Quería
señalar un par de cosas, en plan aviso para navegantes, porque hay ciertos
detalles que se escapan al vulgo; y, del mismo modo que yo agradezco al experto
deportivo las indicaciones a la hora de comprarme un calzado adecuado, al
respecto de la economía, hay que estar más a escuchar y menos a sazonar la
actualidad con frases sacadas del horno de tertulianos que igual valen para un
roto que para un descosido.
Ésa es la
primera de las matizaciones que quería plantear, y es que, aquí en España todos
somos seleccionadores naciones, expertos en moda, hábiles directores de cine,
doctores en medicina, y así hasta el infinito. Nadie admite dos extremos
fundamentales. El primero, que de aquello de lo que no entiendes es mejor no
hablar demasiado, porque se nota la ignorancia en dos frases mal dichas, y
quedas en el más absoluto de los ridículos. Es mucho más inteligente acudir a
personas que tengan una fiabilidad por sus méritos objetivos, no a periodistas
de los que hablaba antes, y mucho menos, a políticos pertenecientes a partidos
políticos de muy dudosos intereses. Porque los expertos, aunque tengan su
propia ideología, al menos la mayoría de las veces hacen –me consta– planteamientos inteligentes y basados en
conocimientos contrastables.
El segundo
extremo, es tratar de vislumbrar los condicionamientos que todos llevamos
entreverados en lo que nos gusta denominar como ideas propias. No en vano,
somos hijos de una familia con sus ideas, acudimos a un determinado colegio,
tuvimos unos amigos, nos movemos en ciertos círculos sociales… Negar la
influencia que todos esos factores que nos han rodeado tienen sobre nosotros es
de simples necios.
La segunda
parte del texto va sobre las pensiones. Pocas cosas hay en el panorama actual
tan sujeto a una supuesta objetivación científica cuando en realidad es una
conceptualización ideológica y moral. No en vano, hablamos del incierto futuro,
y de ése, lo único que sabemos es que todos acabaremos calvos y huesudos, o en
su defecto, en una urna. Sí, la construcción del modelo de pensiones en ese
santo reino de taifas llamado España –también en todos los demás países de
nuestro entorno sociocultural y económico– es una conceptualización ideológica
que no está tan sujeta a verdades científicas –como el resto de la Economía– como
pretenden hacernos creer.
Nos han
estado hablando durante los últimos años, desde que nuestro querido ZP les
metió mano, de que el modelo español es insostenible y que, debido a esto, ha
de ser ampliamente reformado. Casualidades de la vida, la reforma que plantean,
como está ocurriendo en todas las facetas de la economía actual, obedece a una
sistemática y fascista ideología única y (malentendida) liberal construida
exclusivamente para que los fondos de inversión globalizados succionen los
últimos recursos que queden después de las canalladas bancarias de los últimos
años. Y estaréis pensando que este argumento no deja de ser otra
conceptualización ideológica como la que estoy criticando: no me queda más
remedio que daros la razón, pero matizaré ciertos aspectos.
Primero, y
por encima de todo, en mi conceptualización –que es la de otros muchos, os lo
puedo asegurar– existen más realidades que la que yo planteo, y por lo tanto,
admito la posibilidad de debatir y después llegar a acuerdos y soluciones
compartidas, extremo éste que hoy en día se niega de manera sistemática. Por
otro lado, y dirigida esta apreciación muy especialmente a los amantes de la
teoría económica como yo –tengo grandes amigos en ese lado–: si en una economía
cíclica tomas como datos absolutos sólo los relativos a una parte del ciclo,
todas las proyecciones que hagas serán poco fiables.
Quiero
mencionar que nadie ha planteado como posible solución las siguientes medidas
(POLÍTICAS): primero, favorecer el mercado laboral de manera consistente –no
los equilibrismos de hoy en día– para
aumentar la tasa de empleo; segundo, una educación que forme a las futuras
generaciones para potenciar los empleos de alto valor añadido; tercero, una
política de natalidad que aumente la tasa de nacimientos y solucione los
problemas demográficos; cuarto, una reforma fiscal de la que llevamos hablando
los economistas desde hace más de diez años que permita evitar las caídas de
recaudación que sufre este país cada vez que la economía se constipa y que dote
de fondos suficientes al sistema…
Estas
cuestiones no las digo sólo yo, un pobre licenciado en Economía por una
Universidad de segunda en un país de tercera, aunque se me ocurrieran hace
tiempo. Son ideas planteadas con absoluta seriedad por catedráticos y doctores
de Universidad; si bien es cierto que pueden tener ideología, plantean
soluciones alternativas que deberían ser tenidas en cuenta en una planificación
tan importante como es el futuro de uno de los colectivos más débiles de una
sociedad: nuestros ancianos. No reclamo que se haga lo que yo y aquellos en los
que creo decimos, sino que esta manera sistemática de eliminar las ideas
contrapuestas sea eliminada –son dignas de más absoluto de los totalitarismos–
y que se abra el debate a otras propuestas y alternativas. Quizá el siglo
veinte fuera el siglo de las dictaduras personales; quizá el siglo veintiuno sea
el siglo de las dictaduras que no se ven, pero que están ahí, eliminando igualmente
y de manera sistemática uno de los factores más enriquecedores para ser humano:
la posible contraposición de ideas.
Alberto Martínez Urueña
23-10-2013