Vamos a hacer el ímprobo esfuerzo de escribir un texto sin que salten las alarmas. Vamos a intentar hablar de una manera distinta de la propia actualidad, o más bien, darle una vuelta de tuerca y ver todo este complejo en que vivimos desde una perspectiva distinta.
Para ello, antes de nada, voy a deciros una cosa a la que quiero que estéis muy atentos, porque quizá sea algo que no os han dicho nunca; de hecho, es una paradoja interesante sobre la que os recomiendo que no paséis de largo. ¿Cuál puede ser una de las principales palabras que más daño nos ha hecho, y sigue haciéndonos, desde que la sociedad empieza a imprimir su información en nuestra mente? Pensadlo con cuidado durante unos instantes.
Mientras tanto, doy un pequeño rodeo para resaltar una cuestión, o más bien, para plantear un par de nuevas cuestiones. De hecho, creo que lo importante de quienes tenemos la inquietud de movilizar no ya las masas, sino la conciencia personal y colectiva de cada uno, incluida la nuestra, no es dar respuestas concretas, sino hacer las preguntas adecuadas. Es más importante, y si lo pensáis os daréis cuenta, encontrar la pregunta adecuada que dar respuestas más o menos acertadas. Todo cambio de perspectiva, ya sea personal o de grupo, pasa por una pregunta, o quizá más acertado, un cuestionamiento. Las preguntas que nos hacemos cada uno de nosotros marcan la pauta que seguiremos cuando consigamos responderla, lo que seremos a partir de ese momento, y seguramente también, qué será lo que consiga llenarnos y hacer de nuestra vida algo más o menos pleno y con destellos de felicidad.
Ahora os digo: ¿habéis pensado en la pregunta del párrafo anterior? La respuesta a esa palabra es “Éxito”.
La palabra éxito fuera de contexto tiene múltiples acepciones y connotaciones, y depende sin lugar a dudas del tenor a que se halle sujeta. Sin embargo, en todos ellos, tiene dos puntos comunes: la consecución de un intento o un esfuerzo, y lo que esta consecución nos aporta. Si introducimos la palabra éxito en nuestra estructura social, en cualquier aspecto de ella, además podemos afirmar que viene recubierta de una patina brillante de reconocimiento más o menos amplio de nuestro entorno, ya sea éste nuestra familia, grupo de amigos, trabajo, o en ámbitos más amplios si acaso se trata de una persona con una cierta relevancia mediática. Nosotros mismos tenemos impreso en nuestro acerbo colectivo la idea de tener éxito en la vida: éxito económico, familiar, en nuestro más o menos amplio círculo social… Sabemos cuál es el objetivo, hacia donde mirar sin dudar de qué es lo que debemos hacer para ser felices.
Esto plantea dos tipos de problemas: el primero, que no todo el mundo conseguirá la marca que se haya fijado; el segundo, que quizá ese éxito que nos han dicho que es el bueno no es lo que realmente nos pueda satisfacer.
Sobre el éxito se ha escrito mucho y no pretendo actuar de sabio; sólo pretendía poneros en contexto por un motivo: cuando lo relevante es alcanzar el éxito, y por otro lado, la realidad impone que no lo consigamos, nos quedamos vacíos de contenido.
¿Qué es lo que resta en esa situación? Habrá quien afirme que la cuestión está en ir aprendiendo a fijar metas que sean asequibles. Otros, quizá nos hablen de la cantidad de fuerza de voluntad y esfuerzo estés dispuesto a ofrecer en la consecución de tal objetivo y de esta manera obtener el éxito. Todas estas afirmaciones, y aquellas otras que me dejo en el teclado, pueden ser más o menos ciertas, y habría que ir viendo de manera individual, la casuística de las situaciones que se planteasen. Esto es válido, además, en el caso de que estemos hablando del éxito personal que nos marquemos, ya sea casarte y tener hijos, ascender en una empresa y conseguir reconocimiento laboral, o medrar en una organización política para conseguir alcanzar puestos de influencia más o menos relevantes, o más o menos interesados.
Sin embargo, en el mundo en el que nos movemos hoy en día, y cuando hablo de hoy en día, me refiero a la situación económica, social, política, cultural, etcétera, el éxito o consecución del objetivo social que, de una manera más o menos cercana, todos los ciudadanos de nuestro país tenemos, se convierte en el mejor de los casos en algo tremendamente difícil, y la mayoría además, ya le ha puesto la vitola de imposible y utópica. Controlados por las estructuras de poder, tanto económicas como políticas como mediáticas, los ciudadanos asistimos frustrados a una situación en la que nos sentimos manejados y controlados por suprapoderes más allá de nuestra capacidad de influencia. Y todos, o al menos la mayoría que todavía no ha caído en el descreimiento y el cinismo (terribles enemigos individuales que nos pueden condenar al odio y al rencor que únicamente daña a quien lo siente), hemos pensado en algún momento qué es lo que podemos hacer para cambiar o mejorar todo este embrollo.
Concluyo aquí este texto, y lo continuaré en el próximo. No es afán de dejar las cosas a medias. Pero, como os he dicho antes, hay que buscar las preguntas importantes, no las respuestas. Es inútil empezar la casa por el techo.
Alberto Martínez Urueña 30-11-2012