viernes, 30 de noviembre de 2012

La pregunta


            Vamos a hacer el ímprobo esfuerzo de escribir un texto sin que salten las alarmas. Vamos a intentar hablar de una manera distinta de la propia actualidad, o más bien, darle una vuelta de tuerca y ver todo este complejo en que vivimos desde una perspectiva distinta.
            Para ello, antes de nada, voy a deciros una cosa a la que quiero que estéis muy atentos, porque quizá sea algo que no os han dicho nunca; de hecho, es una paradoja interesante sobre la que os recomiendo que no paséis de largo. ¿Cuál puede ser una de las principales palabras que más daño nos ha hecho, y sigue haciéndonos, desde que la sociedad empieza a imprimir su información en nuestra mente? Pensadlo con cuidado durante unos instantes.
            Mientras tanto, doy un pequeño rodeo para resaltar una cuestión, o más bien, para plantear un par de nuevas cuestiones. De hecho, creo que lo importante de quienes tenemos la inquietud de movilizar no ya las masas, sino la conciencia personal y colectiva de cada uno, incluida la nuestra, no es dar respuestas concretas, sino hacer las preguntas adecuadas. Es más importante, y si lo pensáis os daréis cuenta, encontrar la pregunta adecuada que dar respuestas más o menos acertadas. Todo cambio de perspectiva, ya sea personal o de grupo, pasa por una pregunta, o quizá más acertado, un cuestionamiento. Las preguntas que nos hacemos cada uno de nosotros marcan la pauta que seguiremos cuando consigamos responderla, lo que seremos a partir de ese momento, y seguramente también, qué será lo que consiga llenarnos y hacer de nuestra vida algo más o menos pleno y con destellos de felicidad.
            Ahora os digo: ¿habéis pensado en la pregunta del párrafo anterior? La respuesta a esa palabra es “Éxito”.
            La palabra éxito fuera de contexto tiene múltiples acepciones y connotaciones, y depende sin lugar a dudas del tenor a que se halle sujeta. Sin embargo, en todos ellos, tiene dos puntos comunes: la consecución de un intento o un esfuerzo, y lo que esta consecución nos aporta. Si introducimos la palabra éxito en nuestra estructura social, en cualquier aspecto de ella, además podemos afirmar que viene recubierta de una patina brillante de reconocimiento más o menos amplio de nuestro entorno, ya sea éste nuestra familia, grupo de amigos, trabajo, o en ámbitos más amplios si acaso se trata de una persona con una cierta relevancia mediática. Nosotros mismos tenemos impreso en nuestro acerbo colectivo la idea de tener éxito en la vida: éxito económico, familiar, en nuestro más o menos amplio círculo social… Sabemos cuál es el objetivo, hacia donde mirar sin dudar de qué es lo que debemos hacer para ser felices.
