miércoles, 23 de octubre de 2013

Las trampas del futuro


            Quería señalar un par de cosas, en plan aviso para navegantes, porque hay ciertos detalles que se escapan al vulgo; y, del mismo modo que yo agradezco al experto deportivo las indicaciones a la hora de comprarme un calzado adecuado, al respecto de la economía, hay que estar más a escuchar y menos a sazonar la actualidad con frases sacadas del horno de tertulianos que igual valen para un roto que para un descosido.
            Ésa es la primera de las matizaciones que quería plantear, y es que, aquí en España todos somos seleccionadores naciones, expertos en moda, hábiles directores de cine, doctores en medicina, y así hasta el infinito. Nadie admite dos extremos fundamentales. El primero, que de aquello de lo que no entiendes es mejor no hablar demasiado, porque se nota la ignorancia en dos frases mal dichas, y quedas en el más absoluto de los ridículos. Es mucho más inteligente acudir a personas que tengan una fiabilidad por sus méritos objetivos, no a periodistas de los que hablaba antes, y mucho menos, a políticos pertenecientes a partidos políticos de muy dudosos intereses. Porque los expertos, aunque tengan su propia ideología, al menos la mayoría de las veces hacen –me consta–  planteamientos inteligentes y basados en conocimientos contrastables.
            El segundo extremo, es tratar de vislumbrar los condicionamientos que todos llevamos entreverados en lo que nos gusta denominar como ideas propias. No en vano, somos hijos de una familia con sus ideas, acudimos a un determinado colegio, tuvimos unos amigos, nos movemos en ciertos círculos sociales… Negar la influencia que todos esos factores que nos han rodeado tienen sobre nosotros es de simples necios.
            La segunda parte del texto va sobre las pensiones. Pocas cosas hay en el panorama actual tan sujeto a una supuesta objetivación científica cuando en realidad es una conceptualización ideológica y moral. No en vano, hablamos del incierto futuro, y de ése, lo único que sabemos es que todos acabaremos calvos y huesudos, o en su defecto, en una urna. Sí, la construcción del modelo de pensiones en ese santo reino de taifas llamado España –también en todos los demás países de nuestro entorno sociocultural y económico– es una conceptualización ideológica que no está tan sujeta a verdades científicas –como el resto de la Economía– como pretenden hacernos creer.
            Nos han estado hablando durante los últimos años, desde que nuestro querido ZP les metió mano, de que el modelo español es insostenible y que, debido a esto, ha de ser ampliamente reformado. Casualidades de la vida, la reforma que plantean, como está ocurriendo en todas las facetas de la economía actual, obedece a una sistemática y fascista ideología única y (malentendida) liberal construida exclusivamente para que los fondos de inversión globalizados succionen los últimos recursos que queden después de las canalladas bancarias de los últimos años. Y estaréis pensando que este argumento no deja de ser otra conceptualización ideológica como la que estoy criticando: no me queda más remedio que daros la razón, pero matizaré ciertos aspectos.
            Primero, y por encima de todo, en mi conceptualización –que es la de otros muchos, os lo puedo asegurar– existen más realidades que la que yo planteo, y por lo tanto, admito la posibilidad de debatir y después llegar a acuerdos y soluciones compartidas, extremo éste que hoy en día se niega de manera sistemática. Por otro lado, y dirigida esta apreciación muy especialmente a los amantes de la teoría económica como yo –tengo grandes amigos en ese lado–: si en una economía cíclica tomas como datos absolutos sólo los relativos a una parte del ciclo, todas las proyecciones que hagas serán poco fiables.
            Quiero mencionar que nadie ha planteado como posible solución las siguientes medidas (POLÍTICAS): primero, favorecer el mercado laboral de manera consistente –no los equilibrismos de hoy en día–  para aumentar la tasa de empleo; segundo, una educación que forme a las futuras generaciones para potenciar los empleos de alto valor añadido; tercero, una política de natalidad que aumente la tasa de nacimientos y solucione los problemas demográficos; cuarto, una reforma fiscal de la que llevamos hablando los economistas desde hace más de diez años que permita evitar las caídas de recaudación que sufre este país cada vez que la economía se constipa y que dote de fondos suficientes al sistema…
            Estas cuestiones no las digo sólo yo, un pobre licenciado en Economía por una Universidad de segunda en un país de tercera, aunque se me ocurrieran hace tiempo. Son ideas planteadas con absoluta seriedad por catedráticos y doctores de Universidad; si bien es cierto que pueden tener ideología, plantean soluciones alternativas que deberían ser tenidas en cuenta en una planificación tan importante como es el futuro de uno de los colectivos más débiles de una sociedad: nuestros ancianos. No reclamo que se haga lo que yo y aquellos en los que creo decimos, sino que esta manera sistemática de eliminar las ideas contrapuestas sea eliminada –son dignas de más absoluto de los totalitarismos– y que se abra el debate a otras propuestas y alternativas. Quizá el siglo veinte fuera el siglo de las dictaduras personales; quizá el siglo veintiuno sea el siglo de las dictaduras que no se ven, pero que están ahí, eliminando igualmente y de manera sistemática uno de los factores más enriquecedores para ser humano: la posible contraposición de ideas.


Alberto Martínez Urueña 23-10-2013

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