Algunas
veces, mientras estoy con una de mis aficiones favoritas, la cocina tanto para
realizar como para disfrutar, me gusta tener la radio puesta. Unas veces los
programas deportivos, otras veces las
noticias, o bien debates… Se sacan muchas ideas cuando estás realizando algo
que te entretiene manualmente mientras recapacitas, y voy tomando nota de las
ideas que me vienen en papelitos que guardo en el bolsillo.
Es indudable
que la situación que vivimos es terriblemente compleja, pero sobre todo,
terriblemente trágica. No me da la gana utilizar el eufemismo de “desagradable”
que escuche hace poco en la radio a cierto mandatario. Desagradable es cuando
un filete te queda demasiado hecho, o quizá demasiado salado; sin embargo,
cuando no hay filete que poner en la mesa, estamos hablando de tragedia. Creo
que éste es un concepto que no deberían olvidar ciertos personajillos que
saltan a la palestra desde la cueva en la que se esconden.
Sin embargo,
hace pocos días, un amigo me sugirió una idea sumamente inteligente y
atractiva. Está muy de moda hablar y desprestigiar a la Política por culpa de ciertos
politicuchos de este país que no saben estar a la altura, y a lo mejor en
alguno otro. Pero, ¿os habéis parado a pensar en qué ocurriría si no hubiera
políticos, unas Cortes Generales, un Gobierno…?
En España
tenemos la experiencia reciente, y a veces parece que no hemos aprendido
demasiado bien. Recuerdo, hace más o menos un año, cuando una gran parte de la
ciudadanía clamaba por una mayoría absoluta que permitiese a un partido
político tomar grandes decisiones que no se vieran interferidas por los
partidos nacionalistas. También existía el argumento de que tal mayoría
supondría una mayor fuerza contra los dictados de la Unión Europea,
personalizada en Alemania y su canciller Merkel. Esto no deja de ser un giro de
tuerca más hacia ciertas ideas que, por experiencia propia sufrida en el siglo
veinte son sumamente peligrosas. Ojo, no estoy aquí haciendo un alegato a favor
o en contra de una u otra tendencia (eso lo dejo para otro texto y otro
momento): precisamente esa experiencia nos indica que, tanto cuando el giro es
hacia la extrema derecha personalizada en Hitler, Mussolini y su hermano
pequeño Paquito como cuando es hacia la extrema izquierda personalizada en
Stalin, Ceausescu o un tal Tito, los resultados son simplemente catastróficos
en vidas humanas. En vidas humanas, ojo, tanto en muertos, que es lo más
importante, como en marginados, ninguneados, oprimidos, deportados,
esclavizados o silenciados.
Precisamente
de aquí radica la importancia de la verdadera política, el sentido fundamental
que parecen haber olvidado nuestros representantes y, de alguna manera,
nosotros mismos cuando decidimos el sentido de nuestro voto, o el no votar.
La política
tiene varias funciones. Una de ellas es la de gestionar mejor o peor, o con tal
o cual orientación ideológica o económica, los fondos que los ciudadanos
ponemos en común para dotarnos de un Estado del Bienestar más o menos grande.
Esa tarea es de la que normalmente hablamos cuando nos salen espumarajos por la
boca al hablar de nuestros dirigentes españoles. Otra función es la de tomar
decisiones a la hora de orientar nuestra dirección como nación con un proyecto
común, y en esto también fallan clamorosamente. Lo vemos a diario a través del
espectáculo esperpéntico en que se convierten las sesiones parlamentarias de
control al Gobierno, en los debates sobre el Estado de la Nación y en las
ruedas de prensa con que nos deleitan cada día en horario de máxima audiencia.
Frases y discursos grandilocuentes, ideas fabulosas, formas más o menos
vehementes… Todo muy brillante y al mismo tiempo igualmente estéril.
Sin embargo,
el auténtico sentido de la política debería ser concertar foros de debate en
los que los participes tengan un objetivo básico: ponerse de acuerdo en los
puntos importantes por la sencilla razón de que han de decidir por todos los
ciudadanos, no sólo por unos o por otros. Éste es el sentido y la lógica:
aglutinar a los ciudadanos que están representados en los escaños, no sólo a
los que tienen mayoría y que éstos puedan aplastar al resto, casi en un
ejército de venganza por algo que nadie recuerda de un pasado beligerante entre
esas dos Españas de las que da tanto asco hablar.
La cuestión,
por tanto, es intentar que incompetentes, no sólo gestionando fondos públicos,
sino gestionando una herramienta tan importante como la Política, no embarren
una idea con la que soñaron antes que nosotros muchos más desde hace milenios.
Otra cosa distinta será plasmar este honorable intento, pero conviene no
olvidar que detrás de esa idea hubo infinidad de personas que lucharon,
sangraron e incluso murieron por ella, y gracias a los que hoy en día podemos
salir a la calle y expresarnos, las mujeres votar en unas elecciones y yo
escribir textos como los que suelo mandaros.
Alberto Martínez Urueña
8-11-2012
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