            Esto plantea dos tipos de problemas: el primero, que no todo el mundo conseguirá la marca que se haya fijado; el segundo, que quizá ese éxito que nos han dicho que es el bueno no es lo que realmente nos pueda satisfacer.
            Sobre el éxito se ha escrito mucho y no pretendo actuar de sabio; sólo pretendía poneros en contexto por un motivo: cuando lo relevante es alcanzar el éxito, y por otro lado, la realidad impone que no lo consigamos, nos quedamos vacíos de contenido.
            ¿Qué es lo que resta en esa situación? Habrá quien afirme que la cuestión está en ir aprendiendo a fijar metas que sean asequibles. Otros, quizá nos hablen de la cantidad de fuerza de voluntad y esfuerzo estés dispuesto a ofrecer en la consecución de tal objetivo y de esta manera obtener el éxito. Todas estas afirmaciones, y aquellas otras que me dejo en el teclado, pueden ser más o menos ciertas, y habría que ir viendo de manera individual, la casuística de las situaciones que se planteasen. Esto es válido, además, en el caso de que estemos hablando del éxito personal que nos marquemos, ya sea casarte y tener hijos, ascender en una empresa y conseguir reconocimiento laboral, o medrar en una organización política para conseguir alcanzar puestos de influencia más o menos relevantes, o más o menos interesados.
            Sin embargo, en el mundo en el que nos movemos hoy en día, y cuando hablo de hoy en día, me refiero a la situación económica, social, política, cultural, etcétera, el éxito o consecución del objetivo social que, de una manera más o menos cercana, todos los ciudadanos de nuestro país tenemos, se convierte en el mejor de los casos en algo tremendamente difícil, y la mayoría además, ya le ha puesto la vitola de imposible y utópica. Controlados por las estructuras de poder, tanto económicas como políticas como mediáticas, los ciudadanos asistimos frustrados a una situación en la que nos sentimos manejados y controlados por suprapoderes más allá de nuestra capacidad de influencia. Y todos, o al menos la mayoría que todavía no ha caído en el descreimiento y el cinismo (terribles enemigos individuales que nos pueden condenar al odio y al rencor que únicamente daña a quien lo siente), hemos pensado en algún momento qué es lo que podemos hacer para cambiar o mejorar todo este embrollo.
            Concluyo aquí este texto, y lo continuaré en el próximo. No es afán de dejar las cosas a medias. Pero, como os he dicho antes, hay que buscar las preguntas importantes, no las respuestas. Es inútil empezar la casa por el techo.

Alberto Martínez Urueña 30-11-2012

viernes, 16 de noviembre de 2012

¡Informaos!


            Los últimos años se ha puesto muy caro encontrar un tema para escribir que no tenga que ver con la crisis económica y sus derivados. Sus derivados son esos señores que se sientan en escaños de distinta índole y cuya gestión de lo público es cuando menos dudosa. Además, con todo lo que se ha escrito ya por analistas más o menos reputados, que yo pretenda dar algún punto de vista innovador, se convierte en una tarea simplemente imposible. Por eso, os recomiendo a cada uno de vosotros que os leáis distintas aportaciones que hay en foros si acaso vuestro objetivo es encontrar alguna explicación más o menos razonada de lo que nos está ocurriendo. Sé que entre vosotros se encuentran personas que, más allá de tragarse el adoctrinamiento que ciertos falsos profetas predican en los medios de comunicación, quiere encontrar una perspectiva… llamémosla consistente. Leer sobre Economía, os aseguro que no es ni de raros ni tan complicado, salvando determinadas propuestas que implican un cierto conocimiento de nociones básicas, y tiene la inestimable ventaja de que estructura y razona los posibles puntos fundamentales buscados, más allá de un discurso vago y desordenado.
            También conviene comprobar la posible subjetividad más o menos pronunciada de quien escribe o habla y tamizar la información, desechando a ciertas hienas que aprovechan para, antes que informar y proponer ideas y debates sobre el tema en concreto, soltar peroratas y discursos manchados de ideologías, historicidades más que dudosas y adoctrinamientos sin explicación posible, aderezado por supuesto con insultos de toda condición, demostrando que tenemos un idioma rico en estos epítetos.
            Salvando a estos canallas, a los que no dedico más de cinco minutos, por si acaso se me hincha el hígado, existen en esta lengua y este país foros donde las propuestas y las controversias son educadas y, lo que es más importante para el inquieto lector, razonadas. Al margen del puro interés teórico de la esta lectura, se pueden entresacar, como decía antes, ideas puntuales sobre las causas y las posibles soluciones.
            Curiosamente, en la mayoría de estos escritos, uno de los puntos básicos que se exponen es, como podríamos decir, la idiosincrasia del español, pero con una perspectiva sorprendente. Estos ponentes, ya sean nacionales o foráneos, destacan también la riqueza cultural y vital del español, y la enorme cantidad de oportunidades que ofrece un pueblo y una tierra como la nuestra, con tanta variedad climática, trabajadores y estudiantes preparados y dispuestos y un modo de vida que, en contra de lo que solemos decir de nosotros mismos, y soportado por las cifras, no es tan vagos ni de maleantes como hay quien pretende. Aprendes puntos clave de nuestro sistema social, legal e institucional, sorprendiéndote con datos que ponen en entredicho muchas de las creencias y eslóganes con los que, hábiles tergiversadores de lo manifiesto, concurren a las tribunas y a los púlpitos con la intención de atraer a una masa grosera e inculta, y además orgullosa de serlo.
            Leyendo las ponencias de personas sin ningún vestigio de interés o de aprovechamiento de tal o cual medida, puedes vislumbrar una luz diáfana y clara, cálida, que empequeñece esos brillos fulgurantes y efímeros con que pretenden secuestrar nuestra atención distintas organizaciones con marcados intereses económicos y mediáticos. Ponen de manifiesto también, sin ambages ni medias tintas, las miserias de una raza ibérica, o más bien mediterránea que, construyendo una de las culturas más antiguas del orbe, se ve ahora asaltada por sus propios fantasmas: toda una estructura institucional, legal y administrativa decimonónica, mastodóntica e ineficiente que es perpetuada por aquellos que medran en ella. Es más, con la escusa de principios tales como la eficiencia y la eficacia, desmontan, en lugar de mejorarles, los pilares del Estado del Bienestar con el único fin de evitar su propio holocausto. Los problemas de esta actitud no son ya sólo los daños a nuestra Economía y sociedad, que son muchos, sino el descreimiento que se cierne sobre los liderazgos y la vida pública. Nos llevan a un estado abúlico en el que, como no se puede hacer nada, se perpetúan ellos mismos en los puestos de poder; los únicos, por cierto, desde donde se puede hacer algo de forma común, coordinada y útil para la ciudadanía. Todos los intentos de transformar la sociedad desde dentro son sumamente importantes; vitales, diría yo. Sin embargo, sin la visibilidad de líderes mediáticos preparados y diligentes, las medidas que se deban articular de forma consensuada y creíble, y que sirvan para la totalidad del Estado, son como un taburete con dos patas.
            ¿A dónde voy con todo esto? A que, como decían en Expediente X, la verdad está ahí fuera, está en columnas de personas que están más allá de ideologías y de partidos políticos, que hay ideas diferentes, estructuradas, que no dejan fuera a tal o cual colectivo que parece irse de rositas en esta crisis, y que nos sirven para cobrar las cuentas cuando lleguen elecciones. Los que están destruyendo nuestra sociedad, y por tanto una parte de nosotros mismos, saben todo esto, pero hasta que la sociedad no demuestre, por medio de los medios establecidos, que quiere que se haga caso a los sabios, no habrá más que lloros, injusticia y crujir de dientes.

Alberto Martínez Urueña 16-10-2012

jueves, 8 de noviembre de 2012

La historia de siempre


            Dicen que tengo cierta facilidad para las fechas, así que no me pidáis que os explique por qué me acuerdo de que la primera vez que entré en un local para mayores de dieciséis años fue el trece de octubre de mil novecientos noventa y cuatro. Algunos de vosotros sabéis a qué fecha me refiero. Quince días más tarde, pisé por primera vez la Paco, una discoteca que en aquellos tiempos estaba muy de moda en mi colegio. Ésta es la constante desde antes de aquel entonces y perpetuada hasta ahora entre la juventud. Dolor de cabeza de madres y de padres. De estos últimos no puedo ponerme en su lugar, pues no tengo ningún hijo preadolescente, pero de los primeros, fui uno de ellos y después les he visto por mis bares y sé de lo que hablo. Ni de unos ni de otros pretendo hacer culpables: los primeros, en su afán por hacernos mayores, infringimos las leyes que fueron necesarias para vivir una quimera que en aquel momento nos pareció algo real; de los segundos, como ya he dicho, no diré nada, pero sé que es algo complicado.
            En aquella época, y en las posteriores, recuerdo lo que era un sujeto apoyado en el quicio de la puerta de buen rollo cobrando las trescientas pesetas de la entrada y pasando del DNI. Recuerdo también cuando había rumores de redadas y presencia policial en las inmediaciones, que al sujeto de la puerta se le tornaba el rostro a ceniciento unas veces y a morado otras. De estos últimos también sé de qué va el rollo, porque también me dedique en algún momento a controlar al accesos. Si bien procuraba pasar del tema, no me tembló la voz ni una sola vez al decirle a algún colega que sin el carné no pasaba allí ni dios.
            Y sí, esto va de los sucesos de la noche del día treinta y uno en Madrid, en tal macrosala, con tales organizadores y con tales permisos de apertura. Cada cierto tiempo pasan cosas parecidas; si no es un par de muertos o tres, son intoxicaciones etílicas que ya son rutina en los servicios de urgencias, es algún portero que se le pira la pinza y mata algún chaval, o es que en una redada se encuentran menores donde no deben estar. Es la eterna canción desde que empecé a pisar esas calles, o incluso antes. Por eso, cuando oigo a los medios de comunicación, formados por editores de prensa todos ellos, padres y madres la mayoría, llevarse las manos a la cabeza porque en ese local se había sobrepasado el aforo, había menores dentro, estaba el tema descontrolado con los seguratas pasando del tema, y esas historias, se me tuerce la boca en una sonrisa resabiada que no me gusta un pelo, pero que resulta inevitable.
            Podrán decir que no lo sabían y llevarse las manos a la cabeza como buenos beatones, pero la hipocresía con respecto a las costumbres de los jóvenes españoles y no tan españoles, todo ello regado con datos de iniciación y demás, por las calles de nuestras ciudades es absolutamente vomitiva. Siempre será lo de que el mío no lo hace, son los cuatro de siempre y esas estupideces. Y ojo, no pretendo buscar responsables ni en los padres, que por norma general intentan hacerlo lo mejor que pueden, ni en los chavales que, en un impulso natural y antediluviano, pretenden demostrar que ya son dignos de formar parte de su sociedad y pasar los correspondientes rituales. Antes les llevábamos a matar leones al Atlas, y ahora, salen de copas hasta las tantas. Es una cuestión de valoración social y ejemplos recibidos de sus mayores.
            Pero si hablamos de responsables, ahí sí que guardo yo algunos recuerdos de aquella época. Recuerdo porteros que no pedían carnés de identidad para comprobar la edad de acceso, porteros que si la niña era guapa le ponían alfombra roja y no le cobraban la entrada. Recuerdo a camareros, cuando la edad de entrada eran dieciséis años, pero no se podía servir alcohol de más de dieciocho grados a menores de dieciocho años, eludiendo la responsabilidad de comprobar la edad del que pedía. Todos ellos con el permiso explícito pero no firmado de sus jefes, dueños o arrendatarios del local, de hacer la vista gorda para llenar la caja. También recuerdo a policías inoperantes que hacían acto de presencia una vez cada dos años, en algunos casos, previo aviso (no tengo pruebas, pero lo sé) de la jefatura de policía a los locales pertinentes. Todo el mundo sabía quién pasaba coca y hachís, los locales donde adquirirlos y el precio del gramo. Todos, salvo al parecer los mandatarios de las fuerzas públicas que debían controlar el tema. Y todo ello, permitido por los políticos de turno encargados de hacer las correspondientes leyes y dotar las medidas necesarias para que se cumplan (siempre hay políticos de mierda en estas cosas, y en otras).
            Así que, sí, es una tragedia griega con todas las letras lo del otro día, pero tanta hipocresía y tanta baba bendecida en los altares sociales me pone enfermo. Una imagen de un político diciendo la tontería de que se van a adoptar todas las medidas para evitar que sigan sucediendo estas cosas, hace que me sangre la úlcera. Y medios de comunicación llevándose las manos a la cabeza, hace que quiera armarme hasta los dientes con mi léxico y dejar estos gritos en mi columna. Buenas tardes.

Alberto Martínez Urueña 3-11-2012

La simple realidad


            En este texto no me voy a extender demasiado, porque creo que es totalmente innecesario y pretender convencer a nadie sería poco menos que insultarle. Un millón setecientas treinta y siete mil novecientos hogares tienen a todos sus miembros parados. No sé si estas cifras, o no le llegan al Gobierno y sus secuaces del Congreso, o bien simplemente se las pasan por el mismo vértice de la bisectriz que forman sus piernas. Es decir, cualquier tipo de epíteto que utilizan una y otra vez para referirse a estas circunstancias es como si les dieran una tras otra bofetada. Es como llamar petardo de ferias a la bomba de Hiroshima. Es el ejemplo, palmario, clásico y rotundo del significado de eufemismo, mezclado a partes iguales con el sustantivo demagogia. Es, además, una burla y una afrenta, porque además de hablar de pequeños esfuerzos, de presupuestos sociales y esa serie de revoltijos lingüísticos, luego no hacen nada de lo que dicen, y sus actos son diametralmente opuestos a lo que indican sus palabras.
            Los datos de la EPA, cinco millones setecientos setenta y ocho mil cien parados es la mayor afrenta social que se puede concebir en una sociedad como la nuestra, además de la demostración de ser un sistema fracasado. Nos hablan de la maravilla de la transición española, pero esa transición no ha sido capaz, en treinta y tres años de vida de la Constitución de evitar que cada vez que la Economía se constipa, a nosotros nos salgan cifras a modo de tumores sociales. Y esto no es responsabilidad del señor Rajoy, o más bien no sólo de él, sino de todos los presidentes que le han precedido en el cargo. Porque, por primera vez en la historia reciente de nuestro país, además de hacer responsables a los empresarios por cepillarse a una gran cantidad de asalariados, podemos señalar con el dedo a un responsable político elegido por las urnas para gobernar a TODOS los españoles como actor principal en las cifras de desempleo en nuestro país. Llamadlo como queráis, pero el sufrimiento que están provocando a nuestros conciudadanos no puede justificarse bajo ningún concepto con cifras de déficit, o de lo que sea. Al margen de que, como trabajador de un organismo como la Intervención del Estado, nos tenemos que morder la lengua al respecto de que estos recortes criminales y clasistas son los únicos posibles.
            Por concluir rápidamente, sólo otro dato más. El veintiuno coma uno de los españoles vive por debajo del umbral de la pobreza. Eso significa que, cogiendo la media de renta per cápita y dividiéndola entre dos, fijando de esta manera dicho umbral, uno de cada cinco españoles se sitúa por debajo. Hay pocos indicadores estadísticos que puedan reflejar mejor una realidad semejante y una desigualdad entre las distintas capas sociales. Luego llegará algún político de turno y dirá que los problemas que tenemos ya no son de lucha de clases o de distintos estratos sociales. Es como un insulto a la inteligencia.
            No me voy a extender más por hoy, porque creo que no merece la pena. No necesito argumentar a favor o en contra de tal o cual postura política o decisión económica. Hablar de esos índices de pobreza en un país supuestamente avanzado es dejar claro que los parámetros que se utilizan para medir ese avance son absurdos, aparte de inservibles. Hoy en día se mide al país en función de su producción, pero no se tiene en cuenta a cuántas personas se dejan en la cuneta en ese supuesto progreso. Es más, creo que con que cada uno de nosotros hagamos el esfuerzo empático de ponernos en el pellejo de cualquiera de esas familias que tienen que ir cada día a Cáritas para que sus hijos puedan comer caliente, o simplemente puedan comer, es suficiente.

Alberto Martínez Urueña 27-10-2012

Política


            Algunas veces, mientras estoy con una de mis aficiones favoritas, la cocina tanto para realizar como para disfrutar, me gusta tener la radio puesta. Unas veces los programas deportivos,  otras veces las noticias, o bien debates… Se sacan muchas ideas cuando estás realizando algo que te entretiene manualmente mientras recapacitas, y voy tomando nota de las ideas que me vienen en papelitos que guardo en el bolsillo.
            Es indudable que la situación que vivimos es terriblemente compleja, pero sobre todo, terriblemente trágica. No me da la gana utilizar el eufemismo de “desagradable” que escuche hace poco en la radio a cierto mandatario. Desagradable es cuando un filete te queda demasiado hecho, o quizá demasiado salado; sin embargo, cuando no hay filete que poner en la mesa, estamos hablando de tragedia. Creo que éste es un concepto que no deberían olvidar ciertos personajillos que saltan a la palestra desde la cueva en la que se esconden.
            Sin embargo, hace pocos días, un amigo me sugirió una idea sumamente inteligente y atractiva. Está muy de moda hablar y desprestigiar a la Política por culpa de ciertos politicuchos de este país que no saben estar a la altura, y a lo mejor en alguno otro. Pero, ¿os habéis parado a pensar en qué ocurriría si no hubiera políticos, unas Cortes Generales, un Gobierno…?
            En España tenemos la experiencia reciente, y a veces parece que no hemos aprendido demasiado bien. Recuerdo, hace más o menos un año, cuando una gran parte de la ciudadanía clamaba por una mayoría absoluta que permitiese a un partido político tomar grandes decisiones que no se vieran interferidas por los partidos nacionalistas. También existía el argumento de que tal mayoría supondría una mayor fuerza contra los dictados de la Unión Europea, personalizada en Alemania y su canciller Merkel. Esto no deja de ser un giro de tuerca más hacia ciertas ideas que, por experiencia propia sufrida en el siglo veinte son sumamente peligrosas. Ojo, no estoy aquí haciendo un alegato a favor o en contra de una u otra tendencia (eso lo dejo para otro texto y otro momento): precisamente esa experiencia nos indica que, tanto cuando el giro es hacia la extrema derecha personalizada en Hitler, Mussolini y su hermano pequeño Paquito como cuando es hacia la extrema izquierda personalizada en Stalin, Ceausescu o un tal Tito, los resultados son simplemente catastróficos en vidas humanas. En vidas humanas, ojo, tanto en muertos, que es lo más importante, como en marginados, ninguneados, oprimidos, deportados, esclavizados o silenciados.
            Precisamente de aquí radica la importancia de la verdadera política, el sentido fundamental que parecen haber olvidado nuestros representantes y, de alguna manera, nosotros mismos cuando decidimos el sentido de nuestro voto, o el no votar.
            La política tiene varias funciones. Una de ellas es la de gestionar mejor o peor, o con tal o cual orientación ideológica o económica, los fondos que los ciudadanos ponemos en común para dotarnos de un Estado del Bienestar más o menos grande. Esa tarea es de la que normalmente hablamos cuando nos salen espumarajos por la boca al hablar de nuestros dirigentes españoles. Otra función es la de tomar decisiones a la hora de orientar nuestra dirección como nación con un proyecto común, y en esto también fallan clamorosamente. Lo vemos a diario a través del espectáculo esperpéntico en que se convierten las sesiones parlamentarias de control al Gobierno, en los debates sobre el Estado de la Nación y en las ruedas de prensa con que nos deleitan cada día en horario de máxima audiencia. Frases y discursos grandilocuentes, ideas fabulosas, formas más o menos vehementes… Todo muy brillante y al mismo tiempo igualmente estéril.
            Sin embargo, el auténtico sentido de la política debería ser concertar foros de debate en los que los participes tengan un objetivo básico: ponerse de acuerdo en los puntos importantes por la sencilla razón de que han de decidir por todos los ciudadanos, no sólo por unos o por otros. Éste es el sentido y la lógica: aglutinar a los ciudadanos que están representados en los escaños, no sólo a los que tienen mayoría y que éstos puedan aplastar al resto, casi en un ejército de venganza por algo que nadie recuerda de un pasado beligerante entre esas dos Españas de las que da tanto asco hablar.
            La cuestión, por tanto, es intentar que incompetentes, no sólo gestionando fondos públicos, sino gestionando una herramienta tan importante como la Política, no embarren una idea con la que soñaron antes que nosotros muchos más desde hace milenios. Otra cosa distinta será plasmar este honorable intento, pero conviene no olvidar que detrás de esa idea hubo infinidad de personas que lucharon, sangraron e incluso murieron por ella, y gracias a los que hoy en día podemos salir a la calle y expresarnos, las mujeres votar en unas elecciones y yo escribir textos como los que suelo mandaros.

Alberto Martínez Urueña 8-11-2012