Hay muchas
veces que me pregunto a mí mismo los motivos que me llevan a escribir en esta
columna las injusticias y egoísmos que podemos ver a lo largo del día. Sería
más sencillo hacer textos sosegados en los que desgranara ideas diferentes, más
relacionadas con el ser humano como individuo personal que con la vida que
múltiples individuos desarrollan en las distintas agrupaciones a las que
pertenecen. De alguna manera, todos nosotros tendemos a intentar dejar salir
aquello que nos angustia o nos cabrea, sobre todo cuando nos afecta de alguna
manera, ya sea de forma directa o indirecta. No creo que sea únicamente el
derecho inalienable que tenemos a la pataleta; siempre he creído que hay aspectos
más profundos en la cuestión.
Así, cuando
en un mismo día se solapan la aprobación de una ley como la de Educación con la
noticia de que en España hay hoy en día tres millones de personas viviendo con
menos de trescientos euros al mes, he de reconocer que me cuesta permanecer
ajeno. Podemos incluir el discurso del ministro Montoro asegurando que los
salarios en nuestro país no se han visto reducidos, o cualquier otro de
cualquier grupo político en el que estéis pensando. Por un lado, tenemos una
legislación educativa que adolece del principal aspecto que ha de tener: el
consenso; antes bien, ha sido aprobada sin el más mínimo acuerdo, con un marcado
acento ideológico, tanto desde un punto de vista político como religioso, que
la condena nuevamente a ser revisada al primer vaivén partidista del hemiciclo.
Como veis,
todo son artificios que guardan la subrepticia intención de desviar la atención
del gran público hacia pequeñas vergüenzas para que no seamos capaces de ver
las grandes. Sobre todo, teniendo en cuenta la atención dispersa, desentrenada
y gratuita que normalmente sobrevive en la conciencia de la persona occidental.
Hay situaciones tan sumamente graves que no admiten el lapso de tiempo y la
paciencia que solicitan nuestros mandatarios que, absortos en su propia
realidad, son totalmente incapaces de empatizar con el sufrimiento de varios
millones de conciudadanos. Eso, sin contar con que quizá su concepción social
pueda ser muy cercana al mundo que pretenden dejarnos a los que venimos detrás
de ellos, un mundo donde las premisas básicas consistan en vernos unos a otros
como elementos llamados factor trabajo en constante competencia y con la primera
obligación de forzarnos al límite para alcanzar la perfección competitiva en
nuestro despeño. Un mundo donde el ser humano deje de ser el punto
gravitacional sobre el que gire todo el sistema.
Esto no es
demagogia, no es un brindis al sol cuando hablamos de conceptualizaciones
sociales. Hay personas que justifican las más perversas desigualdades entre
seres humanos; desigualdades humanas devenidas de situaciones de lo más
diversas, como puedan ser la educación recibida, las capacidades innatas y
cualquier otro motivo que pueda sufragar la factura que han de pagar a su
conciencia para justificar el engaño. El engaño de tener mayores o menores
merecimientos materiales y emocionales. Hay cosas innegociables, y el que
defienda la postura que condena a seres humanos a la subsistencia y a la
marginación nunca tendrá la razón que busca con su retorcida lógica. Hay cosas
innegociables, repito: no hay ninguna ciencia o racionamiento que pueda poner
valoraciones al sufrimiento humano, y el que crea lo contrario es el más malo
de la película. El que crea lo contrario es un absoluto ignorante –digo bien,
un absoluto ignorante, no me callo–, y esto es algo igualmente innegociable; en
esto no estoy dispuesto a admitir la idea del respeto contrario ni a tolerar
razonamientos vacíos de humanidad: soy totalmente intolerante con la idea de
que penetre en mi ser cualquier noción que defienda que existe algo más
importante que el ser humano, uno por uno, persona a persona, se llame como se
llame o venga de donde venga. Lo contrario, repito, es ignorancia.
Y de nuevo,
me he visto en la necesidad de escribir una columna social, más allá de las
inquietudes personales e internas que me acompañan, y de las que dejo
pinceladas de vez en cuando en la red. ¿Qué objetivo puede llevarme a sacar de
dentro todo lo que os dejo entrever en estos textos? Sobre todo, teniendo en
cuenta de que soy capaz de entender que pertenezco a esta sociedad que tanto
critico, y participo de alguna manera del daño que nos rodea, que a veces nos
asfixia incluso, y que nos exige pagar un precio en ocasiones bastante más alto
del que parece. Sobre todo, teniendo en cuenta que puedo estar tirando piedras
sobre mi propio tejado. ¿Qué utilidad tiene dejar que el aire virtual de
Internet se pueda llevar las hojas de este otoño en el que parece que permanentemente
me hallo? Quizá algún día lo entienda, y a lo mejor dejo de hacerlo. Mientras
tanto, seguiré en esta brecha, intentando dar algún sentido a cada frase en
donde me deshago.
Alberto Martínez Urueña
10-10-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario