, como provocados por una bola de
discoteca –la metáfora no es mía, pero es tan buena que no puedo evitar
apropiarme de ella–, giran a nuestro alrededor, atrayendo nuestra atención en
todas direcciones, en direcciones interesadas para la bola de discoteca. Esas
luces estroboscópicas nos perturban el estado de ánimo, nos ponen frenéticos, y
vivimos en un estado de alteración continua en el que es imposible elegir dónde
fijarnos. ¿Cómo vamos a encontrar nada?
Nos han dicho
miles de veces cómo son las cosas. Cómo han de ser nuestros sentimientos. Cómo
se define cada objeto, cada instante de tiempo, cada emoción que nos embarga.
Vivimos en un mundo en el que hemos nacido, en el que tenemos que aprender a
movernos y en el que necesitamos comunicarnos. Nos dan las herramientas para no
perdernos. Y nos perdemos. Nos dan una brújula para ayudarnos a seguir el
camino, pero la dirección que marca no nos concuerda. Vivimos ajenos a nosotros
mismos.
Hoy esta de
moda el gintonic, hace un tiempo fue el ron. En los años ochenta se llevaba el
pelo cardado, en plan Armas de mujer, y después se intentó alisar por todos los
medios. Los pantalones que antes llegaban a la cintura, ahora no pueden
levantar dos dedos de la cadera, y aquellas amplitudes de pernera pasaron a
mejor vida. Todo esto es irrelevante, pero –al margen de los auténticos
problemas que causan a más de uno por la necesidad de ir a la moda– denotan
cómo los influjos externos nos llevan de un lado para otro. No hay manera de
estar tranquilo. Y poder encontrar.
No me voy a
poner pesado con este tema. Sólo es que ha sonado en los cascos una melodía que
me he ha emocionado, y he tenido que dejarlo todo para paladear sus notas. Y he
pensado en la cantidad de veces que habría podido encontrar algo parecido y ha
pasado de largo porque otras cuestiones distrajeron mi atención con absoluta tiranía.
Y cómo no creo que esto sea de lo inevitable de la vida, tenía que contároslo,
compartirlo con vosotros, porque creo que en esos instantes, cuando la belleza
te rodea y se te cuela por cada poro de la piel, es cuando encuentras el
verdadero sentido a este viaje el que no queda más remedio que estar en tiempo
que corresponda. ¿Cuánto hace que no os detenéis un instante? Hay cosas muy
interesantes que pasan desapercibidas, tanto fuera como dentro de nosotros
mismos.
Alberto Martínez Urueña
24-03-2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario