Id por todo
el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado
será salvo; pero el que no crea será condenado… Marcos, 16:15,16.
Por si
alguien lo ha olvidado, uno de los principales mandatos que realizó Jesucristo
a sus discípulos y apóstoles fue el del propagar la Buena Nueva de la que él
era su principal emisario. La expansión de la doctrina cristiana, después
católica, apostólica y romana encuentra su base en estas frases recogidas en un
libro que fue inspirado por obra y gracia del mismo Dios. No es un asunto
baladí: esta es una de las principales obligaciones que tiene cualquier persona
que profese la fe de Cristo: salvar su alma inmortal y al mismo tiempo hacer
todo lo posible por salvar el alma de aquellos que le rodean. Éste es uno de
los criterios que se usará para juzgarnos: la cuenta de los que pudimos salvar
y no lo hicimos. Y el juicio es inevitable, juicio en el que cada uno recibirá
lo que merece: los justos, la salvación eterna; los malvados, la hoguera.
Punto.
Digo todo
esto con absoluto respeto hacia quien profesa la fe de Cristo, no es una jocosa
manera de empezar un texto ni nada parecido. Tal es lo que indica la doctrina
oficial, y si algo se me escapa, lo siento. Hablo desde la perspectiva de quien
ha recibido los sacramentos después de la pertinente catequesis –no me libré de
ninguna– y ha sido educado en un colegio de Agustinos Recoletos, así que
tampoco soy teólogo ni experto. Sin embargo, creo que es una buena explicación
de porqué los fieles de la Iglesia Católica se ven en la obligación moral y
última de propagar la semilla de su fe entre los que no conocen o no saben. Y
para ello, cualquier medio es lícito.
Y no vale con
que la religión se respire de puertas adentro: la responsabilidad social obliga
a intentar impregnar los ámbitos públicos con la moral y la ética que se
desprenden de sus textos sagrados, así como de los libros derivados, como las
encíclicas o estudios teosóficos oficiales. Las costumbres que se respiran a
diario son las que refuerzan y extienden, y aunque los conocimientos teóricos
son relevantes, lo más importante es el seguimiento práctico de la doctrina.
Además, en un
país eminentemente católico como el nuestro en el que una gran mayoría de la
población se confiesa católico, aunque no practicante, la educación cultural
exige que una de las tradiciones que explica de donde venimos sea impartida en
los colegios del mismo modo que se explica la historia de España. Además,
inculcar en los periodos infantiles y adolescentes unos principios y valores
tales como los que propugna la Iglesia católica no puede considerarse sino como
un contenido que suma y que ayuda a los nuevos miembros de nuestra comunidad.
Creo que no
me olvido de ninguno de los argumentos a favor de que la religión católica,
apostólica y romana sea explicada en nuestras aulas –públicas o privadas–, tal
y como se exige en el Boletín Oficial del Estado desde el día veinticuatro del
mes de febrero del presente año. De hecho, como bien sabéis, no tengo reparos,
e incluso agradezco vuestros comentarios si tenéis algún otro argumento –más
allá del “porque me sale de los cojones”, que ya me pasó en otra ocasión– a
favor de la educación católica en las aulas.
Ojo, y hablo
de la educación católica, no de la educación religiosa, porque si le pusiera
este apelativo, la asignatura de la que hablamos limitaría determinados
contenidos de ésta y además incluiría otras doctrinas religiosas que aspiran de
igual modo al conocimiento y fusión con lo divino.
Los límites
entre conocimiento e información y manipulación y adoctrinamiento son muy
difusos en este tema. Más aun cuando estos contenidos se comunican a personas
con edades como las que tiene un estudiante de colegio o de instituto. Si
materias como la Historia o la Filosofía son susceptibles de cargar los
contenidos a favor de una u otra visión, la Religión, en cuanto que pretende
explicar el origen último de las cosas, corre mayor riesgo de cruzar esta
frontera. Si además el contenido ha de ser estudiado con el rigor de una
asignatura que cuenta para la nota final, se le da una relevancia que no puede
ser pasada por alto. Más allá de todo esto, si dejas que el curriculum de la
asignatura se decida por una Conferencia Episcopal que no censura a sus
miembros cuando hacen comentarios en la vía pública que pueden ser consideramos
como homófobos o misóginos, se plantea la necesidad de cuestionar los
contenidos que salgan de tal cónclave.
No quiero
dejar pasar la ocasión de afirmar nuevamente mi absoluto respeto por quienes
profesar la fe católica. En este país donde parece que sobran escusas para
partirse la cara a las primeras de cambio, creo que el entendimiento mutuo pasa
por la capacidad de ponerse en la posición del otro. Y cuando las posturas
parecen diametralmente opuestas, blancas o negras, por la firme determinación
de no imponer, sino de proclamar la diversidad de opciones para vivir, siempre
que sean respetuosas con el ser humano, y que pueden coexistir en una misma
sociedad.
Alberto Martínez Urueña
5-03-2015
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